John Ronald Reuel Tolkien

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John Ronald Reuel Tolkien

John Ronald Reuel Tolkien (3 de enero de 1892, Bloemfontein, Sudáfrica - † 2 de septiembre de 1973, Oxford, Reino Unido) fue el mayor filólogo y escritor de fantasía épica en lengua inglesa.

Biografía

Primeros años

J.R.R. Tolkien vivió como un sencillo y afable profesor universitario. Toda su vida discurrió entre sus clases de lenguas antiguas y su familia. Esta vida careció casi por completo de sobresaltos y transcurrió con una regularidad asombrosa.

Inglés nacido en Sudáfrica, Tolkien vivió una triste infancia, con un padre que no llegó a conocer y constantes cambios de domicilio. La conversión al catolicismo de su madre hizo que, para una familia con fuertes problemas económicos, los problemas de aceptación social se agravaran.

Una de sus primeras aficiones fue el lenguaje: la pasión por las palabras le dominó a lo largo de toda su vida; estudió multitud de lenguas antiguas, llegando a dominar el gótico, el latín e incluso algo de español. Sobre todo le fascinó el estudio del inglés medieval, que contenía ciertas vinculaciones emocionales vinculadas a sus antepasados y a su tierra. Esta es una de las razones de que, en sus obras, los lenguajes, diferenciando pueblos y modos de vida, cobraran tanta importancia. Para Tolkien el lenguaje era un reflejo de la conciencia colectiva de un pueblo; la decadencia de una lengua era reflejo de la decadencia anímica de ese pueblo.

Tolkien permaneció ajeno al mundo moderno, al que comparó muchas veces con una prisión. Apenas leía los periódicos (actividad intranscendente para él) y consideraba la política como irrelevante.

Nunca quiso ocupar cargos públicos: no creía en la democracia y no tenía reparo en decirlo. Para él, la auténtica existencia transcurría en el mundo mítico, infinitamente más interesante que la monotonía gris de la sociedad industrial. Tenía una idea elemental de la sociedad: creía que la posición social estaba dada por la función desempeñada en dicho cuerpo. Esa concepción estamental, aunque parezca paradójico, le hizo tremendamente popular entre la gente sencilla de Oxford. Trataba a los más humildes sin el desprecio característico de los burgueses. Y nunca envidió a los ricos: sentía un desdén aristocrático por la acumulación de riquezas.

Primera Guerra Mundial

Al iniciarse la Primera Guerra Mundial en 1914, Tolkien no se unió de inmediato a las fuerzas británicas, pues en cambio quiso terminar sus estudios. Cuando finalmente se unió al Ejército británico, fue asignado a los Fusileros de Lacanshire como teniente segundo, y el 2 de junio de 1916 fue enviado a Francia, llegando 3 días después. El 7 de junio fue asignado como oficial se señales a la 11° División de Fusileros de Lacanshire.

Tolkien luchó en la Batalla del Somme, participando en varios asaltos británicos contra trincheras y posiciones alemanas. El 27 de octubre de 1916, contrajo fiebre de trinchera, por lo que el 8 de noviembre fue enviado de vuelta a Inglaterra. Poco después del regreso de Tolkien a Inglaterra, casi todo su batallón murió combatiendo en el Somme.

Tolkien pasó el resto de la guerra prestando servicio en Inglaterra, y fue ascendido al rango de teniente. Para 1918, 3 de los 4 amigos más cercanos de Tolkien habían muerto en combate. Ésto lo afectó profundamente.

Devoto católico

La conversión al catolicismo de su madre, antes mencionado, fue uno de los hechos que marcaron definitivamente su vida. Se convirtió en una de sus más grandes lealtades. El catolicismo que profesaba era de carácter tradicional, disgustándose profundamente con la reforma del Concilio Vaticano II de claro cariz progresista y modernista.

Debido a sus grandes conocimientos sobre la religión católica, supo ver la vinculación entre el catolicismo medieval con la religión druídica de los celtas. Esto, en cambio, no ocurre con el protestantismo, religión de carácter bíblico ajena por completo a las tradiciones precristianas de Europa.

Tolkien fue un devoto católico, y así se sintió el instrumento de la conversión de C. S. Lewis del ateísmo al cristianismo. Sin embargo, se decepcionó cuando este se volvió anglicano (iglesia a la que Tolkien se refería como «una patética y oscurecedora mezcolanza de tradiciones medio recordadas y creencias mutiladas»), en lugar de católico.

Su amor por los mitos y su fe devota se unieron en su creencia en que la mitología «es el eco divino de la Verdad». Enseñanzas que aprendió durante su educación con el Obispo Newman[1], el cual era experto en filosofía y mitología. Como pensador Newman nunca viajó mucho más allá de los "Arians" (publicado en 1833). Implica una filosofía mística controlada por los dogmas cristianos, mientras la Iglesia la difunde. En la "Apología" encontramos esta llave a su desarrollo mental brindada por Newman, no sin diseñar. Dice:

"Entendí...que el mundo exterior, físico e histórico, era la manifestación para nuestros sentidos de realidades mayores que ellas mismas. La naturaleza era una parábola, la Escritura era una alegoría; la literatura pagana, la filosofía, y mitología, adecuadamente entendidas, eran una preparación para el Evangelio. Los poetas griegos y sabios eran en un sentido profetas".

Personalidad

Quizá su fuerte personalidad le impidió convertirse en un pesimista, pese a la desazón que le causaba vivir en un mundo de valores totalmente opuestos a lo más íntimo de su ser.

Sentía un profundo desprecio por el progreso técnico. Se quejaba frecuentemente de la destrucción del mundo rural a manos de la industria. Una anécdota significativa al respecto fue el abandono de su automóvil cuando vio cómo destrozaban las carreteras su adorada campiña inglesa.

Los rasgos de su personalidad se pueden rastrear en los hobbits: seres de creación propia que no tuvieron una inspiración directa en ninguna leyenda. Los hobbits, antiguo pueblo de guerreros que habían decaído ante la domesticación de su existencia, vivían con sencillez y eran amantes de la buena mesa.

Otro puntal de vida de Tolkien es la pertenencia a sociedades literarias masculinas (como la "Tea Club Barrivian Society") donde, junto a otros profesores, compartía la lectura y el comentario de los mitos y leyendas, especialmente los de la Europa nórdica. Lo cual tuvo un reflejo claro en el amplísimo conocimiento que sobre el mundo antiguo hace gala en sus libros (las sagas islandesas, la Odisea, el Kalevala, el ciclo artúrico...)

Obra

Es un comentario habitual,[2] que existen paralelismos entre la saga de la Tierra Media y ciertos hechos de la vida de Tolkien. Suele argumentarse que El Señor de los Anillos representa a Inglaterra durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Tolkien repudió ardientemente esta opinión en el prefacio a la segunda edición de su novela, declarando que prefería la aplicabilidad a la alegoría.​ Trató este tema con mayor extensión en su ensayo «Sobre los cuentos de hadas», en el que argumenta que los cuentos de hadas son válidos porque son consistentes consigo mismos y con algunas verdades sobre la realidad. Concluyó que el cristianismo en sí mismo sigue este patrón de consistencia interna y verdad externa.

Cristianismo

Su creencia en las verdades fundamentales del cristianismo y su lugar en la mitología lleva a los comentaristas a encontrar temas cristianos en El Señor de los Anillos,​ a pesar de su notable falta de referencias abiertamente religiosas, ceremonias religiosas o apelaciones a Dios. Tolkien se opuso vehementemente al uso de referencias religiosas por parte de C. S. Lewis en sus historias, que muchas veces eran abiertamente alegóricas. Sin embargo, Tolkien escribió que la escena del Monte del Destino ejemplifica líneas del Padre nuestro.[3]​ Con todo, no puede obviarse que en su carta de respuesta (Cartas nº 142), Tolkien afirmó que: «El Señor de los Anillos es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica». Su amor por los mitos y su fe devota se unieron en su creencia en que la mitología «es el eco divino de la Verdad».[4] Expresó este punto de vista en su poema Mitopoeia, y su idea de que los mitos contienen ciertas «verdades fundamentales» se convirtió en un tema central de los Inklings en su conjunto.

Paganismo

Los libros de Tolkien recrean en toda su extensión el mundo de la "Tradición Originaria": no se trata propiamente de una invención, sino de un retorno a las leyendas del origen de Europa. Aunque católico, Tolkien fue un europeo étnico fuertemente influenciado por el paganismo a través de sus estudios lingüísticos que quizás hicieron aflorar su inconsciente colectivo europeo y plasmarlo en sus libros. Asimismo, aunque utilizó algunas ideas cristianas en ellos, como el concepto del "bien" contra el "mal", sus libros están repletos de ideas paganas.

Tolkien estuvo mucho más influenciado por el paganismo europeo y por su sangre europea que lo que quizás él mismo apreciaba como católico, y el imaginario de Tolkien es un interesante ejemplo de cómo las ideas, nombres y símbolos paganos pueden aún hoy estimular los instintos paganos de muchos europeos, y atraerlos a algo que está tan profundamente arraigado en nuestros genes. De hecho se sabe que Tolkien escribió sus obras con la intención de que fueran la mitología de Bretaña.

Con esta inmensa erudición Tolkien rescata para un público actual la temática de los relatos míticos antes citados; así, en El Silmarillion y en El Señor de los Anillos pueden hallarse referencias de los Eddas, la visión cíclica del tiempo que era la forma de ver la historia entre los antiguos pueblos europeos.

El mundo tolkieniano (la "Tierra Media") los estados son monarquías estamentales, impera una ética guerrera y la magia es algo común y presente en multitud de aspectos de la vida. Sobre el tema monárquico puede rastrearse la historia de los reyes taumaturgos, que en el medievo cobraban poderes de sanación si consagraban su reinado a las leyes divinas, y que perdieron tales poderes a medida que se secularizaba su rol.

No obstante, la obra de Tolkien está impregnada de cierto maniqueísmo; la lucha eterna entre los principios del bien y del mal; luz y oscuridad, como fuerzas separadas y en estado puro. Este maniqueísmo, en cierto grado se opone a las concepciones paganas, en las cuales los dioses no representaban necesariamente el bien o el mal, sino aspectos distintos de la vida.

Quizás este maniqueísmo pudo surgir de la convicción íntima del propio autor en la oposición fundamental entre el mundo moderno, decadente y materialista (los seguidores de Mordor explotaban la naturaleza con sus ingenios técnicos), y en el mundo de la Tradición Originaria, los mitos del culto de la Naturaleza y la vida acorde a la Naturaleza.

Tolkien, en numerosas entrevistas, afirmó que él nunca creó nada, que las leyendas y relatos, simplemente, aparecieron, como si hubieran estado allí por siempre en espera de que alguien las descubriese. Cuentan sus biógrafos que un buen día garabateó en un papel: "En un agujero en el suelo vivía un hobbit": ahí dio comienzo una de las mitologías más acabadas que nunca se han escrito; no es aventurado reconocer que, desde nuestros antepasados paganos (salvo el ciclo artúrico) no se había escrito nada parecido.

El conjunto coherente de relatos que forman El Silmarillion, El Hobbit y El Señor de los Anillos crean su propio mundo, sus propias lenguas y dialectos, su propia escritura (rúnica) y su propia geografía. Todo esto, según él, no salió de su imaginación: fue descubriendo la Tierra Media a medida que la escribía.

Esto, en cierto modo, es cierto; la Tierra Media es un auténtico retro-mundo con su propio mito de la creación, su propio universo ético, sus propios dioses... Tolkien se impone una coherencia total a esta cosmogonía. Cuando uno termina de leer El Señor de los Anillos le queda la impresión de que este mundo existió en alguna parte. Tal vez esto sea cierto; en cualquier caso, sólo los dioses lo saben.

Varg Vikernes escribió al respecto que: "Incluso una historia ficticia que utiliza simbolismo pagano oculto puede dar más "salvación" a los "europeos cristianos" que la "Santa Biblia", y crear más anhelo por la belleza, la luz y la eternidad que aquel "Paraíso" asiático".[5]

Pensamiento racial

Gran parte del legendarium de Tolkien, al basarse e inspirarse en las mitologías y el folclore de los pueblos de Europa, principalmente escandinavos y anglosajones, contiene evidentes referencias al tema de la raza y a temas relacionados como la invasión racial, la eugenesia, líneas de sangre, y por extensión, incluso la preeminencia de la herencia frente a otras autoridades.

Tolkien comentó que la geografía de la Tierra Media (del inglés Middle-Earth; Midgard) fue pensada para corresponder con la misma de nuestra Tierra verdadera en varias instancias. Si por ejemplo, el mapa de la Tierra Media se compara con un mapa de la Tierra, y algunas de las semejanzas climatológicas, botánicas, y zoológicas se alinean, la Comarca de los Hobbits podría quedar en el clima templado de Inglaterra, Gondor podría quedar en el Mediterráneo de Italia y Grecia, Mordor en las regiones áridas de Turquía y el Oriente Medio, El Gondor del Sur y Cercano Harad en los desiertos del norte africano, Rhovanion en los bosques de Alemania y las estepas del oeste y sur de Rusia, y la Bahía de Hielo de Forochel en los fiordos de Noruega.

Existen en la Tierra Media cuatro razas que presentan características raciales y culturales europeas: elfos, hombres, enanos y hobbits. El Noroeste de la Tierra Media es, según el propio autor, el continente europeo en un pasado muy remoto. De las cuatro razas, sólo los elfos y hombres son Hijos de Ilúvatar, el Dios Supremo, y los elfos tienen mayor jerarquía frente a los hombres.

El Silmarillion habla sobre la creación de la especie de los orcos, que fue creada cuando Morgoth (equivalente al Diablo) usó sangre élfica, al capturar a algunos de los primeros elfos, que corrompió y mutiló y convirtió en "capitanes orcos" (que en las leyendas nórdicas equivaldrían a los elfos oscuros), que eran inmortales; altos, grandes y fuertes (y que algunos, se parecían a los elfos que antaño fueron, pero con cicatrices en todo el rostro), e incluso que los primeros orcos fueron confundidos por elfos salvajes por otros elfos. Algunos estudiosos de la obra de Tolkien descartan esta teoría.

Los elfos mismos son un símbolo de la pureza racial nórdica de antaño: El gran dominio del hombre, Númenor, fue gobernado por descendientes de mitad-elfos y Gondor y Arnor fueron restaurados solamente cuando el linaje fue renovado.

De los orcos, los Uruk-Hai se describen como "negros" y un orco más pequeño, un rastreador, se describe como "negro de piel". Todos los orcos se describen a menudo como con "ojos rasgados" y los Uruk-Hai al menos, se refieren a los Rohirrim como de "piel blanca".

Los orcos no poseían un idioma propio, sino que "fueron tomando lo que podían de otras y lo pervertían a su antojo; no obstante, sólo conseguían jergas brutales, apenas suficientes para sus propias necesidades, a no ser que se tratara de maldiciones e insultos" (Apéndice F) Sauron creó luego la lengua negra para los servidores de Mordor. Tolkien compartía la opinión de Elfos y Hombres en la Tercera Edad: "Estaba tan llena de sonidos fétidos y horribles, y viles palabras".

En una de sus cartas, Tolkien describe a los orcos como "de baja estatura, anchos, de nariz chata, piel oscura, con la boca grande y los ojos oblicuos: de hecho, versiones degradadas y repulsivas (para los europeos) del tipo mongoloide menos agradable." (Carta 210).

Comparativamente, los indo-arios, un pueblo blanco proveniente de Europa con el flujo indo-iranio y que invadió la India en torno al año 1400 AEC, describían con aborrecimiento a los dasyu ("enemigos") como de piel oscura (krishnam vacham), de cara chata y habladores de "una lengua fea al oído" y los consideraban inferiores, lo cual está plasmado en los textos del Rigveda. Los indo-arios, al entrar en contacto violento con las poblaciones aborígenes dravídicas, adquirieron inmediatamente un instinto de conservación y la necesidad de protegerse ante las razas no-arias, estableciendo entre otras cosas, el sistema de castas de la India. Este mismo sentimiento, ocurrido hace casi 2500 años en India, es el que se describe en las obras de Tolkien.

La mayoría de los hombres que sirven a Sauron son los pueblos de piel oscura de los Orientales y Sureños. Vienen del sur y el este de la Tierra Media, que corresponden a Asia y África en la conexión entre la geografía de la Tierra Media y la del mundo real. Los orientales están alineados con Morgoth y Sauron con la única excepción de Bór. Ellos se describen como de piel bastante oscura, morenos y extremadamente crueles. Los Sureños (o Haradrim) se describen de piel morena, crueles y malvados, y por lo menos están aparentemente inspirados en las culturas hindúes con rasgos tales como la lucha sobre espaldas de los Mumakil (elefantes). Las grandes invasiones históricas a Europa siempre han procedido del Este (como los hunos) o del Sur (los árabes).

Sin embargo, aunque el conflicto entre las razas blancas y los orcos en la obra de Tolkien es un reflejo mítico de la historia racial, no puede verse siempre y en todos los casos como una extrapolación de esta realidad, sino también como un símbolo de la lucha entre las ya citadas fuerzas de la luz y la oscuridad. De este modo, Eol, padre de Maeglin era conocido como el Elfo Oscuro, y los Moriquendi fueron llamados los Elfos de la Oscuridad, donde ambos términos se refieren a permanecer fuera de la luz de los dos árboles y no al tono de piel. Los Númenóreanos Negros son igualmente nombrados por el color de su lealtad a Sauron y de su heráldica y no por su tono de piel.

Asimismo, el color blanco no se asocia únicamente con el bien, ni el color negro sólo con el mal. Saruman el Blanco tiene la Mano Blanca como su símbolo y Gondor utiliza un estandarte negro que lleva el Árbol Blanco, y la Guardia de la Ciudadela de Minas Tirith llevaba una cota de malla negra. En Los Pueblos de la Tierra Media, una flota Númenóreana tiene barcos con velas negras. Uno de los marineros le explica a un nativo de la Tierra Media, que las velas negras indican de hecho el miedo, que la oscuridad es en realidad una cosa de belleza, el cielo nocturno de Elbereth (quien encendió las estrellas). De hecho, Tolkien establece que una de las victorias de Morgoth (literalmente, el Enemigo Negro) estaba en la asociación de la oscuridad y la noche con el miedo y el mal.

De los enanos, Tolkien afirmó que su personalidad se asemejaba a la de los judíos, aunque afirmar que se inspiró en ellos para describirlos resultaría impropio puesto que desde las antiguas mitologías ya se les asociaba a dicha personalidad (codiciosos, materialistas, testarudos). En El Hobbit la descripción que se hace de los enanos encaja con ciertos tópicos sobre los judíos: "los enanos no son héroes, sino gente calculadora, con una idea precisa del valor del dinero; algunos son ladinos y falsos; y bastante malos tipos; y otros en cambio son bastante decentes, como Thorin y compañía, si no se les pide demasiado . Los enanos viven exiliados de su tierra por culpa de Smaug, un dragón que les ha arrebatado su tesoro más valioso y sagrado. Tras vagar durante mucho tiempo en el extranjero, hablando otras lenguas pero sin perder su lengua original, se convierten en herreros, orfebres y en todo aquello que tenga algo que ver con metales y piedras preciosas. Algunos sostienen incluso que en el anhelo de los enanos por regresar a su hogar nacional (Erebor y la Montaña Solitaria), se trasluce su simpatía hacía el sionismo.

Aunque Tolkien fue muy explícito en los detalles raciales de la Tierra Media y es evidente su pasión hacia lo nórdico, siempre declaraba, demasiado a la defensiva y un tanto infantil, su aversión al "racismo" cada vez que era interrogado acerca de algo al respecto. Incluso declaró en 1967 a los editores del Daily Telegraph Magazine que la palabra "nórdico" le desagradaba sólo porque se la asociaba con "teorías racistas".

Tolkien despreciaba a Hitler y a la doctrina racial nacionalsocialista y su postura ante los judíos. Cuando, en febrero de 1938, sus editores en Alemania le pidieron confirmación sobre si era de ascendencia aria, Tolkien respondió a modo de burla, que no sabía a qué se refieren con "ario" y que no era ario porque no tenía antepasados indo-iraníes, de forma que Tolkien no comprendía del todo el uso del término en los estudios indoeuropeos, ni tampoco la doctrina nacionalsocialista.

La cuestión del racismo o racialismo en la obra de Tolkien ha sido objeto de debate académico. Christine Chism clasifica las acusaciones en tres categorías distintas: "racismo intencional", "prejuicio eurocentrista inconsciente", y "evolución de un racismo latente en sus primeras obras, a un repudio consciente de las tendencias racistas en sus últimos trabajos". Evidentemente existen numerosos detalles en su vida y su obra que hacen imposible acusar a ésta y a su autor de forma simplista de ser "racistas", en el sentido más negativo, no obstante, del mismo modo tampoco sería exacto decir que su obra no contiene ideas de orden racial.

La Edad de Oro

El mito de los orígenes surge con fuerza en la inacabada cosmogonía de El Silmarillion. Tolkien cristaliza este universo cargado de fuerte paganismo nórdico: así, la creación emana de un Dios (Eru Ilúvatar), alejado de la Tierra, que actúa por medio de numerosos dioses menores (los Ainur y los Valar) envueltos en una lucha titánica provocada por la soberbia del más poderoso de ellos: Melkor/Morgoth. Estos dioses menores controlan la vida y están presentes en todos los fenómenos naturales.

En los orígenes todo era perfección, y los dioses, los elfos y los hombres eran Uno. Al iniciarse la actuación del mal comienza la decadencia y la lucha por el retorno de los tiempos primigenios.

Esta concepción supone la destrucción del hombre y de sus creaciones en el devenir incesante de los ciclos históricos. La razón de la existencia sólo tiene un significado: la lucha eterna contra el destino marcado por los dioses, algo que vieron Nietzsche y Goethe en su concepto de "Tragedia".

El Lenguaje y el Mito

Cuando los humanos ponen nombres a las cosas están solamente inventando sus propios términos para designarlas. El lenguaje, según Tolkien, es invención de objetos e ideas; el mito es invención de la verdad.

Venimos de los dioses e inevitablemente los mitos reflejan un pequeño fragmento del espíritu de la divinidad.

Sólo cuando creamos (o descubrimos) relatos míticos y heroicos podemos aspirar a reencontrarnos con el estado primigenio de la Edad de Oro.

"Vuestros mitos pueden equivocarse, pero se dirigen, aunque vacilen, hacia el puerto verdadero; en tanto que el progreso materialista conduce sólo a un abismo devorador y a la corona de hierro de las fuerzas del mal" (J.R.R. Tolkien).

En El Señor de los Anillos el autor emplea los lenguajes para delinear actitudes culturales, presentando personajes de variadas razas para llevar al lector a la comprensión de los tipos de conciencia, según el modelo junguiano, que tienen los distintos pueblos.

Las identidades culturales están fuertemente marcadas y elfos, hombres, etc., se subdividen por el hábitat, el lenguaje y su aspecto externo, que les hace tener una variada percepción de las cosas. Eso no les impide una concepción unitaria del Estado que hace que diferentes pueblos se unan entorno a una misión.

La pluralidad de lenguas revela el carácter íntimo de cada grupo: la fealdad del lenguaje de los orcos (servidores de Mordor, la tierra del Enemigo) en contraste con la belleza de los lenguajes élficos. La desaparición de una lengua conlleva la extinción de una cultura. Gran filólogo, Tolkien nos descubre la importancia de la pluralidad cultural, hoy amenazada por el mundialismo y el multiculturalismo yankee.

El concepto del Héroe

Para el escritor romántico Thomas Carlyle las religiones no son más que un culto a los héroes y a los antepasados, quienes con su comportamiento nos indican el camino a seguir para encontrar las fuerzas del espíritu.

En los relatos paganos, lo divino, presente en la naturaleza, se experimenta por medio de héroes sobrehumanos que hacen demandas a los mortales para que se superen a sí mismos y accedan a un estado superior (Walhalla, Olimpo...)

El heroísmo guarda una relación directa con la mayor exigencia que se hace uno para sí. Las grandes hazañas no siempre las tienen que realizar los guerreros más fuertes o los dioses más poderosos. Tolkien, por identificación personal, hace protagonista de su obra principal a un hobbit, un miembro del pueblo bonachón y alegre, a su manera pequeño-burgués.

El verdadero Yo del hobbit Frodo se despierta y mata al "yo" común. Quizás una de las principales lecciones de esta obra puede ser esta: "hay que matar al hobbit que hay en nosotros". En una terminología más celtibérica el hobbit es el perfecto Sancho Panza. El pecado del héroe no está en perder la esperanza, sino en permitir que la desesperación le inmovilice; como también afirmó el filósofo Julius Evola, "La actitud de quien sabe combatir aun sabiendo que la batalla está materialmente perdida".

Aragorn es el rey, el que está llamado a “curar las estructuras del mundo”. El Imperio de los hombres, gobernado desde la capital, Gondor (la ciudad de las siete murallas), ha ido decayendo año tras año bajo el gobierno de los senescales, después de que la línea hereditaria de la casa real se hubiera perdido. Esta corrupción queda simbolizada en la muerte del árbol blanco, Nimloth, en la plaza del Manantial. En el tercer volumen del libro Aragorn, el heredero perdido, vuelve a Gondor para reclamar su trono y a dirigir los últimos esfuerzos de los hombres contra la Sombra. Nimloth muere, pero hay esperanza. Después de la Batalla frente a la Puerta Negra, Aragorn encuentra un retoño de Nimloth en las faldas del Mindolluin y lo traslada de nuevo a la Ciudadela de Gondor. Las intervenciones de la Providencia en la misión de Aragorn son constantes: desde el viento que se levanta para llevar a los barcos de Umbar hacia la batalla de Pelennor, hasta la aparición de las águilas en la batalla final. Los paralelismos que se pueden trazar entre Aragorn y la figura de Cristo Rey son más de los que puedo incluir en estas líneas. Baste la referencia de uno de sus nombres más usados: Estel, que en élfico significa “esperanza”. De alguna forma Aragorn está llamado a encarnar la esperanza para el pueblo de los hombres. Pero Aragorn también es Elessar, “piedra de elfo”, el encuentro de las dos dinastías: la del pueblo de los elfos, que debe partir hacia su destino final y la de los hombres, que apenas acaba de comenzar su andadura por el mundo.[6]

El héroe, en la obra tolkieniana, recoge estas ideas presentes en una visión del mundo que tuvo su esplendor en el pasado: "Debemos arreglárnoslas sin esperanzas", dice Aragorn, el rey escondido que retorna, al que Tolkien da las características físicas y anímicas del antiguo dios Wotan.

En las religiones paganas, a los períodos de plenitud les suceden épocas de caos y decadencia. La última oportunidad para remontar la situación se encuentra, hoy como ayer y como siempre, en la asunción de un pensamiento trágico heroico.

Los héroes, en las viejas religiones, están en un nivel similar a los propios dioses, pero en El Señor de los Anillos presentan defectos que les humanizan, conocen la fe y la piedad y sufren remordimientos por sus flaquezas; tal vez por este motivo se asemejen más a los caballeros andantes del medievo. En la obra tolkieniana se dan los dos tipos característicos: el caballero católico medieval y el héroe pagano. Los hombres de Rohan (una de las tierras de la geografía tolkieniana) "aman la guerra y la valentía como cosas buenas en sí: a la vez un deporte y un fin".

También se evoca en sus primeras obras el tema del viaje de iniciación espiritual, que en Europa es recogido literariamente en la leyenda del Santo Grial.

Bilbo, el primer hobbit que lo realiza, sale del egoísmo de su vida cómoda y adquiere en el camino los rasgos del caballero andante. Ha hecho madurar dentro de sí la semilla del heroísmo, ha matado al "yo" común.

Frodo, en la trilogía de El Señor de los Anillos, tiene que realizar un camino plagado de adversidades para, al final del mismo, llegar a comprender en toda su extensión el universo ético de la Tierra Media.

El héroe debe vencer en sí al mal que lleva dentro. Las tentaciones de Frodo respecto al anillo así nos lo demuestran. Aquí encontramos el concepto de la "Gran Yihad" de la que hablan los musulmanes, la gran guerra santa que se desarrolla en el interior de cada persona sin la cual la "pequeña yihad", la guerra santa exterior, no es nada. La vida humana aparece como búsqueda, en primer lugar, de la edad adulta y del sentido de la muerte.

Actualidad de su obra

Según el escritor tradicional Georges Gondinet, sería interesante conseguir en el campo de la distribución editorial que la juventud leyera El Señor de los Anillos y a continuación "Rebelión contra el mundo moderno", de Julius Evola. Tal vez así muchos espíritus perdidos tendrían la certeza de que existió otro mundo opuesto a éste, y que nuevamente puede ser reconstruido. Ciertas vocaciones podrían definirse en el interior de muchas personas.

La obra de Tolkien rompe totalmente con la literatura moderna y se aparta por completo con las corrientes ideológicas oficiales del sistema burgués. Con sus relatos accedemos a un mundo superior, a una concepción clásica de la existencia, a una alternativa al borreguismo realista de nuestros días.

Liberales y marxistas adoptan un pensamiento en el que ninguna fantasía está autorizada a tener lugar. En el mundo moderno toda una parte del espíritu humano (la imaginación) está sometida a una continua castración.

Al destruir los mitos que estructuraban las comunidades orgánicas tradicionales, sustituyéndolos por caricaturas muy pronto caídas en desuso, el progresismo tiende a rechazar, calificándolas de infantiles, todas las fantasías; así nos encadena a la realidad envenenada que ellos mismos han forjado: la sociedad de consumo. La utopía llegará, anuncian estos redentores materialistas; pero su utopía nos presenta cada vez más el rostro de ese "mundo feliz" que anunciara Huxley.

El mundo moderno ha trivializado toda búsqueda interior, que en el pasado era conducida por los mitos; ha cerrado con fuerza las puertas de lo sagrado y de una concepción superior de la existencia que, hoy por hoy, sólo la fantasía puede reabrir. Lo fantástico choca de frente con el materialismo y es capaz de anularlo.

Sólo a través de la fantasía el hombre moderno puede ser reconducido al espacio del mito. Se puede afirmar que la obra tolkieniana y sus derivaciones posteriores son la única literatura de aparición moderna que avista la superación de nuestro tiempo y la reintegración a un mundo tradicional.

Un lema del mayo´68 fue "La imaginación al poder": quieran los dioses que llegue a ser verdad y así logremos retornar a nuestros orígenes espirituales. Ya lo dijo André Malraux: después del materialismo retornará la era del espíritu.

Referencias

  1. [1]
  2. Tolkien, J. R. R. (1954), The Fellowship of the Ring, The Lord of the Rings, Boston: Houghton Mifflin (published 1987), prefacio, ISBN 0-395-08254-4 (en inglés)
  3. Pearce, Joseph (12 al 19 de enero de 2003). National Catholic Register (ed.): «Why Tolkien Says The Lord of the Rings Is Catholic» (en inglés). Consultado el 28 de julio de 2009.
  4. Wood, Ralph C. (13 de julio de 2002). Addison,Texas; Leadership University (ed.): «Biography of J. R. R. Tolkien (1892-1973)» (en inglés). Consultado el 28 de julio de 2009.
  5. Paganism: Part III - The One Ring
  6. http://lcblog.catholic.net/el-protagonismo-en-el-senor-de-los-anillos-sacerdote-profeta-y-rey/

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Enlaces externos