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El Pueblo (periódico argentino)
Entre 1925 y 1950 el diario tuvo un importante impacto en el gran público argentino, promoviendo la Doctrina Social de la Iglesia entre sus lectores y canalizando la voz del episcopado del país.
Sumario
Historia
Origen
El Pueblo nació gracias al esfuerzo de Federico Grote, un sacerdote de origen alemán que había organizado en la Argentina a los Círculos Católicos de Obreros (CCO). Consciente del peligro que significaba que las masas proletarias se radicalizasen, el presbítero propuso crear un medio de prensa que difundiese cotidianamente los principios del catolicismo social entre toda la población. Su intención era fortalecer los lazos solidarios entre diversos sectores sociales usando al culto católico como factor aglutinante. Gracias a ello el 1 de abril de 1900 salió a la calle la primera edición del diario en la ciudad de Buenos Aires.
Organo de opinión católica
En sus primeros dos años, El Pueblo tuvo que sortear muchas dificultades financieras. Su primer director fue Alejandro Calvo, hombre proveniente de los CCO. Sin embargo tras unos meses fue remplazado por el abogado Francisco Durá.
Hacia mediados de 1901 la publicación estaba cubierta de deudas y todo hacía suponer que en breve dejaría de circular. Sin embargo el jurista Enrique Prack, dueño de El Semanario, intervino inyectándole dinero para evitar su clausura. Como director colocó a José Manuel Estrada, el hijo del célebre intelectual católico del mismo nombre.
De todos modos el diario despegó recién a comienzos de 1902, cuando fue adquirido por el Comité Argentino de Publicidad, sociedad comercial que encabezaban los sacerdotes Juan Nepomuceno Kiernan y Santiago Ussher. La nueva administración puso a Isaac R. Pearson como responsable de la publicación.
Con el correr de los años El Pueblo se impuso como órgano apologético del catolicismo en la Argentina. Se destacaba por sus brillantes artículos editoriales escritos por autores como el presbítero Gustavo Franceschi y el educador Pablo Díaz Gómez: textos en los cuales se abordaban cuestiones controversiales de actualidad y se les proponía soluciones perfectamente compatibles con la doctrina cristiana. El problema con el diario era que el resto de su contenido resultaba ser muy específico y difícilmente despertaba interés en alguien que no fuese un católico practicante: en aquel entonces algo habitual que El Pueblo hacía era recoger textos publicados en boletines parroquiales y darlos a conocer a un público más amplio, con el fin de crear y fortalecer redes que unieran a laicos y clérigos como si fuesen una gran familia. A raíz de ello abundaban noticias sobre casamientos, bautismos, comuniones, procesiones, colectas, misas y demás actividades de esa índole.
En este periodo inicial el diario enfatizó dos cuestiones que serían sus estandartes tradicionales: el repudio al laicismo (especialmente en el campo de la educación) y la exhortación a los católicos para que participasen de la vida política argentina. Por ese motivo apoyó con entusiasmo a la figura de Joaquín María Cullen, un dirigente de la época que levantaba las dos banderas.
También, en consonancia con el espíritu del Centenario de la Independencia, desde El Pueblo se discutió sobre la urgencia de argentinizar a la sociedad local, la cual era víctima de políticos cipayos que impulsaban el cosmopolitismo y desdeñaban a las tradiciones criollas.
Los años de agiornamiento
En los años en que se desarrolló la Primera Guerra Mundial, Pearson notó que era necesario transformar al diario, ya que el evento bélico europeo despertaba una gran curiosidad en el país sudamericano y El Pueblo carecía de recursos para darle cobertura, lo que lo ponía en desventaja frente al resto de los periódicos nacionales. Se inició así un proceso de modernización de la publicación para convertirla en un medio de prensa que fuese igual de competitivo como cualquiera de la época.
El modelo que se propusieron imitar fue el de Crítica, un diario sensacionalista dirigido por Natalio Botana. Sin embargo así como ese periódico se caracterizaba por narrar detalladamente todos los hechos turbios y truculentos que sucedían en el país, El Pueblo, en cambio, buscó censurar a aquello para remoralizar a las masas.
Ese fue el motivo por el que se planteó la necesidad de iniciar una cruzada contra el materialismo, el individualismo y el utilitarismo que azota al mundo moderno y aleja a la gente de Dios.
A principios de la década de 1920 el diario ya estaba encaminado hacia la meta que pretendía alcanzar. Su tirada había aumentado considerablemente, lo que lo había convertido en un objetivo seductor para los anunciantes. La Unión Popular Católica Argentina pasó a administrar a la publicación en 1923, ubicando a Mario Gorostarzu como su director. Gracias a ello el diario terminó por adoptar la fisonomía de los demás diarios de la época: tenía secciones de deportes, espectáculos, hogar, etc. y sorteaba premios entre sus suscriptores. La gran novedad de ese año fue la creación de su prestigioso suplemento cultural, el cual estaba dirigido por el sacerdote José Sanguinetti y contaba con la contribuciones de Hugo Wast, Delfina Bunge, Manuel Gálvez y otros autores consagrados.
La cruzada popular católica
Tras unos años al frente de la dirección del periódico, Gorostarzu le cedió su puesto al joven Enrique P. Osés, quien decidió imprimirle al proyecto un tono combativo que luego se volvería característico. Sucedió que en 1926, conmocionados por las noticias que llegaban acerca de la Cristiada en México, los redactores de El Pueblo decidieron denunciar abiertamente a la tiranía de Plutarco Elías Calles y movilizar a los católicos argentinos para que apoyasen a sus pares mexicanos que sufrían la persecución. La estrategia probó ser efectiva, lo que alentó al director a explotar el espíritu de cruzada a favor de su empresa -cuyo objetivo final era, en definitiva, promover la adopción de una visión cristiana del mundo. Entre los colaboradores del periodo aparecen nombres como los de Luis Barrantes Molina, Rómulo Amadeo, Alejandro Bunge y Miguel de Andrea.
Durante la década de 1930 el periódico vivió su época de auge. La Iglesia Católica, preocupada tanto por el avance del comunismo ateo como por el afianzamiento de un liberalismo anticlerical, inició una campaña propagandística internacional para recristianizar a la sociedad occidental. De allí que no tuvo problemas en aliarse a movimientos de Tercera Posición que no cayesen en la promoción del paganismo o del secularismo. En ese contexto El Pueblo adoptó un enfoque populista, a través del cual difundía el integralismo cristiano con la intención de evangelizar y catequizar a sus lectores. Osés se fue y dejó su lugar a Sanguinetti, quien se ocupó de conseguir que el Papa Pío XI bendijera a la publicación en 1933, lo que selló a partir de ese entonces la alianza entre el episcopado argentino y el diario católico (el diario era de hecho tan valorado por los prelados que, por ejemplo, la versión salteña que se lanzó en 1934 fue auspiciada y controlada por Monseñor Roberto Tavella).
Como la radio había penetrado de manera masiva en el país, desde El Pueblo organizaron un plan comunicacional destinado a incluir a columnistas propios en los programas con mayor audiencia de la época. El paso siguiente para acercarse al gran público fue lanzar LS 3 Radio Ultra, su propia estación emisora.
Otra cosa meritoria que hizo El Pueblo en aquellos años fue auspiciar a médicos y abogados católicos que quisieran hacer consultas de manera gratuita para atender a gente de escasos recursos. A través de ello buscaban mostrar que el enfrentamiento social podía ser evitado si se generaban las respuestas solidarias necesarias.
Cuando se produjo la Revolución del 6 de Septiembre de 1930, el diario le brindó un tibio apoyo al movimiento, confiando en que la llegada al poder de hombres provenientes de viejas familias aristocráticas capitaneados por José Félix Uriburu ayudaría a reencaminar a la economía y a sanear a las instituciones corrompidas por la politiquería. Trece años después, sin embargo, El Pueblo sería un entusiasta adherente a la Revolución del 4 de Junio de 1943, a la que elogió como una fuerza nacionalista y católica. Entre un evento y el otro, el diario había experimentado la desilusión con la partidocracia y el asqueamiento con la demagogia. Manuel Fresco y Matías Sánchez Sorondo eran de los pocos políticos profesionales que despertaban simpatías en El Pueblo, pero no eran vistos más que como el mal menor de entre los de su casta, hombres a los que normalmente caracterizaba como una legión de incapaces, corruptos y perversos. Su intransigencia en materia política motivó a que el infame Spruille Braden acusara al diario de ser "nazis".
Adhesión y rechazo del peronismo
En 1941 surgió la revista Orden Cristiano, dirigida por Alberto Duhau. Esta publicación era de carácter socialcristiana y había sido creada con el propósito de alentar a los católicos argentinos para que se sumasen a la ola antifascista y exigiesen el ingreso de su país a la Segunda Guerra Mundial como miembro de la coalición liberal-comunista de los Aliados. Desde El Pueblo se escandalizaron con esa propuesta y en 1942 censuraron a la revista para los católicos, señalando que la misma no contaba con las debidas licencias eclesiásticas. Muchos prelados apoyaron al diario y les pidieron a sus feligreses que no compraran ni leyeran a la publicación aliadófila.
De todos modos el desarrollo de los acontecimientos cambió la actitud de las autoridades de la Iglesia. A raíz de esto en 1945 fue promovido a la dirección del diario el sociólogo J. Roberto Bonamino, un hombre de ideas socialcristianas, ávido lector del francés Jacques Maritain y del brasileño Alceu Amoroso Lima.
Durante los primeros años de la presidencia de Juan Domingo Perón, El Pueblo se alineó con el oficialismo, al que lo juzgaba como un movimiento político de carácter humanista y cristiano. Pero a medida que el peronismo comenzó a cultivar actitudes que molestaban a los católicos, se vio obligado a marcar distancias.
En 1951 el diario publicó una serie de polémicos artículos escritos por el sacerdote Virgilio Filippo, un viejo colaborador de la casa. En los mismos el ahora diputado nacional denunciaba la existencia de numerosas logias masónicas, y exponía con nombre y apellido a sus miembros. La intención del presbítero era alertar ante la opinión pública sobre la presencia de estas organizaciones nefastas que ponían en peligro al orden social, pero el gobierno -poco preocupado por la masonería- no tomó ningún tipo de medida al respecto.
Aquello terminó por consolidar la ruptura entre El Pueblo y el peronismo.
Declive
A fines de 1953 el diario El Pueblo fue adquirido por la Editorial Difusión, propiedad de Luis Luchía Puig. Este empresario había participado de Orden Cristiano, la revista que once años antes había sido fuertemente combatida por el periódico.
Jorge C. Dussol y Pablo Ramella fueron nombrados como los nuevos directores, desplazando de ese puesto a Bonamino. Inmediatamente estos hombres introdujeron una serie de cambios en el formato del diario: agregaron páginas para llenarlas con historietas, crucigramas, recetas de cocina y más crónicas deportivas; a la sección de espectáculos le quitaron su tono de censor moral; y todo lo concerniente a la política y a la economía dejó de reflejar posiciones abiertamente católicas. De ese modo El Pueblo volvió a crecer en relación a su número de lectores.
Cuando en la época se produjo la polémica por la aparición de pastores evangélicos y médiums espiritistas que cuestionaban la validez del catolicismo, la intervención del diario fue de lo más tibia: desde sus páginas se limitaron a dudar de la veracidad científica de los que producían milagros y hablaban con los muertos, en lugar de encarar el tema apelando a la teología cristiana y condenar frontalmente a las herejías.
Sin embargo cuando finalmente estalló el conflicto entre el peronismo y el catolicismo a fines de 1954, el periódico reaccionó ante el gobierno. Como consecuencia fue clausurado.
Recién en 1956 el diario volvió a circular en la calle. Durante cuatro años trató de recuperar su lugar como un medio de prensa masivo, pero nada de lo que hizo logró seducir al público. Por orden de Monseñor Antonio Plaza -quien se había convertido en el máximo responsable de la edición- se decidió que el 22 de julio de 1960 se editara el último número del periódico, poniendo fin así a una extensa aventura que abarcó más de medio siglo.
Colaboradores
A lo largo de su historia El Pueblo contó con una gran cantidad de colaboradores, muchos de ellos sacerdotes. A los ya citados arriba podemos agregar los nombres de Pedro Badanelli, Juan Antonio Bussolini, Leopoldo Buteler, Rodolfo Carboni, Ventura Chumillas, José Ciuccarelli, Luis Civardi, Carlos Conci, Fortunato Devoto, Emilio Di Pasquo, Ludovico García de Loydi, Rubén González, Francisco Laphitz, Juan B. Lértora, Luis Alberto Montes de Oca, Jesús E. López Moure, Manuel Sanguinetti, José Solari, Rodolfo Ragucci, Alfredo Rendo, Gabriel Riesco y Roberto Wilkinson. También Rómulo Carbia, Guillermo Gallardo, José Gobello, Alberto Ezcurra Medrano, Juan Bautista Magaldi, Patricio Maguire, Juan Carlos Moreno, Carlos Moyano Llerena, José Ignacio Olmedo, Casimiro Verax, José Luis Astelarra, César H. Belaúnde, Horacio Carballal, Flora García Black, Delfor González Fossat, Segundo V. Linares Quintana, Emilio Llorens, Luis Ramón Macías, Victorina Malharro, Roberto Meisegeier, José Enrique Miguens y Norberto S. Repetto colaboraron con el periódico.
Cabe recordar que el diario usó la imprenta que poseía para editar numerosos suplementos y revistas como Christus, Aleluia y Pro-familia entre otras. De ese grupo de publicaciones las más recordadas son Epopeya -un suplemento que circulaba durante las fechas en las que se conmemoraban eventos históricos importantes- y Cátedra -revistilla de gran calidad que difundía opiniones de política, economía y sociología desde un punto de vista católico.