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Juan Bautista Molina
Sumario
Juventud
Molina creció en La Caldera, un pequeño pueblo de la provincia de Salta. Sintió desde muy temprano un ferviente amor por Dios y por la Patria, motivo por el cual se le presentó durante su adolescencia la disyuntiva de tener que escoger para su adultez la vida eclesiástica o la vida militar. Finalmente se inclinó por las armas, incorporándose al Ejército Argentino como soldado voluntario en 1898.
En 1902 -ya habiendo alcanzado el rango de Sargento- ingresó a la recientemente creada Escuela de Aspirantes a Oficiales, una institución que tenía por objetivo profesionalizar a todos los militares que cumpliesen servicio pero que no hubiesen pasado por las aulas del Colegio Militar de la Nación. Posteriormente continuó sus estudios en la Escuela de Aplicación para Oficiales de Campo de Mayo, de donde egresó como Subteniente de Infantería, lo que le permitió seguir ascendiendo en la jerarquía.
Trayectoria militar
En 1911, junto a Pedro Pablo Ramírez y otros oficiales, Molina viajó al Imperio Alemán para recibir entrenamiento en el Deutsches Heer. Esa experiencia lo convertiría en un germanófilo.
Tras regresar a su país a fines de 1913 sería destinado como instructor en el Colegio Militar de la Nación primero, luego en la Escuela de Tiro y más tarde en la Escuela de Suboficiales. Egresado de la Escuela Superior de Guerra en 1919, fue ascendido a Teniente Coronel en 1924. Con ese rango visitó Francia y Bélgica, siendo miembro de la Comisión de Adquisiciones de Material Bélico en el Extranjero.
Durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, Molina integró la Logia General San Martín, una sociedad secreta de militares que rechazaban la politización de las Fuerzas Armadas y le exigían al gobierno que dejase de ser tan indulgente con las izquierdas que corroían a la unidad nacional. A raíz de ello en 1928, cuando Yrigoyen retornó al poder, el nuevo gobierno lo apartó del mando de tropas y lo envió a ocupar un puesto burocrático en el norte del país.
Acción política
Revolución de 1930
Molina se unió al Estado Mayor Revolucionario que comandaba el General José F. Uriburu. Su misión fue la de reclutar a oficiales que estuviesen dispuestos a sublevarse contra el yrigoyenismo.
Tras la gloriosa jornada del 6 de septiembre de 1930, el nuevo mandatario Uriburu nombró a Molina como Secretario General de la Presidencia, lo que significaba permanecer día y noche en la Casa Rosada atendiendo los asuntos que fuesen surgiendo.
Debido a que los partidócratas no cesaban de criticar al nuevo líder, para mantener vivo el ímpetu revolucionario era preciso que las fuerzas nacionalistas se reorganizaran. Por esa causa Molina planteó junto a Emilio Kinkelin la necesidad de crear una organización verticalista que le brindase apoyo político al régimen: nació así la Legión Cívica Argentina, fuerza antiliberal y anticomunista que inicialmente estuvo bajo el mando del médico Floro Lavalle.
Estadía en Alemania
La inesperada muerte de Uriburu lo dejó sin su referente. De todos modos Molina entendió que el clima político de la época favorecía el surgimiento de un conductor de las masas, figura que se propuso encarnar.
En 1933 retornó al Imperio Alemán, esta vez para desempeñarse como agregado militar en la Embajada de la Argentina en Berlín. A lo largo de todo un año atestiguó como Adolf Hitler se consolidaba en el poder mientras desaparecían los vestigios de la decadente República de Weimar.
Primer conato revolucionario
Hacia 1935, tras tres años en el gobierno, el presidente Agustín P. Justo se había convertido en un dirigente muy cuestionado. Viendo que el clima político se agitaba, Molina decidió organizar un golpe de Estado para derrocar al ilegítimo heredero de Uriburu. Su anhelo consistía en suprimir la partidocracia, instaurar un sistema socioeconómico corporativista e higienizar la moral nacional. Para ello creía necesario iniciar una dictadura de largo plazo.
Sin embargo las circunstancias lo llevaron a aliarse con algunos políticos disconformes con la gestión justista como Raymundo Meabe, Enrique Torino y Matías Sánchez Sorondo. Fue así que se planificó iniciar una rebelión contra la presidencia en la provincia de Salta, a la cual le seguiría casi inmediatamente después otra similar en la provincia de Corrientes. La idea era que un grupo de políticos locales manifestasen públicamente sus simpatías hacia el movimiento nacionalista y su repudio a la democracia representativa, recibiendo la adhesión de los militares que poblaban los cuarteles de la región. De esa manera -confiando en que se produciría una reacción en cadena en las provincias cercanas- todo el norte argentino se alzaría en contra de Justo, poniéndolo en la disyuntiva entre sacrificar vidas en una guerra civil o dimitir para favorecer el recambio de liderazgo. Molina, como jefe revolucionario, pensaba en designar como presidente a Carlos Ibarguren, para que dirigiera un gobierno de transición que allanase el camino al surgimiento de una nueva Argentina.
Para concretar el objetivo se armó una coalición de fuerzas nacionales, la Comisión Provisoria del Nacionalismo Argentino, que asumió la tarea de crear el clima revolucionario del mismo modo en que las organizaciones patrióticas lo habían creado antes del derrocamiento de Yrigoyen. Empero la operación no obtuvo el resultado esperado y terminó por abortarse.
Molina continuó buscando apoyo en el ámbito castrense y no abandonó la idea de desplazar a Justo por la fuerza hasta mediados de 1936, época en que fue nombrado como máximo responsable de la Dirección General de Ingenieros, organismo dependiente del Ministerio de Guerra.
Referente nacionalista
En 1937 alcanzó el rango de General. Ese año fue también elegido presidente del Círculo Militar, una organización de suma importancia para la formación ideológica de los oficiales. Molina alentó la presencia de oradores nacionalistas.
En las elecciones de septiembre de ese año algunas pequeñas agrupaciones políticas como el partido Defensa Provincial-Bandera Blanca lo postularon para presidente, con el marino Carlos Daireaux, director del Círculo Naval, como vicepresidente. De todos modos Molina no aceptó la candidatura y en su lugar apoyó a Diego Luis Molinari, candidato del Partido Radical que apenas obtuvo el 0,13% de los votos.
Posteriormente se acercarían a él Juan Queraltó y Alberto Bernaudo para ofrecerle el puesto simbólico de Jefe Supremo de la Alianza de la Juventud Nacionalista, honor que Molina aceptó, llegando incluso a escribir la letra de "El clarín suena", la marcha de la organización que había compuesto el músico Arnold E. González. AJN congregaba a jóvenes de inclinaciones nacional-revolucionarias que militaban en las calles contra los enemigos de la nación y a causa de ello reclamaban un liderazgo fuerte.
De cualquier manera en 1939 terminó siendo pasado a retiro del Ejército Argentino por orden del nuevo presidente Roberto Ortiz.
Segundo conato revolucionario
La posición vacilante de Argentina ante la Segunda Guerra Mundial hizo a Molina entrar en acción. Su temor era que el gobierno ordenase romper la neutralidad para entrar en el conflicto bélico al lado de Francia y el Reino Unido.
Por ese motivo a lo largo de 1940 se ocupó de reclutar oficiales para dar un nuevo golpe de Estado. Su principal asistente fue el Teniente Coronel Urbano de la Vega, hombre que tenía que hacer de enlace entre el movimiento revolucionario y la oficialidad joven. Los coroneles Eduardo Lonardi y Fortunato Giovannoni manifestaron su voluntad de unirse a la conspiración, lo que significaba contar con una fuerza capaz de controlar velozmente a la ciudad de Buenos Aires.
Como en su intento anterior, el plan de Molina era completar la maniobra derrocadora y colocar a un político al frente de un gobierno provisorio (en este caso el candidato que el militar tenía en mente era Amadeo Sabattini, un yrigoyenista que acababa de dejar la gobernación de Córdoba).
Empero las acciones revolucionarias que estaban programadas para estallar entre febrero y abril de 1941 finalmente no ocurrieron: un grupo de militares leales al presidente Ramón S. Castillo actuaron para desarticular la revolución en preparación.
Vinculación partidaria
El fracaso del movimiento golpista obligó a Molina a blanquear sus intenciones de presionar a Castillo. Por ese motivo en julio de 1941 creó al Consejo Superior del Nacionalismo, al cual adhirieron personalidades como Ramón Doll, Ricardo Font Ezcurra, Teótimo Otero Oliva, José María Rosa, Abelardo R. Rossi, Emilio Samyn Ducó, Carlos R. Ribero, David Uriburu, Marcelo de Lezica, Natalio Mascarello, Horacio Stegmann y Luis P. Varangot entre otros. Sin embargo el CSP fue acusado por la Comisión Especial Investigadora de Actividades Antiargentinas de ser una organización paramilitar y fue prohibido a causa de ello.
Molina terminaría acercándose a Manuel Fresco, antiguo gobernador de la provincia de Buenos Aires. Muchos nacionalistas sospechaban de Fresco, debido a que no podían evitar verlo como un oportunista político muy estrechamente vinculado a la presidencia. Eso motivó su expulsión de la AJN y su acogida en UNA-PATRIA.
A principios de 1943 se realizó el Congreso de la Recuperación Nacional, que tuvo por objetivo reunir a militantes nacionalistas de diversas extracciones para definir una candidatura presidencial para las elecciones de ese año. Molina fue uno de los nombres propuestos, pero la diversidad de opinión hizo que al final no se llegara a un consenso unificado.
De todos modos la Revolución de los Coroneles dejó sin efecto la instancia electoral. Dado que varios de los oficiales que habían realizado el golpe de Estado que puso fin a la Década Infame habían sido cercanos a Molina, se especuló con que los hombres del GOU ubicarían al General en el sillón presidencial. Sin embargo optaron por darle el puesto a alguien que no estuviese sindicado internacionalmente como un simpatizante del Eje.
Tercer conato revolucionario
Molina apoyó el proceso revolucionario durante la década de 1940, pero le costó asimilar el ascenso de Juan Domingo Perón al poder. Sabiendo que no se trataba de un líder nacionalista, aun así lo apoyó en 1946, ya que de no triunfar en su candidatura su lugar lo hubiesen ocupado los hombres de la coalición izquierdista Unión Democrática.
La desconfianza que sentía hacia el régimen peronista fue creciendo con los años, hasta que en 1951 se alió con el General Benjamín Menéndez para organizar una revolución nacionalista que desplazase a Perón del gobierno. Las maniobras golpistas se desarrollaron a fines de septiembre de ese año, siendo finalmente contenidas por las fuerzas leales al gobierno. Como consecuencia muchos oficiales fueron encarcelados, en tanto que otros -como Molina- fueron expulsados de las Fuerzas Armadas.
Últimos años
Al igual que varios miles de argentinos, Molina celebró el derrocamiento de Perón en septiembre de 1955. El nuevo gobierno lo reincorporó al Ejército Argentino, restituyéndole el rango que ostentaba y el salario que recibía como oficial retirado.
Falleció siendo octogenario en 1963.