Las premisas (capítulo del libro Fundamentos del Nacionalsocialismo)

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(Este es el primer capítulo del libro Fundamentos del Nacionalsocialismo de Alfred Rosenberg)


Enigmático y alarmante es para muchos el crecimiento gigantesco del Movimiento nacionalsocialista. Ante sus cada vez más escasos adictos, los representantes de las ideas anteriores a 1914 y los defensores del sistema político hoy imperante, se esfuerzan en "explicar" el desarrollo de un fenómeno antaño objeto de burla ahora con razón temido, tratando de neutralizar de algún modo la influencia hipnótica, la atracción irresistible que ejerce la nueva idea no sólo sobre sus creyentes sino sobre todo el pueblo.

Con ese propósito se recurre al artilugio de que ello se debe a acontecimientos "pasajeros" tales como la penuria económica y el estancamiento comercial. Para completar tan infantil argumento a continuación se anuncia junto con las promesas de tiempos mejores la pronta desaparición del "síntoma de enfermedad nacionalsocialista".

Todos estos críticos del Nacionalsocialismo pasan deliberadamente por alto que la gran crisis de nuestro tiempo es ya de por sí signo de enfermedad, expresión de la índole más terrible, imagen exterior de un derrumbe interior, testimonio, asimismo del imperio de un espíritu que ve en el lucro económico su más alto bien. Y como tal posición anímico intelectual contraría la estructura orgánica de toda vida comunitaria, el pecado de una generación carente de valores se traduce en catástrofes políticas y económico sociales.

Como últimas consecuencias aparecen, entonces, en el horizonte del futuro, dos posibilidades: que los engañados por la inescrupulosa ética mercantilista se desliguen definitivamente de los conceptos que aún los atan a la Comunidad lealtad, espíritu nacional, honestidad, etc., y en rebelión violenta hagan pedazos un mundo o que en otro núcleo se concentre la fuerza moral en una voluntad férrea para restaurar la ley de la naturaleza y la ley de toda alma grande, en cuya escala de valores el lucro no se halla en la cúspide sino que ocupa el lugar más bajo. Por lo general, en épocas cruciales del destino se concentran ambas fuerzas y la lucha, de ese modo, no es eludida por compromisos sino llevada a cabo hasta su definición. El resultado de este combate decide por siglos, a veces para siempre, la ulterior evolución histórica de un pueblo o de una raza.

En un periodo de transformación de ese carácter nos encontramos en el presente. El orden social ha sido destruido por las ideologías que han colocado el yo absoluto en el centro de todas sus construcciones. Ningún concepto reúne a los individuos; la legislación es manejada por los agentes de los especuladores; Ya no hay hombres de Estado sino solamente síndicos de consorcios, trusts y monopolios, es decir, sujetos lisa y llanamente comprados, pertenecientes a la clase de los más despreciables delincuentes, el Derecho y los jueces han sido rebajados a instrumentos del más estrecho espíritu partidista. Los últimos sostenes de la confianza nacional son de está manera socavados por los mismos que gobiernan en una época de decadencia. De lo contrario, los individuos que frecuentemente pronuncian conferencias acerca de la economía mundial, deberían estar sentados en banquillos de presidiario.

Pero, esta corrupción de los seudodirigentes relaja también, cada vez más, la hasta ayer existente fidelidad de las masas dominadas y llegamos de esa manera, al mencionado día de la decisión: el caos o la pronta reflexión para librar la batalla de la liberación social. En el segundo caso, la gran masa comenzará en la incipiente controversia por la critica de los prejuicios directamente comprensibles; algunas mentes investigarán más profundamente para detectar las condiciones bajo las cuales se realizó la decadencia y sólo uno, o bien muy pocos, darán a luz en el tiempo apropiado, la nueva idea que puede volver a conducir a un pueblo hacia la plenitud.

Los pensamientos afluyen como hijos de Dios, nadie puede indagar su origen por la vía de la experiencia pura. Y sin embargo, en las concepciones sobre el nacimiento de una idea se evidencia la postura intelectual característica de diferentes personalidades, pueblos y razas. Es puramente superficial la muy difundida tesis de que después de una "época de liberalismo" debe ahora nacer, en una secuencia "fatal", el "nuevo pensamiento". Antes bien, esto tampoco es correcto en el plano histórico, pues con demasiada frecuencia semejante idea salvadora no fue engendrada dado que pueblos de la máxima fuerza cultural sucumbieron para siempre en el fuego de las luchas sobre esta Tierra. Nosotros, los nacionalsocialistas, no creemos que una idea ha descendido sobre nosotros "fatalmente" (schicksalhaft) de alturas nebulosas, no nos sentimos "predestinados", tal como es la pretenciosa profesión de "humildad" de muchos, sino que lo que nos sostiene es precisamente la conciencia viva de lo que se va plasmando orgánicamente de abajo hacia arriba, el saber íntimo de que en nuestro pecho han ascendido ideas y valores que nos empujaron al testimonio potente, a hazañas, sacrificios, victorias. La hermosa concepción alemana de que no es el "destino" sólo lo grande, sino el valor que lo sobrelleva inquebrantado, revela una posición anímica que en último término es una cuestión de carácter , cuya investigación conduce luego al misterio de la sangre ligada con el alma.

Los hombres que creen tener que obsequiarnos con una idea mágica, se declaran fanáticos luchadores contra el concepto materialista de la causalidad, pero lo introducen nuevamente a través de su dogma, socavando de esta forma la dignidad del nacimiento de una idea en el corazón humano, que siempre será un misterio.

Ahora bien, toda gran idea según Goethe se manifiesta dando leyes. Toda visión de conjunto verdaderamente grande, empero, es siempre un fruto intelectual y ético de una personalidad. En el mejor de los casos las vivencias de una época confluyen por intermedio de unos pocos, no por yuxtaposición sino porque provienen de un similar anhelo, de igual carácter, del mismo mito [1] de la vida.

Una idea necesita en este mundo para su representación de un cuerpo. De este impulso interior se originó el Partenón cómo la Sixtina y la Novena Sinfonía. El ser humano, la idea y la obra constituyen una unidad espacial temporal que jamás puede separarse. Este entendimiento fundamental también es válido allí donde el hombre es tanto sujeto como objeto, donde la vida humana fluye, donde un número cambiante, por lo tanto, debe ser encarnación de un pensamiento. Aquí se coloca en lugar de la obra, por consiguiente, el hombre mismo.

El Movimiento Nacionalsocialista ha experimentado su propia ley, de acuerdo a la cual se ha presentado, a partir de los primeros días de su existencia: Sangre y Suelo, la premisa de toda acción; Personalidad, la coronación de un pueblo, Conducción frente a la nivelación democrática; lucha total y hasta el fin contra el marxismo, ya sea socialdemocracia o bolchevismo; relevo de la capa burguesa, incapaz de una nueva selección de la Nación, etc.

Pero, hasta que una concepción del mundo pueda llegar a erigirse en el marco determinante de la creación y formación comunitarias, está unida inseparablemente con su fundador viviente. Esto es algo que todo aquél que construye y posee pensamientos propios entiende sin más, pero es también fácilmente aprehendible para el carácter germánico, aún para el hombre más simple.

De ahí que ciertos sectores, auténticos enemigos de un levantamiento orgánico "intentan negar desde ese ángulo a la nueva manifestación vital nacionalsocialista, puesto que después de reconocer aparentemente la "magnitud de la idea", atacan al Führer y a los dirigentes del Movimiento. Esto prueba inequívocamente que no estamos aquí en presencia de motivaciones "ideales", de "fidelidad a ideas" sino frente a individuos típicos exponentes de la civilización cosmopolita surgida en las metrópolis capitalistas que no entienden ni comprenden nada de una idea ni de grandes personalidades por lo que tampoco son capaces de valorarlas.

La incomprensión del desarrollo de una nueva y grandiosa voluntad, hace que más de uno que se ha unido recientemente a la Organización sin estar debidamente consubstanciado con su doctrina, crea cándidamente que el Partido es un cómodo foro para sus planes y planecillos a los que hasta el presente, desgraciadamente, nadie ha prestado atención.

A esta gente, por lo general, les gusta hablar de "la idea", imaginándose al respecto sólo los productos de su fantasía, y consideran al Movimiento sólo como objeto de prueba al que urge incorporar sus geniales tesis hasta hoy ignoradas. A estos elementos, obviamente, les resulta sumamente desagradable e intolerable la personalidad de un auténtico Führer, el que aquí existan ya idea y forma, puesto que esto impide todo intento de asumir una pose. El sospechoso celo por la "fidelidad a la idea" esconde el propósito de colocarse a sí mismo en el lugar de los creadores. Para que una doctrina y esto es una ley eterna pueda llegar a plasmarse en la realidad y adquirir la dureza del acero, previamente debe ser llevada por un conductor a través de las llamas del tiempo. Todo el que es realmente fiel a esta idea insistirá por eso, en la inseparabilidad de Führer e Idea y estará acorde en reducir a la más férrea disciplina a individuos como los de tipo mencionado o si ellos no poseen el carácter necesario en la necesidad de apartarlos sin conmiseraciones.

Son precisamente las personalidades más fuertes y más conscientes de un nuevo y poderoso movimiento espiritual, las que no admiten hacer de una organización nacida en medio de enormes sacrificios y dolores, un club de debate público, de personas indecisas, que confunden palabrería con solución de proble¬mas. La Idea está firme, indisolublemente ligada al Führer, de quien brotan las decisiones destinadas a seres humanos y no a abstracciones sin sangre que dan al mundo un nuevo rumbo. En el reconocimiento interior de la Idea singular reside la genuina exteriorización de la libertad, ésta es, por tanto, la postura interna del nacionalsocialista. La fidelidad como ella es, entonces, fidelidad a sí mismo. Y la fuerza de esta Idea común se incrementa con el apoyo del Führer en la lucha contra la decadencia de nuestra época, en la batalla por un gran porvenir.

Esta unión orgánica entre Idea, Führer y Séquito, que pasa por todos los planos de las posibilidades humanas, debe tenerse siempre ante los ojos para no malinterpretar la imagen total del fenómeno nacionalsocialista desde el comienzo. Y sólo desde aquí se halla el camino a la profundidad de su contenido ideológico.

Una rebelión que acometa contra ciertas manifestaciones de corrupción en sí no significa nada. Una "revolución" que después de la existencia multi milenaria de un pueblo predica "pensamientos absolutamente nuevos" pone de relieve que es inorgánica y enemiga del pueblo, porque cuando un pueblo no ha sostenido determinados pensamientos en todo el curso de su historia, no ha servido a ciertos valores, queda evidenciado que tales pensamientos y valores no pertenecen a su modo de ser. Una Revolución sólo es auténtica cuando es el medio para la restauración de los valores eternos de una Nación. Y precisamente esto es lo grande del Movimiento Nacionalsocialista, puesto que él es el pensamiento popular alemán unificado dentro de las formas de nuestra época. Por eso nos sentimos absolutamente unidos a todo lo magno que antaño fue el orgullo de los alemanes, por eso nos sentimos enemigos de todo aquello que pretende adulterar el núcleo esencial de lo germánico. Dentro de las formas de nuestra época queremos actuar. Es decir, que rechazamos a aquellos maestros seudonacionales faltos de sinceridad que por incapacidad de afirmarse en el presente, quieren encontrar satisfacción en la imitación de las formas del pasado. Nosotros, los nacionalsocialistas, aceptamos como pleno corazón nuestra época, porque nosotros mismos nos sentimos como elementos del renacimiento.

Sabemos que la Gran Guerra de 1914 18 pervivirá como un magno hecho mítico sin igual en la memoria de las generaciones venideras. Estas observarán que después se extendió un caos casi sin esperanzas sobre los predios de Alemania hasta que aparecen las columnas del Nacionalsocialismo y entonces la Nación alemana vuelve a tomar conciencia histórica de su destino y vive el más portentoso y profundo resurgimiento.

No lo que hacen otros determina nuestro juicio sino lo que representamos nosotros mismos a través de la palabra, la voluntad y la acción. Sólo esto nos da la pauta para la valoración de nuestro tiempo.

Recién el que comprende esta fe y la exclusividad pronunciada y fundamentada de esa fe, podrá incorporarse. Y únicamente el que participa en la vivencia de la lucha de la sangre y de los valores del alma racial germánica que despierta, sólo ese es capaz de dar un juicio sobre nuestras intenciones.

Mediante la reafirmación y acentuación del valor del carácter es realmente como se tiende el puente entre el pretérito del Pueblo alemán, aún el más remoto y el presente.

Referencias

  1. El autor utiliza el término "mito" como sinónimo de Ideal. (N. del T.)

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