El enigma hitleriano

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por Alain de Benoist

En 1933, el escritor francés François Le Grix comentó, después de ver a Hitler hablar en Berlín: "No entiendo qué ven en este hombre muchas personas, comenzando por ciertas señoras de nuestro país". En 1937, Alfonse de Châteaubriant observó minuciosamente a Hitler: "Sus ojos tienen el azul profundo de las aguas de su lago de Königsee. Su cuerpo vibra; el movimiento de su cabeza es juvenil, su nuca es cálida. Su espalda ha sido moldeada por las pasiones de la política, como el tubo de un órgano. Una de sus características es una inmensa bondad. Sí, Hitler es un hombre bueno, inmensamente bueno" (En "El ramo de espigas"). El mismo año, el novelista Maurice Bedel escribía: "No sé si sería agradable ser ciudadano de un Estado totalitario. Creo que yo mismo no podría soportarlo. Pero también creo que existe más alegría en la Alemania encantada que en la Francia libre". (En "Monsieur Hitler").

Nietzsche fue el primero en afirmar que "La historia la escriben siempre los vencedores".

El justo medio

Después de 1945, las requisitorias han sucedido a las apologías. Hitler ha devenido, según los autores, en "un antiguo pintor fracasado", una bestia política estúpida y malvada, un gran delirante, un loco, un impotente, un sádico, el "arquetipo de la personalidad autoritaria", la encarnación del mal, un gángster de altos vuelos, una marioneta manipulada por los industriales, etc., etc., etc.

Las tesis en presencia se reducen esencialmente a dos categorías. Las unas explican el personaje "desde el exterior": Hitler sería el fruto de sus circunstancias, hijo, de alguna forma, del azar y la necesidad. Las otras lo explican desde el interior: Hitler sería un loco, un criminal, etc. De un lado el análisis social: consecuencia lógica de un proceso. Del otro, la biografía intimista: una catástrofe imprevisible.

Joachim Fest ve en todas estas teorías diferentes modos de esquivar el problema.

Efectivamente, siempre hay una cuestión que ejerce de obstáculo: Si Hitler fue todo lo que de él se ha dicho, ¿cómo es posible que el pueblo alemán se dejase seducir por tal personaje? ¿Cómo pudo alcanzar el poder esa bestia rodeada de sádicos e imbéciles y conservarlo, con la práctica unanimidad de toda una nación, hasta el fuego y la muerte del "crepúsculo de los dioses"? ¿Por qué secreta perversidad los hombres, hoy en día liberados de la dictadura y de la barbarie, parecen de cuando en cuando una indecible y peligrosa nostalgia hitleriana?

En 1965, Joachim Fest había publicado una serie de retratos de los principales dignatarios del régimen nacionalsocialista: Los señores del Tercer Reich. Colaborador del semanario Der Spiegel (800.000 ejemplares de tirada) a partir de 1968, más tarde director del "Frankfurter Allgemeine Zeitung", buen discípulo de Max Weber, siempre ha huido de las respuestas simplistas y de las fórmulas maniqueas. Es un buscador del justo medio. Con esa intención publicó su voluminoso ensayo sobre Hitler: dos veces el tamaño de Mein Kampf.

La obra, que fue objeto de una intensa campaña publicitaria (300.000 ejemplares vendidos en Alemania, traducciones en 14 idiomas), quiso ser un ensayo sobre la grandeza -sobre la idea de grandeza y sobre aquello de "terrible" que existe en tal idea.

La historia permite a los pueblos ponerse en forma. Hitler, Stalin, Charles de Gaulle, Roosevelt, Mao Tse Tung fueron los artistas de su tiempo, pero también el producto de ese mismo tiempo. "La ascensión de Hitler -escribe Joachim Fest- solamente fue posible gracias a la coincidencia única de condiciones individuales y generales, gracias a una correspondencia, difícil de descifrar, entre el hombre y su época".

No hay duda de que Hitler fue la conjunción de las angustias de su tiempo. Pero tampoco hay duda posible de que existe en el alma alemana un sentimiento que Hitler había abrazado y puesto en forma, hoy soterrado, pero que mañana o dentro de un milenio puede volver a reanimarse. "La facilidad con que Hitler ha pasado de la existencia al imaginario es propiamente alemana".

De esta actitud del espíritu, Fest dice que consiste en depurar lo real en nombre de "conceptos revolucionarios idealizados". Precisa: "Debe al espíritu alemán lo que él ha sido. Pero todos los caminos de este espíritu no conducen, como muchos piensan, a Auschwitz".

Crítica de derecha

Identificar el nacionalismo alemán con el nacionalsocialismo sería, en efecto, un error. En su famoso libro sobre la revolución conservadora (Die konservative Revolution in Deutschland, 1918-32, 1974), Armin Mohler señala, al contrario, la oposición al hitlerismo resueltamente manifestada por un considerable número de representantes de esta nebulosa de movimientos políticos, corrientes espirituales y escuelas de pensamiento que fue el Movimiento Alemán (el deutsche Bewegung) -oposición que muchos pagaron con su vida. Dominique Venner subraya: "Mientras que la izquierda no tardó en rendirse, la derecha se convirtió en el adversario irreductible de los fascismos triunfantes. En 1943, fue la derecha italiana y no la izquierda la que derrocó a Mussolini. Bajo el Tercer Reich, las únicas conjuras peligrosas para Hitler vinieron de la derecha alemana, de Wilhelm Canaris y Claus von Stauffenberg".

Publicado en julio de 1933, tres años antes de la muerte de su autor, el libro de Oswald Spengler "Años decisivos" es, a este respecto, revelador. Anton Mirko Koktanek ha visto en él "el único manifiesto de la resistencia interior conservadora aparecido durante el Tercer Reich" (Oswald Spengler in seiner Zeit, 1968). Gilbert Merlio llegará a decir que "en Alemania, "Años decisivos" debe su fama a la crítica de derecha del nacionalsocialismo que en la obra se encuentra formalizada y desarrollada". ("Oswald Spengler y el nacionalsocialismo", 1976).

En 1930, Alfred Rosenberg había atacado a Spengler en su obra más conocida, El Mito del Siglo XX. Por lo demás, los nacionalsocialistas dieron a Spengler el título de Untergangsmelodramatiker.

Para Oswald Spengler, tal como ya había dicho en "La decadencia de Occidente"', no es la 'raza la que crea a la nación, sino que, al contrario, son la historia, la cultura y las ideas-fuerza (por ejemplo, la idea prusiana) los que forjan la raza (por ejemplo, el tipo prusiano). Es el alma (la energía espiritual) la que modela lo físico -haciéndose uno con él. El hombre se construye desde el interior, y solamente a partir de lo anterior. Existe una raza, esta raza es patrimonio del hombre, pero el hombre no le pertenece. Por lo demás, esta es también la idea de la raza propiamente fascista, en contraposición al nacionalsocialismo.

En 1932, el mismo año en que el NSDAP se convirtió en la fuerza preponderante en Alemania, Spengler, en la introducción a sus Politische Schriften, declara que la revolución nacional tiene necesidad "no de jefes de partido, sino de hombres de Estado". Y precisa: "Hasta el momento, no los veo por parte alguna". En el nacionalsocialismo, Spengler discierne una variante de la "revolución por lo bajo" (Revolution von unten) cuyo triunfo sería una nueva nivelación. El nacionalsocialismo es para él un ejemplo más de la "moral del rebaño". "En este sentido, el nacionalsocialismo le parece demasiado humanitarista, socialista, y poseer los mismos rasgos democráticos que él combate y denuncia sus peligros", escribe Merlio (op. cit.). De hecho, Spengler invita a Hitler a liberarse de la "ganga hiperdemocrática" que envuelve a su movimiento. Al jefe plebiscitario (y plebiscitado), opone el verdadero representante del ascetismo prusiano, el Herrmenschen, el jefe carismático que no recibe su poder de la masa, sino de la trascendencia del principio de autoridad.

Observa Raymond Cartier: "La explicación marxista, que hace de Hitler un instrumento inventado, financiado e impuesto por los poderes capitalistas, verdaderos señores del mundo no resiste el conocimiento de los hechos. Si Hitler fue un instrumento (todo personaje histórico lo es de un modo u otro), lo fue de las masas alemanas" ("Le Crapouillot" nº 31, julio 1974).

A lo largo de los dos volúmenes en que se divide su obra, Joachim Fest cita abundantemente al arquitecto y antiguo ministro Albert Speer, cuyas memorias, aparecidas en 1971 ("En el corazón del III Reich"'), provocaron en su día cierto ruido. ¿No se rumoreó acaso aquí, en 'Francia, que Joachim Fest no era extraño a la redacción de los recuerdos de Speer (ese mismo año Albert Speer hizo campaña en favor de Willy Brant, quien le devolvió todos los bienes que le habían sido confiscados).

Según Speer, Hitler no solamente tenía "ideas fijas", también sabía cómo las habría de realizar. A este respecto, comenta Fest, representó "un caso excepcional del intelectual ante una comprensión práctica del poder". La fórmula ha sobresaltado a más de uno. Hitler, explica Joachim Fest, "escapa al principio experimental según el cual todas las revoluciones terminan devorando a sus hijos. Ése fue en efecto el destino de Rousseau, de Mirabeau, de Robespierre y de Napoleón Bonaparte, como el de Karl Marx, Lenin, Trotsky y Stalin. Ello prueba que comprendía perfectamente las fuerzas que había desencadenado".

"Evidencia desagradable" -precisó Fest en el curso de una entrevista. Pero ya es tiempo de mostrar el fenómeno hitleriano tal y como realmente fue, y de terminar con los travestis. Hitler no fue "El dictador" de Chaplin, sino su exacto contrario.

Decía Jacob Burckhardt: "La grandeza es una necesidad de épocas terribles". Joachim Fest, que se afirma demócrata-cristiano, no está lejos de pensar que todo "gran hombre" participa de algún modo del Mal -que existe el Mal en toda grandeza.

"Pienso que los grandes hombres ejercen una gran influencia -declara Fest-, pero que su grandeza se mide según el grado de independencia que conservan frente a las circunstancias, pues ahí donde disminuye el "radio de acción" del que disponen. En este sentido, Hitler fue el último hombre que intentó hacer la historia".

En 1970, Rudolf Augstein escribía en "Der Spiegel": "Hoy en día, el individuo en la cumbre no tiene margen de decisión. Modera las decisiones cuanto más asciende. Se trabaja sobre planes concebidos a largo tiempo. Y tenemos derecho a pensar que Hitler fue el último representante de la gran política clásica".

"El fenómeno del gran hombre -continúa Fest-, es ante todo de orden estético: es extremadamente raro que interese al orden moral". Esta afirmación va lejos e implica más de lo que parece. Ciertamente, el carácter "metamoral" de toda acción histórica excepcional parece evidente. Pero está excepcionalmente marcado en el caso del nacionalsocialismo, en razón de la importancia (que desde siempre llamó la atención del observador) dada en este sistema al estilo y al espectáculo -en razón también de la personalidad de su jefe.

Capaz de armonizar nociones perfectamente inconciliables

En otro libro consagrado al fundador del nacionalsocialismo ("Nombre: Adolf. Apellido: Hitler"), el historiador alemán Werner Maser escribe: "Hitler consideraba sus funciones de Führer y canciller del Reich, la política y el poder político, como simples medios para realizar sus ideas artísticas". "Antes de ser orador, soldado o jefe de partido, Hitler fue (o quiso ser) ante todo un artista. Los valores que gobiernan su visión del mundo eran valores "estéticos". El objetivo supremo de la acción política no era para él la realización del bien común, sino una empresa "total" en donde la idea de la belleza sería el reflejo del más feroz deseo de grandeza".

En este sentido, afirma Fest, Hitler fue "un personaje inhumano, capaz de armonizar, sin la menor traza de conflicto moral, nociones perfectamente irreconciliables".

¿No decía haber emprendido la tarea, según su amigo de infancia August Kubizek, de "invertir tranquilamente los milenios"? Entre 1909 y 1910, época durante la cual habitó en Viena, "ciudad fenicia" (de "felices mortales"), tal como dice en Mein Kampf, Hitler vivió de la venta de sus pinturas y diseños. Los pocos cuadros que han sobrevivido, dice Maser, "son muestra de un talento excepcional". Más tarde, pintaría sus acuarelas sobre el frente.

Sus pintores alemanes preferidos fueron Carl Spitzweg (1808-1885) y Eduard Grützner (1846-1925). Pero, ante todo, amaba la estatuaria grecorromana. Una vez alcanzada la cima del poder, la pintura, la escultura, la arquitectura y la música continuaron apasionándole más allá de toda expresión. Había declarado en febrero de 1942: "La política no es para mí más que un simple medio. Hay quien dice que me daría mucha pena abandonar un día la vida activa que llevo. ¡Se equivocan! Las guerras vienen y desaparecen. Lo que queda, son exclusivamente los valores culturales."

El antiguo acuarelista de Viena, que conocía de memoria todos los versos y todas las notas de la obra completa de Richard Wagner y era capaz de recitar páginas y páginas enteras de Arthur Schopenhauer, ponía tanta o más pasión en la arquitectura y en la escultura como en las operaciones militares o en la conducción del Estado. En una ocasión, cuando un subordinado discutía sobre el precio de una escultura que había ordenado realizar, le contestó secamente: "¡Nada es demasiado para un artista!".

"Por momentos -escribe Werner Maser-, podría creerse que Hitler eligió la vida política con el único fin de realizar sus gigantescos y desmesurados proyectos arquitectónicos". Los arquitectos Paul Troots, Paul Giesler y Albert Speer, asombrados por sus conocimientos en la materia, discutían horas y horas con él como con un colega.

El embajador francés André-François Poncet dejó escrito que, bajo ciertos ángulos, Adolf Hitler le recordaba a Luis II de Baviera.

Libros, nada más que libros

"Muy útil me resulta hoy el capricho del destino al disponer que Braunau am Inn fuese el lugar de mi nacimiento. Esta pequeña localidad se encuentra en la frontera de los dos estados alemanes cuya reunificación constituye una empresa que nosotros, los que pertenecemos a una nueva generación, miramos como digna de llevar a cabo consagrándole todos los recursos que estén a nuestro alcance".

Estas son las primeras líneas de Mein Kampf. Hitler creía en el destino (Vorsehung), la providencia de los antiguos que obliga a cumplir los destinos humanos.

Hitler concebía la historia como "el resumen de la lucha de todos contra todos".

De hecho, su "imagen del mundo" ya estaba fijada desde 1918. Es la consecuencia de una serie de reflexiones en donde Maser descubre las influencias de Platón, Hegel, Schopenhauer, Schiller, Stewart Chamberlain, Leopold von Ranke, Treitschke, Goethe, Dietrich Eckart, Ibsen y Zola. "Schopenhauer -precisa- es el autor al cual Hitler se refiere con mayor frecuencia. Le recomienda como estilista y puede citar páginas enteras suyas".

Su doctrina histórica se resiente de la lectura de Malthus, Darwin, Carlyle, Ploetz y Edward Gibbon, todos (a excepción de Gibbon) hombres del siglo XIX, al que consideraba la era de "los héroes del espíritu".

Sus concepciones militares provienen en gran parte de un estudio intensivo de Clausewitz. El 8 de noviembre de 1934, lanza a sus contradictores del estado mayor, reunidos en Munich: "¡Ustedes no han leído a Clausewitz, y si lo han hecho, no sabrían aplicar su doctrina en el presente!".

Las lecturas de los dominios más diversos, auxiliadas por una memoria fuera de lo común, explican los conocimientos de los que todos los interlocutores del Führer fueron testigos.

Su amigo de infancia, August Kubizek, recuerda: "No puedo imaginarme a Adolf sin libros. En su casa los había por todas partes. Cuando un libro le preocupaba, tenía necesidad de llevarlo siempre en la mano. Así era la vida de mi amigo: libros, nada más que libros" ("Mi amigo Adolf Hitler", 1956).

"Hitler -precisa Werner Maser- nunca estudió sine ira et odio. Sus lecturas se aceptaban o se rechazaban. Leía exactamente aquello de lo que tenía necesidad para afirmar sus conceptos".

Entre los hombres que ejercieron una cierta influencia sobre Hitler, el escritor y publicista Dietrich Eckart (1868-1923) ocupa un lugar destacado. En las últimas líneas de Mein Kampf, Hitler dice que fue "el hombre que consagró su vida a despertar a su pueblo, nuestro pueblo, primero por la poesía y por el pensamiento, y finalmente por la acción".

Ilustradas por una inmensidad de referencias, de gráficos y de mapas, las obras de Fest y de Maser permiten, sin apelar, hacerse una idea muy precisa de la vida de Hitler. Pero no ilustran nada del "enigma" de su personalidad. A pesar de más de un millar de páginas, el lector tiene la impresión de quedarse con hambre. Y paradójicamente, la vacuidad del conjunto resulta del lujo de detalles. Toda esta documentación no delimita un personaje. Pone en escena un maniquí bien dispuesto, un artificio que no provoca ilusión.

Hitler no aparece aquí, a pesar de hablar constantemente de él. Y es que podemos aprender muchas cosas sobre Hitler, pero poco sabemos al final sobre quién fue.

Dilema insostenible

El Führer del Tercer Reich puede ser el hombre sobre el que más se ha escrito nunca. Miles y miles de libros se han consagrado a su figura durante más de medio siglo. Y la luz nunca se ha encendido. Se conocen todas sus anécdotas.

Se han examinado con lupa miles de documentos, cartas y discursos. No falta ningún detalle. Y sin embargo, reuniéndolo todo, es una figura artificial la que resulta. Hitler es una figura que guarda su secreto, a la que nadie ha comprendido. Se tiene la impresión de que contra más luz se proyecta más se extiende la zona de sombras. ¿Es así porque la historia no es sino un imprevisto? ¿Es porque las "ciencias humanas" son incapaces de restituir en su ser un personaje fuera de lo común? ¿O existe otra razón? ¿Las tentativas de los historiadores demuestran la superioridad de la intuición sobre la deducción, del método sintético, vivo y comprensivo, sobre el método analítico, que acumula y clasifica hechos sin poderlos animar jamás?

Joseph Goebbels dijo un día a su ayudante de campo, el príncipe de Schaumburg-Lippe, poco antes de éste ser arrestado por los norteamericanos: "He trabajado con Hitler durante años, trato con él a diario y, sin embargo, existen momentos en los que se me escapa completamente. No hay nadie que pueda vanagloriarse de conocerlo completamente. En el mundo de la fatalidad absoluta en el que él se mueve, no hay nada que carezca de sentido, ni el bien ni el mal, ni el tiempo ni el espacio, y lo que los hombres llaman suceso no puede servir de criterio. Usted me tomará por loco, pero escuche lo que voy a decirle: es probable que Hitler sucumba en una catástrofe, pero sus ideas, transformadas, resurgirán con una nueva fuerza. Hitler tiene enemigos en el mundo que presienten su formato. Pero dudo que, fuera de mí, tenga un solo amigo que le conozca. Incluso yo ignoro quién es o qué es. ¿Es realmente un hombre? No podría jurarlo".

A Hermann Rauschning, antiguo jefe del gobierno nacionalsocialista de Dantzig, Hitler había declarado: "Quien no vea en el nacionalsocialismo más que un movimiento político, no conoce en nada el nacionalsocialismo. Nuestro movimiento es aun más que una religión: es la voluntad de operar una nueva creación".

Y había precisado: "La inmensa significación de nuestro largo y duro combate por el poder, es que permitirá la eclosión de una nueva generación de señores, llamados a tomar en sus manos no solamente el destino del pueblo alemán, sino también del mundo entero".

¿Cómo, pues, explicar a Hitler si no se es uno mismo hitleriano? Para explicar es necesario comprender, es decir entrar en su sistema, en su visión del mundo. ¿Y cómo entrar verdaderamente si no se sabe cómo? Dilema aparentemente insostenible, cuyas consecuencias son graves. Porque queriendo acercar el sujeto a la luz, no se consigue sino reforzar las tinieblas y crear una leyenda.

Por lo demás, está claro que no se puede hablar históricamente de un fenómeno sino cuando ese fenómeno pertenece ya a la historia -es decir, cuando no remite a pasiones inmediatas (aunque la crítica siempre tenga tendencia, a priori, a ver en el historiador a un partisano). Ahora bien, en el caso del nacionalsocialismo, los adversarios y los partidarios del nacionalsocialismo todavía se encuentran coaligados para impedir que el fenómeno sea proyectado en la historia; es decir, en un anterior del que sea posible hablar objetivamente.

Desde tal perspectiva, todo libro publicado actualmente sobre Hitler no puede sino contribuir a reforzar el "mito hitleriano". Mejor aun: toda crítica, por violenta que sea, implica una actualización de este sistema -implica hacer del pasado un eterno pressente. "En diez o cien páginas -ha dicho el escritor Golo Mann- es posible demostrar que Hitler ha sido el más repugnante y el más penoso canalla de la historia europea. Pero cuando uno examina al sujeto durante más de mil páginas, como hace Fest, estudiando sus móviles y su psiquismo, uno, pronto, tiene a intentar comprenderlo. Y de ahí a excusarlo, y después a admirarlo, solamente hay un paso".

Es decir: se presentan las apreciaciones más contradictorias.

La acción en el dominio militar

Para el historiador italiano Renzo de Felice ("Entrevista sobre el fascismo", 1975), el nacionalsocialismo es el tipo mismo de un resurgimiento arcaico y el fascismo, por el contrario, debe ser considerado un fenómeno "progresista", vinculado al espíritu de la izquierda nacional.

Pero, para Robert Aron, "El hitlerismo, podemos afirmar sin equivocarnos, es el logro último de los tiempos modernos. No fue, como pretendía Hitler, una reacción contra el racionalismo, sino su perversión. Es la conclusión demente de la gran epopeya humana de la cruzada técnica, predicada en el siglo XVII por Descartes y más tarde por todos sus sucesores. Cruzada de esfuerzo y de fe, de inteligencia y de coraje, que produjo conquistas gloriosas, blitzkrieg sensacional contra la rutina y la ignorancia que transformó el aspecto del mundo." ("Retorno a lo eterno", 1946).

Sobre el plano militar, Hitler, como Napoleón Bonaparte, hubo de enfrentarse contra la alianza de tres factores: la resistencia de los adversarios ocupados, la potencia anglosajona y la estepa rusa. Si hay que creer a Gert Buchheit (Hitler, el estratega, 1961), la gran debilidad de Hitler, en el dominio militar, fue, de una parte, la de ser fiel a su propia intuición (concebida como la fe que tenía en su propia misión), y, por la otra, el rechazar en todo momento una guerra defensiva de tipo elástico, que habría implicado el abandono voluntario -pero temporal- de territorios (estrategia que le enfrentaba violentamente a los jefes de la Wehrmacht).

En el prólogo que redactó para la recopilación de las conferencias de Hitler en su cuartel general, entre 1942 y 1945 (Hitler habla a sus generales, 1964), Jacques Benoist-Michel, autor de una Historia del ejército alemán en seis volúmenes, expresa una opinión completamente opuesta. Benoist-Michel cita a Helmut Heiber, según el cual "No es cierto que las concepciones siempre justas y siempre elaboradas por el estado mayor fueran siempre reducidas a la nada por la ignorancia estúpida de un diletante que no sabía sino proyectar absurdos y exigir lo irrazonable". Y precisa: "Cuando el Führer del Tercer Reich da a sus divisiones la orden de invadir Rusia, no es porque desconociera los riesgos que comportan una guerra abierta a la vez en dos frentes, sino, al contrario, para evitarlos".

Opinión corroborada por el vencedor de Stalingrado, el mariscal Andrei Ivanovich Eremenko, y por el general en jefe del ejército soviético, el mariscal Zukov, quien, en sus memorias, asegura que Hitler tenía razón al obstinarse con Stalingrado en 1942, y que si los alemanes hubieran insistido en su plan inicial (el ataque concentrado hacia el Norte), los hechos abrían jugado en su favor. A su vez, Raymond Cartier declara: "Mi conclusión personal, fundada, creo poder decir, sobre un atento estudio, es que Hitler fue un gran capitán y que las inmensas victorias alemanas de la primera parte de la guerra, incluyendo la extraordinaria maniobra de Sedán, deben ser inscritas sin reservas a su crédito" (op. cit.). El 23 de febrero de 1945, Joseph Goebbels escribía en el semanario Das Reich: "Si el pueblo alemán depone las armas, los soviéticos ocuparán toda la Europa del Este y del Sudeste, así como la mayor parte del Reich. Entonces, sobre todos estos territorios que, junto a la Unión Soviética, formarán una inmensa extensión, se levantará un verdadero telón de acero (ein eserner Vorhang) que partirá en dos a Europa".

En sus últimas declaraciones, recopiladas por Martin Bormann y publicadas en 1959 ("El testamento político de Hitler"), Hitler hizo un balance de su acción que, según el historiador H.R. Trevor-Roper, aclara retrospectivamente muchas de sus intenciones.

Japoneses e italianos

Hitler afirma que la guerra que la guerra le fue "impuesta" y que él intentó retrasarla cuanto le fue posible. Demasiado pronto, tal vez con unos 20 años de adelanto, el tiempo necesario para la maduración de una generación de oficiales y diplomáticos formados en su escuela. Demasiado tarde, porque los adversarios del Reich habían tenido tiempo suficiente desde los acuerdos de Munich para "armarse superiormente". La guerra, según él, debería haber comenzado en septiembre de 1938.

Afirma que declaró la guerra a la Unión Soviética con unas pocas semanas de antelación del ataque previsto por Stalin contra Alemania (opinión corroborada por todos los estudios polemológicos y toda la recopilación del inmenso material diplomático del momento), después de forzar a Inglaterra a reconocer la preponderancia alemana sobre el continente europeo. Piensa que los ingleses habrían aceptado firmar una "paz blanca" con el Reich de haber estado convencidos que no existía en el continente ninguna gran potencia capaz de impedirle realizar su política. "Mi decisión de determinar la suerte de Rusia -dice- fue tomada en el instante en que estuve convencido de que Inglaterra no estaba dispuesta a fomentar ninguna iniciativa de paz" (26 de febrero de 1945). Para alcanzar este objetivo era necesario dar un paso adelante: "La idea de una guerra defensiva contra los rusos era insostenible".

Hitler tenía una gran estima por los japoneses. Afirma que la Alemania futura deberá reclutar a sus amigos entre los japoneses y los árabes. En revancha, declara haberse sentido muy defraudado con su pasada anglofilia y sus "ilusiones" sobre los pueblos latinos. De los ingleses, dice que han subestimado el poder que a "dominación judía" ejerce sobre ellos. Declara: "Podemos profetizar que, al término de esta guerra, llegará el fin del Imperio británico. Ya está herido de muerte. El futuro del pueblo inglés es morir de hambre y tuberculosis en su isla maldita". Cree que Italia ha estorbado a Alemania desde el principio, y que mejor hubiera valido que hubiese permanecido al margen del conflicto mundial. Precisa que la guerra contra la URSS había sido prevista para comenzar en la primavera de 1941, a fin de estar terminada en el otoño, y que fue la intervención del ejército italiano en Grecia (intervención de la que Alemania no había sido informada) la que obligó a retrasar la invasión de Rusia. La aventura griega de Mussolini fue un desastre. Terminó obligando a entrar a Yugoslavia en el conflicto, instaurando un estado de guerra en todos los Balcanes que los alemanes habían intentado precisamente evitar.

Los británicos enviaron una expedición a Grecia, y Hitler tuvo que acudir al socorro de su aliado. Como consecuencia, ya fue imposible realizar contra Stalin la Blitzkrieg que había imaginado. El ejército alemán se encontró prisionero del terrible invierno ruso, lo que supuso el principio del fin. Toda la guerra se habría decidido en el curso de unas pocas semanas.

Hitler también reprocha a los italianos haber utilizado la carta de la descolonización en el Mediterráneo y de practicar una política de alianza antiimperialista con el islam.

De Francia, considera que su política ha sido completamente errónea "Nuestro deber -dice- era el de liberar a la clase obrera, ayudar a los obreros de Francia a hacer la revolución. Debíamos haber empujado inmisericordemente a una burguesía de fósiles, tan desprovista de alma como desnuda de patriotismo. Faltamos a nuestro deber y comprometimos nuestros intereses al no liberar, en 1940, al proletariado francés".

"Por lo mismo, debíamos haber liberado los protectorados franceses de ultramar. El pueblo francés nos hubiera agradecido su liberación del fardo del Imperio. En este dominio, el pueblo de este país siempre ha manifestado mucho mejor sentido que sus pretendidas élites. Tiene, mucho antes que sus élites, un verdadero sentido de la nación. Bajo Luis XV, como bajo Jules Ferry, se sublevo contra el absurdo de las empresas coloniales. Napoleón no fue impopular por deshacerse de la Luisiana. Fue inaudito, en revancha, el rencor que despertaría su incapaz nieto (Napoleón III) por su aventura guerrera en México" (15 de febrero de 1945).

Hitler esboza un cuadro de un posible mundo después de él: "En caso de derrota del Reich, y atendiendo al ascenso de los nacionalismos asiáticos, africanos y, pudiera ser, sudamericanos, no quedarán sino dos potencias en el mundo capaces de oponerse verdaderamente: los Estados Unidos y Rusia. Las leyes de la historia y de la geografía ordenarán a estas dos potencias enfrentarse en el plano militar, después de hacerlo en los planos económico e ideológico. Esas mismas leyes les ordenarán ser los adversarios de Europa. Una y otra potencia tendrán necesariamente el deseo de asegurarse el apoyo del único gran pueblo europeo que subsistirá después de la guerra: el pueblo alemán. Lo proclamo en voz alta: no existe precio para que los alemanes acepten jugar el papel de peón en una partida entre los americanos y los rusos".

Y prosigue: "Es difícil decir, en estos momentos, que puede ser más pernicioso para nosotros, sobre el plano ideológico, el americanismo judaizado o el bolchevismo. Los rusos, en efecto, bajo el mandato de los hechos, pueden, en efecto, liberarse por completo del marxismo judío para encarnar, en su forma más pura y feroz, el eterno paneslavismo".

"En cuanto a los americanos, jamás podrán liberarse del yugo de los judíos neoyorquinos. Su potencia y su ánimo de espíritu evoca la imagen de un niño jugando con una caja de cerillas en el interior de un almacén de explosivos. Podemos preguntarnos si en su caso no estamos ante una civilización-champiñón, destinada a desaparecer con la misma celeridad con la que ha surgido".

El instante de una lágrima secreta

El 2 de abril de 1945, Hitler declaraba: "Si hemos de ser derrotados en esta guerra, no podemos esperar sino un desastre total. Nuestros adversarios, en efecto, han esclarecido sus propósitos de modo que no debemos hacernos ilusiones respecto a sus intenciones. Este pensamiento es cruel. Imagino con horror a nuestro Reich prisionero de sus vencedores, a nuestras poblaciones abandonadas a la rapiña de los salvajes bolcheviques y de los gángsters americanos. Esta perspectiva no me quita esa fe invencible que siempre he depositado en el pueblo alemán. Contra mayor sea nuestro sufrimiento, más clamorosa será la resurrección de la Alemania eterna. La particularidad del alma alemana de entrar en letargo cuando su afirmación amenaza la existencia misma de la nación nos servirá una vez más. Pero yo, personalmente, no soportaría vivir en esa Alemania de transición que sucederá a nuestro Tercer Reich vencido".

Menos de un mes más tarde, el 30 de abril de 1945, el canciller del Reich, con 56 años de edad, después de celebrar su matrimonio durante la víspera, se dio la muerte en una atmósfera de fin del mundo. En sus Memorias de Guerra (tercer volumen: El saludo, 1944-46, 1959), el general de Gaulle anota que "fue el suicidio, no la traición, lo que puso fin a su empresa". Alemania -precisa-, seducida en lo más profundo de sí misma, fue sumisa a su Führer hasta el fin, soportando esfuerzos nunca antes vistos y nunca antes ofrecidos a ningún jefe".

Y concluye: "La empresa de Hitler fue sobrehumana e inhumana. Y la siguió sin respiro. Hasta los últimos momentos de agonía en el fondo del búnker berlinés, permaneció indiscutido, inflexible, despiadado, como lo había sido en sus horas más brillantes. Ante la sombra grandiosa de su combate y su memoria, había elegido no ceder jamás, no transigir ni dar marcha atrás. El Titán que se esforzó en provocar al mundo, no sabía ceder ni claudicar. Pero, vencido y aplastado, pudo haber retornado a su condición de hombre, durante el instante de una lágrima secreta, en el momento en que todo termina".

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