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Marcus Eli Ravage
Marcus Eli Ravage (Revici) (25 de junio de 1884, Bârlad, Rumania - 6 de octubre de 1965 Grasse, Francia) conocido también como Max Ravitch, fue un escritor judío nacido en Rumania que emigró a los Estados Unidos a comienzos del siglo XX. Mejor conocido por su libro autobiográfico An American in the Making (1917), también es conocido por su artículo de 1928, A Real Case Against the Jews ("Un caso real contra los judíos"). También fue biógrafo de la familia Rothschild y de la segunda esposa de Napoleón, Marie Louise. Su relevancia estriba en que constituye una fuente directa para conocer lo que secretamente piensa cada judío acerca de Europa y Occidente. Su sarcasmo contra Europa y contra todo lo bueno que ésta representa no tiene parangón.
Vida
Nació en Bârlad, Rumania, el 25 de junio de 1884, y murió en Grasse, Francia el 6 de octubre de 1965. Emigró a los Estados Unidos en 1900. Aprendió inglés en la escuela nocturna. Se graduó en la Universidad de Missouri, en 1909, y luego en la Universidad de Illinois. Estudió también en la Universidad de Columbia y enseñó en el colegio de agricultura del Estado de Kansas. Se casó con Mary Louise Martin y tuvo dos hijas Susanne Anna y Louise Belle.
Fue corresponsal de Europa para la Nación y su trabajo apareció en la Nueva República, y en el Harper's Escribió sobre el problema de la aculturación de los inmigrantes y la posición de los judíos en América. Se hizo famoso tras publicar su pequeña pieza sarcástica titulada un caso real contra los Judios, en el Century Magazine. Esta pequeña obra es interesantísima porque deja ver lo que en realidad piensan los judíos acerca de Occidente y de Europa; y, por sobre todo, porque muestra, aunque de forma sarcástica y dolorosa para toda persona que ama la tradición occidental, la profunda y enraizada influencia que sobre Europa ejerce el mundo judío gracias al cristianismo.
Obra
- An American in the making: The life story of an immigrant. Harper & Brothers. 1917.
- The Jew pays: a narrative of the consequences of the war to the Jews of eastern Europe, and of the manner in which Americans have attempted to meet them. A. A. Knopf. 1919.
- The malady of Europe. New York: Macmillan. 1923.
- The story of Teapot Dome. Republic Publishing Co. 1924.
- "A Real Case Against the Jews". Century magazine. Vol. 115 no. 3. January 1928. pp. 346–350.
- "The Jew: Commissary to the Gentiles: The First to See the Possibilities of War by Propaganda". Century magazine. Vol. 115 no. 4. February 1928. pp. 476–483.
- Five men of Frankfort: The story of the Rothschilds. L. MacVeagh [The Dial press. 1934 [First published 1928]
- Empress Innocence: The life of Marie-Louise. New York: A.A. Knopf. 1931.
- Bombshell against Christianity!. Erfurt, Germany: U. Bodung-Verlag. 1936 [First published 1928].
Carta a los Gentiles
Traducción del opúsculo "A Real Case Against the Jews" ("Un caso real contra los judíos").
- Por Marcus Eli Ravage
Nos odiáis. No es bueno que lo neguéis. Así que no perdamos más tiempo en negaciones e hipocresías. Sabéis lo que hacéis, y yo lo sé, y creo que nos entendemos. Seguramente, algunos de vuestros amigos son judíos, y todo eso. Creo que he oído ese argumento varias veces. Y sé también, que no me incluís personalmente -"yo", es decir, cualquier judío particular- cuando acusáis a los judíos en vuestra forma particular, porque yo soy "diferente", casi tan bueno como cualquiera de vosotros. Esa pequeña excepción, de algún modo, me hace gracia, pero olvidémoslo por ahora. Es el judío agresivo, trepador, y materialista al que odiáis -aquel, que os hace recordar tanto a vuestros propios hermanos. Creo que nos entendemos perfectamente. Yo no tengo nada contra vosotros.
No odio a alguien que rechaza a otra persona. Pero hay algo que me intriga acerca de este tema anti-judío, como lo practicáis, es que hacéis excusas tan fantásticas y transparentes, que parecierais estar sufriendo horriblemente de mala consciencia, y si vuestra actitud no fuese tan grotesca seria irritante. Y no sucede porque seáis novatos en esto: habéis estado haciéndolo durante quince siglos. Sin embargo, al ver y oír vuestros pretextos infantiles, uno podría tener la impresión que no os conocéis a vosotros mismos ni lo que defendéis. Nos odiáis, pero no podéis decir porqué. Creáis una nueva excusa -una "razón" como la llamáis- cada día. Habéis estado amontonando justificaciones durante todos esos cientos de años y cada nueva invención es más risible que la anterior y cada nueva excusa contradice y aniquila la otra.
No hace muchos años yo oía la acusación de que nosotros éramos materialistas y capitalistas; ahora la acusación es que ningún arte ni profesión alguna no mercantil está libre de la invasión judía. Éramos, según lo que creéis, etnocéntricos y exclusivistas, e inasimilables porque no nos mezclamos con vosotros, y ahora nos reprocháis lo contrario, es decir, que contaminamos vuestra integridad racial. Nuestro estilo de vida es tan bajo que creamos vuestros barrios obreros e industrias, y tan alto que os expulsamos de vuestras mejores zonas residenciales. Nos descalificabais como pacifistas y humanitaristas por naturaleza y tradición, y ahora, al creer en la validez de los Protocolos nos atribuís el papel de señores del mundo, de imperialistas y de fomentadores de toda guerra. Nos acusáis de ser los creadores del capitalismo, pero, al mismo tiempo, nos atribuís el papel fundamental en la revuelta contra el capitalismo.
Seguramente, la historia no tiene a nadie tan versátil como nosotros! Oh! Casi olvido la razón de las razones: nosotros somos ese pueblo renegado que nunca aceptó convertirse al Cristianismo, y somos además el pueblo criminal que crucificó a su fundador. Pero os digo, os engañáis. No tenéis el conocimiento o la voluntad para enfrentar los hechos y aceptar la verdad. Odiáis a los judíos no porque, como algunos de vosotros pensáis, crucificamos a Jesús, sino porque engendramos a Jesús. La razón secreta de vuestro resentimiento no se encuentra en el hecho de que nosotros hayamos rechazado al cristianismo, sino que nosotros os lo hemos impuesto!.
Vuestras acusaciones contradictorias contra nosotros no son sino un parche en la oscuridad de nuestro verdadero crimen histórico. Nos acusáis de haber hecho la revolución bolchevique. Bien, supongamos que aceptamos la acusación. ¿Y qué? Comparado con lo que el judío Pablo de Tarso hizo en Roma, la revuelta en Rusia no es más que una pelea callejera. Hacéis tanto barullo por la indebida influencia hebraica en vuestros teatros y en vuestro cine. ¡Muy bien!. Aceptado, vuestros lamentos son justos. Mas, ¡qué puede significar esto contrapuesto a la influencia cultural ilimitada que nosotros ejercemos en vuestra Iglesia, en vuestras escuelas, sobre vuestros gobiernos y formas de vida, sobre todo en vuestro mundo intelectual!.
Un ruso plagió un grupo de papeles y los publicó en un libro llamado "Los Protocolos de los Sabios de Sión" que muestra que nosotros conspiramos para provocar la última Guerra Mundial. Vosotros creéis en ese libro. Bien. Supongamos que 'Los Protocolos de los Sabios de Sión' sean auténticos. ¿Qué cosa podría significar esto frente a la incuestionable conspiración histórica que hemos llevado a cabo, la cual nunca hemos negado porque nunca habéis tenido el valor de acusarnos de ella, y de la cual se conserva todo el registro histórico para que cualquiera la pueda leer?
Si fuerais serios cuando habláis de conspiraciones judías, ¿debería yo dirigir vuestra atención hacia una de la que valga la pena hablar? ¿Qué sentido tiene gastar palabras sobre el presunto control de vuestra opinión pública por financistas, periodistas y magnates del cine judíos, cuando podríais simplemente acusarnos correctamente de haber controlado vuestra entera civilización por medio de los Evangelios judíos?.
Sois incapaces de conocer nuestro verdadero crimen. Nosotros somos invasores, destructores, subvertores. Nosotros hemos tomado posesión de vuestro mundo natural, de vuestros ideales, de vuestro destino y hacemos juego de todo esto. Nosotros hemos sido no sólo los promotores de la última guerra, sino de casi todas vuestras guerras. Hemos sido no sólo los promotores de la Revolución Rusa, sino de todas las otras grandes revoluciones. Nosotros hemos suscitado y continuamos promoviendo disturbios en las ciudades, en las calles y en vuestra vida privada. Y aún estamos haciéndolo. Nadie puede decir cuánto tiempo, seguiremos haciéndolo.
Retrocedamos un poco y veamos lo que ha sucedido. Hace mil novecientos años atrás vosotros erais un pueblo inocente, pagano y libre. Vosotros rendíais culto a innumerables Dioses y Diosas, a los espíritus del aire, de las corrientes de los arroyos y del bosque. Os enorgullecíais de la gloria de vuestros cuerpos desnudos. Tallabais imágenes de vuestros dioses y de figuras humanas. Gustabais de los combates del campo y la arena. Os emboscabais en las laderas y en los valles de los grandes campos, y especulabais sobre la maravilla y el misterio de la vida e iniciabais las bases de la ciencia natural y la filosofía. La vuestra era una cultura noble, sensual, liberada de la consciencia social o de cualquier moralismo sentimental sobre la igualdad humana. Quien sabe que gran y glorioso destino podriais haber tenido si nunca os hubieseis encontrado con nosotros…
Pero nuestros caminos se cruzaron. Nosotros abolimos la hermosa y generosa estructura que habíais creado y cambiamos el curso entero de vuestra historia. Os hemos conquistado como ningún imperio vuestro jamás ha subyugado al Africa o Asia. Y lo hicimos sin necesidad de armas, derramamiento de sangre o rebeliones, sin fuerza de ningún tipo. Lo hicimos solamente con el irresistible poder de nuestro espíritu, con ideas y con propaganda.
De vosotros hemos hecho los portadores inconscientes de nuestra misión al mundo entero, a las razas bárbaras del mundo, a las incontables generaciones por nacer. Sin una comprensión completa de lo que os hemos estado haciendo, vosotros os habéis convertido en los agentes de nuestra tradición racial, llevando nuestro evangelio a los confines inexplorados de la tierra.
Nuestras costumbres tribales han inspirado vuestro código moral. Nuestras leyes tribales han amueblado el fundamento básico de todas vuestras constituciones y sistemas legales. Nuestras leyendas y nuestros cuentos populares son la sagrada literatura que leéis a vuestros infantes. Nuestros poetas han llenado vuestros himnarios y vuestros devocionarios. Nuestra historia nacional ha devenido parte indispensable del aprendizaje de vuestros pastores, sacerdotes y académicos. Nuestros reyes, estadistas, nuestros profetas y nuestros guerreros son vuestros héroes. Nuestro antiguo y pequeño país se convirtió en vuestra Tierra Santa. Nuestra literatura nacional ha llegado a ser vuestra Biblia. Lo que nuestro pueblo pensó y enseñó se ha vuelto una parte inseparable de vuestro discurso y tradición, al tanto que no hay nadie entre vosotros que pueda ser considerado educado que no este familiarizado con nuestra herencia racial.
Artesanos y pescadores judíos son vuestros maestros y santos, con incontables estatuas erigidas a su imagen e innumerables catedrales alzadas a sus memorias. Una joven judía es vuestro ideal de maternidad y de la feminidad. Un profeta judío rebelde está en el centro de vuestra devoción. Hemos destruido vuestros ídolos, hemos destruido vuestra herencia racial, y la hemos sustituido con nuestro Dios y nuestras tradiciones. Ninguna conquista en la historia puede compararse remotamente con nuestra conquista de vuestro espíritu.
¿Como lo hicimos? Casi por accidente. Hace dos mil años en la lejana Palestina, nuestra religión había caído en decadencia y materialismo. Los mercaderes estaban en posesión del Templo. Los rabinos degeneraban y engordaban. Entonces un joven patriota idealista apareció e hizo un llamado al reavivamiento de la fe. Él no pensaba en crear una nueva iglesia. Como todos los profetas que le precedieron, su único objetivo era purificar y revitalizar el viejo credo. Él ataco a los sacerdotes y expulso a los mercaderes del Templo. Esto le llevo a enfrentarse con el orden establecido y sus guardianes. Las autoridades romanas, que ocupaban militarmente el país, temiendo que su agitación revolucionaria provocara una rebelión política, le arrestaron y le condenaron a muerte en la cruz, una forma común de ejecución en aquel tiempo. Los seguidores de Jesús de Nazaret, principalmente esclavos y trabajadores pobres, se separaron de la sociedad y formaron una hermandad de pacifistas no-resistentes, que compartía la memoria de su líder crucificado y vivía de forma comunista. Eran meramente una nueva secta en Judea, sin poder o influencia, ni eran los primeros ni los últimos.
Este fue el inicio de nuestro dominio en vuestro mundo. Pero fue solo el comienzo. Desde ese tiempo vuestra historia no es más que el relato una lucha entre vuestro propio espíritu pagano y nuestro espíritu judío. La mitad de vuestras guerras, grandes o pequeñas, han sido guerras religiosas, peleadas por la interpretación de uno u otro aspecto de nuestras enseñanzas. Cuando intentasteis regresar a las maravillas del mundo romano pagano, Lutero tomó nuestro Evangelio y lo volvió entronizar en vuestra cultura. Observad las tres principales revoluciones de los tiempos modernos, la francesa, la americana y la rusa. ¿Qué es lo que son, sino el triunfo de la idea hebraica de la justicia social, política y económica?.
Y el fin todavía no ha llegado. Todavía os dominamos. En este mismo momento vuestras iglesias están enfrentadas por una guerra civil entre fundamentalistas y modernistas, es decir, entre aquellos que interpretan literalmente nuestras enseñanzas y tradiciones y aquellos que desean separarse de ellas. Y una vez mas, la herencia puritana de Judea vence por medio de la censura, las leyes del Domingo y las actas de prohibición. Y mientras esas cosas tan graves suceden, vosotros os preocupáis de la influencia hebraica en el cine!.
¿Es extraño que nos odiéis? Hemos puesto un obstáculo en vuestro progreso. Os hemos impuesto un libro extranjero y una fe extranjera que no podéis digerir, que contradice vuestro espíritu nativo, que os mantiene inquietos, y que vosotros no tenéis el espíritu para o rechazarla o aceptarla por completo.
En resumen, nunca habéis aceptado nuestras enseñanzas cristianas. En vuestros corazones aún sois paganos. Aún os enorgullecéis de la figura humana desnuda. Vuestro igualitarismo, a pesar de toda la democracia y de todas vuestras revoluciones, es aún una cosa imperfecta. Hemos dividido vuestra alma, confundido vuestros impulsos y paralizado vuestros deseos. Así, en medio de la batalla sois ordenados a rendirle culto a quien os indicó que dierais la otra mejilla a los enemigos, a quien dijo "no resistáis al que os hace mal" y "bienaventurados sean los pacifistas."
En vuestra búsqueda de la ganancia sois perturbados de repente por la memoria de vuestras lecturas de la Biblia y sus doctrinas igualitarias. En vuestras luchas contra los izquierdistas, vuestra acción es confundida por la idea de que los pobres son bendecidos por Dios y que todos los hombres son hermanos en Cristo. Y cada vez que estéis a punto de rendiros a la tentación, nuestro entrenamiento judío impide vuestra acción. Vosotros cristianos nunca os habéis vuelto realmente cristianos. Hasta este punto hemos fracasado con vosotros. Pero hemos destruido para siempre el paganismo.
¿Por qué no deberíais odiarnos? Si estuviésemos en vuestro lugar probablemente os odiaríamos en una forma menos cordial que en la que vosotros nos odiáis. Pero nosotros no tendríamos ningún problema en deciros porque. No nos iríamos por las ramas. Con millones de judíos burgueses respetables no insultaríamos vuestra inteligencia diciendo que el comunismo es una filosofía judía. Y con millones de trabajadores y proletarios judíos sería ridículo mantener la idea de que el capitalismo internacional es un monopolio judío. No, nosotros iríamos directamente al grano. Nosotros contemplaríamos esta confusión que llamamos civilización, esta mezcla medio-pagana medio-cristiana, y - señalaríamos el origen - en un espacio en blanco: "Este enredo es gracias a vosotros, a vuestros profetas, y vuestra Biblia."
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