Noche de los cristales

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Escaparate de una tienda destruida en Berlín
La noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, en Alemania y en Austria se conoce como la Noche de los cristales (en alemán: Kristallnacht) o mal llamada Noche de los cristales rotos. Ese día una turba enfurecida atacó los negocios, viviendas y templos judíos, como reacción al asesinato del joven diplomático alemán Ernst von Rath en París, Francia a manos de Herschel Grinzpan, un refugiado judío. Grinzpan habría actuado en venganza por la deportación de su familia.

Versión oficial

Según la versión oficial que hasta ahora se ha divulgado, una turba de antisemitas y simpatizantes de los nacionalsocialistas rompieron escaparates de los comercios judíos, quemaron sinagogas y destrozaron hogares judíos en Alemania. Muchos fueron maltratados e incluso asesinados por el pueblo que se apoderó de las calles de algunas ciudades alemanas, con el beneplácito de las más altas jerarquías del NSDAP, entre ellos Hitler y Goebbels, quienes estarían detrás de tales actos.

La llamada noche de cristal -Kristallnacht en alemán, que es su denominación correcta y no como popularmente se le conoce- se suele describir de esta forma en los libros de historia: "como uno de los episodios más vergonzosos de la reciente historia de Alemania y el comienzo, o punto de partida, para la Solución Final que siempre se asocia al Holocausto". Escribe Daniel Goldhagen, nueva cabeza visible del grupo de los historiadores oficialistas que desean hacer pervivir la memoria del Holocausto, refiriéndose a esta noche que "la magnitud de la violencia y la destrucción, la enormidad de aquella noche, fue un verdadero cruce del Rubicón".

Dudas

Sin embargo la aparición de nuevas revelaciones e interpretaciones ponen en duda la versión oficial hasta ahora dada como única y verídica. No olvidemos que en la versión dada hasta hoy como buena había numerosas lagunas que ningún historiador había podido contestar. Por ejemplo, ¿Quién dio la orden de iniciar las manifestaciones antijudías?, ¿A quién beneficiaban más estos excesos?, ¿Quién armó y financió al asesino del diplomático alemán?, ¿Qué fue de él tras ser detenido por los alemanes? ¿Si Joseph Goebbels era el instigador del pogrom, por qué en su diario íntimo afirma no saber nada e incluso molestarle lo acontecido? ¿Por qué los nacionalsocialistas no permitieron e instigaron actos similares una vez que llegaron al poder, para así deshacerse de hasta el último de los judíos?

En 1985 el prestigioso Institute for Historical Review (Instituto para la revisión histórica) de Los Ángeles, Estados Unidos presentaba la ponencia de Ingrid Weckert, una bibliotecaria alemana residente en Múnich, teóloga de formación, que había vivido años en Israel y dominaba perfectamente el hebreo. Su conferencia fue explosiva, y bajo el título Crystal Night 1938, The biggest Anti-German Spectaculum puso en evidencia cuán equivocada era la versión oficial de los hechos. Causó tal expectación la misma que se le solicitó permiso para poder publicarla, ampliada y corregida, siendo el resultado la publicación en 1991 de Flash Point - Kristallnacht 1938. Instigators, Victims and Beneficiaries ("Punto de mira. La noche de cristal 1938. Instigadores, víctimas y beneficiarios"), un volumen de cerca de 200 páginas, ampliamente documentado y con un material procedente de archivos alemanes absolutamente revelador. Se le concedió el privilegio a Wilfred von Oven de prologar el trabajo. No en vano había sido uno de los primeros en poner en duda la versión oficial que acusaba a Goebbels, y de los que pusieron de manifiesto la importancia del trabajo de esta historiadora que había ya publicado algo sobre el tema en alemán en 1981, pero fuera de los circuitos amplios.

Pero vayamos a los hechos, tal y como sucedieron.

El asesinato de Ernst von Rath

En octubre de 1938 el gobierno polaco dictó una norma legal que privaba de eficacia a todos aquellos pasaportes polacos que no fueran visados en el plazo de un mes. Este visado tan sólo podía lograrse en Polonia y tenía como objetivo final lograr transformar en apátridas a todos los judíos de esa nacionalidad que vivían fuera del país. La gran mayoría, cerca de 70.000, residían en Alemania por lo que el gobierno alemán inmediatamente negoció con los polacos un aplazamiento de la entrada en vigor de esta norma o una excepción para los residentes en territorio alemán pero sin lograr que los polacos recapacitaran. No era nueva esta actitud antisemita del gobierno polaco, mucho más arraigada en Polonia que en Alemania, y esto era únicamente una muestra más de la política oficial de Varsovia contra esta minoría étnica.

El 28 de octubre, dos días antes del cumplimiento del plazo fijado, la policía alemana detuvo entre 15 y 20.000 judíos, mayormente varones adultos, y fueron trasladados a la frontera germano-polaca. El mismo día comenzaron los polacos a deportar los judíos con pasaporte alemán que había en su país. Sin embargo, el 29, sorpresivamente se logró un acuerdo y las deportaciones se suspendieron.

Entre los que fueron deportados estaba la familia Grynscpan, un desempleado de larga duración que sobrevivía gracias a las ayudas sociales alemanas aún cuando era ciudadano polaco. Uno de los hijos de la familia, Herzel Grynscpan, vivía entre París y Bruselas desde 1936, donde se hallaba amparado por sus tíos que al caducar su pasaporte polaco en febrero de 1938 la Embajada polaca en París le negó renovarlo y sus tíos le pidieron que volviera a casa de su padre pues no estaban dispuestos a seguir manteniéndole. Entonces, y sin que nadie haya podido explicarlo, el joven Herzel, de tan sólo 17 años de edad, se muda a un elegante hotel parisino, cerca, curiosamente, de la sede de la L.I.C.A. (Ligue Internationale Contre l´Antisémitisme) y comienza a disponer de fuertes sumas de dinero. Narra la historia oficial que, enterado de la deportación de su familia y desesperado, se dirigió el 7 de noviembre, tras gastar una fuerte suma de dinero en adquirir un arma, a la Embajada alemana y acertó asesinar a un diplomático alemán de segunda fila allí destinado. No hizo ningún ademán por huir y es inmediatamente detenido. Casi inmediatamente, y mucho antes de hacerse pública la noticia por la prensa, su defensa es asumida por el abogado de esta asociación judía, uno de los más afamados de la capital gala. ¿Quién le envía? ¿Quién va a pagar los honorarios? Siguen las lagunas en torno al joven vengador. La justicia francesa no llegó a condenarle pues los abogados judíos lograron aplazar el proceso judicial hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial y llegaron los alemanes a París donde se encuentran con Grynscpan. ¿Cuáles eran sus verdaderos motivos para asesinar al diplomático alemán? Al menos, ciertamente, no el patriotismo pro-polaco, ni su desesperación por una familia de la que se había desentendido desde hacía años. El día 9 fallecía Ernst von Rath como consecuencia de las heridas producidas en el atentado y en Alemania, al conocerse la noticia, comienzan los incidentes.

Estalla la Kristallnacht

La noche del 9 al 10 de noviembre estallaban en algunas ciudades alemanas graves asaltos antijudíos donde numerosas propiedades judías y sinagogas fueron destruidas así como maltratados miembros de esta etnia. Grupos de alborotadores recorren las calles, pero sin la complicidad de las autoridades ni con la complacencia generalizada de la población como nos han hecho creer hasta ahora ni los resultados de esa noche fueron tan devastadores como se ha querido señalar posteriormente. Nos han hecho creer que todas las sinagogas alemanas fueron quemadas y todos los comercios destruidos mientras que todos los judíos eran detenidos y maltratados a manos de los SA del partido. La realidad dista bastante de ser así.

De las más de 1400 sinagogas existentes entonces en Alemania menos de 180 fueron destruidas esa noche (cerca del 13%) mientras que de los 100.000 comercios judíos unos 7.500 fueron atacados y sus lunas rotas (un 7,5%) mientras que la chusma en ocasiones era, incluso, repelida por las unidades de las SA que recibieron instrucciones de sus jefes de interponerse esa noche. Las pérdidas humanas se elevaron a 91 según dictaminó la Corte Suprema del Partido que investigó los hechos, ya que se abrió una investigación para depurar responsabilidades. En cuanto a los alrededor de 20.000 judíos de las zonas afectadas, detenidos según la historia oficial, puestos en custodia según consta en la documentación existente en los archivos alemanes, fueron liberados poco después al cesar el peligro.

No habían sido detenidos para ser ni asesinados ni deportados, tan sólo para proporcionarles cobijo y seguridad mientras se aclaraban las circunstancias. Por tanto podemos comprobar cómo se ha exagerado considerablemente en la versión oficial.

Ciertamente se produjeron excesos, pero estos estuvieron concentrados geográficamente, su mayoría en la región de Magdeburg y Hessen, y en algunas ciudades como Núremberg o Múnich, y en los centros comerciales (aunque algunas fuentes citan al campo como principal lugar donde se produjeron, lo cual es erróneo), y en modo alguno se apoderó el pánico de la población judía alemana, como nos han hecho creer. Tampoco la población alemana participó en su conjunto en las manifestaciones y asaltos, sino que fueron grupos reducidos de alborotadores. Memorias publicadas de judíos residentes allí por esas fechas recuerdan cómo al día siguiente las clases siguieron con normalidad, ¿acaso los padres judíos habrían enviado sus hijos a las escuelas al día siguiente de haber presentido que se estaba produciendo un pogrom antijudío que pudiera hacer temer por sus vidas?

Esa noche la plana mayor del partido se hallaba reunida en la tradicional cena de camaradería conmemorativa de la marcha del 9 de noviembre (primer intento de toma del poder en 1923, una de las fechas más significativas del partido). Estando reunidos allí llegó la triste noticia del fallecimiento del diplomático, Hitler irritado decidió abandonar los festejos por no corresponder en estos momentos de amargura. Joseph Goebbels lo comunicó a la audiencia y, en un tono violento, eso sí, como era su estilo, arremetió con su tradicional carga antisemita. Sin embargo son pocos los historiadores que destacan que asimismo advirtió a los asistentes que no se dejasen llevar por los acontecimientos y que se abstuvieran de participar en manifestaciones públicas antisemitas. Hermann Göring se encontraba en Suecia en este momento.

Enterado de los sucesos que estaban aconteciendo esa noche, Goebbels invitó a los jefes de cada región presentes en Múnich, y en especial a Viktor Lutze, jefe de las SA, a que transmitieran órdenes expresas a sus secciones para que se restableciera el orden y que, si fuera menester, incluso protegieran las propiedades judías. Goebbels no podía hacerlo pues no tenía autoridad para ello ya que era tan sólo ministro de propaganda y no tenía poderes sobre el partido ni sobre las autoridades civiles ni militares. Un cercano asesor de Goebbels, el príncipe Friedrich Ch. de Schaumburg-Lippe, que estaba en Suecia por esas fechas recuerda en sus memorias cómo fue a pedir explicaciones a Goebbels de lo acontecido y cómo éste estaba sumamente iracundo por lo que podía ocasionar de perjuicio a la imagen de Alemania en el extranjero. Otras fuentes corroboran exactamente la misma reacción en el ministro.

Hitler, igualmente informado de los incidentes, mandó llamar de madrugada al jefe de la policía de Múnich para que interviniese sin dilación. Igualmente ordenó a Rudolf Hess remitir un télex a todas las oficinas de los gobernadores (Gauleiters). Heinrich Himmler hizo lo mismo a las autoridades policiales. Ciertamente algunas secciones del partido no cumplieron órdenes, o no les llegaron a tiempo, y se vieron envueltos y llevados por el calor del momento. Esta es otra de las incógnitas ¿porqué se lanzaron a la calle si no hubo orden de sus superiores? En los procesos judiciales de desnazificación que se desarrollaron tras la guerra, en numerosos casos la participación en la Kristallnacht ha sido uno de los pilares de la acusación contra estos miembros, individuales y anónimos en la gran mayoría de los casos, pero que en la narración de los hechos nos pueden ayudar a clarificar esta pregunta: en reiteradas ocasiones se menciona la existencia de sujetos que dictaban órdenes, lideraban a los grupos de alborotadores y que después desaparecieron. Es aquí donde puede encontrarse parte de la respuesta.

¿Quienes fueron, pues, los responsables o, al menos, los beneficiarios?

Hasta hace poco se incriminó directamente a Joseph Goebbels, el ministro de propaganda del Reich. Se dijo que habría organizado este pogrom y esperado una provocación para lanzar a la calle a los agitadores. Se ampararon los historiadores, entre otros aspectos, en el mensaje radiado en el que intentó justificar la ira como fruto de un sentimiento popular y que no se decidiera a condenar públicamente las manifestaciones. Dado que falleció en Berlín en 1945 nadie se molestó en comprobar la veracidad de esta incriminación. En el Tribunal de Núremberg se intentó, desesperadamente, falsificando pruebas, algo que por otro lado era muy habitual allí, buscar la orden o documento por escrito que implicara a la cúpula del partido en la organización de los sucesos.

Pero esta sospecha de que el evento podía haberlo organizado Goebbels incluso planeó durante el Tercer Reich. Himmler, parece ser, se manifestó así en cierta ocasión pero sin estar demasiado seguro de su acusación y viene a demostrar la existencia de dudas que circularon entorno a este asunto de manera que ni siquiera el mismo responsable de la seguridad del Reich sabía quién era el instigador de la Kristallnacht.

Este es el punto verdaderamente interesante de este episodio pues nos podrá desvelar muchas incógnitas. Sabemos que no pudo ser Goebbels. La biografía de David Irving, Goebbels: Mastermind of the Third Reich, basada en el estudio de los diarios personales del ministro revelan que era absolutamente ajeno a cualquier preparación de esta jornada y que le irritó de sobremanera. No tenía ni autoridad ni lo había previsto, incluso era lo más contradictorio que podía proponer en ese momento, un mes y diez días después de los Acuerdos de Munich (29 de Septiembre de 1938) que trajeron la paz y la colaboración entre los imperios francés y británicos, Italia y Alemania. Como relata von Oven, ese año 1938 se caracterizó precisamente por una política deliberada de evitar alusiones antisemitas en los medios de comunicación, por tanto difícilmente podía interesarle a un estratega de la propaganda como era Goebbels un pogrom antijudío. Tampoco suelen los historiadores oficiales que han tratado la Kristallnacht reproducir la segunda parte del mensaje de Goebbels a la población alemana emitido la mañana del 10 de noviembre que dice, literalmente: "Toda la población es ahora inmediatamente llamada a desistir de cualquier manifestación y acción, de cualquier naturaleza, contra los judíos. La respuesta definitiva al asesinato del diplomático alemán en París se llevará a cabo mediante la Ley".

El texto es suficientemente claro para que no pueda dar lugar a confusiones.

Tampoco fue Hitler ni Himmler. Ambos se extrañaron que sucediera. Ningún otro jerarca del partido tenía autoridad ni se habría atrevido sin el consentimiento de Hitler o de Goebbels, que supervisaba todo lo que tenía que ver con la propaganda del régimen. Por otro lado, no es propio, sociológicamente, del pueblo alemán este tipo de acciones colectivas. No olvidemos que los pogroms se han dado sólo en países donde la gran masa social carecía de cultura. No era el caso de Alemania. Incluso pretender que fue una manifestación o reacción del antisemitismo popular alemán, como hace Goldhagen al señalar, erróneamente, que "alemanes corrientes, de manera espontánea, sin provocación ni estímulo, participaron en las brutalidades. Incluso los jóvenes y los niños intervinieron en los ataques, algunos de ellos, sin duda, con el consentimiento de sus padres", es desconocer el carácter alemán. El antisemitismo en Alemania jamás fue violento, en el sentido físico, aunque sí en el verbal y cualquier exceso era duramente reprimido por las autoridades nacionalsocialistas. Julius Streicher, el paradigma del antisemitismo alemán para los historiadores, fue incluso censurado y le fue retirada la autorización de hablar en público en 1940 al considerársele su tono no apropiado.

Pero entonces... ¿Quién organizó los disturbios callejeros? La versión de la espontaneidad, dada por Goebbels en su mensaje del día 10 de noviembre, no se sostiene como tampoco fue aceptable para ellos mismos. El ministro habló varias veces en privado de la existencia de agitadores profesionales tras los grupos de alborotadores. Quizá la respuesta, o al menos quiénes eran los beneficiarios de lo acontecido, la encontremos si nos retrotraemos a un suceso acaecido en 1936, dos años antes. Este es el hilo conductor que nos llevará a una plausible respuesta al dilema.

Verdaderos responsables

Ese año era asesinado Wilhelm Gustloff, un alemán residente en Suiza, que dirigía la sección helvética del NSDAP. Fue asesinado por un judío alemán que inmediatamente fue defendido también por el mismo abogado que defenderá a Grynscpan. En el juicio contra el asesino de Gustloff quedó probado que el asesino no había actuado solo sino en complicidad con una poderosa organización secreta. Todas las pistas se dirigían hacia la L.I.C.A. pero el asesino no confesó. En esa ocasión el gobierno alemán, molesto, no impuso medidas excepcionales contra los judíos alemanes. Cuando Grynscpan asesinó a von Rath se pretendía, sin lugar a dudas el mismo objetivo: provocar al gobierno alemán para atacar a los judíos y así justificar una campaña antialemana por parte de los sionistas. Pero esta vez la jugada estaba mejor preparada. Miembros de la Resistencia antinazi e, incluso judíos se puede presumir, habían organizado un plan para provocar un pogrom en Alemania coincidiendo con este asesinato. Para asegurarse que en esta ocasión iba a ser fácil disuadir a los SA, cuyo antisemitismo militante era conocido, se eligió la fecha del 9 de noviembre en que los máximos dirigentes nacionalsocialistas estarían en Múnich celebrando el aniversario.

La confusión y las ausencias en la cadena de mandos ayudaría a los provocadores que esperaban así una reacción internacional que pudiera ayudar a los judíos a agriar los Acuerdos de Paz de Munich de apenas hace un mes para contribuir a un cambio de régimen y retomar así el poder perdido en Alemania. Además, en caso de fracasar serviría de apoyo a los sionistas que así podrían presionar a Berlín para lograr un acuerdo ventajoso de emigración (y de deportación si hiciera falta) hacia Palestina de los judíos alemanes (lo que provocaría una reacción franco-británica que podría quizás desencadenar la guerra mundial). La doble jugada era evidente y ellos los principales beneficiarios de lo sucedido. Todo ello acorde con las usuales tácticas de los sionistas de la escuela de Jabotisnky, que no escatimaban en medios y para los cuáles incluso las vidas de sus compatriotas podían ser sacrificadas si era menester. Jabotisnky había sido, casualmente, compañero el presidente de la L.I.C.A. En Londres, el día 8 de Noviembre de 1938, un día después del asesinato del diplomático alemán von Rath, estaba planeada una decisión transcendental sobre la emigración judía a Palestina después de la Revuelta Àrabe del mismo año. Un efecto inmediato de la Noche de los cristales fue, precisamente, la consecución de un acuerdo entre los sionistas y las autoridades alemanas para facilitar la emigración judía. Este acuerdo existe y se reproduce en el trabajo de Weckert.

El terrorismo con la finalidad de acusar a inocentes, de transformar la víctima en verdugo, siempre ha existido. Especialmente reiterativa esta práctica cuando se estudia la política exterior judía. No han sido pocas las voces que han señalado una mano oculta tras numerosos atentados presuntamente antisemitas que podrían haberse fraguado en las dependencias de los servicios secretos de las embajadas israelíes.

La Kristallnacht es un ejemplo ilustrativo de cómo estos métodos existían incluso entonces, y como la mentira se transforma en verdad a fuerza de repetirse una y otra vez una versión preconcebida, sin detenerse a considerar la realidad de los hechos.

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