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Mario Amadeo
Llegó a ocupar el puesto de Ministro de Relaciones Exteriores y Culto durante la breve presidencia de Eduardo Lonardi en 1955.
Fue un promotor de la creación de una Comunidad Hispánica de Naciones, la cual debía funcionar como un bloque de países iberoamericanos equidistante tanto del Bloque del Este como de la Internacional Capitalista.
Sumario
Juventud
Mario Amadeo era hijo de Octavio Ramón Amadeo, un jurisconsulto que se destacó como político, diplomático e historiador. Tuvo por tíos a Rómulo Amadeo y a Tomás Amadeo, dos intelectuales que difundieron al catolicismo social en la Argentina. Su hermano, Jaime Heraclio Amadeo, fue un sacerdote que perteneció a la Compañía de Jesús.
Durante su adolescencia, mientras cursaba sus estudios secundarios en la Escuela Argentina Modelo, descubrió la obra de G. K. Chesterton, la cual influyó mucho en su espíritu y a la cual traduciría parcialmente a lo largo de su vida.
Se formó como jurisconsulto en las aulas de la Universidad de Buenos Aires. Allí conoció a Benito Raffo Magnasco, Juan Carlos Villagra y Alberto Ezcurra Medrano junto a quienes creó a la Liga Universitaria de Afirmación Católica, una agrupación antiliberal y anticomunista que editó la revista El Baluarte. Ese grupo de jóvenes apoyó con entusiasmo a la Revolución de 1930 que desalojó del poder al presidente Hipólito Yrigoyen. El padre de Amadeo, de hecho, sería funcionario en el nuevo gobierno.
Su participación en los Cursos de Cultura Católica terminó de forjar su pensamiento nacionalista, recibiendo las enseñanzas de personalidades como Leonardo Castellani, Julio Meinvielle y Juan Sepich.
Tras obtener su diploma de abogado, trabajó durante algunos años como docente en diversas escuelas secundarias. En ese periodo se sumó a las filas de Restauración, un movimiento creado por J. Alfredo Villegas Oromí, y participó de la fundación de la Corporación de Abogados Católicos San Alfonso María de Ligorio junto a Atilio Dell'Oro Maini, Tomás D. Casares, Frank Chevallier Boutell y Santiago de Estrada, en tanto que en las páginas de las revistas Sol y Luna y Criterio publicará algunos artículos. Junto a Héctor Llambías fue uno de los anfitriones del filósofo católico francés Jacques Maritain durante su visita a la Argentina en 1936.
Carrera diplomática
En 1939 ingresó al Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, que lo envío a Italia con la orden de incorporarse a la Embajada Argentina en el Vaticano. Permaneció allí durante un año, en el que aprovechó para tomar cursos de filosofía en el Colegio Angélico de Roma. En reconocimiento por los esfuerzos realizados para armonizar las relaciones entre la Argentina y la Santa Sede, el Papa Pío XII terminó nombrándolo Caballero de la Orden de San Gregorio Magno.
Con la Segunda Guerra Mundial ya en marcha, fue trasladado de regreso al Río de la Plata para sumarse a la Embajada Argentina en Uruguay.
A mediados de 1941 el nuevo canciller -Enrique Ruíz Guiñazú, su jefe en Roma- le pidió que retornase al país para asistirlo en el diseño y conducción de las relaciones diplomáticas de la Argentina con el mundo. Había una presión muy importante tanto fuera como dentro del país para que la Argentina se inclinase a favor de las Potencias Aliadas, algo que el gobierno de la época no estaba dispuesto a hacer.
Al producirse la Revolución de 1943, Amadeo la terminará apoyando a causa de su explícita orientación nacionalista. En consecuencia fue enviado a Chile para ayudar a coordinar al cuerpo diplomático argentino en ese país. El objetivo era crear un bloque de naciones neutrales que fortaleciesen mutuamente su posición ante el contexto bélico internacional. Sin embargo en enero de 1944, después de que la Argentina rompiera relaciones con Alemania y Japón, Amadeo renunció a su puesto. Empero, pocos meses después, el nuevo canciller Orlando Peluffo lo reincorporó al Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto dándole el cargo de Director de Asuntos Políticos, lo que lo convertía en uno de los hombres más importantes de la diplomacia argentina.
La salida de Peluffo del gobierno en enero de 1945 significó el fin de la primera etapa de la carrera diplomática de Amadeo. Deprimido por la muerte reciente de su pequeño hijo de 7 años, optó por abandonar la función pública y recluirse en una quinta en la localidad de San Isidro.
Años peronistas
A principios de 1947 ingresó como docente a la Universidad de Buenos Aires. Especializado en asuntos internacionales, rápidamente se ganó el respeto y la admiración de alumnos y colegas. Se convirtió en director de la Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA, desde donde se hizo una campaña para la modificación de la Constitución Nacional que terminó en 1949 con la creación de una nueva carta magna argentina.
Fue también colaborador de publicaciones como Balcón, Nuestro Tiempo y Quincena, y junto a Segundo Linares Quintana hizo una traducción anotada de la Constitución de los EEUU que fue muy elogiada a nivel internacional.
Preocupado por la posición hegemónica que los EEUU adquirían en el escenario geopolítico, y alarmado ante la consolidación de la URSS, propuso que las naciones hispánicas se unificaran para evitar ser las víctimas de la Guerra Fría, la cual había sido detonada por el enfrentamiento entre los capitalistas y los comunistas. Sus ideas estaban claramente inspiradas por el pensamiento de Ramiro de Maeztu.
Esa prédica lo llevó a ser incorporado como miembro por el Instituto de Cultura Hispánica. Junto a Pedro Laín Entralgo se convirtió en el director de Cuadernos Hispanoamericanos, una muy prestigiosa publicación.
En 1954 realizó un viaje a España, donde permaneció por varios meses como profesor invitado en la Universidad de Salamanca. Mientras estaba allí, fue alentado para dar un discurso en Zaragoza durante los actos oficiales realizados por la celebración del Día de la Hispanidad. En esa ocasión criticó a Juan Domingo Perón puesto que, al compararlo con Francisco Franco, dejó en evidencia que lo que el líder argentino había hecho por difundir la doctrina de la hispanidad e instalar el Reinado Social de Cristo había sido muy escaso frente a lo que había logrado el caudillo español. Esa alocución no pasó desapercibida por los peronistas, que a partir de ese momento lo clasificaron como a un enemigo del régimen.
Actuación durante la Revolución Libertadora
A medida que comenzó a crecer el conflicto entre el peronismo y el catolicismo, Amadeo sintió que debía pasar a la acción antes de que fuese demasiado tarde. Por ese motivo se unió al grupo de civiles y militares que conspiraban contra Perón y que, en septiembre de 1955, protagonizó las acciones revolucionarias que llevaron al derrocamiento del caudillo. Durante la mayor parte de aquel año se la pasó redactando panfletos críticos contra el gobierno que circularon de manera clandestina, siendo el más famoso de ellos su carta abierta dirigida al General José Embrioni.
Tras el ascenso a la presidencia de Eduardo Lonardi, Amadeo fue designado como Ministro de Relaciones Exteriores y Culto. Una de las primeras cosas que hizo fue planificar la renovación del cuerpo diplomático, incorporando a personalidades de todo el espectro ideológico y preservando a todos aquellos funcionarios que, más allá de sus simpatías políticas, demostrasen poseer la idoneidad para ocupar sus puestos. La idea que estaba detrás de esa decisión era fomentar la unidad nacional, poniendo a la prosperidad de la Argentina por encima de todo faccionalismo interno. Esto levantó sospecha en los sectores liberales que apoyaban al régimen de la Revolución Libertadora, los cuales luego se enfurecerían con él por ser el responsable de facilitar que el depuesto Perón pudiera partir hacia el exilio en Paraguay (de hecho fue Amadeo quien propuso que el ex-presidente viajara hasta Asunción en un avión en lugar de un barco, ya que éste podía ser interceptado y atacado por las huestes antiperonistas).
Cuando finalmente Lonardi fue desplazado del poder, Amadeo se vio obligado a renunciar a su cargo y a sufrir el encarcelamiento en un buque perteneciente a la Armada Argentina.
Al ser liberado un par de meses después se unió a sus amigos Marcelo Sánchez Sorondo, Juan Carlos Goyeneche y Juan Pablo Oliver para crear el célebre semanario Azul y Blanco. Esta publicación, muy popular en su época, fue profundamente crítica con el gobierno de Pedro Eugenio Aramburu.
Durante esos años Amadeo protagonizó una serie de polémicas con otros intelectuales, ocasionadas por su actitud de condenar solamente los errores y excesos del peronismo en lugar de directamente impugnar su existencia como hacían otros. Entre sus adversarios aparecieron Ernesto Sábato, Agustín Ferraris y Eugenia Silveyra de Oyuela.
Pensando en la inminente reconstrucción del sistema político que se avecinaba, Amadeo advirtió que era necesario constituir un partido nacionalista y católico para evitar que la Argentina cayera en manos de sectas masónicas y organizaciones comunistas. De esa manera creó al Comité de Centros Populares, una agrupación que estaba abierta a todo aquel que cultivase un fuerte sentimiento patriótico y/o siguiese las enseñanzas del cristianismo. En enero de 1957 abandonó al CCP por una serie de disputas internas y se afilió a la Unión Federal, un partido democristiano dirigido por José Luis Cantini y Enrique Ariotti. Desde allí propuso continuar con la transformación sociocultural iniciada por el peronismo, pero, obviamente, sin convocar a los líderes peronistas para formar parte del gobierno. Su intención era cerrar la grieta que dividía al pueblo argentino en dos sectores y reconciliar en el sentimiento nacionalista a los antagonistas.
Totalmente en desacuerdo con la derogación de la Constitución Nacional de 1949, intentó ser elegido miembro de la convención constituyente que reformaría a la carta magna. Su campaña se basó en la promesa de que él se constituiría en garante de la defensa de lo nacional, lo social y lo cristiano ante sus pares. Sin embargo no obtuvo el apoyo suficiente como para cumplir su objetivo.
Junto a Mario Díaz Colodrero, Eleonora Pacheco, Alberto V. Tedín y Juan José Güiraldes formó un grupo que intentó tomar el control de la UF. Su intención era incorporar al partido a un gran frente de fuerzas nacionales encabezado por la Unión Cívica Radical Intransigente, que en ese entonces era liderada por Arturo Frondizi. Amadeo creía que ese viejo líder radical era capaz de conciliarse con el peronismo y lograr un gobierno de unidad nacional.
Al no poder convencer a los otros dirigentes de la UF para que apoyaran su estrategia, terminó alejándose de esa agrupación.
Retorno a la diplomacia
Una vez ungido presidente tras imponerse en las elecciones de febrero de 1958, Frondizi convocó a Amadeo y le pidió que asumiese el puesto de embajador argentino ante la Organización de las Naciones Unidas. Eso lo obligó a reubicarse en la ciudad de Nueva York, en donde permaneció hasta 1962.
Su paso por la ONU fue muy destacado, pues terminó siendo reconocido como un verdadero experto en el campo de las relaciones internacionales y como un diplomático con un criterio ecuánime y moderado que ayudó a evitar que las hostilidades de la Guerra Fría siguieran escalando. Llegó también a presidir a la Comisión de Derechos Humanos, desde donde hizo campaña para que los tecnócratas de la ONU reconociesen la importancia del derecho a profesar una religión.
Durante esos años se produjo el escandaloso Caso Eichmann, que llevó a Amadeo a emitir una protesta formal contra las acciones ilegales de Israel en territorio argentino. Sin embargo su planteamiento no recibió el apoyo de sus pares, a diferencia de otras de sus iniciativas en las que si lo había recibido.
Al retornar al país después de la caída de Frondizi, se reunió con Máximo Etchecopar para organizar un think tank que reuniera a católicos y nacionalistas preocupados por el futuro de la Argentina. Así nació el Ateneo de la República, al cual se incorporaron personalidades como Ignacio B. Anzoátegui, Carlos J. Caballero, Basilio Serrano, Luis María de Pablo Pardo, Guillermo Gallardo, Rafael Jijena Sánchez, Bonifacio Lastra, Héctor A. Llambías, Samuel Medrano, Raúl Puigbó, Carlos Correa Ávila, Pedro Real y Mario Martínez Casas entre otros.
Esta usina de pensamiento se vinculó a un grupo de políticos, militares y sacerdotes católicos que en 1966 organizarían el golpe de Estado que inauguraría el régimen de la Revolución Argentina. Gracias a ello Amadeo sería nuevamente convocado para cubrir un puesto en el cuerpo diplomático de su país: la dirección de la Embajada Argentina en Brasil.
Instalado en su puesto, Amadeo alentó a los gobiernos de Argentina y Brasil a abandonar las rivalidades para desarrollar un estrecho vínculo de cooperación binacional. Entendía que su idea de la Comunidad Hispánica de Naciones podía adaptarse para comenzar creando un bloque que unificase a Sudamérica en torno a una alianza de los dos países más importantes de la región. Una de las cosas que hizo para poner en marcha su propuesta fue articular al Instituto Cultural Argentino-Brasileño, el cual tuvo la misión de fomentar los intercambios entre artistas, académicos e intelectuales de ambos países para impulsar el surgimiento de una línea de pensamiento compartida por todos. Sus esfuerzos realizados en ese sentido fueron reconocidos por la Academia Brasileira de Letras, la cual lo incorporó como a uno de sus miembros.
En 1969 renunció a su cargo y retornó a la Argentina con la idea de tomarse un año sabático para escribir un libro erudito que fuese clave en la formación de la próxima generación de diplomáticos de su país.
Últimos años
Amadeo había conocido al intelectual brasileño Plinio Corrêa de Oliveira con quien mantuvo un contacto amistoso. Impresionado por su obra, asistió a su yerno Cosme Beccar Varela para que creara a la Sociedad Argentina de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad, una organización de laicos cristianos cuyo objetivo era promover acciones metapolíticas para evitar la subversión del orden occidental.
Por otro lado el Cardenal Maurice Roy lo invitó a incorporarse al Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, un órgano del Vaticano creado para promover la paz mundial y difundir internacionalmente a la Doctrina Social de la Iglesia. Al mismo tiempo ACNUR lo convocó para actuar como asesor en asuntos de derechos humanos.
También participó de la fundación de la Asociación Argentina de Derecho Internacional y del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales.
Amadeo no colaboró con el Proceso de Reorganización Nacional, pero la izquierda lo acusó de hacerlo después de que declarara ante la prensa, en su calidad de experto en materia de derechos humanos, que le parecía loable la legislación introducida en 1979 por el gobierno argentino destinada a resolver problemas jurídicos en torno a derechos de sucesión y asuntos similares de los subversivos desaparecidos.
Por esos años fue un promotor y defensor de la idea de que los conflictos limítrofes existentes entre Argentina y Chile debían ser solucionados por obra de una mediación del Papa.
Antes de fallecer publicó un libro dedicado a revisar la obra de Dante Alighieri, en el cual confiesa su profunda admiración por el autor italiano y reconoce que su pensamiento político fue fuertemente inspirado por sus ideas acerca del poder.
Bibliografía
- Jacques Maritain ante el problema filosófico, estético y social (junto a M. Berraz y H. Llambías). Buenos Aires: Voluntad, 1936.
- Por una convivencia internacional: bases para una Comunidad Hispánica de Naciones. Madrid: Cultura Hispánica, 1956.
- La encrucijada Argentina. Madrid: EPESA, 1956.
- Ayer, hoy y mañana. Buenos Aires: Gure, 1956.
- La opción del 28 de julio. Buenos Aires: Unión Federal, 1957.
- Por una solución nacional. Buenos Aires: Ateneo de la República, 1962.
- Política internacional. Los principios y los hechos. Buenos Aires: Instituto Argentino de Cultura Hispánica, 1970.
- El camino de la recuperación. Buenos Aires: Ateneo de la República, 1971.
- La opción argentina. Buenos Aires: Ateneo de la República, 1974.
- Manual de política internacional. Buenos Aires: Abeledo-Perrot, 1978.
- Dante siempre. Buenos Aires: Club de Lectores, 1981.