Carlos Ibarguren

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Carlos Perfecto Ibarguren Uriburu (18 de abril de 1877, Salta, Argentina - 3 de abril de 1956, Buenos Aires, Argentina) fue un abogado, historiador y político argentino.

Se destacó por ser uno de los precursores del revisionismo histórico en su país y por haber sido uno de los más destacados ideólogos del movimiento nacionalista argentino.

Biografía

Genealogía

La presencia de los Ibarguren en Suramérica se remonta al siglo XVII, época en la que el vasco Domingo de Ibarguren, originario de Guipúzcoa, arribó a esas tierras.

La intervención de los miembros de esta familia en la vida pública de la región fue históricamente escasa. La excepción la encarnó Federico Eulogio Ibarguren (1832-1890), padre de Carlos Ibarguren.

Este Ibarguren se formó en el Colegio del Uruguay -becado por el gobernador entrerriano Justo José de Urquiza-, y se doctoró en derecho en la Universidad de la República de Montevideo. Posteriormente fue juez en la provincia de Santa Fe, ministro de gobierno en la provincia de Salta, interventor federal en la provincia de Jujuy y senador nacional.

Julio Argentino Roca, quien fuese alumno suyo en el Colegio del Uruguay, lo sumó en 1880 a su gobierno para que organizase al sistema judicial en el distrito recientemente creado de la Capital Federal. Poco después el presidente lo incorporaría a la Corte Suprema de Justicia de su país en calidad de ministro. Falleció ejerciendo el cargo en 1890.

Juventud

Carlos Ibarguren nació en el norte de la Argentina, pero, a causa de las actividades laborales de su padre, se instaló junto a su familia en la capital nacional en 1882.

En 1890, siendo apenas un adolescente, participó de la Revolución del Parque, una insurrección cívico-militar que puso en jaque al gobierno del presidente Miguel Juarez Celman.

Se formó como jurisconsulto en las aulas de la Universidad de Buenos Aires, graduándose con honores en 1898 con una tesis doctoral sobre el tema de la herencia. Mentoreado por José María Ramos Mejía y por Wenceslao Escalante, trabajó desde muy joven como empleado estatal en diversos ministerios y fue vocal del Consejo Nacional de Educación. También ejerció la docencia secundaria en el Colegio Nacional de Buenos Aires y, en un nivel superior, en varias facultades de la Universidad de Buenos Aires, siendo su especialidad la enseñanza de la historia romana y de la historia argentina.

Interesado por las humanidades, comenzó a incursionar en el campo de la ensayística, colaborando con la revista literaria Juventud y con los periódicos El Diario, El País y La Argentina. Sus trabajos más técnicos aparecieron en las páginas de la Revista de la Universidad de Buenos Aires y la de Revista de Derecho, Historia y Letras.

En 1904 se casó con María Eugenia Aguirre, con quien tendría nueve hijos.

A partir de 1907 se desempeñó como secretario en la Corte Suprema de Justicia de la Nación, tomando el puesto que había dejado uno de sus hermanos fallecidos.

Ministro de de Justicia e Instrucción Pública

En julio de 1913 el presidente Roque Sáenz Peña nombró Ministro de Justicia e Instrucción Pública a Ibarguren. Hasta ese momento su participación en política había sido bastante discreta, habiendo estado vinculado a diversos movimientos políticos de la época, pero no habiendo sido nunca candidato a cargos electivos.

Al asumir sus funciones, Ibarguren realizó una evaluación tanto del sistema educativo como del sistema judicial de la Argentina, por estar ambos en la órbita de su cartera. Tras juzgarlos como óptimos en su funcionamiento, se concentró en otras tareas: ordenó financiar al arqueólogo Eric Boman para cubrir los gastos de sus investigaciones en el noroeste argentino, auspició un torneo de fútbol -la Copa Ibarguren- que debían disputarlo los equipos más poderosos de todo el país, y gestionó la ampliación de la Colonia de Menores de Marcos Paz, que fue el primer reformatorio nacional destinado a resocializar a los delincuentes juveniles.

Influenciado por los miembros del recientemente creado Museo Social Argentino, promovió la sanción de una ley para regular a las sociedades de socorros mutuos, lo que significaba modificar la legislación social argentina con el fin de otorgarle beneficios a los sectores trabajadores. El proyecto fue revisado por el propio Léopold Mabilleau.

De todos modos Ibarguren sólo fue ministro hasta febrero de 1914, siendo eyectado de su cargo junto a sus colegas Indalecio Gómez, Ernesto Bosch, Lorenzo Anadón, Adolfo Mugica, Carlos Meyer Pellegrini y Gregorio Vélez por orden del vicepresidente Victorino de la Plaza, quien había sustituido a Sáenz Peña después de que éste tomase licencia por su grave enfermedad. En consecuencia se incorporó al estudio de abogados de Matías Sánchez Sorondo, donde trabajaría asesorando y defendiendo clientes.

Dirigente del Partido Demócrata Progresista

Alejado de la función pública, fue convocado por Guillermo Udaondo para que integrase la lista de diputados nacionales de la Unión Cívica en las elecciones legislativas de 1914. Poco después de fracasar electoralmente, Ibarguren participó de la fundación del Partido Demócrata Progresista (PDP). Esta nueva fuerza política reunía a conservadores con espíritu modernizador y a liberales clásicos que apreciaban a lo nacional.

Recayó sobre Ibarguren la responsabilidad de redactar un programa de acción política que armonizase a las facciones y que sirviese como la carta de principios partidarios bajo la cual se pondría a todos los hombres que adhiriesen al proyecto demoprogresista.

De esa manera el abogado e historiador estableció que, en materia internacional, el PDP promovería el pacifismo -en septiembre de 1915, momento en que se publicó el documento, se estaba desarrollando la Primera Guerra Mundial-, mientras que a nivel nacional se comprometía a reforzar el federalismo, protegiendo las autonomías provinciales y fomentando la organización democrática desde los municipios hacia arriba.

La sección económica del programa era una vindicación del proteccionismo, comprometiéndose los demoprogresistas a impulsar una industrialización del país que sirviese para satisfacer la demanda de bienes de consumo a nivel local y pudiese ser lo suficientemente poderosa como para exportar su producción a países extranjeros. Para optimizar ese desarrollo económico Ibarguren señalaba que era fundamental que los gobiernos futuros creasen una marina mercante nacional y además dispusieran los medios para extraer el petróleo que se encontraba bajo el suelo local, garantizando así la soberanía energética. En ese escenario el sistema bancario debía renunciar a toda aspiración crematística, para convertirse fundamentalmente en un instrumento de crédito que financiase a los industriales.

Lógicamente Ibarguren no ignoraba que esa transformación propuesta aumentaría la conflictividad social entre patrones y obreros, por lo que el programa exhortaba a adoptar legislación que reglamentase y regulase los vínculos en el mundo laboral, además de detallar la implementación de una batería de medidas dirigidas hacia los trabajadores que mejorarían su acceso a la vivienda y colaborarían con la preservación de su salud.

Otro aspecto clave en materia socioeconómica estaba relacionado a su política agraria, ya que el PDP agrupaba a muchos individuos estrechamente vinculados con el sector. Por esa razón Ibarguren sostenía que el partido combatiría el excesivo urbanismo que caracterizaba a la Argentina, estimulando la creación de colonias agrícolas y la multiplicación de chacras en todo el territorio nacional.

El programa también proponía la modernización de los sistemas educativos, sanitarios y judiciales del país por medio del incremento de la intervención estatal en esos ámbitos.

Lisandro de la Torre y Alejandro Carbó se presentaron en la elección presidencial de 1916 promoviendo el programa que había redactado Ibarguren. Obtuvieron el 19% de los votos, ubicándose en el tercer puesto por debajo de radicales y conservadores. Mientras sesionaba el Colegio Electoral, el candidato De la Torre renunció a su postulación, por lo que algunos delegados demoprogresistas decidieron votar a Carbó para el puesto de presidente y a Ibarguren para el de vicepresidente.

Durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, Ibarguren se ocupó de reorganizar a su partido. En 1920 se presentó a las elecciones parlamentarias en el distrito de Capital Federal, acompañado por destacadas personalidades de la época como Octavio R. Amadeo, Rodolfo Moreno, José Luis Murature, Ezequiel Ramos Mexía, Enrique Rodríguez Larreta y Francisco Uriburu, pero aún así no pudo acceder a la Cámara de Diputados de la Nación.

En 1922 fue el candidato presidencial del PDP para las elecciones de ese año, siendo acompañado en la fórmula por el santafesino Francisco Correa. Tuvo como jefes de campaña a Alfonso de Laferrère y a Emilio Giménez Zapiola, quienes crearon el periódico Tribuna Demócrata para promover las ideas demoprogresistas. En aquella ocasión Ibarguren procuró distanciarse del presidente saliente mostrándose como enemigo del personalismo, de la demagogia y del centralismo que había practicado Yrigoyen, pero advirtiendo que él no era un representante de la oligarquía como si lo eran sus rivales conservadores.

Finalmente recibió sólo el 8% de los votos, quedando fuera de carrera ante el candidato Marcelo T. de Alvear de la Unión Cívica Radical. Tras esa derrota decidió retirarse de la política.

Intelectual argentinista

Más allá de sus inquietudes políticas, Ibarguren se destacó por esos años como un intelectual argentinista. Junto con Rodolfo Rivarola, Juan Bautista Señorans, David de Tezanos Pinto y Estanislao Zeballos fue convocado por Ezequiel P. Paz, director de La Prensa, para fundar el Instituto Popular de Conferencias, al cual dirigió promoviendo importantes ciclos de debate.

En 1922 se incorporó al Instituto de la Universidad de París en Buenos Aires -un organismo destinado a la cooperación intelectual entre Argentina y Francia- y fue nombrado miembro de la Junta de Historia y Numismática Argentina y Americana.

También estuvo involucrado a las revistas Nosotros y Síntesis, como parte de sus comités editoriales, y fue colaborador de publicaciones como La Nota, Myriam, Atlántida, Proteo, Nuestra América y Vida Nuestra.

Una de las pocas cosas que Ibarguren le reconoció al gobierno de Yrigoyen como positiva fue su defensa de la neutralidad de la Argentina ante la Gran Guerra, la cual coincidía con su postura antibelicista. En sus trabajos "La política internacional argentina y los armamentos" y "La política internacional del Dr. Alvear" publicados en 1923 por la revista Política criticó al canciller Ángel Gallardo por no refrendar el Pacto ABC, lo que significaba que la Argentina abandonaba su postura a favor de fortalecer la paz suramericana para cultivar una actitud desafiante ante sus vecinos.

Sus opiniones fueron muy bien valoradas en Brasil, por lo que el diario O Jornal de Rio de Janeiro le dio acogida entre sus páginas.

Posteriormente Ibarguren se arrepentiría de haber fogoneado esa campaña a favor del desarme argentino, pero su aversión a la guerra tenía raíces filosóficas que la justificaban plenamente: según su análisis, el materialismo que dominaba al pensamiento occidental moderno había conducido a la humanidad al brutal choque en Europa, por lo que consideraba que había llegado la hora de un renacimiento espiritual que regenerase a los valores de la sociedad mundial. En su libro La literatura y la Gran Guerra -haciendo un trabajo similar al que haría Jean Norton Cru en Francia- analiza tanto a los novelistas franceses y alemanes que habían narrado las experiencias en el frente con horror y vergüenza, como también a los testimonios que muchos combatientes dejaron por escrito en cartas y cuadernos, llegando a la conclusión de que la guerra moderna era una invención indefendible.

A su interés por los relatos del presente, lo acompañó otro más grande sobre los modos de narrar el pasado. En algunos artículos publicados en el diario La Nación y en la revista Caras y Caretas cuestionó la versión oficial de la historia argentina, pero fue en sus libros Manuelita Rosas de 1925 y Juan Manuel de Rosas de 1930 en donde se percibe su intención de revisar la manera de escribir sobre los acontecimientos de épocas anteriores. En esas obras -las cuales reúnen sus investigaciones sobre el rosismo que ya había compartido previamente en clases y conferencias- Ibarguren se aleja del abordaje tradicional sobre la figura de Rosas y trata de entender al hombre sin condenarlo ni vindicarlo, lo cual no resultaba habitual entre los historiadores argentinos. La repercusión que generó su trabajo lo convirtió en referente de una camada de jóvenes interesados en explorar las verdaderas raíces de la identidad nacional.

Revolución de 1930

El 10 de septiembre de 1930, cuatro días después de producida la Revolución Septembrina, Ibarguren dejó sus puestos de encargado de asuntos legales de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires y del Banco de Finanzas y Mandatos para asumir el cargo de Interventor Federal de la provincia de Córdoba. Su primo, el General José F. Uriburu, le había encomendado tomar el mando del territorio mediterráneo para implementar un modelo de gobierno corporativista que luego debía adoptarse a escala nacional.

El mandatario armó un equipo de gobierno que incluía a Arturo Mignaquy, Enrique Torino, Adolfo Casal y a varios jóvenes de la Liga Republicana como Hernán Seeber, Belisario Hueyo y Roberto de Laferrère. Héctor C. Quesada sería designado como intendente de la capital provincial.

Los católicos locales no tardaron en pronunciarse a favor del nuevo régimen. El Obispado de Córdoba recibió con alegría al nuevo gobernante, siendo el clérigo Pablo Cabrera y el laico Lisardo Novillo Saravia los militantes católicos más entusiasmados con los cambios que se avecinaban. El diario Los Principios, por su parte, manifestó su simpatía por la presencia de Ibarguren en suelo provincial y trató de contrarrestar la campaña opositora que se desarrolló en las páginas de otros medios de prensa. Y un grupo de jóvenes intelectuales locales integrado por Nimio de Anquín, Rodolfo Martínez Espinosa, Francisco Javier Vocos, Manuel Augusto Ferrer, José María Martínez Carreras y Manuel Río entre otros también se declararon partidarios del uriburismo y se ofrecieron para ayudar a construir lo que creían que superaría a la institucionalidad demoliberal.

Los miembros del Partido Demócrata de Córdoba, por el contrario, recibieron con tibieza al nuevo interventor. Sólo la facción liderada por Guillermo Rothe -paradójicamente un anticlerical- mostró interés por discutir las reformas que proponía el uriburismo.

A mediados de octubre Ibarguren pronunció en el Teatro Rivera Indarte su célebre discurso "El significado y las proyecciones de la revolución del 6 de septiembre", el cual fue transmitido por radio para todo el país. Allí anunció que era necesario modificar la Constitución Nacional para acabar con la partidocracia que tanto daño le había hecho a la Argentina, algo que generó el rechazo de toda la casta de políticos profesionales del país.

Ante la resistencia, el interventor no tuvo muchas posibilidades para desplegar lo que había planificado. Ordenó crear al Consejo Económico como cuerpo social que debía sustituir al parlamento local; esta entidad articuló a la Junta Ejecutiva Económica, la cual asumió la misión de intentar coordinar a los sectores obreros y patronales para garantizar la paz y la concordia.

También procuró intervenir en la Universidad Nacional de Córdoba con el propósito de despolitizar a la institución, que para ese entonces amparaba a toda clase de subversivos.

Hacia fines de diciembre el Ejército Argentino desbarató un complot de militares y políticos que se estaba gestando en Córdoba con la intención de derrocar a Uriburu. El interventor Ibarguren figuraba en una lista que los sediciosos tenían con los nombres de quienes debían ser fusilados en caso de que la sublevación triunfase.

La derrota del uriburismo en las elecciones para gobernador de la provincia de Buenos Aires en abril de 1931 significó el desmoronamiento del plan de instaurar una república corporativa en la Argentina. Ante ello, Ibarguren renunció a su cargo el 4 de mayo de ese año, dejando en su puesto a su colaborador Enrique Torino.

Promotor del nacionalismo

Al retornar de Córdoba, Ibarguren participó de la creación de la Academia Argentina de Letras y de la Sociedad de Historia Argentina. Ya durante el año anterior había fundado junto a Roberto Giusti, Alejandro Korn, Narciso Laclau, Luis Reissig y Aníbal Ponce al Colegio Libre de Estudios Superiores, institución que se propuso constituirse como una suerte de órgano de reunión de los científicos y eruditos del país (aunque terminaría renunciando al mismo cuando el consejo directivo le permitiese al judío comunista Georg Friedrich Nicolai dictar cursos sobre antinacionalismo). También se incorporaría como asesor jurídico del Banco de la Nación Argentina, puesto en el que permanecería durante años hasta jubilarse.

En 1934 publicó el libro La inquietud de esta hora, en donde asegura que Occidente estaba atravesando una crisis debido al colapso del liberalismo y a la amenaza del comunismo. La democracia individualista en la que el ciudadano elige a un representante, debía dar paso a una democracia orgánica en la que los diversos colectivos que integran a las sociedades tuviesen la presencia suficiente como para garantizar que cada habitante encontrase a quien defienda sus intereses. Pero lo más interesante de la obra es su apología del nacionalismo económico, ya que, ante un sistema capitalista que evoluciona para permitir que la obscura Internacional del Dinero acumule poder, se hace necesario que el Estado intervenga para proteger a su pueblo. Por ese motivo Benito Mussolini y Adolf Hitler eran vistos por Ibarguren como la esperanza de la civilización occidental.

Al estallar la Guerra Civil Española, en las páginas del diario Crisol apareció un manifiesto de intelectuales argentinos que celebraban a la cruzada de liberación nacional comandada por Francisco Franco. Entre los firmantes, junto a Ibarguren, figuraban también Ramón Doll, Manuel Gálvez, Homero Guglielmini y Josué Quesada entre otros.

Ibarguren apoyó a diversas agrupaciones nacionalistas de la época, confiando en que surgiese un movimiento que organizase a las masas y las orientase en contra de los plutócratas que mantenían vivo al sistema demoliberal. Eso lo llevó a obrar como asesor de la coalición Nacionalismo Argentino que en 1935 habían creado Raymundo Meabe y Juan Bautista Molina. Éste último, de hecho, le ofreció la presidencia de la república en caso de que tuvieran éxito sus maniobras golpistas contra Agustín P. Justo, pero el intelectual rechazó la oferta (lo que no impidió que redactase para el militar el Estatuto del Nacionalismo como un instrumento para ordenar ideológicamente a quienes pretendían coaligarse para actuar en contra de los artífices de la Década Infame).

Reconociendo su ilustre personalidad más allá de sus ideas políticas, hacia fines de 1936 el gobierno de la época le ofreció el cargo de presidente de la Comisión Argentina de Cooperación Intelectual, un organismo que tenía la misión de exportar la cultura nacional hacia el mundo y demostrar que el país estaba en condiciones de hacerle grandes aportes a la humanidad. Ibarguren aceptó el cargo, incorporando como colaboradores a los escritores Antonio Aita y Pedro Juan Vignale para que lo asistiesen. Tuvo la responsabilidad de organizar un congreso internacional del PEN Club al cual pertenecía, que reunió en Buenos Aires a muchos de los más destacados escritores de la época.

Posteriormente Ibarguren dejaría la presidencia de la Comisión Argentina de Cooperación Intelectual para asumir la presidencia de la Comisión Nacional de Cultura.

Años peronistas

Aunque pertenecía a la asociación Amigos de Italia y participaba de los eventos organizados por la asociación Amigos de Alemania, Ibarguren sostenía que la Argentina no debía intervenir en la Segunda Guerra Mundial, manteniendo con firmeza su neutralidad ante las presiones internas y externas. Por ese motivo participó de la campaña de Luis Alberto de Herrera para evitar que EEUU implantase bases militares en el área del río de la Plata.

En 1943 asistió al Congreso de la Recuperación Nacional, en donde su nombre sonó como el de un posible candidato presidencial nacionalista para las elecciones que se celebrarían ese año. De todos modos la Revolución del GOU cambió los planes.

Ibarguren apoyó al movimiento militar por su manifiesta intención de defender al pueblo argentino (a causa de ello terminaría figurando en el infame Blue Book on Argentina, sindicado como un agente local del NSDAP). Posteriormente, cuando el país quedó en la disyuntiva entre apoyar a la Unión Democrática o al naciente Movimiento Nacional Justicialista, se inclinó por el último.

Públicamente elogió a las medidas económicas que aplicó el peronismo, especialmente la nacionalización del Banco Central de la República Argentina, causa por la cual venía luchando desde hacía años; también hizo lo mismo con la política social, destacando como los peronistas estaban produciendo una legislación que beneficiara a los obreros.

En 1948 se sumó a los debates acerca de la actualización del texto de la Constitución Nacional, publicando el volumen La reforma constitucional en el que insistía con implementar el corporativismo. Además planteaba que el mandato presidencial debía extenderse de 6 a 8 años (cuando en 1930 había planteado que debía reducirse de 6 a 4 años), enfatizaba la importancia de incorporar los derechos sociales, buscaba fortalecer el federalismo y proponía ampliar las funciones y garantizar la independencia del Poder Judicial. Algunas de esas ideas, de hecho, aparecerían reflejadas en la Constitución de 1949.

El gobierno lo incorporó a la Junta Nacional de Intelectuales junto a los escritores Delfina Bunge, Rafael Jijena Sánchez y Gustavo Martínez Zuviría, el folklorólogo Juan Alfonso Carrizo, el sociólogo César E. Pico, el cineasta Luis César Amadori y el compositor Luis V. Ochoa.

Formó también parte de la Asociación de Escritores Argentinos que había creado Arturo Cancela en 1947, y que llegó a reunirse oficialmente con Perón para comunicarle la situación del sector.

Su simpatía hacia el peronismo comenzó a extinguirse luego de que militantes de esa fuerza política incendiasen el Jockey Club en abril de 1953, como represalia por un atentado en Plaza de Mayo (Ibarguren era un hombre muy activo en esa institución desde su juventud, habiendo sido durante varios años presidente de la misma, razón por la cual le parecía imperdonable lo que le habían hecho al edificio en donde funcionaba su sede central). Finalmente el conflicto entre el peronismo y el catolicismo lo obligó a tomar partido por su religión antes que por su ideología.

Ibarguren adhirió en 1954 a la Organización Popular por la Repatriación de los Restos del General Rosas que habían creado Ricardo Font Ezcurra, Ernesto Palacio y José María Rosa para transportar los restos mortales del Restaurador desde Inglaterra hacia la Argentina, algo que ocurriría recién 35 años después.

Fue un colaborador del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, de la Institución Mitre y del Instituto San Felipe y Santiago de Estudios Históricos, así como también fue miembro de la Real Academia Española de la Lengua, del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, de la Academia de la Historia del Ecuador, del Instituto Sanmartiniano de Colombia y del Instituto de Cultura Hispánica. Recibió condecoraciones de los gobiernos de España, Italia y Francia.

Obra

La vinculación de Ibarguren durante un poco más de 20 años a la Cátedra de Derecho Romano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires obviamente lo inclinó hacia el estudio de la historia de la Antigua Roma. De allí surgirían sus primeros libros, todos ellos escritos en un lenguaje técnico y sin más ambición que ilustrar a los legos sobre asuntos concernientes al funcionamiento de las leyes entre los romanos. Historias del tiempo clásico, en cambio, es un libro escrito durante su madurez en el que presenta episodios del mundo antiguo con una prosa amena y entretenida.

De todos modos, pese a haber demostrado que tenía capacidad para convertirse en un hábil divulgador de la cultura romana, terminó abandonando ese campo para concentrarse en la investigación de la historia argentina (aunque ello no evitó que en 1932 mantuviese una polémica con Gustavo Franceschi en relación a la interpretación de la figura de Catilina).

Como historiador Ibarguren era discípulo de Paul Groussac, ya que escribía mostrando erudición, empleando una multitud de documentos públicos y privados como fuente, y tratando de armar un relato coherente, pero también destacando virtudes y defectos de los personajes a los que escudriña para terminar por ubicarlos como arquetipos del bien y del mal. En ese sentido los textos de Ibarguren se asemejan más a los de Adolfo Saldías y Ernesto Quesada que a los de Rómulo Carbia o Diego Luis Molinari -jóvenes historiadores que, justamente, exhortaban a sustituir el modo en que Ibarguren escribía para adoptar un estilo más neutral y moderno.

En una época en la que los integrantes de la Nueva Escuela Histórica producían manuales para uso escolar empleando lo más moderno de las ciencias de la historia, Ibarguren reeditó el Manual de la historia argentina de Vicente F. López y las Lecciones sobre la historia de la República Argentina de José Manuel Estrada, adosándoles estudios preliminares en los que dejaba en evidencia los problemas intrínsecos de esas obras, pero aún así proponiéndolas como textos para ser enseñados en el aula por su capacidad única de evocar al pasado argentino de boca de sus protagonistas.

El libro De nuestra tierra recopila estampas de la vida rural argentina, construidas con mucho cuidado en el detalle, recuperando vivencias propias y ajenas, y observando al paisano no como lo haría un antropólogo sino como lo haría un retratista para terminar obteniendo de él una lección de vida. Ese estilo lleva después Ibarguren al campo de la historia, procurando escribir ateniéndose a la rigurosidad de los datos e interpretar al mismo tiempo las intenciones de los sujetos que han protagonizando los acontecimientos sobre los que indaga.

Como resultado Ibarguren produjo libros que atrapan. En Manuelita Rosas, evocando la pintura romántica que de ella hizo José Marmol, presenta a la hija del Restaurador como un alma sensible y tierna, capaz de actuar con su bondad como mediadora de las más graves disputas políticas de la época. Estampas de argentinos agrupa semblanzas sobre algunos compatriotas del autor a los que, a juzgar por sus palabras, destaca como virtuosos e ilustrísimos, mientras que En la penumbra de la historia argentina rescata a personajes secundarios y rememora episodios menores de la historia de su país (especialmente de la época en que se producía la separación de España) pero los expone ante el lector como si se tratase del hallazgo de una piedra preciosa a la que es imposible no admirar. Las sociedades literarias y la revolución argentina por su parte constituye una exploración acerca del mundo de las cofradías, las hermandades y las logias, y el drama que protagonizaron intentando justificar sus acciones ante el pueblo argentino de la época.

Pero sin lugar a dudas es la obra Juan Manuel de Rosas la que consagra a Ibarguren. Ampliamente leída en todo el mundo de habla hispana, traducida a varios idiomas, corregida en numerosas ocasiones, terminó siendo muy admirada por algunos y muy aborrecida por otros. Lo poderoso del libro es que presenta los hechos como una narración cinematográfica, esto es distingue un tema, plantea un argumento y desarrolla a los personajes ante la mirada del lector, que al final no sólo recaba información sobre el pasado sino que además obtiene una lección moral. Siguiendo el despliegue de una biografía termina por presentar el escenario de toda una época: Rosas es un arquetipo del caudillo pero también un hombre real enfrentado a un mundo que está abierto a su intervención.

Su trabajo San Martín íntimo emplea recursos muy similares a los de su Juan Manuel de Rosas, sin embargo el libro no atrajo el mismo interés que su antecesor debido a que al ser publicado en 1950 -año en que se conmemoraba el centenario del fallecimiento del Libertador de América- terminó siendo un libro más de los muchos en oferta que abordaban el mismo tema.

Algo que no suele resaltarse de Ibarguren es su desempeño como prologuista y epiloguista. En efecto, su prestigio intelectual, su seriedad como crítico, y su generosidad lo convirtieron en comentarista privilegiado de muchos libros como De mi vida y de mi tierra de Juan Carlos Dávalos, Alma nativa de Agustín Guillermo Casá, Arquitectura colonial de Salta de Jorge Augspurg y Miguel Solá, La palabra del General José Félix Uriburu de José Félix Uriburu, Barranca Yaco de Héctor C. Quesada, La organización del Estado Argentino en el Dogma Socialista de la Asociación de Mayo de Hipólito J. Paz, Conflictos diplomáticos y militares en el Río de la Plata, 1842-1845 de Evaristo Ramírez Juárez, ¿Qué quiere Italia? de Virginio Gayda, El sentido misional de la conquista de América de Vicente Sierra, En el parlamento y fuera de él de Carlos Serrey, C. H. Pellegrini. Su obra, su vida, su tiempo de Elena Sansinena de Elizalde, Las sociedades literarias y el periodismo. 1800-1852 de Haydée Frizzi de Longoni, Mendoza y Garay de Paul Groussac, y Diccionario de regionalismos de Salta de José Vicente Solá.

Bibliografía

  • Institución del heredero. Buenos Aires: Argos, 1898.
  • Una proscripción bajo la dictadura de Syla. Buenos Aires: Moen y Hermanos, 1908.
  • Las obligaciones en el derecho romano. Buenos Aires: Talleres Mosconi, 1909.
  • El contrato en el derecho romano y en la legislación argentina. Buenos Aires: UBA, 1910.
  • Oración al Himno. Buenos Aires: Consejo Nacional de Educación, 1913.
  • El asunto de las marcas: defensa de Miguel Piñeiro Sorondo. Buenos Aires: Flaiban y Camilloni, 1914.
  • Vicente Fidel López, su vida y su obra. Buenos Aires: Coni, 1915.
  • La obra literaria de José M. Ramos Mejía. Buenos Aires: Flaiban y Camilloni, 1916.
  • De nuestra tierra. Buenos Aires: SCEBA, 1917.
  • El camino adoquinado de Avellaneda a La Plata: reclamación de los propietarios contra el impuesto. La Plata: Ministerio de Hacienda, 1917.
  • La literatura y la Gran Guerra. Buenos Aires: SCEBA, 1920.
  • Inconstitucionalidad de los impuestos confiscatorios. Buenos Aires: Cerini, 1923.
  • Historias del tiempo clásico. Buenos Aires: SCEBA, 1924.
  • Manuelita Rosas. Buenos Aires: Gleizer, 1925.
  • El Día de la Raza. Buenos Aires: Asociación Patriótica Española, 1926.
  • Juan Manuel de Rosas, su vida, su tiempo, su drama. Buenos Aires: La Facultad, 1930.
  • El significado y las proyecciones de la revolución del 6 de septiembre. Buenos Aires: Talleres de la Penitenciaría Nacional, 1930.
  • En la penumbra de la historia argentina. Buenos Aires: La Facultad, 1932.
  • La inquietud de esta hora: liberalismo, corporativismo, nacionalismo. Buenos Aires: La Facultad, 1934.
  • Estampas de argentinos. Buenos Aires: La Facultad, 1935.
  • Las sociedades literarias y la revolución argentina (1800-1825). Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1937.
  • La preparación de la Campaña de los Andes. Mendoza: Junta de Estudios Históricos de Mendoza, 1937.
  • En torno a Juan Manuel de Rosas (junto a E. Rodríguez Fabregat). Montevideo: Talleres Gráficos Dante, 1943.
  • Estados Unidos ante la independencia de Sud América. Buenos Aires: Club del Plata, 1944.
  • El sistema económico de la revolución. Buenos Aires: UBA, 1946.
  • La reforma constitucional: sus fundamentos y su estructura. Buenos Aires: Abeledo, 1948.
  • San Martín íntimo. El hombre en su lucha. Buenos Aires: Peuser, 1950.
  • La historia que he vivido. Buenos Aires: Peuser, 1954.

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