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Darwinismo
El darwinismo no es sinónimo de evolucionismo, este último es anterior a Charles Darwin: las teorías darwinistas son evolucionistas, pero su aportación clave es el concepto de selección natural considerado como el mecanismo determinante para explicar la causa de la evolución[1] y que en su posterior desarrollo, con numerosas aportaciones y correcciones, permitirá la formulación de la Síntesis evolutiva moderna. Por tanto es igualmente equivocado usar el término 'darwinismo' cuando nos referimos a la teoría de la evolución ya que ésta no se reduce sólo a las ideas postuladas por Charles Darwin.
La teoría de Darwin, en su expresión original, poseía lagunas enormes y, en su "estado puro", no explicaba una serie de complejidades encontradas en los organismos, incluyendo los microscópicos, y no se adaptaba al registro fósil disponible en la época, ni tampoco al actual. Por tanto, no sólo era una doctrina que se oponía diametralmente al creacionismo ingenuo asumido por doctrinas religiosas, sino una teoría científicamente problemática.
Actualmente el darwinismo, como modelo explicativo de la evolución, está seriamente cuestionado, principalmente por su base filosófica materialista y reduccionista que da demasiada importancia al azar y desestima la complejidad.
Sumario
Influencias en la formulación de las teorías de Darwin
Las formulaciones que Darwin hace de sus teorías fueron influidas en un alto grado por un lenguaje aprendido de sociólogos o publicistas (politólogos), como Thomas Malthus y Herbert Spencer. Como el propio Alfred Russel Wallace reconoció, la lectura de Malthus fue decisiva para la formulación de la teoría de la selección natural. Las ideas malthusianas se conocían y discutían en los ambientes intelectuales de la época. Conceptos como competencia, lucha por la vida y sobrepoblación, que aparecen en Ensayo sobre el principio de la población de Malthus, sirvieron tanto a Wallace como a Darwin para dar forma a sus teorías.
Principios
Las concepciones evolucionistas de Darwin constituyen un complejo sistema teórico, un conjunto de teorías relacionadas, más que una teoría singular. El núcleo de esas concepciones sigue conservando toda su validez, a pesar de su natural insuficiencia y de algún error significativo, sobre todo en su explicación de la herencia a través de pangénesis. En el darwinismo hay tres ejes teóricos que explican distintos aspectos de la realidad biológica.
Gradualismo
El gradualismo o transformismo gradual, es la noción de que las especies van cambiando sus características a lo largo del tiempo de una manera fundamentalmente gradual. Los cambios no pueden ocurrir súbitamente o a través de "saltos".
- Críticas
Stephen Jay Gould y Niles Eldredge propusieron en los años 70 la teoría del equilibrio puntuado para poder explicar los datos que nos ofrecía la paleontología. En ella defendían los "cambios espasmódicos y episódicos". El registro fósil no revela ese gradualismo, sino largos períodos durante los cuales las especies se mantienen sin cambios significativos, seguidos de eventos de extinción en masa y el surgimiento brusco de nuevas especies.
El gradualismo quedaba seriamente cuestionado por la paleontología y por el estudio del evo-devo que va encontrando cada vez más adeptos. Parece claro, por los datos que ofrecen los nuevos desarrollos científicos, que la visión gradualista de la teoría estándar queda seriamente entredicha.
Azar
El azar implica la ausencia de un principio causante de los cambios en los organismos. Todo ocurre, según el darwinismo, a partir de cambios aleatorios y no hay ningún principio que cause estas mutaciones que pueda ser clasificado y convertirse en un concepto dentro de la teoría. Aunque las mutaciones son azarosas, su selección natural sí está determinada por el ambiente.
Selección natural
La adaptación al ambiente que motiva el cambio evolutivo, según había sido ya propuesto con anterioridad por otros autores, como Lamarck, debía tener su mecanismo en la selección natural, concebida como resultado de dos factores. Éstos son, por un lado, la variabilidad natural hereditaria de los individuos de una especie y, por otro, la tasa diferencial de éxito reproductivo, dependiente también de la tasa de supervivencia, entre las distintas variantes genéticas presentes en la población.
Uso político del darwinismo
El naturalismo que se desarrolló en la atmósfera del siglo XIX, fue percibido por gran parte de la comunidad cristiana como excluyente de los valores religiosos.
La teoría de Darwin fue adoptada ampliamente ya que proporcionaba una explicación que servía para llenar el gran agujero del materialismo y el orden secular en su sentido más amplio. Un grupo de científicos se hicieron cargo voluntariamente de la tarea de promover dicha teoría. El más conocido entre ellos fue Thomas Huxley, a quien se lo conocía por el sobrenombre de "el bulldog de Darwin". Thomas Huxley, cuya ardiente defensa del darwinismo fue el único factor responsable de su rápida aceptación, atrajo la atención de todo el mundo hacia la teoría de la evolución por medio de la conocida "discusión de Oxford", es decir, la discusión que sostuvo en 1860 con el obispo de Oxford, Samuel Wilberforce.
No es difícil comprender porqué Huxley dedicó todos sus esfuerzos a la promoción de la teoría de la evolución si tenemos en cuenta sus "vínculos societarios". Huxley era Decano de la masonería y, al igual que otros partícipes de ésta, miembro de la Real Sociedad, una de las instituciones científicas más importante de Inglaterra. Todos ellos promovieron explícita y pormenorizadamente la teoría alternativa de la selección natural prefigurada por Erasmus Darwin (teoría que proveyó un apoyo considerable a Charles tanto antes como después de la publicación de su libro). Esta institución masónica dio tanta importancia a Darwin y al darwinismo que algún tiempo más tarde empezó a premiar anualmente a los científicos exitosos con la "medalla Darwin", al estilo de los premios Nobel actuales.
La masonería percibió en la teoría de Darwin y en el propio naturalismo un instrumento que podía utilizar a su favor contra la religión, por lo que le suministró un completo apoyo.
El Papa León XIII (1810-1903) en la encíclica Humanum Genus afirmaba que el naturalismo era promovido por la masonería:
Darwinismo y Comunismo
Otro gran mal del materialismo es su apuntalamiento de las ideologías divisivas y anarquistas. El comunismo, la principal de dichas ideologías, es el resultado político natural de la filosofía materialista. Buscar abolir nociones sagradas como las de estado y familia constituye la ideología fundamental de todas las formas de acciones subversivas dirigidas contra la estructura de un estado unido. El darwinismo fue utilizado como el "fundamento científico" del materialismo, del cual depende la ideología comunista. El comunismo, al tomar el darwinismo como referencia, busca justificarse y presentar su ideología como cabal y correcta. A esto se debe que el fundador del comunismo, Karl Marx, escribiera para el libro El origen de las especies de Darwin, lo siguiente: "este es el libro que contiene los fundamentos de la historia natural para nuestros puntos de vista".
Karl Marx como recordaría la judía Hannah Arendt, era llamado por Lenin el Darwin de la historia. Marx afirmó que la teoría de Darwin era un fundamento sólido tanto para el materialismo como para el comunismo. También exhibió su simpatía por Darwin al dedicarle El Capital -el principal trabajo de Marx-, donde escribió, en la edición en alemán: De un ferviente admirador a Charles Darwin.
Darwinismo y Capitalismo
Alain de Benoist señalaría el carácter darwinista del capitalismo: Esta doble pulsión individualista y economicista viene acompañada por una visión "darwinista" de la vida social, donde esta última queda reducida, en última instancia, a la competencia generalizada, nueva versión de la "guerra de todos contra todos", con el fin de seleccionar a los "mejores". Pero la competencia "pura y perfecta" es un mito, pues las relaciones de fuerza ya existen antes de que la competición aparezca y, además, la selección competitiva no nos dice absolutamente nada sobre el valor de lo seleccionado: tan posible es que seleccione lo mejor como lo peor. La evolución selecciona a los más aptos para sobrevivir, pero precisamente el hombre no se contenta con sobrevivir, sino que ordena su vida en función de unas jerarquías de valores —y justamente aquí, en estas jerarquías de valores, el liberalismo pretende permanecer neutro".
El modelo llevó inevitablemente a una amalgama entre darwinismo social y calvinismo. De acuerdo al primero, la sociedad humana, al igual que la naturaleza, responde a un proceso de selección dentro del cual sólo el más apto sobrevive. Las víctimas son la resultante natural de una dinámica competitiva, frente a la cual no debe producirse interferencia externa. De acuerdo al calvinismo, por su parte, la condena o la salvación eternas vienen predeterminadas antes del nacimiento de la persona. No obstante, el éxito o el fracaso económico en la vida serán indicativos de si la persona está destinada a salvarse o a condenarse. De aquí que la riqueza sea vista como la manifestación de un propósito divino y de que todo esfuerzo externo por apoyar a los menos favorecidos resulte una interferencia a ese propósito. No olvidemos que el darwinismo social se arraigó en Estados Unidos con una fuerza que no conoció en ninguna de sus contrapartes del mundo anglosajón.
Marianne Debouzy describe esta amalgama en los siguientes términos: "Las dos doctrinas, el puritanismo y el darwinismo, se unieron para brindar justificación a la riqueza, la cual pasa a presentarse como resultado simultáneo de la escogencia divina y de la selección natural". Lo característico del capitalismo es el aceptar el éxito y el fracaso como expresiones de una lucha por la supervivencia que se inserta dentro de un propósito divino. No en balde el planteamiento de Joseph Stiglitz: "Bajo esta perspectiva, la redistribución del ingreso no sólo sustrae incentivos para el trabajo y el ahorro sino que resulta inmoral, pues priva a los individuos de la recompensa que merecen".
Referencias
- ↑ Sampedro, Javier. Deconstruyendo a Darwin, Crítica, 2002, ISBN 978-84-8432-910-7, pag. 22