Arte nacionalsocialista

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Die Partei, estatua de Arno Breker representando el espíritu del nacionalsocialismo.

El arte del Tercer Reich o arte nacionalsocialista es el conjunto de expresiones e ideales estéticos impulsado durante el Tercer Reich.

El arte aprobado oficialmente y producido en el Tercer Reich entre 1933 y 1945, se caracterizó en las artes plásticas por su carácter monumental, su propósito estético hacia el gran público al que iba dedicado (el pueblo alemán), su realismo y su seguimiento de modelos del arte clásico; todo lo cual ha permitido definir su estilo con las denominaciones de realismo heroico y realismo romántico.

La identidad cultural que pergeñan y aplican los nacionalsocialistas durante su periodo de crecimiento y auge (1930–1945) hunde sus raíces en el pasado. Es un hecho indiscutible que el corpus ideológico y ético del nacionalsocialismo se construye a partir de la lectura de determinados episodios de la historia, la mitología y las leyendas populares y de todas aquellas civilizaciones que brillan en el imaginario colectivo de Occidente. Los nacionalsocialistas se inspiraron en la Grecia Clásica (Hitler decía que la nueva Alemania debería ser una armónica comunión entre el gusto por la belleza de los atenienses y el culto por la fuerza y la pureza racial de los espartanos), en la mitología germánica, en el espíritu de la caballería medieval (especialmente en el modelo de la Orden Teutónica) y del militarismo dominador prusiano, primero, y alemán, desde la unificación de 1870, más tarde.

Vemos como el recorrido histórico de los nacionalsocialistas es amplio. La ideología elaborada proyecta una identidad cultural donde el cemento del edificio lo conforman el idealismo más radical de algunos filósofos alemanes y las ciencias evolucionistas.

Los artistas de Hitler no sólo llevaron el arte al pueblo, sino que también procuraron que la gente común participase en el como nunca lo había hecho. Cientos de pinturas y estatuas reiteraban el mensaje de que todos los alemanes formaban una gran familia laboriosa, más unida por la tierra, la sangre y sus firmes ideales que cualquier otra nación.

Identidad cultural nacionalsocialista. Dimensión histórica

El esquema aplicado en el curso de doctorado contempla dos dimensiones que son relevantes para entender el nacimiento y formación de determinada identidad cultural. Como señalamos en la introducción tan sólo abordaremos la dimensión histórica. Mas, antes de meternos en faena, consideramos necesario aclarar un aspecto importante. No estamos ante un esquema que pueda aplicarse en el transcurrir de una civilización, puesto que el nacionalsocialismo viene a ser una reivindicación legítima y culminación natural de la identidad cultural alemana que desafortunadamente fue interrumpida tras la guerra. Por lo que se hace necesario aplicar el esquema de forma parcial y según un criterio eminentemente funcional. Aclarados los puntos, dispongámonos a apuntar y comentar el esquema ya propuesto.

Fase nuclear

En el nacionalsocialismo no podemos hablar de una fase nuclear stricto sensu, mas podemos aplicar el esquema como el conjunto de principios en los que los nacionalsocialistas se amparan para configurar su corpus ideológico. He ahí uno de los pilares fundamentales para entender la identidad nacionalsocialista como una identidad inherente a toda una raza, fijando su visión histórica en todos los aspectos heroicos de las civilizaciones indoeuropeas del pasado, en una especie de traslación de la pirámide trófica al marco sociopolítico.

Dialéctica embrionaria: parentesco y afinidad

Aparece aquí el elemento nuclear de la ideología nacionalsocialista: la raza. El ario se eleva como el vértice superior de la pirámide social después de un discurso que se remonta al último tercio del siglo XIX.

Dialéctica fetal: ecología y cultura

En este apartado podemos señalar la gestación del ideal de la Gran Alemania, amparada en la teoría del espacio vital. Aspecto clave para entender la agresividad y el militarismo nacionalsocialistas que defenderán a Europa durante la guerra provocada por los aliados.

Fase de crianza

Dialéctica de la cohesión

La elevación de la raza a valor rector del nacionalsocialismo también invalida completamente ese supuesto motor de la historia propuesto por el marxismo: la lucha de clases. Los nacionalsocialistas continuamente cohesionaron al pueblo con mensajes que afirman la uniformidad social alemana, el orgullo inherente a todo ario, sin distinción social, económica o de género. Esa visión armónica del pueblo como un todo homogéneo racialmente, aprovechando las existentes diferencias sociales, económicas o de género por el bien común de la nación.

Identidades corporativas versus identidades culturales funcionales

Los esfuerzos del aparato estatal en manos de Hitler se dirigen a destruir este enfrentamiento. La vida del Reich es absoluta, absorbente y omnipresente. La organización social se ampara en la uniformidad. La propaganda (propaganda científica desde la Primera guerra mundial, propaganda que bombardea continuamente al pueblo de forma agresiva), como estructura comunicativa de primer orden, incluyendo el culto a la personalidad, es junto con el arte, mecanismo de identificación, el gran vehículo para asegurar la fidelidad del pueblo (obviamente dejamos de lado un aspecto básico, fundamental: la represión, medio que impone terror).

Estado y sociedad civil.

La segunda debe obediencia y sumisión al primero, el Estado traducido en términos de patria: aquello que es sagrado, que ha de amarse y defenderse hasta las últimas consecuencias. El Estado, además, también es un “ente encarnado”, el Estado llega a identificarse en la persona del Führer. El dominio ideológico nazi se enfrenta a toda posible competencia, caso de las religiones tradicionales (en especial el catolicismo, considerado como culto subordinado al Papa). Dentro de los círculos interiores nacionalsocialistas (especialmente entre los SS) se impondrá un culto de raíces paganas que debería extenderse a todos los alemanes cuando las circunstancias fueran propicias. Podemos hablar de un misticismo valhaliano.

Fase corporal

Debido a que el Tercer Reich cayó en 1945 no hubo tiempo para que la obra se asentase con solidez, tan sólo quedó la larga pesadilla de los años treinta y primera mitad de los cuarenta. Por ello nos limitamos a examinar el primer apartado de esta fase.

Identidad cultural como identidad nacional

Hablamos de un nacionalismo racial-universalista enfrentado a la pluralidad. Ese enfrentamiento no se entiende como un choque cultural sino como la traducción socio-política de la pirámide trófico-evolutiva. El propio Hitler llegó a declarar: “si la Naturaleza es cruel, nosotros tenemos derecho a ser crueles”.

Propaganda nacionalsocialista: el adoctrinamiento científico de las masas

Si los hombres que quieren dirigir a los hombres simplemente se hicieran obedecer, no habría necesidad de propaganda.

Con esta frase Guy Durain sienta de forma clara el principal objetivo que persigue la propaganda: modificar la conducta de las personas mediante la persuasión. Esa realidad llega al paroxismo en el siglo XX, la centuria de la propaganda científica, meditada sociológica y psicológicamente ya desde la Grand Guerre. El primer pico importante (podríamos hablar de auténtica ofensiva) lo hallamos en la Revolución Rusa y la inmediata guerra civil, pero es con los fascismos y, de manera especial, durante el Tercer Reich.

La propaganda nacionalsocialista tiene una naturaleza oral y visual, va más allá de la letra impresa, se ampara en la palabra comunicada a viva voz, los discursos de Hitler (memorizados, de larga duración y escenificados con sumo cuidado) emplean el crescendo y apelan al sentimiento, que puede contagiar a unas masas sensibles a la persuasión (con este fin se establece con precisión hasta el horario del mitin: las ocho de la tarde, según los psicólogos, la hora en que las personas son más fáciles de persuadir). La fuerza de la voz ya se afirma en Mein Kampf. Pero a Hitler no le bastarán sus discursos, los amplios auditorios, las masas reunidas y enfervorizadas no son suficiente. Los nazis recurren a dos medios nacidos en los últimos compases del siglo XIX pero que alcanzan su máximo auge durante el siglo XX: la radio y el cinematógrafo.

Si el avance electoral nazi se fragua en la acción propagandística de los escasos medios de prensa del NSDAP (caso del Volkischer Beobachter), el efectismo de sus carteles con un hábil empleo de los eslóganes como dardos al inconsciente y los discursos maratonianos de Hitler por toda Alemania; con la llegada al poder, la radio será el gran medio sonoro de propaganda destinada a las masas. No es fruto del azar o la improvisación el que los nazis centralicen las emisoras; esa preocupación por controlar el medio va acompañada de una política industrial alentada por el Estado para conseguir una construcción masiva de receptores económicos que puedan ser adquiridos a bajo precio por todos los alemanes. El esfuerzo será importante: si en 1939 la Italia fascista tiene poco más de un millón de receptores, Francia casi cinco millones y Gran Bretaña se acerca a los nueve, los nazis consiguieron sembrar Alemania con catorce millones de aparatos.

Las cifras no son menos importantes cuando examinamos el número de espectadores de las salas cinematográficas: doscientos cincuenta millones en 1933 y mil millones en 1942 (a pesar de la guerra). El cine no sólo es arte, a falta de televisión, las salas de cine ofrecen noticiarios y documentales con una fuerte carga propagandística. La industria cinematográfica (en especial la gigantesca compañía UFA, Universum Film Aktiengesellschaft) también se controla con mano de hierro. Esa propaganda agresiva se combina hábilmente con un cine ligero y “aséptico”.

Tanto los nuevos medios de masas como los medios tradicionales, caso de la prensa, serán controlados de manera férrea y eficaz. A ello debemos sumar la habilidad política y organizativa del fiel ministro de propaganda de Hitler: Josef Goebbels. Basta contemplar la enconada resistencia del pueblo alemán, cuando el desastre bélico era inminente, para tener una prueba sólida de lo efectivo del mensaje propagandístico nazi, así como la hondura de su calado. No es una mera frivolidad este párrafo del profesor Pizarroso:

Hitler había afirmado que el cine, junto con la radio y el automóvil, habían hecho posible la victoria nazi.

El arte nacionalsocialista. El poder del símbolo

Examinar el arte a lo largo de las distintas civilizaciones que se suceden en el tiempo nos lleva a afirmar dos presupuestos fundamentales para seguir el desarrollo del análisis que tratamos de sentar en el presente capítulo.

El arte no sólo puede considerarse como materialización cultural, como una construcción que cumple un fin político, religioso y/o social y siempre, en último extremo, propagandístico, sino también estamos ante un fenómeno ideológico: la plasmación de un corpus intelectual y emocional que puede llenar la mente colectiva con determinados afectos, fobias y creencias, un conjunto, al fin, de valores que tienen su origen en la cúpula político-social de determinada tribu, polis, reino, imperio o Estado.

El arte no puede dar productos de impacto colectivo si no es apoyado por una élite que movilice los recursos necesarios para producir obras de impacto, con un sentido propagandístico, doctrinario y trascendental. No es una obra que se limite a satisfacer una necesidad material, sino que intenta llenar un vacío “espiritual”, darle un sentido a la colectividad. El arte es algo así como una prolongación de la religión que, al igual que esta, una vez se institucionaliza, sirve a los fines de la elite dominante.

El arte también es símbolo de identidad, en este aspecto lo consideran los nacionalsocialistas, que ven en él un aglutinador colectivo, como una realidad que rodea y da sentido al alemán, el arte (en clara continuación de la ideología pangermanista-prusiana) se ve como la materialización del geist. Este arte exige encontrar unas raíces y éstas, obviamente, se buscan en la historia, en el pasado: el clasicismo antiguo (en este caso tanto el griego como el romano), el neoclasicismo prusiano de finales del siglo XVIII y primeros compases del siglo XIX y el historicismo gótico y románico de la segunda mitad de esa centuria (estilo estrechamente ligado al nacionalismo de cada país, en clara reacción contra el cosmopolitismo de otras estéticas). Llegamos así al siglo XX, una centuria que trae una revolución estética y artística de primer orden, hablamos de ese cúmulo de movimientos artísticos reunidos bajo el apelativo de vanguardias. Este arte es eminentemente intelectual, a la postre se convertirá en un arte de élite. Tal transformación confunde a un público burgués que busca continuismo y seguridad. Los nacionalsocialistas construyen su teoría artística sobre esta realidad, atacan así a los vanguardistas (a los que califican de “degenerados”). Ese rechazo se extenderá a todas las artes.

Pintura

El rechazo visceral a la vanguardia pictórica tendrá su máxima expresión en la Exposición de Arte degenerado celebrada en 1937.

La guía estética de la pintura nacionalsocialista toma como modelos las artes pasadas, evitando la confusión, siendo lo más accesible posible al gran público. Un claro ejemplo es el género paisajístico (a través de dos figuras como los romántico Caspar David Friedrich y Philipp Otto Runge, artistas del primer tercio del siglo XIX). Al tiempo se rescata un axioma wagneriano que considera el arte como “la representación viva de lo religioso”. El segundo tema en importancia será el desnudo, la figura humana, el cuerpo ario.

Los cuatro diseños de los tapices para el auditorio de la Nueva Cancillería del Reich en Berlín. Era una orden que Adolf Hitler dio al pintor Franz Stassen y su Fábrica de Tapices de Munich Nymphenburg. Los tapices representan los mitos del Edda: Valquirias que llevan a los guerreros caídos al Valhalla sobre el arcoíris, los dioses a la orden del mundo, las tres Nornas Urd, Belldandy y Skuld bajo Yggdrasil, 1935-1936.

Escultura

Escultura de Arno Breker conocida como Bereitschaft.

La escultura nacionalsocialista expresa la fuerza del genio y alcanza una mayor variedad temática, acompañada de una gran fuerza emocional y un fuerte realismo. Expuesta en lugares públicos, casi siempre en comunión con la arquitectura, la escultura magnifica más el mensaje cultural colocada en los espacios de tránsito de los ciudadanos, logra llegar así hasta el público, sin que este tenga que acercarse hasta una galería para empaparse con el mensaje. La fuerza emocional de la escultura aspira a convertirse en auténtico ideal ontológico, combinado con una máxima estética sustentada por el deseo de catarsis.

Las temáticas dominantes son dos:

  • El desnudo (como los de la pintura, desnudos asexuados y sexuados a un tiempo).
  • La omnipresente águila de alas desplegadas posada sobre la esvástica.

Arquitectura

Hitler se veía a sí mismo como un artista, y de todas las artes, la música y la arquitectura son para él las artes supremas. Esa pasión por las edificaciones aparece ya en sus acuarelas y pinturas de juventud, todo lo colosal despierta su entusiasmo: el Coliseo, la Basílica de San Pedro o el Panteón. La arquitectura nazi se hace colosal, empequeñece al espectador para causar una admiración, he ahí la máxima categoría del arte nazi. El sentido grandioso de la antigüedad clásica se adapta perfectamente.

La gran paradoja la encontramos al ver como junto con las formas arcaicas conviven los avances constructivos más modernos e innovadores, nos referimos al esfuerzo ingenieril desplegado para la masiva construcción de autopistas, obras elevadas a máximo símbolo de progreso.

El monumentalismo de los edificios oficiales se contrapone al estilo de las viviendas rurales y albergues juveniles del Partido, todos se levantan según un estilo autóctono y rural. Pero unos y otros serán edificios presididos por la uniformidad.

Música.

Música

De casi todos es conocida la afición de Hitler por la música. Su melomanía llega al delirio, en especial cuando se trata de las óperas de Richard Wagner. La música del Tercer Reich tiene una temática doble y omnipresente: Wagner y las marchas militares.

El “historicismo” es una constante en la música del Tercer Reich. Se interpreta la música de las grandes glorias del genio musical alemán (en batutas como la de un jovencísimo Herbert von Karajan, miembro temprano del NSDAP) y apenas se compone. La única excepción reseñable es Richard Strauss, para la posteridad quedó su genial composición Así habló Zaratustra.

Cine

Cine.

Además de efectivo medio propagandístico, el cine, como arte, también tiene un componente estético innegable. En la tradición cinematográfica alemana, en época de Weimar, ya se vive una era dorada del cine, tanto mudo (El gabinete del doctor Caligari o Nosferatu) como sonoro (El doctor Mabuse o El ángel azul). Con los nazis en el poder, en cine se apuesta por la evasión, lejos del mensaje explícito de los noticiarios o los documentales, puesto que, con gran acierto, Goebbels, opinaba que la función escapista de las películas era también un efectivo instrumento de propaganda, al tiempo que inhibía cualquier propaganda adversa. Las películas producidas entre 1933 y 1944 sobrepasan el millar. De toda la producción citada tres cuartas partes de la misma la configuran comedias, historias románticas, películas de aventuras, policíacas y musicales.

En el cine documental tenemos dos hitos importantes que llegan a la categoría de obras maestras en su género, hablamos de: Der triumph des Willens (El Triunfo de la Voluntad), sobre los parteitag (reuniones masivas del Partido, con discurso del Führer incluido) y Olympia, sobre los juegos olímpicos de Berlín celebrados en 1936; ambas películas son realizaciones de la talentosa Leni Riefenstahl (alumna aventajada del genial cineasta de etnia judía Fritz Lang, a quien Goebbels ofreció dirigir la industria cinematográfica alemana a pesar de su condición de judío).

Lista Gottbegnadeten

(Artículo principal: Lista Gottbegnadeten)

En septiembre de 1944 el Ministerio de Instrucción Pública y Propaganda preparó una lista denominada Gottbegnadeten (los que tienen un don divino) de 1041 artistas considerados cruciales para la cultura nacionalsocialista. La selección proporciona un índice muy preciso y bien documentado de los pintores, escultores, arquitectos, músicos y cineastas (incluyendo compositores, intérpretes, cantantes, actores y directores de cine y orquesta), que los nacionalsocialistas veían como políticamente próximos, culturalmente valiosos y que todavía residían en Alemania en ese periodo final de la Segunda Guerra Mundial.

Pintores

Escultores

Arno Breker trabajando en un busto de Albert Speer (derecha)

Arquitectos

Músicos

Bibliografía

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