Crimen de pensamiento

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Crimen de pensamiento

Crimen de pensamiento es una expresión orwelliana utilizada para referirse a la actividad de pensar y expresar opiniones que se castigan como delito por intereses políticos de los gobiernos o la presión de los Lobbies. Por lo general dichas opiniones van claramente en contra de lo políticamente correcto, contradicen a la opinión mayoritaria de la sociedad en temas polémicos, o perjudican a los intereses de un gobierno, que no respeta la libertad de expresión de los ciudadanos en temas concretos. Aunque también puede darse que quien cometa el delito de pensar y opinar, no esté sosteniendo un punto de vista impopular, sino todo lo contrario, por ejemplo al oponerse a una dictadura.

Etimología

Del inglés thoughtcrime, los orígenes de esta expresión los encontramos en la novela 1984, de George Orwell, donde una dictadura controla la vida de los ciudadanos de una nación, a tal punto que ya nadie es libre ni siquiera de pensar. El crimen de pensamiento es considerado uno de los mas peligrosos por el régimen, y consiste en pensar cosas que van en contra de lo que dicta El Partido. En la novela existe la llamada Policía del pensamiento, que se encarga del lavado de cerebro de los disidentes.

Características

Son innumerables las dictaduras que en menor o mayor medida han castigado el mero hecho de pensar y discrepar a lo largo de la historia. Sin embargo, también en las democracias europeas, como la alemana y la francesa, se puede apreciar este fenómeno con claridad, en temas como la prohibición de partidos políticos, ideologías y el revisionismo histórico, particularmente en lo que respecta al Holocausto.

El rótulo

Si bien el criminal de pensamiento a menudo asume puntos de vista impopulares o ilegales, el prohibirle que se exprese puede ser, en si mismo, un acto impopular. Esto se debe a que el derecho de pensar y expresar ideas suele ser altamente valorado por los ciudadanos, sobre todo en los estados democráticos. Por ese motivo surge la necesidad de "rotular" las opiniones inconvenientes y a quienes las expresan, con etiquetas que la mayoría de la gente repruebe o desprecie. Por ejemplo, se puede tildar a una persona de "racista", "antisemita", "homófobo", enemigo del "pueblo" o "traidor", al servicio de potencias extranjeras. Esta táctica ha sido muy utilizada por la dictadura cubana, que a menudo acusa a los opositores de estar a sueldo de los Estados Unidos, con pruebas o sin ellas. Los soviéticos la utilizaron en la Gran Purga de la década de los ' 20s, cuando también rotularon a sus opositores políticos como "traidores" al servicio de potencias extranjeras.

El objetivo primordial de renombrar y rotular falsamente, es justificar el castigo por expresar ideas, de una manera en que el público no se identifique con el acusado ni salga en su defensa. Incluso en una democracia se consigue de esta manera denegar el derecho humano a la libertad de expresión. Varios países europeos como Francia o Austria procesan a los revisionistas que denuncian la falsificación histórica en torno al Holocausto acusados de un supuesto falseamiento de la historia. Tales rótulos recuerdan a la novela "1984" de George Orwell, donde a beneficio del régimen, personas y organizaciones eran rotuladas como lo opuesto a lo que eran realmente. Siendo por ejemplo el "Ministerio de la paz" el encargado de llevar adelante la guerra y el "Ministerio de la verdad" el encargado de falsificar la historia y destruir los libros y documentos que contradigan a la historia oficial.

Destrucción de imagen pública con el empleo de estereotipos y rótulos

El historiador David Irving, cual peligroso delincuente es esposado por la policía canadiense en 1992 mientras esgrime la única arma que ha empuñado, un bolígrafo.

Para lograr las destrucción de la imagen pública del acusado de crimen de pensamiento, este es demonizado y deshumanizado mediante una campaña de desinformación. Siguiendo las técnicas de manipulación de masas establecidas por la Escuela de Frankfurt, el método mas efectivo y económico para lograrlo es la aplicación de rótulos como "antisemita", "traidor", "nazi" o "corrupto", etc. Incluso aunque la acusación no sea cierta, esto tiene varias ventajas. La gente teme tanto a que el rótulo se asocie a su nombre, que en la mayoría de los casos está dispuesta a dejarse silenciar con tal de evitarse las consecuencias que ello acarrea en la sociedad. Cosas tales como la pérdida de un empleo, conflictos familiares o la destrucción de la imagen pública. Además, el dinero gastado en propaganda para vilificar un rótulo como "antisemita" por ejemplo, rinde sus réditos una y otra vez, porque puede usarse efectivamente contra diferentes personas. Un ejemplo de esto puede verse en la documental Dr. Muerte: Ascenso y caída de Fred A. Leuchter producida por Errol Morris, donde Leuchter es víctima de la destrucción de su imagen pública a manos del Lobby judío.

En una entrevista a la televisión noruega en octubre de 2008, el periodista le preguntó a David Irving si él se sentía víctima de una supresión de la libertad de expresión. El historiador británico respondió

Si, una absurda supresión de la libertad de expresión. Y los periódicos, quienes deberían ser los que mas saben sobre la supresión de la libertad de expresión, no estuvieron ahí, donde debieron, apoyándome. Porque la capa de "negacionista del Holocausto" estaba atada a mi nombre. Es como ser un pedófilo. Una vez que uno tiene el sello de "pedófilo" estampado en su frente, nadie le volverá a hablar nunca, porque "es un pedófilo". Y ningún periódico va a defender los derechos de David Irving, porque el es un "negacionista del Holocausto" y sabemos de donde viene esa publicidad. Esto es muy inteligente[1].

El periodista le preguntó que quienes son los que están intentando acallarle, a lo que Irving responde que si les pusiera un nombre sería acusado inmediatamente de "antisemita"[1].

La policía del pensamiento en Cuba

Según el Departamento de Estado de los Estados Unidos, el Código Penal cubano incluye conceptos orwellianos como el de "peligrosidad", definido como "la tendencia de una persona a cometer crímenes, demostrado por su conducta en contradicción a las normas socialistas". Si la policía decide que un individuo exhibe signos de peligrosidad pueden llevar al acusado ante una corte o someterlo a terapia o "re-educación política". De acuerdo a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, esto equivale a un criterio subjetivo utilizado por el gobierno para justificar violaciones a la libertad personal y el proceso legal correspondiente para aquellas personas cuyo único crimen es tener una opinión distinta a la opinión oficial[2].

Artículo de opinión

Prohibido Disentir, por Cristián Rodrigo Iturralde


Muchas veces las obras literarias se inspiran en la realidad y en las acciones de los hombres, tomando lo sustancial de ellas y exponiendo al gran público lo que yace oculto. Ergo, muchas veces, ficción y realidad no sólo no se excluyen –como solemos creer– sino que confluyen en estadios íntimamente conexos e incluso complementarios. Aserto particular en nuestros días, donde las más de las veces se confunden una y otra, y ésto hasta el punto de no saber cuál es cuál.

En tanto más humana y cruda, la ficción aumenta nuestras palpitaciones, fija nuestra atención –usualmente dispersa– pues se vuelve más real y, por lo mismo, acuciante y angustiante. Deja ya de ser literatura de entretenimiento y distensión, capaz de narrar mundos y personajes abstractos, imaginarios y pintorescos, para transformarse en la expresión más acabada y auténtica de nuestra existencia; así se convierte en portavoz imprevista y hasta inoportuna que irrumpe en nuestro hogar, poniéndonos forzadamente frente aquella verdad incómoda que normalmente rechazamos: la realidad. Todo esto no es otra cosa que el hombre y su naturaleza caída. Alejado de todo sentido de trascendencia, desafectado del Orden Natural, deviene en un ser provisto de una insaciable ambición de poder.

No habrá más que recurrir a la teología o a las crónicas históricas de la humanidad para verificar esta máxima, comprendiendo la existencia perenne de hombres y grupos procurando la dominación de “los otros”, imponiendo (o intentándolo) sus categorías y pensamientos a cualquier costo.

Este anhelo continúa vigente en la actualidad con más fuerza que nunca. Sólo han cambiado las formas.

La Policía del Pensamiento

La Policía del Pensamiento, en la afamada novela de George Orwell (1984), es una organización policial del Estado totalitario colectivista de Oceanía, creada para vigilar y orientar el pensamiento y acción de cada uno de los ciudadanos; y abocada a implantar un cierto “Pensamiento Único” que facilite el control, centralización y sometimiento de la población. Entre sus múltiples atribuciones, perseguir y arrestar a todo disidente que cuestione los postulados del Régimen (considerados dogmas) y/o a su líder.

Asimismo, Orwell novela cómo también el Estado ha logrado controlar gran parte de la sociedad mediante el miedo: el miedo como recurso de manipulación, inventando –a tal fin– múltiples amenazas externas; en el caso de 1984, se fabuló que despiadadas naciones enemigas pretendían invadir, exterminar y sojuzgar brutalmente a los ciudadanos. La presión ejercida sobre el individuo es tal, que –de tanto en tanto– surge algún temerario ánimo levantisco que, irguiéndose, cuestiona la versión oficial del régimen; reacción que el sistema detecta y detiene en forma inmediata.

Una vez confinado en la cámara de tortura, el presunto infractor es sometido a una serie de tormentos donde debe confesar sus “pecados de pensamiento” contra el Gran Hermano y el Nuevo Orden, propuesto por él. Si el sujeto manifiesta aún signos de resistencia se lo destina a la tétrica Habitación 101, donde el objetivo ya no es extraer información o provocar la confesión de los “delitos” sino quebrar completamente a la persona: física, mental y espiritualmente; y ésto, mediante una letal y estudiada combinación de torturas físicas y psicológicas. Esta suerte de “lobotomía” pretendía modificar las categorías mentales y la voluntad del sujeto, buscando sustituir la indiferencia y/o disconformidad pasiva –manifestada inicialmente– en colaboración activa con el régimen.

La Policía del Pensamiento rige cada aspecto, público y privado, de la vida cotidiana de los ciudadanos, valiéndose para ello de una omnímoda y bien provista fuerza de seguridad, así como también de distintos dispositivos intrusivos de la privacidad: micrófonos y cámaras de video colocados en los hogares, trabajos y en cualquier establecimiento donde ejerza el individuo alguna actividad. Cada manifestación u expresión escrita u oral se encuentra bajo el estricto seguimiento y tutela de diligentes censores. A este efecto se conforma asimismo una serie de “listas negras” dividiendo a los ciudadanos en tres categorías posibles: leales, traidores y sospechosos de sedición. Comporta traición no sólo el no acatar estrictamente cada lineamiento ordenado por el Partido sino la ausencia de una demostración efusiva para con él. Son traidores también si no son suficientemente sumisos y gratos al Partido.

La propaganda y las persecuciones del Régimen generan tal pavor entre los ciudadanos que los hijos denuncian a sus padres, los padres a los hijos y los familiares y amigos se acusan entre ellos.

Todos temen. Los pocos que han sobrevivido al proceso de lavado de cerebro del Estado –que ejerce una pronunciada coerción psicológica sobre el individuo mediante estudiadas maniobras de “Ingeniería Social”– y que aún conservan cierta independencia de juicio y salubridad mental, no se atreven a cuestionar ni a resistir. De hacerlo –lo saben–, no sólo perderían lo poco que tienen sino su propia vida, haciendo peligrar al mismo tiempo a sus seres queridos.

Los días transcurren indefectiblemente sin variantes ni novedades para este sujeto ya arrollado, gris, aciago, sin esperanza ni ambiciones, sin futuro ni pasado. A tanta represión es sometido que ningún sentimiento quiere o puede aflorar. Su existencia se desarrolla en torno a las necesidades de un Estado voraz e insaciable, omnímodo y omnipotente, que lo considera sólo en tanto fuerza de trabajo; un ladrillo más en el engranaje de una superestructura metálica monolítica e infranqueable, impersonal e infinita.

Orwell, es cierto, plantea esta situación bajo un régimen de inconfundible signo totalitario y despótico. No obstante, el mentado escenario no es exclusivo a sistemas de tales características. Constituiría grueso error pensar que tal coerción no pudiera existir en la actualidad bajo gobiernos que en sus formas exteriores ofrecen algunas libertades mínimas; como en el caso de las democracias modernas de Occidente (como avizoraba el cuasi profético Aldo Huxley en los años 50´).

Huxley, por su parte, perfecciona el modelo propuesto por el autor de 1984, adaptándolo a las nuevas coyunturas en su conocida obra Un mundo feliz.[3] Así, entiende que el único Estado totalitario capaz de ser eficaz y vencer al tiempo no es aquel que urge de medios de sujeción directos (violentos o no) sino que proporciona a la población los elementos para su propia perdición y esclavitud.[4] No sujeta y domina al pueblo mediante el temor y los grilletes sino mediante la ¨distracción¨ y un finísimo y casi imperceptible trabajo de Propaganda. Es decir, promoviendo tal libertinaje exacerbado entre la sociedad -en materia de costumbres- que el ciudadano no caerá en cuenta que sus libertades fundamentales han sido coartadas de hecho y de derecho. Por decirlo sencillamente: le serán suficientes, para conformarse, dos comidas al día, sufragar cada dos o cuatro años, vacacionar de tanto en tanto y elegir cual de los 250 canales de televisión visualizar (creados y monitoreados por el Estado). A lo mucho, de tanto en tanto exigirá una mejor calidad en las comidas, destinos vacacionales más accesibles económicamente, y más canales a los ya existentes. Caerá, pues, en lo meramente accesorio, superfluo, pero jamás cuestionará al sistema ni reparará en las cuestiones de fondo.

Al igual que en el mundo distópico que traza Ray Bradbury (desde su novela "Fahrenheit 451"), el cultivarse intelectualmente y pensar por si mismo lo hace a uno sospechoso de terrorista o levantisco; incorrección política ésta que, además de poder ser encarcelado y multado por el Estado (bajo leyes ad hoc convenientemente creadas a tal efecto), le traerá aparejada la condena social, viéndose así dañada notoriamente su imagen y posición inter pares, y, por esto, destinado a un ostracismo de hecho del que le será casi imposible volver.

Restringido el acceso a los libros, el Estado ha erigido una suerte de Centro de Estudios de la Etimología, confeccionado un diccionario propio, donde las palabras guardan el significado y la connotación que éste decida. Convenciendo al pueblo que la paz es ausencia de guerra armada, que libertad es poder elegir que color de remera comprar o a quien votar cada cuatro años (en una terna compuesta por Freddy Kruger o Jack el Destripador), que el progreso se mide en términos materiales (tecnología, ciencia, etc.) y que la felicidad es el hoy y el ahora -desligada de toda noción de trascendencia-, el Estado anula completamente al pueblo, convirtiéndolo en masa (amorfa, sin rumbo ni sentido), en un ente, sin que éste siquiera lo sospeche, asegurándose así un gobierno eterno, sin potenciales rivales o descontentos, pues ha logrado controlar la voluntad y el inconsciente colectivo.

Si alguien osara reaccionar, será calificado de reaccionario; término que ha sido cargado con las peores connotaciones posibles. Este ¨reaccionario¨ será presentado ante la sociedad como alguien que pretende volver a tiempos pretéritos (que el Estado se ha encargado de criminalizar); al estilo de la era ¨fordiana¨ presentada por Huxley. Traducido a la realidad inmediata, es lo que sucede en la argentina a cualquiera que cuestione al establishment: se lo acusará de apologista de la dictadura militar del 76´ y de la Alemania de los 30´, que, de acuerdo a los nuevos cánones y valores establecidos por el sistema, sería lo mismo que ser acusado de asesino.

Criminalizada (y/o deliberadamente ignorada) la religión y el Orden Natural, el hombre que Huxley retrata[5] –ya sin barreras morales contenedoras que encuadren su existencia y subyugado bajo lo que denomina dictadura científica- se auto inflige tal sobredosis de pasiones desordenadas que termina saturado, sofocado, desorientado y perdido. Acaba consumido y arruinado, preso del consumo desmedido, del avasallamiento informativo (y des-informativo, podría decirse). Preocupado por la propia subsistencia económica, queda ya sin energías, voluntad o tiempo para ejercer las facultades que le son propias: pensar, contemplar, desarrollarse intelectualmente, distinguir, dedicarse a las cuestiones fundamentales; resistir y combatir el mal y la injusticia.

No faltarán tampoco, al igual que bajo los regímenes comunistas, las operaciones denominadas “de falsa bandera”[6] –orquestadas subrepticiamente por el Estado-, cuyo objeto no será otro que sembrar el terror en la sociedad, alertando sobre supuestas amenazas locales y/o globales –terrorismo, guerras inminentes, desastres financieros y ecológicos, etc.; operaciones cuyo resultado terminará arrastrando a toda la sociedad hacia los brazos del Estado, quien ficticiamente se erige como el único capaz de proteger a la ciudadanía.

La efectividad de este tipo de sistema –“totalitario encubierto” que parece identificarse con los estados modernos– es notable. El régimen opera con casi total libertad e impunidad; pocos resisten aunque éstos lo hagan enérgicamente. Los ciudadanos que no quedan anulados por los efectos del libertinaje extremo y la opresión económica, ceden al Estado su libertad y derechos ante el miedo de posibles catástrofes globales. Como ya hemos dicho, los pocos que no hayan caído bajo el yugo de alguno de estos y den cuenta de la manipulación de la que son objeto –ese núcleo ígneo–, serán perseguidos por el Estado bajo cualquier tipo de acusación; desde “nazis” hasta “golpistas” o “destituyentes”.

Antes que novelistas, George Orwell y Aldo Huxley fueron hombres eminentemente políticos e intelectuales. Pero ante todo y por lo mismo, fueron atentos observadores de los hombres, de las coyunturas de los tiempos y sus signos.

Al momento de la confección de sus obras, ya habían irrumpido públicamente (de modo más o menos solapado) múltiples laboratorios sociales (p. e., la Escuela de Frankfurt) y disciplinas orientadas y dedicadas a la modificación de la conducta del individuo con fines de manipulación social. Una de ellas fue la denominada “Ingeniería Social” (conocida popularmente bajo la denominación de “lavado de cerebro”). Otra fue la trepanación-lobotomía.[7] Agreguemos por último que ya se conocían las torturas psicológicas y experimentaciones farmacológicas empleadas por los soviéticos para quebrar y/o docilizar a los descontentos con el régimen.

¿Y que tendrá que ver acaso todo esto con el INADI?

Referencias

  1. 1,0 1,1 Vídeo: NRK interview with David Irving (Oct.18, 2008)
  2. U.S. Department of state. Doc 41756.
  3. Si bien la obra de Huxley es anterior a la de Orwell, es la suya la que -de alguna u otra forma- mejor ilustra la realidad actual de los estados modernos: una suerte de dictadura de hecho por medios a priori ¨no violentos¨.
  4. Aquel Estado que, en nombre de la libertad, apoyándose y promoviendo al “hombre máquina” de La Mettrie, difundiendo el relativismo moral (a través de variopintas usinas de pensamiento o think tanks), obtiene la sumisión voluntaria de las mayorías (a la que estas se prestan, consciente o inconscientemente) alimentando hasta el paroxismo sus bajos instintos. Julien La Mattrie fue médico y un filósofo mecanicista y materialista del siglo XVIII (autor de las obras “El Hombre Maquina” y “El Hombre Planta”). Negaba la existencia de Dios y proponía al hombre ceder sin resistencia ante sus bajos instintos.
  5. Nos referimos no ya propiamente a su obra Un Mundo Feliz sino a sus declaraciones posteriores en entrevistas televisivas de fines de los años 50`. Recomendamos la visualización de la entrevista que el periodista estadounidense Mike Wallace realiza a Aldous Huxley en 1958: https://www.youtube.com/watch?v=_TG3ZDV7AKE
  6. Así se denominan a las operaciones encubiertas llevadas a cabo por gobiernos, corporaciones y otras organizaciones, diseñadas para aparecer como si fueran llevadas a cabo por otras entidades. Existen varias operaciones de falsa bandera que han sido comprobadas o mismo admitidas luego por los perpetradores. Tres de los casos mejor acreditados: la voladura del acorazado USS Maine, con el que se desató la Guerra de Cuba de 1898; el asalto a la estación radio de Gleiwitz, con el que se inició la 2ª Guerra Mundial, en 1939; y la Operación Northwoods, con la que EEUU planeaba justificar una intervención militar contra el régimen de Fidel Castro, en 1962. Consultar al respecto el minucioso estudio elaborado por la Universidad de Málaga, España, titulado ¨Operaciones de Falsa Bandera¨: http://www.uma.es/foroparalapazenelmediterraneo/wp-content/uploads/2012/11/INFORME-632013cap.pdf. Algunos casos citados por el medio especializado Russia Today, son los siguientes: Israel admitió que en 1954 una célula terrorista israelí que operaba en Egipto colocó bombas en varios edificios, incluyendo instalaciones diplomáticas de Estados Unidos y plantó “pruebas” que señalaban a los árabes como culpables. Una de las bombas detonó antes de tiempo, lo que permitió a los egipcios identificar a los autores del ataque. Un agente del Mossad admitió que en 1984 colocó un transmisor de radio en el complejo de Kadhafi en Trípoli desde el cual se realizaron trasmisiones a falsos terroristas para crear una imagen de Kadhafi como promotor del terrorismo. Inmediatamente después, Ronald Reagan bombardeó Libia. En una ocasión más reciente, en 2005, soldados israelíes se hicieron pasar por palestinos y lanzaron piedras contra otros soldados israelíes para culpar a los palestinos y tener una excusa para acabar con las protestas pacíficas. Otra operación de falsa bandera cada día más aceptada es la de los ataques del 11 de septiembre del 2001; utilizada por los EEUU como una de las principales justificaciones para el inicio de la guerra contra Irak y demás presuntos terroristas.
  7. Si bien hoy parece cosa propia de la ciencia ficción, lo cierto es que en los años 30´ la trepanación-lobotomía fue muy frecuente. Su inventor, Antonio Egas Moniz, recibió por esta invención el Premio Nobel de Medicina, en 1949.

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