El mito del siglo XX

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El Mito, de Alfred Rosenberg

El mito del siglo XX (Der Mythus des zwanzigsten Jahrhunderts) es un libro de 1930 de Alfred Rosenberg, uno de los principales ideólogos del Partido nacionalsocialista y editor del periódico Völkischer Beobachter.

Sinopsis

El título de este libro alude a las teorías de Rosenberg respecto al "Mito", exponiendo cómo los hombres se han guiado a lo largo de la historia, por diferentes mitos o ideas unificadoras, como fue la religión en la Europa del medievo, la monarquía en siglos posteriores, la nación -a partir de la Revolución Francesa- o la clase, ya en el siglo XIX.

El mito correspondiente al siglo XX es, según Alfred Rosenberg, "el mito de la sangre". Haciendo gala de un amplio conocimiento, describe el paralelismo entre civilizaciones cronológicamente distantes, analizando su psicología racial, exteriorizada en las concepciones artísticas, religiosas y filosóficas.

Este paralelismo que aquí se plantea, tiene como nexo, el genio de los pueblos indoeuropeos, inmortalizado en la historia universal; la que según Rosenberg, debe ser escrita de nuevo y para lo cual se sirve de esta monumental obra que ve la luz en 1928.

Es así como profundiza en la Grecia clásica, valorando la historia, la arquitectura y la mitología de lo que él denomina la Hélade nórdica. En torno a ese nordicismo, desarrolla un profundo estudio de la germanidad, deteniéndose en los cultos solares, el acercamiento a la naturaleza, el ideal de belleza y toda una cosmovisión detalladamente explicada, con un lenguaje culto, y contrastada con las doctrinas monoteístas.

De gran relevancia, es el balance, que de la cultura alemana hace en este libro Alfred Rosenberg, poniendo un especial énfasis en figuras de la talla de Chamberlain, Eckhart, Kant, Schopenhauer, Hamsun, Goethe, Nietzsche o Herder.

No conviene olvidar que éste, es un libro escrito en la Alemania de entreguerras y que además, siempre suscitó innumerables polémicas, que no deben ser motivo para enterrar esta obra en el olvido. En primer lugar, su valor, en materia antropológica, es incuestionable; y en segundo lugar, supone un referente histórico, pues es clave para el estudio de los fenómenos de masas de la Europa de los años 30s.

Leer "El Mito del Siglo XX" es sumergirse en la espiritualidad y en la concepción metafísica de Alfred Rosenberg. Por otro lado, se trata de un título del que se vendieron algunos millónes de ejemplares; y como escribiera el propio Rosenberg en 1937: "La transmutación decisiva de los espíritus y de las almas se produce en toda Alemania. A su servicio se halla hoy en primera línea, entre otros, El Mito del Siglo XX".

Prólogo para la tercera edición

(por Alfred Rosenberg, Múnich, octubre de 1931)

"¡Oh, camaradas de mi tiempo! No preguntéis a vuestros médicos y tampoco a los sacerdotes, si os vais extinguiendo interiormente."

—Hölderlin

La aparición del presente escrito ha provocado de inmediato una lucha de opiniones de la índole más vehemente. Si bien eran de esperar controversias intelectuales gracias a los problemas claramente formulados y a las expresiones conscientemente agudizadas, confieso abiertamente, empero, que ese odio concentrado con que tuve que enfrentarme, y esa tergiversación inescrupulosa de las exposiciones hechas por mí, tal como comenzaron, respondiendo parecería a una voz de mando, me han conmocionado; pero también me alegraron. Pues la salvaje, desenfrenada polémica especialmente de los círculos romanos, me ha demostrado cuán justificado es el juicio que en esta obra ha recaído sobre el principio romano-sirio.
Siguiendo el método probado, de antigua data, se escogieron del voluminoso escrito determinadas conclusiones y formulaciones y se desarrollaron ante el lector creyente en la prensa romana, solamente escrita en alemán, y en panfletos, las "blasfemias", el "ateísmo", el "anticristianismo", el "Wotanismo" del autor. Los mistificadores ocultaron que yo hasta llego a postular para la totalidad del arte germánico un punto de partida y un fundamento religioso, que con Richard Wagner declaró que una obra de arte es religión representada en forma viviente. Se ocultó la gran veneración que en la obra se tributa al fundador del cristianismo; se ocultó que las exposiciones religiosas tienen el evidente sentido de ver a la gran personalidad sin los desfigurantes adimentos posteriores de diversas Iglesias. Se ocultó que presenté al Wotanismo como una forma religiosa muerta (pero que, naturalmente, tengo gran respeto por el carácter germánico que dio vida a Wotan lo mismo que a Fausto), y se me atribuyó en forma mendaz e inescrupulosa la intención de volver a introducir el "culto pagano de Wotan".
En fin, no hubo nada que no fuera desfigurado y adulterado; y lo que aparecía correctamente trascripto, recibía un matiz totalmente distinto por ser arrancado del contexto. Sin excepción, por ser incontestables, la prensa romana dejó de lado todas las comprobaciones históricas; sin excepción todos los razonamientos que conducían a determinadas concepciones fueron distorsionados, callándose, además, las fundamentaciones de las exigencias formuladas. Los prelados y los cardenales movilizaron las "masas creyentes", y Roma, que con el marxismo ateo, es decir, con el apoyo del poder político de la subhumanidad (Untermenschentum) lleva una lucha de aniquilamiento contra Alemania, también con el sacrificio de las masas católicas alemanas mismas, tuvo el descaro de vociferar repentinamente acerca de una Kulturkampf. Las disquisiciones de esta obra, que por su forma y su contenido, por cierto, están por encima del nivel cotidiano, no fueron materia de una crítica objetiva y, por lo tanto, satisfactoria, sino utilizadas para la lucha diaria más desenfrenada. No contra mí solamente -esto no me hubiera afectado- sino también contra el Movimiento Nacionalsocialista al que pertenezco desde su comienzo.
A pesar de que en la Introducción y también en la obra misma he declarado expresamente que un movimiento político, que abarca muchas confesiones religiosas, no puede solucionar problemas de naturaleza religiosa o de filosofía del arte, que por consiguiente mi profesión de fe en una visión del mundo es personal, a pesar de todo ello, los oscurantistas hicieron todo lo que podían para distraer la atención de sus propios crímenes políticos cometidos contra el pueblo alemán y de lamentarse una vez más por la "religión amenazada"; no obstante que la genuina religión no estuvo ni está amenazada más que por la promoción sistemática del marxismo á través del Centro, dirigido por prelados romanos. El Movimiento Nacionalsocialista no ha de practicar ninguna dogmática religiosa, ni en pro ni en contra de una confesión, pero el hecho de que se quiere negar a una persona que participa activamente de la vida política el derecho de defender una convicción religiosa que contraría a la romana, muestra hasta qué punto ya ha crecido el amordazamiento espiritual.
Según la valoración de la dogmática romana se juzga la aceptabilidad de la actividad en el campo nacional, en lugar de que tal exigencia prepotente se presentase de entrada como psicológicamente imposible. Un intento sin duda serio de depurar la personalidad de Cristo de aditamentos no cristianos -paulinos, agustinianos y otros-, tiene como consecuencia en los beneficiarios reinantes del falseamiento de la figura espiritual de Jesucristo, una manifestación unánime de furor, no porque hubieran sido afectados altos valores religiosos, sino porque una posición de poder político, obtenida mediante la provocación de la angustia anímica de millones, aparecía amenazada por un orgulloso despertar.
Las cosas se presentan de manera tal que a la Iglesia romana, que no sintió temor ante el darwinismo y el liberalismo, dado que los vio solamente como intentos intelectualoides, sin fuerza para crear comunidad, el renacimiento nacionalista del ser humano alemán -que ha perdido la vieja interrelación de valores por la conmoción de 1914-1918-, empero, se le aparece tan peligroso por el hecho de que amenaza generar un poder formador de tipos. Esto lo husmea ya desde lejos la casta sacerdotal reinante, y precisamente porque ve que este despertar se esfuerza por fortalecer todo lo noble y orgulloso, por eso su alianza con la subhumanidad roja es tan estrecha. Esto sólo cambiará cuando el frente alemán se muestre victorioso; en esta hora Roma tratará de obtener como "amigo" lo que como enemigo no pudo llevar a cabo.
Mas perseguir estas posibilidades no está dentro del marco de este libro; aquí se trata por consiguiente, de hacer surgir como por un trabajo de cincel, los tipos espirituales, resultantes de la toma de conciencia de los seres humanos empeñados en la búsqueda, además del despertar del sentimiento por los valores y de la aceración de la resistencia del carácter frente a todas las seducciones enemigas. Toda la excitación alrededor de mi escrito ha sido tanto más significativa cuanto que no fue vertida palabra alguna para distanciarse de las injurias a los grandes alemanes, lo que desde hace tiempo pertenece a la labor literaria de los jesuitas y sus secuaces. Se promovieron calladamente los insultos a Goethe, Schiller, Kant y otros, no se hizo objeción alguna cuando los abremarcha de Roma vieron su misión religiosa en evitar la formación de un Estado nacional alemán; cuando en asambleas pacifistas católicas se exigía rehusar el saludo al soldado alemán; cuando religiosos católicos osaron negar públicamente las acciones de los francotiradores belgas y culpar a los soldados alemanes del asesinato de sus camaradas, a fin de contar con un pretexto para la persecución de los belgas; cuando, completamente acorde con la propaganda francesa, el ejército nacional alemán fue acusado de la profanación de altares y hostias, cometida en iglesias belgas.
Contra estas conscientes profanaciones de la alemanidad, del honor de sus defensores caídos y vivientes, no se ha alzado ningún obispo ni cardenal alguno; pero sí se produjo por parte de éstos un violento ataque tras otro contra el nacionalismo alemán. Y si esto se denunciaba públicamente, los grupos romanos políticos y religiosos proclamaban su sentir nacional. La Iglesia romana de Alemania no puede negar su plena responsabilidad por la labor devastadora del pueblo de sus numerosos clérigos pacifistas, ya que en otros casos en que sacerdotes católicos honorables hallaron palabras de genuina voluntad nacional alemana, les impuso sin más la prohibición de hablar en público. Existe, por tanto, un trabajo político-ideológico realizado sistemáticamente, que puede ser probado, para robar al pueblo alemán su orgullo por los defensores de la Patria de 1914, para profanar su recuerdo y para enlodar la ardiente voluntad de amparar al pueblo y a la Patria.
Constatar esto lo exige la más elemental veracidad; cómo los creyentes se entienden con su autoridad eclesiástica, es cuestión de su propia conciencia. Pero no es el caso de que ellos, a fin de silenciar conflictos nacientes, puedan presentar los hechos incontrovertibles simplemente como deslices, sino que se trata de armarse de valor para la defensa precisamente contra la política de las más altas instancias eclesiásticas. Ahora bien: si estas fuerzas nacientes, además de ello, reconocen toda la antítesis de la cosmovisión o no, podrá quedar como su propio asunto. Lo importante es que despierte la seria voluntad de defender el honor nacional alemán, no solamente contra los marxistas sino de la misma manera, es más, con mayor acritud aun, contra el Centro y sus aliados eclesiásticos, como propulsores del marxismo. Soslayar también este punto, no haría más que poner de manifiesto una mentalidad no-alemana.
No entraré a considerar en forma pormenorizada aisladas voces antagónicas. Anotaremos solamente para caracterizar los métodos inescrupulosos, que el jesuita Jakob Nötges tiene la audacia de afirmar entre otras cosas que la protección del idioma materno pertenece al "régimen católico", a pesar de que precisamente su Orden ha sido la más sangrienta adversaria del derecho a la lengua materna; que el amor al pueblo y a la Patria es exigido por "todos los grandes teólogos moralistas", cuando precisamente su Orden lucha contra el nacionalismo alemán; hasta que finalmente el cristiano amor al prójimo de este señor se descarga en las palabras: "Este báltico es luchador por la cultura como se es boxeador. El pobre hombre padece de la incurable angustia de la Plaza de San Pedro, que se manifiesta en furia y vociferación". Luego se le da a Hitler el consejo de meterme "en un chaleco de fuerza", ya que la exposición al frío ya no sirve: "para eso soportó demasiadas veces el invierno ruso".
Este odio rabioso del jesuita que por un golpe de sol romano ha perdido toda forma, es completado por otros miembros de la Orden mediante una lucha de índole contraria. El jesuita Koch, por ejemplo, ya se siente obligado a hablar también de un alma racial alemana, designa la vivencia tal como se desprende de El Mito como seria y honorable, para celebrar al final a Bonifacio como el más grande de los germanos. Esta forma de adulteración al cien por cien la encontraremos con frecuencia en el futuro, por haberse llegado a la convicción de que la difamación ya no surte efecto; por eso han de recibirse con especial prudencia también tales intentos "germánicos". La destrucción del alma alemana es siempre la meta tanto de los apóstoles del azuzamiento como también de los maliciosos hombres de bien de la Sociedad de Jesus y sus compañeros de lucha. Ayer, hoy y mañana. También en círculos evangélicos mi obra provocó una violenta conmoción.
Innumerables artículos en diarios y revistas atestiguan que evidentemente tocó puntos muy sensibles. En sínodos evangélicos, en congresos de la Liga Evangélica, El Mito ocupó frecuentemente el lugar central del debate, y muchos folletos de teólogos protestantes dan testimonio de que se ha hecho sentir, nueva y profundamente, una pugna de valores en medio del luteranismo. Mi predicción de que los eclesiásticos evangélicos se comportarían frente al nuevo sentimiento religioso en forma similar a como antaño lo hizo dogmáticamente Roma ante la Reforma, lamentablemente se ha confirmado. Los teólogos y profesores que se alzaron contra mi escrito, en plena posesión de la "verdad evangélica", tomaron por el camino más fácil: se limitaron simplemente a constatar la herejía de mis exposiciones, alabaron el "sentimiento nacional" —pero sin comprometerse—, se regocijaron por poder comprobar (presuntas) inexactitudes, y luego rechazaron.
Se me informó que en uno de esos sínodos, después de un informe de este tipo un sencillo pastor de blanca cabellera se levantó y declaró que no podía adherirse al orador, ya que era evidente que con la nueva ciencia racial Dios había encomendado a nuestro tiempo, un gran problema para su solución, al que todos nosotros debíamos dedicamos con sagrada seriedad! ¡Descubrámonos ante este hombre venerable! Indistintamente si su búsqueda da el mismo resultado que la mía, al honesto investigador adversario todo luchador verdadero le brindará respeto, pero no a los viejos custodios de dogmas que creen su deber el mantener sus posiciones a cualquier precio. En conversaciones con teólogos eruditos pude comprobar siempre, por otra parte, lo siguiente: convenían conmigo en que la valoración histórica anímico-racial de la antigüedad era justa y que también la apreciación del hugonotismo era, sin duda, exacta. Pero cuando luego sacaba la conclusión final que, en realidad, también los judíos debían tener su carácter muy determinado, una representación de Dios ligada a la sangre y que, consiguientemente, esta forma de la vida y del espíritu nos era absolutamente extraña, entonces se alzaba como un muro entre nosotros el dogma del Antiguo Testamento; entonces aparecía repentinamente el judaísmo como una excepción entre los pueblos. ¡Muy seriamente sostenían que el Dios cósmico sería idéntico que las dudosas concreciones espirituales del Antiguo Testamento!
Justamente el politeísmo hebraico fue elevado como modelo de monoteísmo. De la gran concepción original ario-persa del mundo, así como de su concepción cósmica de Dios, la teología luterana no había recibido conocimientos más profundos. A ello se agregó luego la veneración de Pablo, un pecado original del Protestantismo, contra el cual, como es sabido, ya Lagarde -atacado por la totalidad de la teología académica de su tiempo-, había luchado infructuosamente. También los teólogos evangélicos repiten en todas partes, aun habiendo general asentimiento a la cosmovisión nacional (völkisch), la frase presuntuosa de la Iglesia romana: la valoración racial de los pueblos significa una anticristiana "idolatría" de la nacionalidad (Volkstum). Estos señores, sin embargo, pasan por alto al respecto que la posición de excepción que atribuyen a los judíos no representa otra cosa que idolatrar al pueblo parasitario hebraico, siempre enemigo nuestro.
Esto les parece lógico y natural y tienen a bien igualmente pasar por alto al respecto que esta glorificación del judaísmo nos ha obsequiado en forma directa, al quedar liberada la faz impulsiva judía, ese envilecimiento de nuestra cultura y de nuestra política, contra el cual la actual conducción del Protestantismo ha demostrado ser incapaz de actuar y luchar con éxito precisamente gracias a esa actitud de idolatría hacia los judíos. Produce aflicción que los representantes contemporáneos de la teología evangélica sean tan poco luteranos como para hacer pasar las ideas por las cuales Martín Lutero comprensiblemente aun debía estar dominado, como dogmas por siempre inamovibles. La magna obra de Lutero fue, en primer término, la destrucción del exótico pensamiento sacerdotal, en segundo lugar, la germanización del Cristianismo. Pero la alemanidad naciente condujo después de Lutero todavía a Goethe, Kant, Schopenhauer, Nietzsche, Lagarde, y hoy se acerca a pasos agigantados a su total florecimiento.
La teología evangélica asestaría al luteranismo genuino el golpe mortal si quisiera oponerse incondicionalmente al desarrollo ulterior de su esencia, Si D. Kremers, un dirigente de la Liga Evangélica, declara en un escrito que El Mito es "devorado" especialmente por la juventud académica, pone en evidencia de este modo que tiene plena conciencia de cuán intensamente actua ya la nueva vida en la joven generación protestante. Ahora bien: ¿no es más importante promover esta vida anímica arraigada en el pueblo, que mantenerse adicto interiormente a ídolos dogmáticos ya derribados hace tiempo? Esta joven generación, por cierto, no quiere sino contemplar la gran personalidad del fundador del Cristianismo en su auténtica grandeza, sin aquellos agregados deformantes que zelotas judíos como Mateo, rabinos materialistas como Pablo, juristas africanos como Tertuliano, o productos de poli-mestizaje sin firmeza moral como Agustín, nos han obsequiado como el más terrible lastre espiritual.
Ellos quieren comprender el mundo y el Cristianismo sobre la base de su naturaleza, captarlo partiendo de valores germánicos, su derecho lógico y natural en este mundo, pero que precisamente hoy en día debe de nuevo ser conquistado penosamente. Si la ortodoxia en función no es capaz de comprender todo esto, no podrá sin embargo, cambiar el curso de las cosas, a lo sumo lo podrá retardar algo. Una gran época habrá encontrado así una vez más a una generación pequeña. Mas esta época, que de todos modos vendrá, reconoce el valor tanto de la Catedral de Estrasburgo como la de Wartburg, reniega en cambio del presumido Centro romano, lo mismo que del Antiguo Testamento jerusalemítico. Succiona de las raíces de la dramaturgia germánica, de su arquitectura y de su música, más fuerza que de las desconsoladoras narraciones del estéril y árido pueblo judío, reconoce más de un profundo simbolismo nacional dentro de la Iglesia Católica, y lo conecta con la veracidad del luteranismo genuino. Reune bajo la gran cúpula de una visión del mundo anímico-racial todo lo individual en el organismo pleno de sangre de una esencialidad alemana.
Aquí el joven religioso evangélico debe marchar adelante, dado que sobre él no pesa aquella disciplina paralizante del alma que inhibe a los sacerdotes católicos. Hasta que haya madurado el tiempo en que también de entre éstos resuciten los rebeldes germánicos, y conduzcan la obra del monje Roger Bacon, del monje Eckehart, hacia la libertad de la vida práctica, tal como, dándoles el ejemplo, lo han vivido, sufrido y luchado con anterioridad los otros grandes mártires del Poniente. Por parte del lado nacional, El Mito por temor al Centro, fue silenciado medrosamente. Sólo unos pocos osaron defender sus razonamientos. Pero la crítica negativa desde este sector consistió casi siempre en imputarme querer llegar a ser el "fundador de una nueva religión", y que en este aspecto había fracasado. Ahora bien: en el capítulo sobre la Iglesia Nacional (Volkskirche) he rechazado de antemano esta imputación; de lo que se trata hoy, junto a la fundamentación de la interpretación racial de la historia, es de poner uno frente al otro los valores del alma y del carácter de las diferentes razas, pueblos y sistemas ideológicos, estructurar para la alemanidad una jerarquía orgánica de estos valores y perseguir las manifestaciones de la voluntad del germanismo en todos los campos.
El problema es, por consiguiente: promover, contra la confusión caótica, una orientación única de las almas y de los espíritus e incluso señalar las premisas de un renacimiento general. Según esta intención debe ser medido el valor de mi obra y no por la crítica de aquello que de ninguna manera me propuse realizar, lo que será cometido de un reformador, que recién podrá surgir de una generación que ya posea claros anhelos. Las voces del exterior son, en conjunto, más objetivas que el eco en Alemania de los círculos necesitados de reformas. Pero más importante que todo esto son los numerosos asentimientos provenientes de los más diversos países, y ante todo de aquellos alemanes que han tomado conciencia cabal de la actual gran hora decisiva espiritual tanto de Alemania como también de todos los pueblos de Occidente. Los problemas ante los cuales nos encontramos colocados nosotros también están ante la puerta de las otras naciones, solamente que a nosotros un duro destino nos obliga a una rendición de cuentas más sincera y a tomar un nuevo camino, pues de otro modo, junto con el colapso político, se produciría necesariamente también la catástrofe anímica, y el pueblo alemán desaparecería de la historia como verdadero pueblo. Un genuino renacimiento, empero, no es nunca obra de la política de poder solamente, mucho menos aun un problema de "saneamiento económico", como lo creen presumidas cabezas huecas, sino que significa una vivencia central del alma, el reconocimiento de un valor máximo.
Si esta vivencia se transmite millones de veces de hombre a hombre, si finalmente la unificada fuerza del pueblo se coloca ante esa transformación interior, entonces Ningún poder del mundo podrá impedir la resurrección de Alemania. El campo democrático-marxista había tratado primeramente de no dejar que se propagase la obra, mediante su silenciamiento total. Pero, luego viose obligado a tomar posición. Dicha gente atacó así el "falso socialismo" que presuntamente sería enseñado en esta obra, en perjuicio de la clase trabajadora. El "verdadero" socialismo de la socialdemocracia al parecer consiste —sin preocuparse por una literal esclavización de todo el pueblo durante muchos decenios, debido a la continuada pignoración de todos los valores aun existentes— en proseguir con la sumisión a los dictados de la finanza internacional. El "verdadero" socialismo estriba, asimismo, en continuar dejando librado, sin freno alguno, al productivo y decente pueblo alemán a una infame propaganda fílmica y teatral, que solamente conoce tres tipos de héroe: la prostituta, el rufián y el criminal. El "verdadero" socialismo del grupo dirigente marxista seguramente consiste en que el hombre común al realizar un mal paso va a parar al presidio, en tanto que los grandes defraudadores permanecen sin sufrir condena alguna, tal como ya fue hasta ahora práctica aceptada por los sectores influyentes relacionados con la democracia y la socialdemocracia.
El marxismo en su totalidad, como no era posible de otro modo, ha probado ser el disolvente de toda comunidad orgánica en favor de instintos nómades extraños, por lo cual debe conceptuar a una nueva fundamentación y arraigo de un tal sentimiento socialista popular formador de estilo, como un ataque a su existencia. El marxismo y el liberalismo se encuentran hoy en día a lo largo de todo el frente en desordenado combate de retirada. Durante muchos decenios era considerado como especialmente progresista hablar solamente de "humanidad", ser ciudadano del mundo y rechazar el problema racial como anticuado. Ahora todas estas ilusiones no sólo están acabadas políticamente, sino que también la cosmovisión que las fundamenta está resquebrajada, y no pasará mucho tiempo más, para que en las almas de los conducidos y seducidos aun medianamente sanos, se derrumbe completamente. Acorralado, el marxismo "científico" no tendrá otra salida que intentar la prueba de que ¡también Karl Marx reconoció expresamente la influencia del pueblo y de la raza en el acontecer mundial!
Esta misión, la de incorporar el irrefrenable despertar de la sangre del trabajador alemán a la ortodoxia marxista, que durante decenios atacó furiosamente el "desvarío racial", la emprendió entre otros cometidos la "Educación Socialista". Una tentativa que por sí misma caracteriza el catastrófico derrumbe espiritual interno, aunque después de la legitimidad admitida a regañadientes del punto de vista racial en sí, se afirma que Marx descartó el "fetichismo racial". Lo que es lógico y natural, de otra manera hubiera debido trasladarse a Siria como maestro, adonde en verdad pertenece. Reconocer esto y erradicar el materialismo marxista y la retaguardia capitalista financiera como una planta extraña sirio-judía de la vida alemana, esa es la gran misión del nuevo movimiento alemán de los trabajadores, que de esta manera conquistará el derecho de ser enrolado en la conducción del futuro alemán.
Nosotros, por nuestra parte, no negamos en absoluto muy diversas influencias: paisaje, clima y tradición política; pero todo esto es sobrepasado por la sangre y el carácter ligado a la sangre. De la recuperación mediante la lucha de esta jerarquía, se trata. Restablecer la natural espontaneidad de la sangre sana, este es quizás el más alto objetivo que un ser humano puede hoy proponerse; simultáneamente, esta comprobación atestigua la triste situación del espíritu y del cuerpo, ya que tal acción ha llegado a ser una necesidad vital. Una contribución a esta venidera gran acción liberadora del siglo 20 debía ser el presente escrito. La sacudida de muchos que ya están despertando, pero también de los adversarios, ha sido la consecuencia deseada. Espero que la controversia de un nuevo mundo en formación con los viejos poderes se extienda cada vez más, penetre en todos los terrenos de la vida, genere fecundando siempre algo nuevo, ligado a la sangre, orgulloso, hasta el día en que estemos en el umbral de la plena realización de nuestro anhelo por una vida alemana, hasta la hora en que todas las fuentes palpitantes se reunan en una gran corriente del renacimiento nórdico-alemán.
Es este un ideal digno de ser enseñado y vivido. Y esta vivencia y esta vida solamente es reflejo de una eternidad presentida, la misión misteriosa en este mundo, en el cual hemos sido puestos para llegar a ser lo que somos.

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