Filosofía racial y estructura estatal (capítulo del libro Fundamentos del Nacionalsocialismo)

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(Este es el segundo capítulo del libro Fundamentos del Nacionalsocialismo de Alfred Rosenberg)


Todo movimiento espiritual, por vasto y complejo que sea, se basa siempre en muy pocos pensamientos nucleares, por lo general, no más que en uno solo. Esto no es signo de pobreza sino de riqueza, un testimonio de autenticidad moral y de fertilidad orgánica en contraposición al eclecticismo, vale decir, a los métodos de quienes creen poder construir sobre heterogéneas y contradictorias ideologías un sistema superior. Precisamente estos intentos seudointelectuales que osan criticar con presunción todo lo demás como "carencia de espiritualidad" son los síntomas de una decadencia del poder creativo. La naturaleza no reúne bajo presión numerosos gérmenes de vegetales de distinta especie sino que forma de un grano de semilla la espiga y luego los múltiples frutos. Exactamente de la misma manera se generan las genuinas construcciones en todos los ámbitos de la vida, sólo ellas posibilitan los grandes descubrimientos cuyos efectos multiplicantes se esparcen posteriormente sobre todas las manifestaciones existenciales.

La uniformidad artificial de las diversidades naturales, en el terreno político, se llama democracia. Bajo casi todas las condiciones históricamente observables, ella se nos presenta con la forma política de la decadencia racial de un pueblo fuerte y creativo, que por su intermedio transfiere a los grupos específicamente distintos generalmente inferiores los mismos derechos que antaño lograra combatiendo, premisa obligada de toda verdadera plasmación del mundo.

Es en medio de semejante descomposición ética y racial cuando relampaguea a veces en cerebros superiores, la noción sobre la esencia de esta decadencia como, por ejemplo, Platón en el período helénico tardío, cuando proyecta su Estado sobre un severo fundamento racial, comprendiendo seguramente que la sangre nórdica[1] de los griegos había desaparecido a consecuencia de la mestización y las guerras. Fue demasiado tarde para la Hélade, como había sido demasiado tarde para la India y el Irán y como posteriormente, llegará a ser demasiado tarde para Roma.

El conocimiento de que la "eterna noche" del caos de pueblos se habría extendido por Europa si el germanismo no hubiera aparecido en el mundo, es el mayor descubrimiento que se opera en las postrimerías del siglo XIX y el mérito corresponde a Houston Stewart Chamberlain que más tarde se pronunciaría decididamente por el Nacionalsocialismo, quien entrega al Pueblo alemán los resultados de su investigación.

El desarrollo de la ciencia racial y de la doctrina de la herencia expresado en una vasta literatura, profundizó el análisis dando forma cada vez más precisa a sus nociones.

Que todo esto, empero, no quedase reducido a letra muerta, a mera literatura, sino que ha llegado a ser vida pletórica para ya hoy millones de alemanes, es el mérito histórico de Adolf Hitler y del movimiento popular nacionalsocialista. Cualquier cosa que pueda traer el futuro sean cuales fueren las formas políticas, económicas y sociales, las soluciones transitorias, las dificultades y las luchas bajo las cuales este Movimiento perseguirá su meta, este mérito histórico está ya hoy fuera de toda cuestión. Todos los que bregaban individualmente en los países alemanes, anhelando la forma en el caos, buceando en las profundidades del alma en busca de los motivos del gran derrumbe de 1918, convergieron inevitablemente en un movimiento que, ayer escarnecido y vilipendiado, luego proscrito y perseguido, había nacido con audaz esperanza en pocos corazones precisamente en la hora de la más profunda humillación de Alemania. Pero la esperanza seguramente se hubiera perdido si no hubiera estado fusionada con la fe férreamente cimentada de seres humanos del mismo linaje, que en mil ciudades y pueblos alemanes anhelaban algo similar, si la vieja sangre no hubiera continuado siempre rumoreando en aquellos que combatieron en la Gran Guerra y que tomó vida en los descendimientos de los caídos.

Esta fe en el valor de la sangre, la base primigenia de la cosmovisión nacionalsocialista, no es por cierto, ningún "materialismo chato" como con frecuencia arguyen los liberales manchesterianos, sino que posee una dimensión absolutamente diversa y profunda. En lo esencial significa que una determinada alma creadora, un carácter de cierta índole, un tipo especial de actitud intelectual guarda siempre relación con la raza. No es casualidad que la figura genial heroica de Sigfrido sea una creación y un modelo del germano así como el estafador y ladrón, la imagen ideal del judío. No es casualidad que la noción del honor constituya el máximo valor en los bardos de la Edda, en el poeta de la canción de Hildebrando, de Gudrun y de los Nibelungos y que se expresa bajo otra forma la de la veracidad absoluta del investigador en Leonardo y Copérnico hasta que encuentra en el Fausto su transfiguración más poderosa. Y a la inversa, no es casualidad que el código moral judío Talmud, Schulchan Aruch eleve la estafa a perpetrarse en el no judío, a directriz de la moral racial judía. No es tampoco casualidad que el portador de la noción del honor sea un ser esbelto, alto, de ojos claros, pleno de vigor y que los descendientes del Padre Jacobo, por el contrario, sean figuras torcidas, de pies planos, negroides, de cabello encrespado. No es casualidad, en fin, que los espíritus nobles y guerreros de Palas Atenea y Apolo sólo pudieron ser representados tal como las mujeres del frontón del Partenón muestran la cabeza de Zeus, mientras que los espías pro asiáticos se encuentran encarnados en el Tersites de Homero como en las posteriores pinturas de vasos - como mercaderes orientales portando sus sacos.

Desde esta concepción fundamental surge una nueva y verdadera interpretación de la historia mundial. Ahora ya no calificamos cualquier clase de "círculos de cultura" como un todo; ya no nos afanamos desesperadamente en llevar a un denominador supuestamente común las distintas fuerzas inventando una armonía imposible. Repentinamente reconocida, la lucha entre los diferentes y antagónicos grupos raciales es lo que se nos aparece hoy como lo esencial.

Johann Jakob Bachofen, intérprete de los mitos de Grecia, acuñó la expresión "cultura de pantano" para designar un estadio histórico que creyó haber encontrado durante el análisis del pre helenismo. Según ello, en esa época no había Estados firmemente consolidados ni tipos precisos de estructura social. (Se desarrolló en dicho lapso la adoración a las "diosas de la Tierra", especialmente a Isis, cuyo culto se practicaba en los juncos del pantano). De esa masa amorfa se había alzado luego, según el citado autor, la imagen del helenismo hasta que también éste volvió a la "cultura del pantano". Bachofen creyó haber descubierto aquí una ley según la cual toda cultura se retrotraería finalmente a su punto de partida. Afirmó, por lo tanto, algo similar a lo sostenido por el liberalismo: que de cualquier cosa puede surgir todo.

En realidad, la cultura griega no nació de la pre griega sino que en dura lucha la superó y venció. El derecho paterno nórdico triunfó sobre el matriarcado no nórdico, los dioses de la luz y del cielo subyugaron las diosas de la noche y de la tierra. El matrimonio triunfó sobre el colectivismo sexual, la forma, finalmente, sobre el caos. Y cuando Grecia sucumbió no volvió a sus comienzos sino que se hundió en la confusión de pueblos del Asia anterior y África. La delgada capa señorial nórdica de los helenos fue absorbida por la supremacía veinte veces mayor de los antiguos sometidos. y con el portador del carácter homérico desapareció para siempre también la imagen anímica del hombre griego.

Esta lucha de las diferentes almas raciales es para nosotros el punto nuclear de la historia mundial y de la cultura humana. Esta óptica nos muestra con una luz muy distinta a los grandes hombres del pasado y también de un modo completamente distinto juzgamos ahora la historia alemana así como la esencia de las luchas espirituales y políticas de nuestro tiempo. Por eso es inadmisible la división de las edades históricas en "antigua", "media" y "moderna", puesto que ello presupone una evolución en línea recta, donde una época sucede a la otra continuándola. Para nosotros siempre comienza una historia nueva allí donde una nueva especie humana ha vencido sobre otra. Con la victoria del germanismo sobre la Roma decadente, en la consolidación de esta victoria, en la estructuración de aquellos valores que nos legaron los Teodorico y Stilico, los Otones, Federico II, los poetas de las epopeyas heroicas y los constructores de las catedrales, reside para nosotros también la esencia de una interpretación alemana de la historia. Tiene su cartabón en el examen del problema, el verificar si una personalidad o un hecho sobresaliente ha elevado, acrisolado, fortalecido o no el alma germánica. De ese modo, más de una figura destacada de nuestro pasado si bien no desaparecerá de la consideración popular, será ubicada en otra posición. Lo que antes quizá despertaba amor, hoy generará rechazo, como también aquello que no ha sido valorado, ocupará el centro de nuestra devoción.

Esta forma de interpretación no es subjetiva ni injusta como hemos escuchado infinidad de veces sino que responde a un análisis científico y objetivo y, por otra parte, nuestros críticos tampoco colocan en un mismo nivel a hechos y hombres del pasado como simples cronistas sino que también, por cierto, valorizan a los mismos, ya sea desde el punto de vista de un utópico "humanismo", como desde el prisma de un ideal político religioso. Justo es sólo para nosotros, examinar a aquellos hombres artistas, pensadores, descubridores, creadores de Estados según las consecuencias que sus acciones han acarreado para el pueblo en cuyo seno nacieron. Esta verdadera justicia no ha sido caracterizada por nadie más agudamente que por Nietzsche: "la imparcialidad y la justicia no tienen nada que ver la una con la otra", expresó; la imparcialidad es la "fría y despreciativa neutralidad del llamado hombre científico". Así como somos estrictamente veraces con respecto a los auténticos documentos del pasado, así también hoy finalmente volvemos a entender que escribir historia significa de la misma manera valorar, para poder plasmar de esa forma en el presente la historia del futuro.

La lucha en este presente es negación enconada, por un lado y ardiente afirmación por el otro. El nuestro es un intento gigantesco emprendido con los medios del poder político para llevar nuevamente a la victoria, en contra de la ciudad mundial sin sangre y sin raíces, las leyes de la naturaleza aristocrática y los mandamientos de la sangre germánica. Vida y política, por tanto, no son tema para debate en la mesa de conferencias sobre pretendidas "convenciones nacionales" de índole económico internacionalista sino la pugna entre los valores del carácter contra los faltos de carácter, entre la forma y el caos, entre el ser y el no ser.

Esta postura tiene su expresión en el artículo 24 del Programa Nacionalsocialista, que coloca el sentimiento ético germánico en el centro de toda valoración.

El artículo 1º de la Constitución de Weimar dice: "El poder estatal parte del pueblo." Esta es la forma de expresión del liberalismo que después de la "abolición" de la monarquía pasó a la prédica de una nebulosa e intangible "soberanía popular", promulgando como "opinión popular" la edición puramente mecanicista de los votos emitidos. Todo el razonamiento estatal estriba, por ende, en la falsa premisa de que la cantidad garantiza la calidad. La valoración, como puede verse, no constituye el fundamento de este esquema liberalmarxista. (El pensamiento político de la Alemania monárquica no se diferenció, en lo esencial, de estas concepciones materialistas).

El principio estatal nacionalsocialista, que constituiría el preámbulo de una nueva constitución, rezaría aproximadamente del modo siguiente: ¡El poder estatal del Reich alemán radica en la salvaguardia del honor nacional! Con ello se crearía una apropiada escala de medición para juzgar toda actuación política. Hoy existen partidos cuyos basamentos rechazan íntegramente la idea del honor nacional y que hasta exigen el "derecho" de la traición a la patria y se hallan dirigidos por sujetos que en un ordenamiento comunitario alemán, se hallarían desde tiempo atrás tras los muros de un presidio.

Por este motivo toda nuestra vida política es anárquica, carente de estilo, sin meta, siempre vacilante puesto que se haya determinada por mayorías parlamentarias cuyos intereses se excluyen recíprocamente, cuya disparidad es encubierta por compromisos transitorios. En el Reich venidero del Nacionalsocialismo aunque, en caminos y ámbitos diferentes, los hombres lucharán por idéntica meta o deberán ser desplazados. Y la meta es y será siempre la misma: la salud, la dignidad y la libertad del Pueblo alemán.

Ahora bien, sólo pueden estar acordes en la meta los seres humanos que posean afinidad en su modo de ser, sólo aquellos que sean capaces de sentir vívidamente la comunidad de sangre y de destino de todos los alemanes. Por eso, la exigencia de nuestro Programa de que sólo los connacionales (Volksgenossen) pueden adquirir derechos cívicos, no es una "irrupción de chauvinismo reaccionario" sino la forma más elemental y natural de la autoconservación. Por el desprecio de esta ley vital sucumbió el viejo Estado, el "Segundo Reich", y se hundirá Alemania en su totalidad como unidad espiritual, política y étnica, si no se produce el apartamiento sistemático de los factores extraños moral y biológicos - a la alemanidad, lo cual puede acaecer solo en una nueva conducción estatal consciente de sus fines.

Adolf Hitler ha señalado de modo reiterado que ninguna revolución es duradera y benéfica si no cumple con los objetivos que se indican:

  • ampliación del espacio vital.
  • mejoramiento biológico del material humano.

De ahí la comprobación de que los judíos no pueden ser Volksgenossen lo cual constituye una exigencia natural y lógica para un auténtico Estado popular (Volksstaats) alemán.

El judío es, en cualquier sentido, intermediario. Mediante especulaciones bancarias y bursátiles, a través de "grandes tiendas" con mercaderías de inferior calidad, merced a dobles derechos cívicos, etc., y en razón de su peculiar carácter, ha llegado a ser una gran potencia del dinero. Y el dinero en la democracia significa poder, influencia política, ingreso en la "sociedad". De este modo, el ser nacional alemán ha sido corrompido a partir de la nefasta emancipación de los judíos llevada a cabo por el liberal Hardenberg, mediante la cual los judíos se apoderaron de los puestos claves en todas las áreas de la Nación.

Para satisfacer sus lujos, la antigua nobleza militar de la Pomerania se emparentó, en las grandes ciudades, con Kammerzienratstöchtern [2] judías. Esta mezcla de sangre en el punto más sensible del organismo social trajo aparejado una paralización del carácter, una degeneración mental, que recién podrá superarse con la separación de los judíos y de los bastardos de los judíos. Esta depuración ha de ser realizada políticamente desposeyendo a los mismos de todos los derechos cívicos y subordinándolos a la legislación para extranjeros y étnicamente, mediante el desconocimiento de los matrimonios entre alemanes y judíos, sin consideración de ningún tipo por la confesión religiosa. Estas medidas también traerán aparejadas múltiples y positivas consecuencias sociales.

Otro de los problemas fundamentales aunque por el momento no tiene mayor relieve es la unión de alemanes con negros y negroides.

Francia, que inició la emancipación judía, prácticamente hoy ya ha realizado la emancipación de los negros. Las relaciones entre franceses y negros apenas son objetadas en la vida parisiense. La plástica negra está de moda, del mismo modo que los sermones de negros por la radio están entre los "goces excepcionales"! Últimamente Francia ya ha sido representada en la Liga de Naciones en cuestiones coloniales por un negro que, en 1931, llegó a ser subsecretario en el Departamento colonial francés. Es la primera vez en la historia de Europa que un negro se incorpora al gobierno de un Estado blanco, lo cual constituye un acto simbólico de imprevisibles consecuencias. Del ministro negro que manda a blancos se habla en la actualidad en todo el mundo de color, la "autovaloración"[3] de las masas esclavas negras se afirma más que nunca y Francia se presenta ya no sólo como la república de Rothschild, sino como el puesto más avanzado de África en suelo europeo.

Todo esto implica, evidentemente, una gravísima amenaza para toda la humanidad blanca. Para negros y bastardos de negros, valen, por consiguiente, las mismas medidas que para los judíos. Ante nuestro programa de higiene racial la Prensa judía esgrime constantemente el sofístico argumento de que el Pueblo alemán aunque apartara a los judíos no es racialmente uniforme y que, por ende, una estructura política sobre base racial es de hecho irrealizable y solamente provocaría la discordia entre las distintas ramas étnicas, de lo cual se concluye luego que la idea racial nacionalsocialista es antipopular y antiestatal. A estos intentos típicamente talmudistas de engaño debe oponerse que si bien la ciencia racial comprueba alrededor de cinco sub grupos raciales en Europa, cada cual con su carácter, temperamento y postura mental es, sin embargo indudable que la nacionalidad alemana no representa una mezcla híbrida e indefinida sino que se basa en un 80% de germanismo.[4] Este germanismo nórdico ha determinado el ritmo de la vida alemana, asimilando en muchos casos la otra sangre europea y, por supuesto, también experimentando más de un enriquecimiento en lo individual de resultas de este fenómeno. Pero, todos los seres humanos valiosos (que acaso tengan parte de sangre oéstica o dinárica) encontrarán en los valores caracterológicos de la esencialidad germánica su cartabón de acción, su elemento de cultura.

Lo sencillamente sorprendente es el fenómeno que hoy pasa a través de millones, este auto despertar de la alemanidad germánica. En plenitud inabarcable se amontona las obras de esta grandiosa toma de conciencia que supera la falsa teoría que divide artificialmente el acontecer histórico. De esa manera, no comenzarnos la historia del alma germánico alemana en el año 1 sino que retrocedemos muchos miles de años y trazamos una línea recta desde los portadores de la cultura megalítica hasta el duque Widukind y Bismarck. Y en este magno despertar aparece todo alemán al margen del sitio donde ha nacido- como luchador cuando demuestra activamente ser un portador de los valores de la libertad y del honor alemanes. Aquellos que son inferiores en cuerpo y alma son apartados automáticamente mediante esta exigencia selectiva de la acción práctica. Esta acreditación permanente de los valores germánicos de sus hombres reafirmará victoriosamente el estilo de la vida alemana futura. La idea racial, como puede comprobarse, no es un elemento destructivo sino constructivo. Más aún: es el último aglutinante para conducir a un pueblo enfermo por la penuria, la fatiga y la vida artificial de las grandes urbes, es decir, corroído por el veneno judío, a la unidad y hacia la condición de Estado fuerte.

Por eso, el Nacionalsocialismo exige la separación legalmente consagrada por el derecho público de todo lo africano y asiático[5] de la vida alemana, pero por eso también ha exigido siempre la reunión de toda la alemanidad.

De todas estas consideraciones resultan de las exigencias de los Puntos 20, 21, 23 y 25 del Programa del NSDAP. Pero, simultáneamente, la última reflexión nos lleva al terreno de la política exterior alemana.

Referencias

  1. Rosenberg prefiere generalmente usar el vocablo "nórdica" en lugar de "aria" para designar a nuestra raza (N. del T.)
  2. Hijas de comerciantes con títulos honoríficos (N. del T.)
  3. En realidad, la "autovaloración" como los movimientos de "liberación" de los negros son inspirados por blancos todos o judíos (N. del T.)
  4. Por otra parte, los sub grupos raciales europeos son arios, es decir, integrantes de una misma raza. (N. del T.)
  5. Los Puntos 5, 7 y 8 de nuestro Programa han sido frecuentemente malentendidos en su texto. Ellos se refieren concretamente a la extradición de aquellos que en todas partes son desplazados como "extranjeros indeseables", pero, sobre todo a la extradición de las bandas judías que a partir de 1914 confluyeron desde todo el mundo hacia Alemania. A un extranjero que practica un oficio honesto, naturalmente no se le crearán dificultades. En el caso de que Alemania diera algún albergue a una minoría no alemana, habría que prever una autonomía cultural. (N. del A.)

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