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Cristianización de Europa
La cristianización de Europa fue un proceso ocurrido durante la Antigüedad tardía y la Edad Media mediante el cual, los pueblos europeos fueron adoptando el cristianismo como sistema de creencias y forma de vida cultural. Este proceso incluyó la práctica de eliminar, sincretizar o transformar las culturas, creencias y tradiciones nacionales paganas de los europeos y ajustarlas a los usos extranjeros cristianos.
Este proceso fue en ocasiones violento, al ser utilizado tras campañas militares que buscaban la dominación de otros pueblos o como herramienta política para lograr la uniformidad religiosa de los habitantes de un territorio.
La cristianización se llevó a cabo destruyendo sitios de culto tradicionales o convirtiéndolos en iglesias cristianas, demonizando a los dioses paganos o criminalizando como "brujería" prácticas religiosas ancestrales, lo que podía llevar aparejado el uso de la tortura y la pena de muerte.
Por ello, la cristianización europea no fue en general libre ni voluntaria, ni mucho menos se debió a una supuesta "superioridad doctrinal" frente a las religiones paganas, sino que fue resultado de una combinación de propaganda, extorsión, soborno y violencia, en muchos casos respondiendo a los intereses meramente circunstanciales del caudillo de turno y lo cual desató a lo largo de este proceso numerosas reacciones paganas contra la cristianización.
Sumario
Cristianización del Imperio romano
La cristianización de Europa comenzó oficialmente con la proclamación del emperador Constantino I de un edicto de tolerancia hacia los cristianos en el año 313, llamado Edicto de Milán. En 337, en su lecho de muerte, Constantino es bautizado, convirtiéndose en el primer emperador cristiano de Roma. A su conversión, siguió la de monarcas vecinos como Mirian III de Iberia (actual Georgia) (306–337), quien adoptó la religión cristiana en el año 337.
La conversión de Constantino fue consecuencia de una respuesta meramente política frente al crecimiento exponencial del número de cristianos en el Imperio romano, que habría pasado de aproximadamente 40 000 (0,07 % de la población del Imperio) en el año 150 a casi 6 300 000 (10,5 %) en el año 300. El cristianismo había resultado ser extremadamente atractivo para las masas de esclavos, expandiéndose rápidamente entre las capas más bajas e ignorantes de la población del Imperio, que eran las capas más étnicamente orientalizadas, esto debido a la fórmula que el cristianismo les proporcionaba: "Dios ha llamado a los pecadores, a los pobres, a los débiles, a los enfermos, y a los desposeídos, para que vivan la vida eterna en el Reino de los Cielos".
Otra razón por la que el emperador termina eligiendo al cristianismo entre otras que rivalizaban con éste, como el mitraísmo, no fue por su valor doctrinal, sino porque su intolerancia semítica, su fanatismo, su experiencia de siglos como herramienta de intriga, sus redes de inteligencia y su proselitismo, lo convierten en la perfecta "religión de emergencia", puesto que las otras religiones, carentes de intolerancia, no se impondrán por violencia a la gente reacia, con ese efecto de rebaño ciego que proporcionará el cristianismo.
Sin embargo, fue el emperador bizantino Teodosio I (378 - 392) en 380 quien declaró al cristianismo como religión oficial del Imperio mediante el Edicto de Tesalónica. A partir de este momento, todas las provincias imperiales comenzaron a perseguir a los paganos fieles a sus costumbres y a bautizar y a evangelizar a la gente que se hallaba bajo su jurisdicción y lentamente dos grandes centros cristianos se fueron formando en el mundo: Roma y Constantinopla.
Cristianización de los germanos
Los pueblos germánicos fueron cristianizados durante el transcurso de la Antigüedad tardía y la Alta Edad Media. En el siglo VII, tanto la Inglaterra anglosajona como el Reino Franco eran, al menos oficialmente, cristianas y para el año 1100, el paganismo germano habría empezado a debilitarse en Escandinavia.
En el siglo IV, el prestigio del Imperio Romano había facilitado los primeros pasos del cristianismo en territorios germanos. Hasta el comienzo de la Decadencia del Imperio romano, todas aquellas tribus que se habían instalado en los territorios del imperio con las excepciones de sajones, francos y lombardos se habían convertido al cristianismo.[1] Algunas habían adoptado el arrianismo (entre ellas godos y vándalos) en lugar de las creencias trinitarias oficiales aprobadas en el Primer Concilio de Nicea por la Iglesia católica.[1] El progresivo auge del cristianismo fue debido a la adhesión, muchas veces voluntaria, de grupos asociados al Imperio Romano.
A partir del siglo VI, la cristianización de las tribus germánicas fue realizada principalmente por misioneros enviados por la Iglesia católica.
Muchos godos se habían convertido al cristianismo individualmente fuera del imperio; de las otras tribus, la mayor parte se había convertido al asentarse en el territorio del imperio y francos y anglosajones se convirtieron pocas generaciones después. Durante los siglos inmediatamente posteriores a la caída del Imperio Romano, los cristianos germánicos se fueron orientando progresivamente hacia la Iglesia católica occidental frente a la Iglesia ortodoxa oriental, especialmente tras el reinado de Carlomagno.
Los alamanes se convirtieron al cristianismo sólo tras un periodo de sincretismo durante el siglo VII, a imitación de la nueva religión de la élite merovingia.
Los lombardos adoptaron el catolicismo tras su llegada a Italia durante el siglo VI.
Durante el siglo VIII, los francos se convirtieron en los abanderados del catolicismo en Europa Occidental, enfrentándose en su nombre a los cristianos arrianos, los invasores islámicos y a los pueblos germanos aún paganos como sajones y frisios. Hasta 1066, año en que daneses y nórdicos habían perdido su influencia en Gran Bretaña, el trabajo teológico y misionero fue desarrollado por misioneros anglosajones, con éxito desigual. Un acontecimiento decisivo fue el derribo del roble de Thor en 723 cerca de Fritzlar por San Bonifacio, apóstol de los Germanos y primer Arzobispo de Mainz.
Finalmente, la conversión fue impuesta por la fuerza, principalmente por Carlomagno y los francos que iniciaron la conquista de Sajonia en 772 con la destrucción del Irminsul y derrotando y sometiendo definitivamente a esta tribu en 787 tras el asesinato de sus líderes en Verden y los desplazamientos forzados de sus integrantes.
Cristianización de los celtas
El cristianismo llegó a la Britania romana, la provincia más alejada del imperio, en los primeros siglos de la era cristiana. El primer mártir recordado fue San Albano, que sufrió martirio durante la persecución de Diocleciano. El proceso de cristianización se intensificó con la legalización del cristianismo bajo Constantino I y su proclamación como religión oficial del imperio. En 407, con los visigodos amenazando Roma, las legiones romanas volvieron al continente para defender Italia. Roma fue saqueada en 410, pero las legiones nunca volvieron a Bretaña. La influencia romana desapareció de la isla y Gran Bretaña fue abandonada a su suerte, lo que llevó a que evolucionara de forma distinta al resto del occidente europeo. El mar de Irlanda se convirtió en un vehículo de comunicación y cultura entre los pueblos celtas, y el cristianismo jugará un papel crucial en el proceso.
Lo que emergió, desde el punto de vista religioso, fue una forma de cristianismo insular, con tradiciones y prácticas diferentes de las del continente. En estos años, el cristianismo se extendió por Irlanda, pese a que la isla esmeralda nunca había formado parte del Imperio romano, estableciéndose una organización única en torno a abadías y monasterios, en lugar de a diócesis episcopales. En un primer momento, los misioneros como San Patricio trataron de instaurar una organización similar a la del resto del occidente, con diócesis y parroquias, aunque también crearon "ciudades" (civitates), pequeñas comunidades en que hombres y mujeres, que muchas veces formaban sus propias familias, vivían juntos y administraban un pequeño territorio.[2]
Desde finales del siglo V y durante todo el siglo VI, los monasterios se convirtieron en los principales centros del cristianismo:[3] en Armagh, sede fundada por el propio San Patricio, el obispo ya era abad antes de finales del siglo V.[4] Un proceso similar parece haber tenido lugar en Gran Bretaña, aunque los datos para este período son muy escasos; únicamente contamos con el testimonio del monje Gildas, relativamente sesgado por sus circunstancias personales. Las décadas centrales del siglo VI parecen haber sido las del triunfo y consolidación definitiva del monacato, sin duda influenciado por los desastres climáticos y la conocida como Plaga de Justiniano.[5] Aunque la información que tenemos del período proviene de las hagiografías escritas varios siglos después, parece ser que Illtud y sus discípulos David, Gildas, Pablo Aureliano, Samson de Dol, y Deiniol fueron las figuras claves de la época, no sólo en Gran Bretaña, sino también en la Bretaña francesa y en otras partes del mundo céltico. En Irlanda, Finnian de Clonard fue el maestro de los conocidos como Doce Apóstoles de Irlanda en su Abadía de Clonard. Por su parte, la parte este de la isla de Gran Bretaña estaba sufriendo la invasión anglosajona, que aún era completamente pagana, lo que llevó a cierta hostilidad entre ambas culturas.
Durante los siglos VI y VII, los monjes irlandeses fundaron numerosas instituciones monástica en la actual Escocia, como la de Columba en Iona y en la Europa Continental, donde destaca la figura de Columbano. Desde la Abadía de Iona, un grupo de monjes encabezados por San Aidan fundaron la sede de Lindisfarne en el reino anglosajón de Northumbria en 635, lo que introdujo la influencia celta en el norte de Inglaterra y viceversa, puso en contacto a los pueblos celtas con otros grupos católicos. Esto llevó a la aparición de disputas acerca de ciertas costumbres y tradiciones del Cristianismo Insular, especialmente sobre el cálculo de las fechas de la Pascua. Se celebraron sínodos en Irlanda, Galia e Inglaterra donde se debatió el método para calcular las fechas de la Pascua. Por otra parte, la iglesia 'romana' adoptó el sistema de penitencia irlandés de forma universal en el IV Concilio de Letrán en 1215.
En Irlanda al menos, el sistema monástico sufrió un proceso de secularización a partir del siglo VIII, como consecuencia de los lazos creados entre las familias más poderosas y los monasterios. Las grandes abadías eran ahora ricos propietarios políticamente influyentes, que participaban en los enfrentamientos seculares e incluso hacían la guerra entre sí -en 764, tuvo lugar un enfrentamiento entre la Abadía de Durrow y Clonmacnoise que se saldó con 200 bajas.[6]
Desde los primeros tiempos del monacato, la naturaleza familiar de los monasterios había implicado que hombres casados formaran parte de la comunidad, trabajando en ella y con ciertos derechos, incluyendo los de intervenir en la elección del abad. De hecho, en muchas de estas instituciones, el cargo de abad se convirtió en hereditario, pasado de padres a hijos durante generaciones[7] En la segunda parte del siglo VIII, los monasterios irlandeses vivieron un resurgimiento de la tradición ascética, con la aparición de los Ceilli Dé, los "clientes (vasallos) de Dios", que fundaron nuevos monasterios en territorios apartadas de grupos familiares.[8]
Cristianización de los eslavos
Los eslavos fueron cristianizados en oleadas desde el siglo VII al XII, aunque el proceso de sustitución de las antiguas prácticas religiosas eslavas comenzó ya en el siglo VI. En términos generales, los monarcas de los eslavos del sur adoptaron el cristianismo en el siglo IX, los eslavos orientales en el X y los eslavos occidentales entre los siglos IX y XII. Se atribuye a los santos Cirilo y Metodio (fl. 860-885) "Apóstoles de los eslavos", habiendo introducido el rito bizantino-eslavo (liturgia eslava antigua) y el alfabeto glagolítico, el alfabeto eslavo más antiguo conocido y la base del alfabeto cirílico temprano.
Motivos de la conversión bárbara
La aristocracia bárbara era el escalón más alto de una estructura social "heroica" y natural basada en una moral de señores.
Las incursiones en los territorios vecinos eran una parte esencial de la economía bárbara. Al adquirir "bienes de prestigio", como esclavos, joyas, piezas de oro, armas finas, la élite bárbara conservaba su gobierno y elevaba su estatus social. El éxito en las incursiones fortalecía el vínculo entre un jefe y sus guerreros.
Sin embargo, el liderazgo tribal en sí mismo siempre estuvo amenazado por la gran inestabilidad de la jerarquía tribal. En cualquier momento, cualquier guerrero audaz y capaz podía elevar su propio estatus y convertirse en un nuevo miembro de la élite o incluso en un cacique o rey. Altos reyes (o Grandes Khanes) fueron en realidad el resultado de una elección realizada por ancianos de clanes o tribales en tiempos de emergencia. Las pretensiones de un rey bárbaro a la legitimidad eran frágiles y los líderes cambiaban a menudo y con violencia.
Esta "vulnerabilidad aristocrática" se volvió especialmente aguda durante el período de migraciones de los siglos III al V, cuando los territorios tribales estaban mal definidos y cambiantes, las alianzas tribales se hacían, se deshacían y se rehacían, y guerreros de una misma tribu luchaban tanto a favor como en contra de los romanos.
En pocas palabras, el liderazgo bárbaro no estaba bien definido ni era seguro.
El contacto con Roma significaba la influencia de un mundo que era todo lo que la sociedad bárbara no era: un "reino" estable que aparentemente abrazaba al mundo entero y existía "para siempre". La sociedad romana era rígida y jerárquica desde hacía siglos. Pero era Roma la fuente de esta rigidez y estabilidad jerárquica, no el cristianismo.
La Iglesia había copiado su estructura jerárquica de la imperial romana y el control de sus súbditos a través de la red de parroquias. Los reyes bárbaros veían que el cristianismo fortalecía el poder real pues les facilitaba dicha estructura jerárquica. Por emulación, estas características ayudaron a acentuar el crecimiento y el poder de una aristocracia bárbara más rígida y estable.
En otras palabras, los jefes tribales querían gobernar en la forma de los romanos. Sin embargo, en el momento de las migraciones, Roma ya se había cristianizado, y los bárbaros, en su anhelo de adoptar las costumbres "romanas", terminaron adoptando el cristianismo por defecto.
Los pueblos germánicos orientales como godos, vándalos y burgundios, se convirtieron al arrianismo porque en aquel momento los emperadores romanos seguían las doctrinas arrianas, mientras que francos, alamanes y suevos fueron cristianizados en la versión católica.
A diferencia de la evolución del cristianismo en el Imperio Romano que se realizó desde las clases bajas hacia las altas, la conversión de las tribus bárbaras se realizó generalmente "de arriba hacia abajo", pues los misioneros se dirigían a convertir en primer lugar a la nobleza, la cual impondría su nueva fe al resto de la población. Esto revela y enfatiza la posición sagrada del rey en la tradición pagana.
El cristianismo tenía que ser presentado a estos Señores de la Guerra en la edad de las migraciones como una religión de conquistadores, y al nuevo dios cristiano como un dios de la guerra, algo bastante sencillo teniendo en cuenta el poderío militar de Roma.
Tan fuerte era el deseo de los bárbaros de establecer una legitimidad "romana" para sus nuevos reinos que el analfabeto Carlomagno, siglos más tarde, se autodenominó "Rey de los francos y lombardos y patricio de los romanos" y fue coronado Emperador y Augusto.
Una vez que un rey guerrero abrazaba el cristianismo, lo que a menudo implicaba una adopción meramente de la forma y la formalidad pero con poco o ningún respeto al contenido, la aristocracia guerrera seguía los pasos de su rey. Así, por ejemplo, cuando el franco Clodoveo I aceptó al nuevo dios al creer que le había ayudado a obtener la victoria en la Batalla de Tolbiac, tres mil de sus servidores se vieron obligados a seguirlo en la pila bautismal.
Entre los miembros de la tribu común, la lealtad religiosa no era una cuestión de conciencia. Esta no era una época de opiniones o preferencias individuales. Cuando los líderes tribales adoptaban a un nuevo dios, la tribu debía hacer lo mismo. No haberlo hecho habría significado una rebelión. Cuando Carlomagno insistió en el bautismo como signo de sumisión, castigó con crueldad cualquier resistencia, como cuando, a sangre fría, decapitó, en un solo día, a 4500 sajones en Verden, en 782 (Masacre de Verden). Habiendo adoptado a Cristo como su nuevo dios, las aristocracias guerreras forzaron la nueva fe en sus pueblos.
Falsificación de la historia
Las historias de conversiones de comunidades o monarcas muchas veces fueron mitificadas o falseadas y cubiertas convenientemente en un manto de "milagros" con el fin de reforzar la autoridad y legitimidad del acto, como por ejemplo Constantino quien se habría convertido después de una "visión", se habría curado de lepra y se le habrían aparecido apóstoles; Clodoveo luego de rezarle a Cristo en medio de una batalla "casi perdida", obtuvo la victoria "milagrosamente"; Harald Blåtand, se habría convertido luego de colocar un hierro al rojo vivo en la mano de un sacerdote sin éste sufrir daño.