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Leopoldo Lugones
Sumario
Biografía
Juventud
Lugones pasó su infancia en la provincia de Santiago del Estero, recibiendo una educación católica por parte de su madre. Durante su adolescencia asistió al Colegio Monserrat de la ciudad de Córdoba. Allí se convirtió al ateísmo y comenzó a cultivar ideas anarquistas.
En 1893, siendo miembro de la Guardia Nacional, actuó bajo las órdenes de Nicolás Levalle en la represión del alzamiento radical en la ciudad de Rosario.
Publicó artículos periodísticos en La Libertad y editó la revista anticlerical El Pensamiento Libre, al mismo tiempo en que comenzó a hacerse conocer como poeta -aunque usando el seudónimo de "Gil Paz". Su militancia izquierdista lo llevó a fundar el Centro Socialista Internacional junto con obreros y artesanos cordobeses: lideró a la facción más extremista de la organización, la cual proponía realizar atentados contra diversos objetivos para iniciar una revolución.
Militancia socialista
En 1896 se instaló en la ciudad de Buenos Aires, convirtiéndose en redactor del periódico El Tiempo. Como miembro de un grupo de escritores muy vinculados al Partido Socialista, editó en sociedad con José Ingenieros al periódico La Montaña entre abril y septiembre de 1897, el cual difundía una versión libertaria y revolucionaria del socialismo, abordando la cuestión obrera no como un asunto económico sino más bien como un asunto cultural -por ese motivo Lugones se interesaría por la pedagogía, lo que desembocaría en la publicación del libro La reforma educacional (1903), obra en la que sostiene que la escuela debe enfatizar la formación en ciencias exactas y experimentales antes que en las humanidades.
Su poemario Las montañas de oro (1897) lo posicionó como un autor modernista, preocupado por renovar la literatura en lengua española. Por esa época se interesó también en el estudio del ocultismo, adhiriendo a la rama local de la Sociedad Teosófica y publicando artículos en la revista Philadelphia. A raíz de ello abandonó al ateísmo y experimentó en su lugar con el espiritismo.
En 1898 dejó El Tiempo para ingresar a La Tribuna, diario de orientación roquista. Sus textos literarios empezaron a aparecer en las páginas de prestigiosas revistas de la época como Iris y Caras y Caretas, lo que lo volvió cada vez más popular.
Lugones se afilió a la logia masónica Libertad en 1899 y tres años más tarde pasó a la logia masónica Confraternidad Argentina. Ello le permitió ingresar como empleado al Ministerio de Justicia e Instrucción Pública: fue inspector de escuelas secundarias en el norte, este y oeste de la Argentina (protagonizando, entre otras cosas, el famoso episodio en el que le prohibió a la maestra Juana Stevens dictar clases de catequesis católica en Jujuy), auditor de cárceles en la provincia de Neuquén (actividad que derivó en un plan para reformar el sistema carcelario) y explorador en la provincia de Misiones (viaje del que saldría un estudio sobre la historia de la Compañía de Jesús en la región).
Promotor del liberalismo
En 1903 fue contratado por el diario La Nación, publicación que difundía ideas liberales.
Fue junto a Adrián C. Escobar uno de los organizadores del Comité de la Juventud, una asociación destinada a apoyar la candidatura presidencial de Manuel Quintana. Ello marcó su ruptura definitiva con los socialistas.
A mediados de 1904, luego de haberse desempeñado durante un mes como Ministro de Gobierno de Francisco Beazley durante la intervención federal a San Luis, fue designado Inspector General de Enseñanza Superior y Normal por Joaquín V. González. Lugones proyectó remodelar al sistema educativo argentino, importando ideas novedosas de Europa y experimentando a partir de sus propias concepciones filosóficas. Sin embargo las desavenencias que mantuvo con el gobierno de José Figueroa Alcorta -sucesor de Quintana- lo llevaron a renunciar al cargo en 1907.
Libros como El imperio jesuítico (1904), Las fuerzas extrañas (1906) y Lunario sentimental (1909) lo consagran como autor. En 1910 publica Odas seculares, obra de tono patriótico creada para celebrar el Centenario de la Independencia de la Argentina. Al año siguiente da a imprenta una elogiosa biografía sobre Domingo Faustino Sarmiento que refleja su afinidad ideológica con el fallecido escritor -veinte años más tarde reeditaría la obra, pero señalando que ya no comulgaba con las mismas ideas que tan entusiastamente había defendido.
Entre 1911 y 1912 reside en Francia, usufructuando su fama y prestigio como literato. A principios de 1913 retorna al país y dicta una serie de conferencias en el Teatro Odeón de Buenos Aires acerca del Martín Fierro, las cuales causan sensación a nivel nacional por su propuesta de interpretar al texto como una epopeya (lo que equivale a considerar a la cultura gauchesca como pieza central de la identidad argentina). Poco después retorna a tierras francesas con la intención de radicarse allí.
En París dirigirá La Revue Sud-Americaine, ocupándose fundamentalmente de difundir las ciencias. No cortó sus vínculos con su país sino todo lo contrario: mantuvo su colaboración permanente con La Nación y envió artículos a Nosotros, La Nota y Fray Mocho entre otras publicaciones.
Al estallar la Gran Guerra migra hacia Inglaterra, y luego retorna a su patria. Creó el Comité Nacional de la Juventud junto a Ricardo Rojas y Alfredo Lorenzo Palacios con el objetivo de presionar al gobierno argentino para que el país se sumase al conflicto bélico en auxilio de Francia y el Reino Unido, argumentando que, de no hacerlo, se pondría en peligro la expansión global de la democracia y del libre mercado. En 1917 llegó incluso a dirigir una intensa campaña para convencer al presidente Hipólito Yrigoyen para que la Argentina se aliara a los Estados Unidos como los socorristas del Viejo Continente.
De cualquier modo ya por esa época Lugones comenzó a experimentar un giro hacia el conservadurismo -por ejemplo en su libro El problema feminista (1916) señala que "el feminismo es una doctrina de infamia y degradación", afirmación que quince años antes hubiese sido insólito ver salir de su pluma.
Fue nombrado director de la Biblioteca Nacional de Maestros en 1915, cargo que desempeñaría hasta su muerte en 1938. Mantuvo una polémica contra Manuel Gálvez, que acusaba al normalismo -un sistema pedagógico laicista importado desde los Estados Unidos- de corromper la moral nacional; para Lugones, por el contrario, los maestros normales eran los importadores de la cultura moderna al país, razón por la cual, argumentaba, su obra debía expandirse hasta abarcar cada rincón del territorio argentino.
La fallida insurrección anarco-comunista que intentó dominar Buenos Aires en enero de 1919 cambió su posición anti-estatista: hasta ese momento Lugones consideraba que el Estado era un obstáculo para el bienestar de los individuos, por lo que defendía su abolición y sustitución por otro tipo de organización social (de allí que incluso hasta elogiara a la idea del sóviet ruso, creyendo erróneamente por un breve periodo que los bolcheviques crearían un sistema de gobierno dominado por la autogestión obrera y no centralizado en un Estado verticalista, burocrático y policial); sin embargo la acción eficaz de las fuerzas estatales -especialmente de las Fuerzas Armadas- a la hora de reprimir la rebelión y reinstaurar el orden, lo convenció de que el Estado era el único instrumento capaz de imponerle a la sociedad los modos de vida virtuosos.
Hacia comienzos de la década de 1920 el poeta ya era considerado uno de los máximos referentes intelectuales de su país, siendo a su vez reconocido por diversos gobiernos extranjeros por su aporte a la cultura universal. Por ese motivo una generación de jóvenes escritores lo consideraron un representante de algo obsoleto que debía eclipsarse para darle paso a lo nuevo.
Despertar nacionalista
Con el auspicio de la Liga Patriótica Argentina, Lugones pronunció una serie de conferencias en el Teatro Coliseo de Buenos Aires en julio de 1923, que luego editaría en un volumen con el título de Acción. Allí, con mucho realismo, señala que, por un lado, la Argentina estaba siendo amenazada bélicamente por sus vecinos y que, por el otro, estaba siendo infectada por el comunismo, razón por la cual era necesario avanzar hacia un fortalecimiento de lo militar que sirviese para proteger al pueblo argentino de los peligros externos e internos. Hacia el final del libro el poeta propone crear una Guardia Nacional Voluntaria (similar a la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional de Italia) para armar al ciudadano contra las hordas revolucionarias que se estaban gestando, y aprovechar esa organización para ponerle un límite a la partidocracia que estaba arruinando al país.
En 1924, luego de ser nombrado miembro de la Corporación Intelectual de la Liga de las Naciones, viajó al Perú para representar a su país en las celebraciones por el Centenario de la Batalla de Ayacucho. En esa ocasión pronunció su célebre "Discurso de Ayacucho" en el que anunció que había llegado "la hora de la espada", lo que significaba predicar el militarismo como respuesta ante la crisis del mundo moderno. Sus palabras despertaron la ira de todo el arco partidocrático, que, desde diversas perspectivas, se ocuparon de atacarlo en diarios y revistas como Crítica y La Vanguardia.
Sus posiciones políticas no impidieron que en 1925 se le otorgase el Premio Nacional de Literatura, en justo reconocimiento por su amplia labor intelectual.
Sus conferencias en el Círculo Militar -institución a la que frecuentaba desde fines de la década de 1900- comenzaron a centrarse en la idea de que era necesario que los oficiales de las Fuerzas Armadas impusieran una dictadura que salvase a la Argentina del destino de decadencia que le había impuesto su casta política. A causa de ello se acercó a los nacientes grupos nacionalistas, buscando conseguir su apoyo. De ese modo se vinculó con los redactores de La Nueva República, llegando a ser tentado por Rodolfo Irazusta para participar en política junto a Manuel Carlés como parte de un frente anti-yrigoyenista. Sin embargo el fatal error del poeta fue haberse abstenido de señalar a los judíos como una de las causas de los principales problemas nacionales (de hecho Lugones no sólo no fue un crítico del sionismo, sino que hasta aceptó presidir el Instituto de la Universidad de Jerusalén en Buenos Aires, una entidad pionera del lobby judío en la Argentina).
En 1928 participó de la fundación de la Sociedad Argentina de Escritores, una organización destinada a defender los intereses legales y económicos de los autores del país.
Profeta del nacionalismo
Lugones no participó de la planifición ni del desarrollo de la Revolución del 6 de Septiembre de 1930 pero la apoyó fervientemente, viendo en la figura de José Félix Uriburu al caudillo que podía emular a su admirado Benito Mussolini. Apenas unas semanas antes de la caída de Yrigoyen, el poeta había publicado La grande Argentina, obra en la que hace un diagnóstico de las causas de la crisis nacional (básicamente una sociedad anómica producida por la deficiente educación que no disciplina al ciudadano sino que lo pervierte y le vende una versión seductora de la subversión), y propone como solución elevar a las masas moralizándolas y organizándolas en torno a un sistema corporativo.
Las ideas nacional-revolucionarias de Lugones se volvieron intolerables para La Nación, por lo que en 1931 el poeta cortó su antiquísima relación con el diario y pasó a colaborar activamente con La Fronda.
Su anhelo de observar reformas que sepultasen a las caducas instituciones de origen liberal y la sustituyesen por otras inspiradas en el fascismo se vio frustrado por la falta de decisión política de Uriburu para impulsarlas. En consecuencia pasó a las filas de la oposición del régimen, creando a la agrupación Acción Republicana con el propósito de presionar al gobierno para que avanzara en contra de la partidocracia y la plutocracia.
En 1932, al asumir Agustín P. Justo la presidencia de la Argentina, Lugones lo recibirá con su obra El Estado equitativo, texto en el que propone un plan para devolverle Argentina a los argentinos, fomentando el fortalecimiento de la figura del campesino, del militar y del artista, los tres elementos de la sociedad más ligados a la tierra y, por ende, los que reflejan más genuinamente al alma nacional. No se priva allí de mencionar la existencia de una sinarquía mundial ligada a la Internacional del Dinero, que está estrechamente vinculada con la judería internacional.
Una coalición de fuerzas nacionalistas, viendo la deriva en la que había caído el ímpetu patriótico de la Revolución de 1930, lo convocó -junto a Abel Renard- para que los guiará en el plano político y espiritual. De ese modo devino Jefe Civil de la Guardia Argentina, organización que terminó desperdiciándose en pocos meses.
Decepcionado por su incapacidad de movilizar al pueblo y de salvar a su patria, hacia 1935 comenzó a alejarse de la vida pública. Retornó a La Nación, escribiendo más sobre artes y ciencias que sobre política. Quizás para purgar lo vertido en El Estado equitativo, quizás para inaugurar una nueva etapa de su pensamiento político, quizás para repensar el papel del judío en la historia, o quizás sólo para recuperar el sitio en el que se encontraba antes de aventurarse en los terrenos de la lucha por la verdad, Lugones prologó en 1936 la edición argentina del infame La mentira más grande de la historia de Benjamin W. Segel, un patético intento por tergiversar y banalizar a los Protocolos de los Sabios de Sión.
Una serie de artículos que escribió sobre la cultura medieval y sus conversaciones con Leonardo Castellani despertaron su interés por el cristianismo, del que se había alejado desde su adolescencia. En consecuencia comenzó un proceso de conversión. Su combativo vitalismo cedió su lugar a un tradicionalismo conservador, encarnado en la figura del caballero cristiano, a la cual admiraba como ejemplo de guerrero heroico.
Muerte
Vencido por la depresión, Lugones se suicidó el 18 de febrero de 1938 en un hotel a orillas del río Paraná de las Palmas. Como el poeta dejó una nota de suicidio en la que anuncia su muerte pero no explica los motivos de su luctuosa decisión, se tejieron toda clase de hipótesis sobre su acto, yendo de las que sostienen que se suicidó por un tema sentimental vinculado a una amante hasta las que sugieren que Lugones estaba organizando un complot para derrocar al gobierno que estaba a punto de ser develado y que le costaría una larga estadía en prisión.
Dejó muchas obras inéditas e inconclusas, algunas de las cuales se publicaron de manera póstuma.
Obra
Poesía
Los mundos (1893), obra juvenil, deja entrever la ambición de Lugones como poeta: la celebración del genio.
Las montañas de oro (1897) causó gran entusiasmo por su deseo de renovar las formas líricas. El libro está atravesado por la sombra de Víctor Hugo, a quien Lugones busca imitar: su cuidado por la sonoridad, sus detalles narrativos y su expresión directa provienen del maestro francés. El último poema del libro, "El himno a las torres", manifiesta pasión por el progreso humano.
Los crepúsculos del jardín (1905) y Lunario sentimental (1909) apuestan por el simbolismo, sólo que el primero es más barroco y ostentoso que el segundo, que presenta una mayor mesura y, por ende, una mayor legibilidad. Se destaca su afán por crear metáforas originales, las cuales acaparan el centro de sus versos -por ello recurre en diversas oportunidades a la prosa poética, buscando que las historias que narra no queden opacada por el artilugio verbal.
En Odas seculares (1910) el poeta introduce por primera vez los temas argentinos, pero no cae en el criollismo, sino que más bien recurre a una entonación hispánica. Los versos son enciclopédicos y celebratorios, henchidos de un sincero orgullo patriótico. En El libro fiel (1912), Libro de los paisajes (1917) y Las horas doradas (1922), por el contrario, Lugones abandona el compromiso colectivo y se entega a sus emociones, logrando algunos momentos de melancolía y otros de sabiduría. También exploró el tema del terror a la muerte. Romancero (1924) continúa en la misma línea, aunque incluye más fantasía que su predecesores.
Con Poemas solariegos (1927) el poeta se propone realizar una poesía deliberadamente argentinista, con un lenguaje simple y un sentimiento elegíaco. Rescata así las costumbres, las tradiciones y los personajes criollos.
Romances de Río Seco (1938) es su aporte al tesoro gauchesco, un esfuerzo por recrear los ambientes y los tonos del argentino criollo o acriollado sin sonar artificioso.
Narrativa
Lugones fue el cuentista más prolífico del movimiento modernista. Escribió casi dos centenas de piezas breves, la mayor parte de ellas pertenecientes a los géneros de la literatura fantástica y la ficción científica. Las fuerzas extrañas (1906) y Cuentos fatales (1924) recogen lo más elogiado de su producción narrativa. En ambos libros es notoria la influencia de Edgar Allan Poe, especialmente en el primero, que incluye el "Ensayo de una cosmogonía en diez lecciones" inspirado en el famoso Eureka del autor estadounidense.
La guerra gaucha (1905) -un conjunto de narraciones sobre las hazañas de Martín Miguel de Güemes y sus hombres- está escrito en un estilo barroco y ampuloso, que opaca a los sucesos que cuenta. Una película argentina de 1942 guionada por Ulyses Petit de Murat y Homero Manzi rescató la historia y resignificó al libro lugoniano.
Filosofícula (1924) es un libro misceláneo que reúne prosas breves, apólogos, parábolas y divagaciones, algunas de ambiente oriental, otras de ambiente helénico y las demás de ambiente bíblico. Los textos pretenden reflexionar sobre el sentido de la vida (de allí el título). En todas las piezas es evidente el escepticismo, pero ninguna niega la posibilidad de la esperanza.
Su única novela publicada fue El ángel de la sombra (1926), un drama de amor en el que el conflicto sentimental es envuelto en referencias ocultistas y fantásticas.
Ensayo
Los ensayos de Lugones se acomodan en tres campos: el elogio de lo helénico, la apología de lo argentino y el exhorto a la transformación política.
El escritor, como muchos modernistas, admiraba a la Grecia Clásica, pero, a diferencia de la mayoría de ellos, su admiración no era sólo retórica. Por ese motivo estudió con paciencia el pasado helénico. En Prometeo (1910) expone la grandeza griega con el íntimo deseo de que les sirviese a los argentinos como ejemplo para imitar (no se priva allí de contrabandear ideas teosóficas ni de sugerir que el cristianismo es una doctrina oriental tristemente adoptada por Occidente). El ejército de la Ilíada (1915) y Las industrias de Atenas (1919) repite la estrategia del elogio persuasivo y la propuesta de reproducirlo localmente, pero centrándose en lo militar y lo industrial. Estudios helénicos (1923), Un paladín de la Iliada (1923) y Nuevos estudios helénicos (1928), por su parte, reúnen ensayos filológicos, emparentados con los anteriores trabajos citados por su solemne fascinación por el genio griego.
De sus textos sobre la Argentina se destaca, en primer lugar, El imperio jesuítico (1904), conectado espiritualmente con su elección de Atenas en rechazo de Jerusalén. En efecto, en el texto -escrito por pedido del gobierno que lo había enviado a Misiones a realizar un relevamiento de las ruinas del patrimonio de la Compañía de Jesús- no se oculta el sentimiento anticlerical. La tesis del libro es que debe celebrarse la eliminación de los proyectos coloniales colectivistas de los jesuitas, ya que, de haber triunfado éstos, América hubiese avanzado hacia una forma nefasta del despotismo, derivada directamente del catolicismo.
Con Piedras liminares (1910) imagina una Buenos Aires ordenada a partir de los monumentos que honren a las glorias civiles y militares, como si la ciudad se tratase de un templo a cielo abierto plagado de altares y cada ciudadano tuviese la obligación de realizar el ejercicio de orientarse geográficamente en función de esas referencias. Dedica especial énfasis en proponer el diseño de un templo dedicado al Himno Nacional Argentino, anhelando que la oración patria sustituyese de una vez y para siempre a las oraciones cristianas.
El payador (1916), por su parte, es una pieza más de la cruzada lugoniana de descubrir la tradición helénica en tierras argentinas y construir la Nueva Atenas a orillas del río de la Plata. En esa obra recoge sus reflexiones sobre el Martín Fierro y se esfuerza en mostrar que el texto de José Hernández es el equivalente argentino a La Iliada y La Eneida. Los simples pastores de la región pampeana, enfrentados a los indios que acechan desde el desierto, transmiten su profunda sabiduría con una guitarra, enfrentan su destino con un puñal en la mano y construyen la tradición escogiendo intuitivamente los más altos valores humanos: viven una Edad de Oro sin percatarse de ello, corresponde a las generaciones futuras convertir en mitos a las vivencias de los gauchos.
En lo que respecta a la política, Lugones escribió una copiosa obra, pero siempre -como bien han destacado Ramón Doll y Jorge Luis Borges- desde un espíritu apolítico. Es decir el escritor nunca tuvo interés en formar parte del circo político argentino, ya que su talante no era apto para esas nimiedades ni indignidades. A Lugones, por el contrario, únicamente le interesaba impulsar la grandeza argentina, por lo que veía a la política como un simple instrumento que sólo servía si castigaba a los viciosos y permitía a los virtuosos consagrarse en sus áreas.
Mi beligerancia (1917) y La torre de Casandra (1919) recogen los artículos escritos para empujar a la Argentina a participar de una guerra epicentrada en Europa. Critica allí también al populismo, promueve el panamericanismo y denuncia el patetismo del parlamentarismo. Sin embargo esos libros quedan casi enteramente refutados cuando Lugones adopta, por fin, una postura antiliberal.
Acción (1923), La organización de la paz (1925), La patria fuerte (1930) y La grande Argentina (1930) articulan la obsesión de Lugones en esa época: evitar que la Argentina sea devorada por sus enemigos internos y externos, logrando que la nación se fortalezca espiritualmente y materialmente para desarrollar el enorme potencial que -según afirma el escritor- tiene. La política revolucionaria (1931) es un compilado de artículos en los que destaca los logros del uriburismo y señala sus deudas pendientes, y en los que también advierte sobre el peligro de que los nacionalistas se alíen a los liberales, ya que -profetizaba- los últimos apuñalarán por la espalda a los primeros en cuanto puedan.
Su último intento por aportar ideas claras y poderosas a quienes conducen los destinos del país fue El Estado equitativo (1932), un plan para instaurar un sistema corporativista exitoso en la Argentina. Allí Lugones propone una reorganización de la economía y la política nacional ejecutada por militares -dada su férrea disciplina y su amor por la patria- y dirigido por los más valiosos intelectuales, a los que veía como los filósofos-reyes platónicos.
También son destacables sus ensayos sobre pedagogía y sobre astronomía. En los primeros -La reforma educacional (1903) y Didáctica (1910)- recoge sus experiencias y reflexiones en torno a lo escolar, proponiendo con muchos detalles una serie de reformas que debían servir para la formación del nuevo hombre argentino: un habitante del mundo moderno capaz de guiar al país hacia el desarrollo y el liderazgo mundial. En El tamaño del espacio (1921) actúa como divulgador de las ideas de Albert Einstein, intentando compatibilizar sus concepciones cosmológicas esotéricas con la física contemporánea.
Su ambicioso Diccionario etimológico del castellano usual (1944) quedó incompleto y fue publicado de manera póstuma por la Academia Argentina de Letras.
Biografías
Lugones dedicó Historia de Sarmiento (1911) y Elogio de Ameghino (1915) a ensalzar respectivamente a las figuras de Domingo Faustino Sarmiento y de Florentino Ameghino, a quienes juzga como dos muestras del genio argentino. En ambos libros se ocupa de contar pormenores de la vida de los biografiados, pero no para incurrir en el intimismo sino para explicar que sus obras no son producto de la casualidad sino que proceden de un espíritu llamado a lograr grandes cosas. De todos modos, al convertirse al cristianismo, renegó de ambos trabajos (más sobre el del liberal Sarmiento que sobre el del naturalista Ameghino).
Su libro acerca de la vida de Julio Argentino Roca, que quedó inconcluso, refleja mejor que nada su esfuerzo por pensar con las categorías del nacionalismo católico: en ningún momento ataca o condena a Roca, pero si repudia a la Constitución Nacional de 1853 por su origen liberal y elogia a Juan Manuel de Rosas por el manejo de la política exterior argentina bajo su gobierno.
Sus semblanzas de Rubén Darío, Émile Zola, Víctor Hugo, Johann Wolfgang von Goethe, Leonardo da Vinci, Nicolás Maquiavelo, Francisco de Asís, Bartolomé Mitre y Mamerto Esquiú diseminadas entre diarios, revistas y folletos podrían constituir otro volumen lugoniano sobre su admiración de la aristocracia del espíritu.
Influencia
Dada la enormidad de su figura, la influencia de su obra fue inconmensurable en las letras hispanoamericanas. Los principales referentes intelectuales del nacionalismo argentino (como Julio Irazusta, Juan P. Ramos, Ernesto Palacio, Carlos Obligado, Homero Guglielmini, Máximo Etchecopar, Ignacio B. Anzoátegui, Nimio de Anquín y muchos otros) le dedicaron estudios críticos y textos de homenaje, reconociendo con ello el gran valor de su obra.
Bibliografía
- Los mundos. Córdoba: La Velocidad, 1893.
- Las montañas de oro. Buenos Aires: Imprenta Kern, 1897.
- La reforma educacional (un ministro y doce académicos). Buenos Aires: Autoedición, 1903.
- El imperio jesuítico. Ensayo histórico. Buenos Aires: Compañía Sudamericana de Billetes, 1904.
- Los crepúsculos del jardín. Buenos Aires: Moen, 1905.
- La guerra gaucha. Buenos Aires: Moen, 1905.
- Las fuerzas extrañas. Buenos Aires: Moen, 1906.
- Lunario sentimental. Buenos Aires: Moen, 1909.
- Odas seculares. Buenos Aires: Babel, 1910.
- Didáctica. Buenos Aires: Talleres Otero y García, 1910.
- Las limaduras de Hephaestos I. Piedras liminares. Buenos Aires: Moen, 1910.
- Las limaduras de Hephaestos II. Prometeo. Buenos Aires: Moen, 1910.
- Historia de Sarmiento. Buenos Aires: Talleres Otero y García, 1911.
- El libro fiel. París: Piazza, 1912.
- Elogio de Ameghino. Buenos Aires: Talleres Otero y García, 1915.
- El ejercito de la Iliada. Buenos Aires: Talleres Otero y García, 1915.
- El problema feminista. San José de Costa Rica: Greñas, 1916.
- El payador. Buenos Aires: Talleres Otero y García, 1916.
- Ruben Darío. San Jose de Costa Rica: Imprenta Alsina, 1916.
- Mi beligerancia. Buenos Aires: Talleres Otero y García, 1917.
- El libro de los paisajes. Buenos Aires: Talleres Otero y García, 1917.
- La torre de Casandra. Buenos Aires: Atlántida, 1919.
- Las industrias de Atenas. Buenos Aires: Atlántida, 1919.
- El tamaño del espacio. Ensayo de psicología matemática. Buenos Aires: El Ateneo, 1921.
- Las horas doradas. Buenos Aires: Babel, 1922.
- Acción. Buenos Aires: Círculo Tradición Argentina, 1923.
- Estudios helénicos. Buenos Aires: Babel, 1923.
- Un paladín de la Iliada. Buenos Aires: Babel, 1923.
- Romancero. Buenos Aires: Babel, 1924.
- Cuentos fatales. Buenos Aires: Babel, 1924.
- Filosofícula. Buenos Aires: Babel, 1924.
- La organización de la paz. Buenos Aires: La Editora Argentina, 1925.
- Elogio de Leonardo. San José de Costa Rica: El Convivio, 1925.
- El ángel de la sombra. Buenos Aires: Gleizer, 1926.
- Poemas solariegos. Buenos Aires: Babel, 1928.
- Nuevos estudios helénicos. Buenos Aires: Babel, 1928.
- La patria fuerte. Buenos Aires: Círculo Militar, 1930.
- La grande Argentina. Buenos Aires: Babel, 1930.
- Política revolucionaria. Buenos Aires: Librería Anaconda, 1931.
- El único candidato. Buenos Aires: Autoedición, 1931.
- El Estado equitativo. Buenos Aires: La Editora Argentina, 1932.
- Romances del Rio Seco. Buenos Aires: Sociedad de Bibliófilos Argentinos, 1938.
- Roca. Buenos Aires: Comisión Nacional Monumento al Teniente General Julio A. Roca, 1938.
- Diccionario etimológico del castellano usual. Buenos Aires: Academia Argentina de Letras, 1944.