Historia de los judíos

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Pintura de Maurycy Gottlieb, Judíos rezando en la sinagoga en Yom Kippur, 1878. Museo de Tel Aviv, Israel.

La historia de los judíos es la de la gente, la religión y la cultura judías que abarca casi cuatro mil años y a centenares de diversas poblaciones.

Primeros tiempos

Véase también: Hebreos

Si bien en el campo científico, la historia del antiguo Israel hasta comienzos del primer milenio antes de la era cristiana permanece desconocida en parte considerable,​ los investigadores suelen ubicar el establecimiento de los hebreos en Canaán hacia el año 1220 AEC.

Los judíos se originaron como un pequeño grupo (llamados "hebreos" y luego "israelitas") en el Medio Oriente durante el segundo milenio AEC en la parte del Levante conocida como Canaán. En esta zona ha habido, desde tiempos inmemoriales, flujos y reflujos procedentes tanto de Europa como de Asia y África, y que cristalizaron en la aparición del Neolítico y de las primeras civilizaciones del mundo. Este grupo fue formado legendariamente por doce tribus nómadas, clánicas y patriarcales que vivían en el desierto y cuya unidad era más religiosa y social que política y étnica. Carecía de importancia en número, riqueza, cultura material, poder militar e influencia política.

Los hebreos formaban una minoría ínfima en el seno de las poblaciones de la región. En ese territorio de tránsito, de luchas y de colonizaciones de tribus de los más diversos orígenes, reinaba el caos racial que estuvo marcado, al principio, por una influencia negroide, y luego por una influencia oriental procedente de Asia Menor. De este modo, los judíos terminaron componiéndose de la sangre de los pueblos africanos, asiáticos y europeos más diversos.

Los primeros períodos de la historia de los judíos coinciden con la del Creciente fértil, comienza con tribus que ocuparon el área comprendida entre los ríos Nilo en el oeste y el Tigris y Éufrates en oriente. Rodeado por los imperios de Egipto y Babilonia y por el desierto de Arabia, y las montañas de Asia Menor, la tierra de Canaán (conocida sucesivamente por Reino de Israel, Reino de Judá, Cele-Siria, Judea, Palestina, Levante y finalmente el Estado de Israel) era un punto de unión de civilizaciones. La zona estaba atravesada por antiguas rutas comerciales, como la vía Maris, el camino de los Reyes y el camino de Horus, que unían el golfo Pérsico con la costa mediterránea y Egipto con Asiria, lo que llevaba al Creciente fértil influencias de otras culturas

Se cree que la palabra 'hebreo' deriva del acadio habiru o apiru, la cual fue un nombre despectivo dado por varias fuentes sumerias, egipcias, acadias, hititas, mitanias, y ugaríticas (datadas, aproximadamente, desde antes de 2000 AEC. hasta alrededor de 1200 AEC.) a un grupo de gentes que vivían en las áreas de Mesopotamia nororiental y el Creciente Fértil desde las fronteras de Egipto en Canaán hasta Persia. Los habiru son descritos variadamente como nómadas o seminómadas, generalmente como trabajadores migrantes, ocasionalmente como mercenarios, eventualmente sirvientes o incluso esclavos, aunque también como gente rebelde y problemática. Documentos sumerios de alrededor del 2150 AEC. los describen como una clase de "gente desharrapada, que viaja, que destruye todo, cuyos hombres van donde quieren, establecen sus tiendas y campamentos, pasan su tiempo en el campo sin observar los decretos del rey".

Paul Johnson, en Historia de los judíos (1987), escribe que en el antiguo contexto mesopotámico y egipcio, 'habiru' fue al parecer un término despectivo aplicado a las gentes no urbanas difíciles y destructivas que se desplazaban de lugar en lugar. No eran tribus de hábitos regulares, que emigrasen periódicamente con los rebaños. Precisamente porque no era fácil clasificarlas, las tribus habiru desconcertaban e irritaban a las autoridades mesopotámicas y egipcias conservadoras, que sabían muy bien cómo tratar a los auténticos nómadas.

Yahvismo

Artículo principal: Yahvismo

Los datos arqueológicos sugieren que la cultura israelita se derivó de la cultura cananea, ya que la cultura y religión primitivas israelitas no pueden distinguirse claramente de la cultura cananea a la que pertenece, de hecho, el judaísmo y el cristianismo continúan con la herencia milenaria de esta antigua cultura semítica de la Edad del Bronce.

Existen varias analogías entre las costumbres de los patriarcas hebreos y las instituciones sociales y jurídicas de Oriente Próximo. También se admite que los patriarcas conocieron y adaptaron numerosas y mucho más antiguas tradiciones mitológicas durante su estancia en Mesopotamia, tales como el mito de creación, el árbol de la vida o el diluvio universal.

La teología hebrea inicialmente no era monoteísta sino henoteísta: creían en los varios dioses del panteón cananeo, pero sólo adoraban al dios de su tribu, en una religión protojudía conocida como yahvismo. El concepto de un único dios que con su poder alcanza a todo el universo es muy posterior, de la época del cautiverio babilónico, época en la que el primitivo henoteísmo hebreo se transformó en el riguroso monoteísmo judío actual.

Al introducirse en Canaán desde el sur, el culto primitivo de Yahvé coexistió con el culto del dios Ēl, el cual con el tiempo terminó con identificarse con el dios tribal hebreo. Esta asimilacion permite conjeturar que existía una semejanza estructural. Una vez identificado con Ēl, la deidad hebrea adquirió la dimensión cósmica que no podía tener como dios de unas familias o unos clanes.

Varios eruditos también han llegado a la conclusión de que el sacrificio de niños, ya sea para la deidad del inframundo Molech o para el mismo Yahvé, era parte de la religión israelita/judaíta hasta las reformas del rey Josías a finales del siglo VII a. C.

Patriarcas

La tradición judía (Libro de Génesis) remonta el linaje de los hebreos al primer patriarca Abraham. En Génesis 15:18-21, Yahvé hace un pacto con él, prometiéndole que sus descendientes serían una "gran nación" y que recibirían la "Tierra Prometida" (Canaán; ver: Gran Israel). Durante este tiempo, los hebreos vivieron como nómadas en Canaán y Egipto.

El segundo patriarca Isaac, hijo de Abraham y Sara, es conocido por el episodio en el que Abraham casi lo sacrifica por orden de Yahvé, quien luego provee un carnero como sustituto.

Y finalmente Jacob, hijo de Isaac y Rebeca, y hermano "gemelo" de Esaú que cambió sus derechos de primogenitura a Jacob por un plato de lentejas y es odiado por Yahvé. El nombre de Jacob es cambiado a Israel después de luchar con el "Ángel de Dios".

Los doce hijos de Jacob y sus descendientes son llamados israelitas o "hijos de Israel" (hebreo: בני ישראל, Bnei Yisra'el). Sus nombres fueron dados a las doce tribus de Israel: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José (representado eventualmente por sus hijos, Manasés y Efraín) y Benjamín.

Éxodo

La tradición judía dice que las tribus de Israel se trasladaron a Egipto y se infiltraron en su gobierno gracias a José, hijo de Jacob. El libro de Génesis narra que, tras provocar la envidia de sus hermanos, éstos lo acaban vendiendo a unos mercaderes que lo llevan a Egipto. Allí, un golpe de suerte lo convierte en visir del faraón. En cumplimiento de su cargo, José crea reservas de grano que salvan a los egipcios de una hambruna. En cambio, la familia de José es víctima de la sequía y acude a Egipto a comprar grano. José concede el perdón a sus hermanos y los invita a establecerse con él, dando inicio a la supuesta presencia hebrea en Egipto.

Si bien se considera que esta narración es un mito, refleja una realidad histórica: en caso de hambruna, la población de Canaán emigraba a Egipto en busca de alimento, porque allí las cosechas eran abundantes y no dependían de las lluvias, sino de la crecida del Nilo. La Biblia, en el Génesis, recuerda este hecho en las "bajadas a Egipto" de Abraham o de los hijos de Jacob.

Según la Biblia, los israelitas luego fueron supuestamente esclavizados durante el reinado de un faraón egipcio, identificado a menudo de forma errónea como Ramsés II, quien gobernó desde 1279 a.C. hasta 1213 a.C., durante la dinastía XIX del Imperio Nuevo de Egipto. En la tradición judía, la emigración de los israelitas desde Egipto a Canaán (el "Éxodo") conducidos por el profeta Moisés, marca la formación de los israelitas como pueblo.

El consenso entre los estudiosos sostiene que las narraciones del Génesis, el Éxodo y otras, tal y como aparecen en la Biblia son mitológicas y legendarias y no describen con exactitud eventos históricos. Sin embargo, algunos eruditos como Jan Assmann y Donald Redford, por ejemplo, han sugerido que la historia del éxodo bíblico puede haber estado parcialmente inspirada en la expulsión de los hicsos, la cual es la única expulsión a gran escala conocida de semitas de Egipto.

Los hicsos (del egipcio heqa khaseshet o hekau khasut, "soberanos de países extranjeros", una denominación que expresa cómo eran percibidos) invadieron Egipto hacia el siglo XVIII y establecieron su capital en Avaris, en el Bajo Egipto, fundando las dinastías XV (c. 1650 - 1550 a. C.) y XVI (c. 1649 - 1582 a. C.) dominando el Delta durante un siglo. Su origen probablemente era cananeo, o más específicamente habiru, y se les denominaba también con la palabra egipcia aamu, "asiáticos occidentales".

Los hicsos tenían como divinidad principal al dios semita Baal (identificado también con el dios egipcio del caos Seth), que tradicionalmente era representado como un becerro (hijo del dios supremo del panteón cananeo Ēl, que era representado con cabeza de toro), si bien lo representaban con las normas formales egipcias. Este hecho pudo haber originado el relato del Éxodo en el que Moisés al bajar del Sinaí se encontró a su pueblo adorando a un becerro de oro.

Los hicsos aprovecharon las nuevas oleadas migratorias desde Canaán para propagar su influencia y afianzarse progresivamente en el norte de Egipto. Los soberanos hicsos en contacto con la civilización egipcia, mucho más avanzada, adoptan su protocolo y sus títulos reales. Durante su gobierno en Egipto, conservan la organización administrativa existente. De hecho, ellos utilizarán funcionarios egipcios. Estos, vasallos circunstanciales de los soberanos extranjeros, mantienen sin embargo intacto su orgullo nacional y la profunda devoción a sus dioses.

Los egipcios, con capital en Tebas y adoradores del dios Amón, comenzaron una "guerra de liberación" contra los hicsos que culminaría en tiempos de Amosis (1539-1514 AEC.), el fundador de la dinastía XVIII, con la derrota hicsa y la unificación del país. Avaris fue destruida y los hicsos fueron expulsados y regresaron a Canaán.[1]

Es probable que los israelitas hayan heredado de alguna forma este suceso, ya sea como descendientes de los hicsos o bien por transmisión cultural, y confeccionaran la historia de la supuesta "liberación de Egipto por Moisés" como un mito de fundación, reescribiendo la historia para enmascarar una humillante expulsión y derrota.

Flavio Josefo (s. I d. C.) y la mayoría de los escritores de la antigüedad asociaron a los hicsos con los judíos. Citando Aegyptiaca de Manetón (siglo III a. C.), Josefo afirma que cuando los hicsos fueron expulsados ​​de Egipto, fundaron Jerusalén (Contra Apión I.90). Josefo relata otro evento doscientos años después (c. 1350 a. C.), en el que el malvado sacerdote de Heliópolis, Osarsif, lideró una rebelión al mando de un grupo de leprosos contra el faraón Amenofis (quizás Amenhotep III c. 1387-1348 a. C., o bien su hijo Akhenatón c. 1352-1335 a. C.). Estos leprosos fueron confinados en Avaris, la antigua capital de los hicsos en el Delta Oriental donde nombraron como líder a Osarsif quien les ordenó abandonar el culto a los dioses y comer la carne de los animales sagrados. Invitaron entonces a los hicsos a regresar a Egipto y se aliaron con ellos, para expulsar a Amenofis a Nubia y establecieron un reinado de opresión religiosa que duró 13 años, con leyes que estaban en oposición a las costumbres de los egipcios. Osarsif rechazó el politeísmo de la religión egipcia en favor de una concepción monoteísta. Los eventos llevaron a una guerra en la que finalmente, el faraón reunió un gran ejército y logró retomar el control, lo que resultó en la expulsión definitiva de Osarsif, sus seguidores y los aliados hicsos del territorio egipcio. Después de su expulsión, Osarsif cambia su nombre por el de Moisés (Contra Apion I.227-250). El nombre Moisés es la transcripción del egipcio -mose, usado generalmente como sufijo junto con el nombre de un dios y procedente de la raíz mśy o m-s-s que significa "engendrado por", "hijo de" (Tut-moses sería 'hijo de Toth' y Ramsés, "Ra-messes", 'hijo de Ra'). Al parecer, Osarsif no habría unido el nombre de ningún dios al suyo, ya que se creía hijo de un dios que no tenía un nombre que los humanos pudieran o debieran pronunciar, lo cual es una característica distintiva de Yahvé.

El Libro de Números 31 relata que después de salir de Egipto, los israelitas llegaron finalmente a Canaán donde invadieron el territorio masacrando a gran parte de la población; hombres, mujeres y niños, dejando vivas solo a las niñas y mujeres vírgenes para violarlas, robaron todo lo de valor de los madianitas a quienes derrotaron y quemaron sus ciudades por orden de Moisés.

Conquista de Canaán

La Torá narra que después de cuarenta y un años de vagar por el desierto, los israelitas llegaron a Canaán y la conquistaron bajo el mando de Josué, sucesor de Moisés.

Con la caída de Jericó como símbolo inicial, los israelitas lideraron campañas contra varias ciudades cananeas. Aunque obtuvieron victorias significativas, no lograron una conquista total, y algunas ciudades permanecieron bajo control cananeo.

Una vez asegurados los territorios principales, la tierra fue repartida entre las doce tribus de Israel. Cada tribu recibió una porción específica para establecerse.

Sin embargo, la documentación arqueológica de este evento es un tema complejo y debatido entre los estudiosos y arqueólogos ya que no existe una evidencia arqueológica concluyente que respalde la idea de una conquista masiva de Canaán por parte de los israelitas como lo describe la Biblia.

Jericó (Tell es-Sultan) ha sido uno de los principales focos de debate. En particular, el trabajo de los arqueólogos como Kathleen Kenyon en la década de 1950 mostró que la ciudad estaba destruida antes de la fecha tradicionalmente asociada con la conquista israelita (aproximadamente el 1400 a.C.). La evidencia sugiere que la ciudad no fue destruida en la época de Josué (siglo XIII a.C.), sino que el sitio ya había sido abandonado o destruido antes de esa fecha.

Aunque no se ha encontrado evidencia directa de la conquista de las ciudades mencionadas en la narrativa de la conquista, la arqueología ha proporcionado evidencia de la presencia israelita en Canaán durante la Edad del Hierro (aproximadamente 1200-1000 a.C.), lo que coincide con el periodo de la conquista según la Biblia. En sitios como Beersheba, Tell el-Farah, y Khirbet Qeiyafa, se han encontrado restos de asentamientos israelitas que datan de esta época.

Algunos arqueólogos y estudiosos sostienen que la conquista de Canaán no fue un evento militar, sino un proceso gradual de infiltración y ocupación, en el que los israelitas se asentaron en la región y gradualmente tomaron el control de las ciudades cananeas a lo largo de varias décadas.

Período de los jueces

El período de los Jueces (c. 1200-1000 a. C.) habría sido una época de descentralización política y religiosa, en la que las tribus israelitas vivían de manera relativamente autónoma, sin un liderazgo centralizado, cada una defendiendo y administrando su propio territorio. Sin embargo, se unen ocasionalmente para enfrentarse a amenazas comunes como invasiones de los filisteos, moabitas, amonitas y otros pueblos vecinos.

Este período estuvo marcado por ciclos recurrentes de desobediencia a Dios, opresión extranjera, arrepentimiento y liberación. Los jueces eran líderes militares y políticos temporales, entre los más conocidos se encuentran: Débora (La única mujer juez), Gedeón y Sansón. Aunque su autoridad era limitada a ciertas regiones y períodos de tiempo.

La falta de unidad entre las tribus y la influencia de las culturas cananeas llevaron a una constante inestabilidad y conflictos internos.

Monarquía

El período de los jueces termina con la petición del pueblo de Israel de tener un rey "como todas las naciones", lo que lleva a la unción de Saúl como el primer rey de Israel por el profeta Samuel, marcando el inicio de la monarquía israelita.

De ese modo, Israel pasó de ser una confederación tribal descentralizada a un reino unificado bajo un monarca, con el objetivo de garantizar estabilidad política y militar.

Saúl fue sucedido por David, quien unificó las tribus, estableció Jerusalén como la capital y consolidó el reino. Bajo su reinado, Israel se fortaleció tanto política como espiritualmente. Su hijo Salomón llevó al reino a su apogeo, conocido por su sabiduría y por la construcción del Templo en Jerusalén, que se convirtió en el centro de la vida religiosa.

La división en las doce tribus se consolidó aún más durante el reinado de David y Salomón.

División de la nación

Reino de Israel en azul y Reino de Judá en amarillo, hacia el 830 a. C.

Alrededor del año 930 AEC., tras el reinado de Salomón la nación se dividió en dos: Judá al sur, formado por las tribus de Judá y Benjamín e Israel al norte, con las diez tribus restantes. Estas diez tribus del norte se habían negado a aceptar a Roboam, el hijo y sucesor de Salomón, como su rey. La rebelión contra Roboam surgió después de que él se negara a aligerar la carga de los impuestos y servicios que su padre había impuesto a sus súbditos.

Jeroboam, que no era de la descendencia de David, fue enviado a Egipto por los descontentos. La tribu de Efraín, y todo Israel levantó el grito de edad, "Cada uno a sus tiendas, oh Israel". Roboam huyó a Jerusalén, y en el año 930 AEC. (a veces datado 920 AEC.), Jeroboam fue proclamado rey sobre todo Israel en Siquem. Después de la revuelta en Siquem al principio sólo la tribu de Judá permaneció fiel a la casa de David. Poco después la tribu de Benjamín se unió a Judá. El reino del norte siguió siendo llamado Reino de Israel, mientras que el reino del sur fue llamado Reino de Judá.

Cautividad de Nínive

En el siglo VIII AEC, una quinta parte de los israelitas del reino septentrional de Israel, regido en ese momento por Pekah, fueron deportados a Nínive tras la conquista de su territorio por el Imperio asirio bajo Tiglath-Pileser III (Pul) y Salmanasar V. El proceso culminó con Sargón II tras la caída del Reino de Israel en el 722 a.C.

Tiglath-Pileser III (744-727 a.C.) inició las deportaciones durante sus campañas en el Reino del Norte. En el 732 a.C., después de conquistar regiones del norte de Israel, incluyendo Galilea y Transjordania, deportó a una parte de la población israelita a diversas partes del imperio asirio.

Salmanasar V (727-722 a.C.) continuó esta política y en 725 a. C. asedió Samaria, la capital de Israel, cuando el rey Oseas intentó rebelarse contra el dominio asirio (2 Reyes 17:3-6). Aunque Salmanasar no pudo tomar la ciudad, pues murió durante el sitio, su sucesor, Sargón II (722-705 a.C.), completó la conquista de Samaria tres años después, en 722 a. C. y llevó a cabo una deportación masiva de israelitas, estableciendo definitivamente el modelo de dispersión y repoblación. Su sucesor, Senaquerib (705-681 a.C.) continuó con la política asiria de centralización y administración de las poblaciones deportadas.

Estas deportaciones fragmentaron al Reino del Norte y llevaron a la desaparición de las "diez tribus de Israel", por lo que se suele referir a ellas como las "diez tribus perdidas". Los deportados fueron distribuidos en diversas provincias del imperio, incluidas las regiones cercanas a Nínive, mientras que los asirios repoblaron Samaria con gentes de otras partes de su territorio.

Este episodio no afectó a los israelitas del reino del sur (Reino de Judá) ni a su capital, Jerusalén, que fue asediada, pero no tomada. Algunos israelitas emigraron al reino de Judá, al sur, mientras que los israelitas que permanecieron en Samaria, concentrados principalmente alrededor del monte Gerizim, llegaron a ser conocidos como samaritanos.

En el 612 a.C., una coalición de babilonios y medos destruyó Nínive. Para entonces, los descendientes de los israelitas deportados se habían mezclado y asimilado en gran medida a las culturas locales, lo que dificultó su regreso a Israel o su mantenimiento como una comunidad distintiva.

Reformas de Ezequías y Josías

Las reformas de los reyes Ezequías y Josías se dieron entre los siglos VIII y VII a.C., en un contexto de crisis religiosa y amenazas externas. Ezequías, que reinó aproximadamente entre el 715 y el 686 a.C., emprendió sus reformas en respuesta al poder asirio, que dominaba la región. Buscó centralizar el culto a Yahvé en Jerusalén y eliminar prácticas idolátricas, reforzando la identidad religiosa y política del reino frente a la influencia cultural y religiosa extranjera. Durante su reinado, la invasión de Senaquerib en el 701 a.C. marcó un momento crítico que probablemente impulsó estas medidas.

Josías, que gobernó entre el 640 y el 609 a.C., llevó a cabo una reforma más radical y estructurada, especialmente tras el hallazgo del "Libro de la Ley" en el Templo de Jerusalén en el 622 a.C. Este descubrimiento inspiró la purificación de los lugares de culto, la eliminación de la idolatría, la prohibición de la práctica del sacrificio de niños primogénitos, y la centralización exclusiva del culto en Jerusalén. Aprovechó el declive del poder asirio para implementar estos cambios, que estaban profundamente influenciados por principios deuteronómicos. Sin embargo, su reforma quedó interrumpida por su muerte en la batalla de Meguido en 609 a.C., cuando intentó detener la expansión egipcia. Estas reformas no solo buscaron restaurar la fidelidad al pacto con Yahvé, sino que también sentaron las bases para la consolidación del monoteísmo en la religión israelita.

Cautiverio de Babilonia

El Reino de Judá fue conquistado por el ejército babilónico a principios del siglo VI AEC. Entre el año 587 y el 537 AEC. sólo las clases altas hebreas, las élites políticas e intelectuales, estuvieron exiliadas en Babilonia, comenzando su deportación y exilio inmediatamente después de la toma de Jerusalén y la destrucción del Templo por Nabucodonosor II en el año 587 AEC. El resto de los habitantes, por su parte, no fue afectado por estos traslados forzosos.

Durante este período, como los deportados eran principalmente habitantes del Reino de Judá, el término yehudi (יהודי; 'judío') comenzó a usarse para referirse no solo a los miembros de la tribu de Judá, sino también a todos los israelitas, por ser el grupo predominante que mantuvo la religión y cultura israelita. Este tiempo marcó un cambio significativo en la identidad religiosa y cultural, ya que, privados del Templo como centro de culto, los exiliados comenzaron a centrarse en la Ley, la oración y la vida comunitaria, lo que pudo haber contribuido al desarrollo de la sinagoga en periodos posteriores.

Se recopilaron y redactaron textos fundamentales que más tarde formarían parte de las Escrituras Hebreas, asegurando la preservación de las tradiciones y narrativas históricas en un contexto extranjero. El contacto con la cultura babilónica influyó en ciertos aspectos del pensamiento judío, incluyendo posibles paralelismos entre narrativas babilónicas y las historias bíblicas, como el relato de creación y el diluvio. Asimismo, el arameo reemplazó al hebreo como lengua común.

Dominio persa

Ciro II el Grande expandió rápidamente el Imperio aqueménida hacia Mesopotamia, derrotando y conquistando al Imperio Neobabilónico bajo Nabónido en 539 AEC., marcando el inicio de la influencia persa sobre el Cercano Oriente. Ciro implementó una política de respeto y tolerancia hacia las culturas y religiones locales, lo que lo convirtió en un gobernante aceptado por muchas comunidades.

El exilio babilónico finalizó con el supuesto edicto de Ciro de 538 AEC. que permitió el regreso de los judíos a sus tierras de origen en el año siguiente. Posteriormente una compañía de judíos, que incluía a sacerdotes y levitas, regresó a su patria y fue conducida por los profetas Esdras y Nehemías, cuando el rey persa Artajerjes I invadió Babilonia (457 AEC). La construcción del Segundo Templo se inició en el 537 AEC y fue completado en 515 AEC por Zorobabel. A partir de este encuentro decisivo con los cultos persas, el monoteísmo estricto fue consolidado, cuando los judíos comenzaron a entender a Yahvé no solo como su Dios nacional, sino como el único Dios universal.

Durante esta época, numerosos conceptos del zoroastrismo fueron transferidos al judaísmo, entre los que destacan la creencia en un estado futuro de premios y castigos (Paraíso e Infierno), la inmortalidad del alma, la resurrección de los muertos, el dualismo entre el bien y el mal y el juicio final. La figura del Mesías, derivó del Saoshyant iraní y la figura de Satanás, originalmente sirviente de Dios, asignado como su fiscal, se asemejó cada vez más a la de Ahriman, el enemigo de Ahura Mazda (Dios), como personificación del mal absoluto.

La Torá, o ley escrita, se considera ampliamente como un producto del período aqueménida (539–333 AEC.), probablemente compilada entre 450 y 350 AEC. También en esta época comenzó a transmitirse la ley oral que está recogida en el Talmud, si bien éste comenzó a transcribirse hasta el siglo I EC. después de la destrucción del segundo Templo en el año 70, fue editado en el siglo III y se completó el siglo V.

El regreso del exilio trajo consigo tensiones sociales y políticas entre los que regresaron de Babilonia y aquellos que se habían quedado en Judá. Estas diferencias se reflejaron en disputas sobre la reconstrucción del Templo y la redefinición de la identidad nacional.

Leyes raciales de Esdras y Nehemías

Entre 450 y 400 antes de la era cristiana, los profetas Esdras y Nehemías establecieron severas leyes raciales que prohibían todo nuevo mestizaje con tribus extranjeras como los moabitas y los ammonitas. Anteriormente los judíos habían tomado esposas extranjeras y bajo orden de Esdras las expulsaron junto con sus hijos (Esd. 10.) Luego, nuevamente los judíos habían tomado esposas extranjeras, y por eso hubo la necesidad de excluir a dichas mujeres y a sus hijos de la comunidad nacional judía, y así del privilegio de adorar con el pueblo de Yahvé Elohím. (Neh. 13:23-31.) Además, ambos profetas hacen que quede sin efecto las distinciones raciales y religiosas entre Israel y las tribus del norte, a las que llama en conjunto con un único nombre ("Israel") para simbolizar con ello la unidad davídica y mesiánica, y remarca la homogeneidad lingüística, histórica y cultural que cohesiona al pueblo de Yahvé.

Es significativo que esas leyes raciales de los judíos orientales se hayan conservado hasta hoy y que la voluntad de separación persista en la judería más ortodoxa.

Período helenístico

En el año 334 AEC Alejandro Magno comenzaba la conquista del Imperio persa aqueménida, dominando el Oriente Medio en el 332 AEC. Cuando se dirigía a conquistar Egipto, pasó por Judea, y la comunidad judía, temerosa de que el conquistador arrasase Jerusalén, hizo con los macedonios lo que solía hacer siempre que venía un nuevo invasor triunfante: traicionar a sus antiguos señores y acoger al invasor con los brazos abiertos. Así, del mismo modo que habían traicionado a los babilonios con los persas, traicionaron a los persas con los macedonios. Agradecido, Alejandro les concedió amplios privilegios, por ejemplo, en Alejandría los equiparó jurídicamente a la misma población griega. El estatus legal de los judíos alejandrinos (que llegarían a constituir casi la mitad de la población de la ciudad) supuso después amargos recelos por parte de la comunidad griega, desembocando en disturbios étnicos.

A su fallecimiento en el año 323 AEC, toda la zona que había dominado, desde Egipto hasta Afganistán, recibió una fuerte helenización, que produjo el periodo llamado helenístico, para diferenciarlo del helénico clásico. Los generales macedonios, los llamados diádocos, insensatamente, lucharon entre sí para establecer sus propios imperios, dividiéndose en el imperio de los ptolomeos (centrado en Egipto) y el de los seléucidas (centrado en Siria). Israel se encontraba entre ambos y pasaría a formar parte del primero y finalmente, en 198 AEC, fue anexionado por los seléucidas. El Imperio seléucida en una zona que abarcaba desde el Mediterráneo hasta la frontera con la India. Herederos de la cultura helenística que procuraron difundir, los reyes de la dinastía gobernaron al modo de sus antecesores asirios, babilonios y persas, haciéndose adorar como a dioses. Frecuentemente estuvieron en guerra con la dinastía Ptolemaica de Egipto.

A partir del siglo II AEC todos los escritores (Filón, Séneca, Estrabón) mencionan poblaciones judías en muchas ciudades de la cuenca del Mediterráneo. Bajo el paraguas de la protección alejandrina, los judíos se hallaban extendidos no sólo en Palestina y Próximo Oriente, sino por toda Roma, Grecia y Noráfrica. En estas zonas existían ya kahales judíos bien organizados, ricos y poderosos, todos ellos conectados con Judea, el núcleo del judaísmo. En la sociedad judía, algunos sectores sociales absorberían la helenización, lo que dio origen a un judaísmo helenístico, que se desarrolló notablemente a partir del siglo III AEC, primero en la diáspora judía de Alejandría y Antioquía, y luego se extendió a Judea. El principal producto literario de este sincretismo cultural es la traducción del Tanaj (Biblia hebrea) del hebreo y el arameo al griego koiné, conocida como la Septuaginta. El motivo de la producción de esta traducción parece ser que muchos de los judíos de Alejandría habían perdido la capacidad de hablar hebreo y arameo. Con el paso de los siglos, este sincretismo cultural produciría un caldo de cultivo cosmopolita que desembocaría en el nacimiento del cristianismo, del gnosticismo y de la Cábala. El más famoso representante de la simbiosis entre la teología judía y el pensamiento helenístico es Filón de Alejandría (c. 15 AEC – c. 45 EC).

Otros sectores judíos, los más multitudinarios, se aferraron a su tradicional xenofobia y comenzaron a reaccionar contra aquellos que, con Alejandro Magno a la cabeza, habían recibido como salvadores. A pesar de que Próximo Oriente era un hervidero multicultural de egipcios, sirios, caldeos, arameos (cuyo idioma era lingua franca en la zona, siendo hablado de forma regular por los judíos), árabes y otros, los judíos tradicionalistas veían con sumo desagrado que Asia Menor y Alejandría se estuviesen llenando de griegos que, naturalmente, eran paganos y, por tanto, en el pensamiento judío, infieles, impíos e idólatras, como lo habían sido los odiados egipcios, babilonios y persas antes que ellos.

Persecución de Antíoco IV Epífanes

Con el tiempo, al malestar de estos sectores de la judería, contrarios a asimilar la cultura griega, se sumó una serie de medidas decretadas por el rey seléucida Antíoco IV Epífanes para unificar su reino. En el año 168 AEC, Antíoco comenzó una de las primeras persecuciones religiosas conocidas, fenómeno casi desconocido hasta entonces.

En 171 a. C., Antíoco había depuesto al sumo sacerdote Jasón y lo había reemplazado por Menelao, quien le había ofrecido a Antíoco un gran soborno para asegurarse el cargo. En 168 a. C., cuando Antíoco estaba en campaña en Egipto intentando expandir su influencia en la región, en Judea se extendió un rumor de que Antíoco había sido asesinado. Jasón reunió una fuerza de 1,000 soldados y organizó un ataque sorpresa a la ciudad de Jerusalén masacrando a los judíos helenizados, además de deponer a Menelao que era muy impopular entre los judíos tradicionalistas debido a sus políticas prohelenistas que incluían imponer costumbres griegas y suplantar a los líderes religiosos tradicionales.

Este suceso no hizo más que acrecentar el antijudaísmo de Antíoco, ya que, a su vuelta de Egipto, enfurecido, organizó una expedición contra Jerusalén para reafirmar su control y castigar a los rebeldes, restaurando a Menelao y protegiendo a los judíos helenizados. Envió tropas a Jerusalén, donde llevaron a cabo una represión brutal. La ciudad fue saqueada, y muchos judíos fueron masacrados o vendidos como esclavos.

El deterioro de las relaciones con los judíos religiosos condujo a Antíoco a emitir decretos prohibiendo las prácticas y tradiciones judías, intentando erradicar el culto a Yahvé, suprimiendo cualquier manifestación religiosa judía, colocando la circuncisión, el estudio de la Torá, la observancia del shabbat y el sacrificio kosher fuera de la ley e incluso obligando a los judíos a comer alimentos considerados religiosamente "impuros". Los griegos construyeron un gimnasio en Jerusalén e impusieron un edicto por el cual un altar a los dioses griegos debería ser edificado en cada ciudad de la zona, y se distribuirían oficiales macedonios para que velaran por que en cada familia judía se adorara a los dioses griegos. Aquí, los macedonios demostraron simplemente torpeza y no conocer al pueblo judío.

Según el historiador griego Diodoro Sículo, Antíoco también sacrificó nada más y nada menos que un cerdo ante la imagen de Moisés y en el altar del Templo de Jerusalén que estaba en el atrio exterior, en homenaje a Zeus, y los roció con la sangre del sacrificio. También ordenó que se guardaran los libros con los cuales se les enseñó a odiar a todas las demás naciones, debían ser rociados con caldo hecho de carne de cerdo. Y apagó la lámpara (llamada por ellos inmortal) que arde continuamente en el templo. Por último, obligó al sumo sacerdote y a los demás judíos a comer carne de cerdo. Mientras Alejandro Magno vio en Yahvé al «Zeus judío», Antíoco veía en él a Seth-Tifón, es decir, el «Anti-Zeus»; siendo el judaísmo, al menos el tradicionalista o no helenizado, un culto siniestro y demoníaco cuyo propósito era destruir el culto a los dioses y sumir a la humanidad en la oscuridad, por lo que intentó destruirlo y reconvertir el templo de Jerusalén en un centro de culto a Zeus. Para él, imponer el culto a Zeus y las costumbres helenísticas en Judea era una forma de «civilizar» a los judíos, erradicando prácticas que consideraba supersticiosas o contrarias a la cultura helénica.

Este acto fue considerado por los judíos como una doble profanación, por un lado porque se trataba de un cerdo (animal profano de los credos abrahámicos como el judaísmo y el islam), y por otro lado porque eso suponía el primer paso de consagrar el templo entero al Zeus olímpico y de convertir Jerusalén en ciudad griega. Según la tradición judía, al profanar el altar del Templo con la sangre de cerdo, el rey macedonio fue poseído por un demonio, el mismo que poseerá al Anti-Mesías o el "príncipe que vendrá" del que se habla en el libro de Daniel (9:26). Según el Antiguo Testamento (2 Macabeos y 4 Macabeos), Antíoco hizo quemar vivos a quienes seguían siendo fieles a la ley mosaica, y a los judíos ortodoxos que escaparon al desierto los persiguió y masacró. Estas afirmaciones deben ser tomadas con cautela pues pueden consistir en clásicas exageraciones bíblicas, pero lo que queda claro es que hubo una represión antijudía en general.

Las causas de esta persecución fueron que los soberanos griegos percibieron en el judaísmo una doctrina política subyacente que tendía a la subversión de sus seguidores contra los Estados paganos, y a la hostilidad hacia los demás pueblos del planeta, y por lo tanto, vieron a los judíos como una amenaza real. En este contexto, es muy probable que las primeras manifestaciones de intransigencia religiosa vinieran por parte de la judería, entre otras cosas porque en primer lugar, la judería siempre demostró abiertamente su antipaganismo y el odio a los dioses extranjeros (lo cual habría causado disgusto a los macedonios), y en segundo lugar, porque los antiguos griegos paganos nunca fueron religiosamente intransigentes ni intolerantes ante otras religiones.

Revuelta de los macabeos

El acto sacrílego de Antíoco trajo una fuerte reacción por parte de los sectores fundamentalistas de la judería. Los rabinos más celosos comenzaron a predicar una especie de guerra santa contra la ocupación griega, instando a los judíos a rebelarse, y entre 167 y 160 AEC, los judíos ortodoxos, bajo la dirección de los macabeos, se rebelaron contra el Imperio seléucida y la influencia helenística en la vida judía. Los tumultos étnicos que siguieron, desembocaron en lo que se denomina revuelta de los macabeos.

En la narrativa del Primer Libro de los Macabeos, un sacerdote judío rural de Modi'ín, Matatías el asmoneo, encendió la chispa contra el Imperio seléucida al rechazar la adoración de los dioses griegos. Matatías mató a un judío helenístico que se había prestado a ofrecer un sacrificio a un ídolo griego (quizás Zeus) en el pueblo de Matatías. Él y sus cinco hijos huyeron a las montañas de Judá.

La revuelta implicó muchas batallas, en las que las fuerzas macabeas alcanzaron notoriedad entre el ejército seléucida por su uso de la táctica de guerrilla.

Después de la muerte de Matatías, aproximadamente un año más tarde, en 166 AEC, su hijo Judas Macabeo dirigió un ejército de disidentes judíos, desarrollando una guerra de guerrillas, que al principio estuvo dirigida contra los judíos helenizados, de los que había muchos. Los macabeos finalmente se salvaron de ser arrollados cuando estalló una rebelión anti-griega en Antioquía, y aplastaron la influencia de los judíos helenizantes. Los macabeos destruyeron los altares paganos en los pueblos, circuncidaron a los niños y forzaron a los judíos a la rebeldía.​ El término macabeos, utilizado para describir el ejército judío está tomado de la palabra hebrea para "martillo".

Después de la victoria, los macabeos entraron en Jerusalén en triunfo y limpiaron ritualmente el Templo, restableciendo el culto judío tradicional, e instauraron a Jonatán Macabeo como sumo sacerdote. Un gran ejército seléucida fue enviado a sofocar la rebelión, pero regresó a Siria tras la muerte de Antíoco IV. Los macabeos hicieron un pacto con Roma, y se convirtieron en aliados, previniendo que el Imperio seléucida tomara la gran acción de reconquistar Palestina (así estaría en contra de un imperio más poderoso). Su comandante Lisias, preocupado por asuntos internos, apalabró un compromiso político que restauró la libertad religiosa. Para celebrar cada año su victoria, instauraron el festival judío de Hanukkah.

Dinastía asmonea

Las guerras macabeas, que coincidieron con la decadencia de los seléucidas, dieron lugar a una etapa de autonomía y expansión judía bajo el reinado de la dinastía asmonea, que tuvo numerosas campañas interiores, guerras fratricidas y lucha entre facciones religiosas.

Más preocupados que sus antecesores por el poderío militar, los asmoneos establecieron un reino desde el año 134 AEC hasta el advenimiento del Imperio romano en Israel en el 63 AEC. Con los asmoneos, liderados por Juan Hircano, las fronteras del reino judío llegaron a tener las dimensiones de los tiempos de David y Salomón, ya que anexionaron Samaria, Galilea e Idumea, y forzaron a estos pueblos conquistados a convertirse al judaísmo y circuncidarse, lo cual demuestra que, al contrario de lo que popularmente se cree, el judaísmo fue la primera religión proselitista de la historia. Partiendo de este reino "judeo­helenista", el judaísmo se propagó en todo Medio Oriente y en el Mediterráneo.

Facciones judías

Durante la época helenística, además de los judíos helenizados, se configurarían otras importantes facciones judías, también en amarga disputa: los fariseos, los saduceos y los esenios.

Los saduceos

Los saduceos (צדוקים, Tsdoqim 'hijos del Sumo Sacerdote Tzadoq') También conocidos como zadokitas, son los descendientes del Sumo Sacerdote Sadoq, de la época de Salomón. El nombre de Sadoq significa «justicia» o «rectitud», por lo que 'saduceos' puede interpretarse como "justos" o "rectos".

Era un grupo de sacerdotes más "progresistas" y "liberales" que sus rivales los fariseos, también eran más "burgueses" y tenían mejores tratos con griegos, ya que estaban a favor del helenismo y abiertos a las innovaciones occidentales, por lo que eran aristocráticos y dominaban el sacerdocio y el Templo. Estuvieron siempre a favor de la dinastía asmonea y resistieron el asedio de Pompeyo el Grande. Son ampliamente mencionados en el Nuevo Testamento y solo se extinguieron con la destrucción definitiva del Templo por parte de los romanos en el año 70.

En el futuro serían víctimas de la "revolución cultural" que contra ellos llevaron al cabo los fariseos tras la caída de la judería en manos de Roma. Sus escritos fueron destruidos por los romanos, de modo que la visión que tenemos hoy del panorama es más bien gracias a los fariseos. La dinastía asmonea, a pesar de numerosos vaivenes y cambios, sería esencialmente pro-saducea.

Flavio Josefo ha proporcionado la mayor información disponible sobre los saduceos. Escribió que eran un grupo belicoso, cuyos seguidores eran ricos y poderosos, y que les consideraba groseros en sus interacciones sociales. Sabemos también algo de ellos por discusiones en el Talmud, el corazón del judaísmo rabínico, fundamentado en enseñanzas del judaísmo farisaico.

Los saduceos manejaban el soborno, la coacción y toda clase de trapacerías económicas. Comenzaron a usar el dinero no sólo para enriquecerse, sino también para influir en la política de aquel momento. Tenían habilidad para descubrir oportunidades especulativas con frío oportunismo materialista.

Se dice de sus rivales, los fariseos, que se originaron en el mismo periodo, pero que sobrevivieron en las posteriores formas del judaísmo rabínico.

Los fariseos

Los fariseos (פרושים, prushim) eran un sector integrista que contaba con el apoyo de las multitudes. Existieron hasta el segundo siglo de la presente era. El grupo atribuía su inicio al período de la cautividad babilónica (587-536 AEC). Algunos sitúan su origen durante la dominación persa o los consideraban sucesores de los hasidim (devotos). De los fariseos surgieron los linajes de rabinos ortodoxos que completarían el Talmud.

Eran el partido conservador, observantes estrictos de la Ley de Moisés (Torá), hostiles a cualquier elemento helenista que consideraban pagano hasta el punto que tener una relación con lo que no era judío era visto por ellos como un acto de idolatría.

Si en principio apoyaron las aspiraciones de Juan Hircano, pronto se opusieron a sus políticas para nada religiosas. Sólo con la Reina Alexandra Salomé tuvieron una gran prosperidad, lo que les permitió trabajar en el moldeamiento de la religión, lo que subsistiría por generaciones futuras.

También son mencionados ampliamente en el Nuevo Testamento describiéndolos como un grupo que no cumple los mandamientos de Yahvé; se los llama hipócritas, mentirosos, falsos judíos, "raza de víboras", ya que según el evangelio de Mateo, eran judíos sólo de palabra y estaban lejos de las enseñanzas de Moisés y de los profetas. En el evangelio de Juan, Jesús decía a los fariseos:

Ustedes tienen por padre al demonio y quieren cumplir los deseos de su padre. Desde el comienzo él fue homicida y no tiene nada que ver con la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, habla conforme a lo que es, porque es mentiroso y padre de la mentira.
—Juan, 8:44.

Sin embargo, contrariamente a lo que se piensa, varios de ellos predicaron el cristianismo (a los gentiles), entre ellos, el más célebre siendo Pablo de Tarso, discípulo del rabino Gamaliel, líder del Sanedrín, conocido por su enfoque de tolerancia hacia los primeros cristianos a quienes defendió. Pero la mayoría de ellos, después de la destrucción del Templo y con el traslado del centro religioso a la ciudad costera de Yavne (Jabne), ayudaron a sentar las raíces del rabinismo.

Los esenios

Una tercera facción fueron los esenios, una congregación judía, cuyo origen se remonta al hijo adoptivo de Moisés, llamado Esén (c. 1500 a. C.). El Talmud los llamó "bautistas matinales" (tovilé shahrit). Escritos árabes se refieren a ellos como magaritas, "de las cuevas".

Los esenios también surgen en el período de la dinastía asmonea y fueron incluso más radicales y supremacistas que los fariseos. Después de que los asmoneos dejan como establecido su derecho al título de Sumo Sacerdote y Rey de Israel, ambos reglamentados en las Escrituras y los Profetas como prerrogativa absoluta de un descendiente del Sumo Sacerdote Sadoq​ y del rey David, un grupo de judíos estrictamente observantes abandonan Jerusalén y se establecen en las cuevas del Valle del Mar Muerto en donde se dedican a una vida ascética a la espera del Mesías.

Los esenios parecen haberse separado debido a su rechazo a lo que consideraban corrupción del sacerdocio oficial del Templo en Jerusalén. Los esenios enfatizaban la vida comunitaria, la pureza ritual, la interpretación estricta de la Ley y una escatología apocalíptica. Creían que estaban preservando el verdadero judaísmo frente a la corrupción del sacerdocio y esperaban el "fin de los tiempos", en el que Dios intervendría para "restaurar el orden divino".

Algunos han postulado que Juan el Bautista y el mismo Jesús de Nazaret tenían vínculos con ellos o que incluso habían pertenecido a esta misteriosa secta por sus semejanzas. Se ha pensado que en los esenios se encuentra el origen del cristianismo y Renan llegó a escribir que "el cristianismo fue en gran medida el esenismo triunfante". Gracias a ellos, se conservaron papiros bíblicos en lo que se conoce como Rollos del Mar Muerto. También desaparecieron con la destrucción que los romanos hicieron en Israel en el 70 y su nombre fue olvidado por siglos hasta el descubrimiento de las grutas de Qumrán y los Rollos del Mar Muerto en 1947.

Ocupación romana

Conquista de Pompeyo

En Israel, a la muerte del rey de la dinastía asmonea, Alejandro Janeo en 76 AEC, su mujer Salomé Alexandra reinó como sucesora suya. A diferencia de su marido —que, como buen pro-saduceo, había reprimido duramente a los fariseos—, Salomé se entendió bien con la facción farisea. Cuando ella murió, sus dos hijos, Hircano II (asociado a los fariseos y apoyado por el sheikh árabe Aretas de Petra) y Aristóbulo II (apoyado por los saduceos) guerreraron por el poder. En el año 63 AEC, ambos asmoneos pidieron apoyo al caudillo romano Cneo Pompeyo Magno, cuyas legiones victoriosas estaban ya en Damasco tras haber depuesto al último rey macedonio de Siria (el seléucida Antígono XIII Asiático) y se proponían ahora conquistar Fenicia y Judea, quizás para incorporarlas a la nueva provincia romana de Siria. Pompeyo, quien recibió dinero de ambas facciones, se decidió finalmente a favor de Hircano II —quizás porque los fariseos representaban la masa popular mayoritaria de Judea. Aristóbulo II, negándose a aceptar la decisión del general, se atrincheró en Jerusalén con sus hombres.

Los romanos, por tanto, asediaron la capital. Aristóbulo II y sus seguidores aguantaron tres meses, mientras los sacerdotes saduceos, en el templo, rezaban y ofrecían sacrificios a Yahvé. Aprovechando que en el sabbat los judíos no combatían, los romanos minaron las murallas de Jerusalén, tras lo cual penetraron rápidamente en la ciudad, capturando a Aristóbulo y matando a 12.000 judíos.

El mismísimo Pompeyo entró en el Sanctasanctórum del Templo de Jerusalén, curioso por ver al dios de los judíos. Acostumbrado a ver numerosos templos de muchos pueblos distintos, y educado en la mentalidad europea según la cual un dios debía representarse con forma humana para recibir el culto de los mortales, parpadeó perplejo cuando, espiando en la oscuridad, no vio ninguna estatua, ningún relieve, ningún ídolo, ninguna imagen:

Nulla intus deum effigie vacuam sedem et inania arcana.
No vi ninguna imagen de dios, sino un espacio vacío y misterioso.
Tácito, Historia 5.9

Sólo un candelabro, vasijas, una mesa de oro, dos mil talentos de "dinero sagrado", especias y montañas de rollos de la Torá. ¿Acaso no tenían dios? ¿Eran ateos los judíos? ¿Rendían culto a la nada? ¿Al dinero? ¿Al oro? ¿A un simple libro, como si el alma, los sentimientos y la voluntad de un pueblo dependiesen de un rollo de papel inerte? La confusión del general, según relata Flavio Josefo, debió ser mayúscula. El romano se había topado con un dios abstracto.

Para la mentalidad judía, Pompeyo cometió un sacrilegio, pues penetró el recinto más sagrado del templo, que sólo el sumo sacerdote podía ver. Además, los legionarios hicieron un sacrificio a sus estandartes, "contaminando" de nuevo la zona.

Tras la caída de Jerusalén, todo el territorio conquistado por la dinastía asmonea o macabea fue anexionada por el Imperio Romano. Hircano II quedó como rey cliente de Roma bajo el título de "etnarca" (algo así como "jefe nacional"), dominando todo lo que Roma no se anexionó, es decir, los territorios de Galilea y Judea, que en adelante tributarían a Roma pero conservarían su independencia. Pompeyo repartió el territorio en cinco distritos, los puso bajo la jurisdicción de un Sanedrín y nombró sumo sacerdote a Hircano II, pero en la práctica, el poder de Judea fue a parar a manos de Antipater de Idumea, como recompensa por haber ayudado a los romanos. A partir de entonces, el Sumo Sacerdote fue siempre nombrado por los romanos.

Bajo el punto de vista étnico y cultural, la conquista romana presagiaba nuevos y profundos cambios en esa zona tan conflictiva que es Próximo Oriente. Primeramente, a los estratos étnicos judío, sirio, árabe y griego, se iba a sumar ahora una aristocracia romana ocupadora de carácter militar. Para los griegos, esto era un motivo de alegría: la decadencia del Imperio Seléucida les había dejado de lado, y además tenían a Roma literalmente en el bolsillo, puesto que los romanos sentían una profunda y sincera admiración por la cultura helenística, sin contar que muchos de sus emperadores tuvieron una educación griega que los predisponía a ser especialmente indulgentes con las colonias macedonias. Además, en Alejandría, era de esperar que, en vista de los disturbios con la judería, los romanos arrebatasen a los judíos los derechos que Alejandro Magno les había concedido, con lo cual dejarían de ser ciudadanos en pie de igualdad con los griegos, y la influencia que ejercían a través del comercio y de la acumulación de dinero, se vería arrancada. Por estas razones, no es de extrañar que la Decápolis (conjunto de ciudades helenizadas en las fronteras del desierto que además conservarían bastante autonomía, y entre las cuales se encontraba Filadelfia, la actual capital de Jordania, Amán), rodeada de tribus sirias, judías y árabes consideradas bárbaras, recibiese a los romanos con los brazos abiertos y empezase a contar los años desde la conquista de Pompeyo.

En el siglo I AEC, los judíos tenían gran poder político en la mismísima Roma, y tenían una importante capacidad de movilización social en contra de sus adversarios políticos, que bajaban la voz por miedo: la presión de los lobbies, tal como el patriota romano Cicerón había declarado en su discurso defendiendo a Lucius Valerius Flaccus contra los cargos de extorsión:

Yo sé cuán numerosa es esta camarilla (los judíos), cómo permanecen unidos y qué poder ejercen a través de sus uniones.
—Cicerón, Pro-Flacco.

En 54 AEC, Marco Licinio Craso (que aplastó la revuelta de Espartaco en el año 74 AEC), entonces gobernador romano de la provincia de Siria, y miembro del Triunvirato, mientras pasa el invierno en Judea, decreta sobre la población un "impuesto de guerra" para financiar su ejército, y además saquea el Templo de Jerusalén, robando sus tesoros (por valor de diez mil talentos) y causando un enorme revuelo en la judería. Craso y la inmensa mayor parte de su ejército serían masacrados en la batalla de Carras del año 53 AEC por los partos pueblo iraní que luchaba contra Roma en aquella época.

Lucio Casio Longino, uno de los mandos de Craso que había logrado escapar de la masacre de Carras con sus 500 jinetes, volvió a Siria para prepararse para un contraataque parto y reestablecer el hundido prestigio romano en la provincia. Tras expulsar a los partos, Casio tuvo que hacer frente a una rebelión de la judería, que se había alzado en cuanto supo que el odiado Craso había sido muerto. Se alió con Antípater y con Hircano II y, tras tomar Tariquea y hacer ejecutar a Pitolao (uno de los cabecillas de la rebelión, que se había entendido con Aristóbulo), Casio capturó a 30.000 judíos y, en el año 52 AEC, los vendió como esclavos en Roma. Puede decirse que éste es el verdadero comienzo de la subversión en el seno de la Roma misma, ya que estos 30.000 judíos, liberados luego por Marco Antonio, y sus descendientes, dispersados por el Imperio, no cesarían en adelante de promover la agitación en contra de la odiada autoridad romana, y tendrían un importante papel en la construcción de las catacumbas y sinagogas subterráneas, que fueron posteriormente el primer ámbito de predicación del cristianismo. Casio sería posteriormente designado gobernador de Siria.

En el 49 AEC, muerto Craso y roto por tanto el Triunvirato, estalla la guerra civil entre Pompeyo y Julio César, uno de los cuales, inevitablemente, iba a erigirse en dictador autocrático del Imperio entero. Hircano II y Antipater decidieron tomar partido por César, pero éste puso a Antipater de regente. Julio César no tardaría en hacerse dueño de la situación, y Pompeyo fue asesinado en Egipto por conspiradores.

En 48 AEC, mientras las flotas romana y ptolemaica estaban enzarzadas en una batalla naval, tuvo lugar un acontecimiento destinado a tensar aun más las relaciones entre judíos, griegos y egipcios: el incendio de la biblioteca de Alejandría. Puesto de un modo sencillo, de todos los grupos étnicos que había en la ciudad, ninguno podía tener nada en contra de la biblioteca. Los griegos la habían fundado, los egipcios habían contribuido mucho en ella, y los romanos admiraban sinceramente este legado helenístico. Los judíos, sin embargo, veían en la biblioteca un cúmulo de sabiduría "profana", "idólatra" y "pagana", de modo que si hubo un grupo sospechoso de la primera quema de la biblioteca, por lógica era la judería, o los sectores más ortodoxos y fundamentalistas de la misma. Al menos así debieron pensar los habitantes de Alejandría.

Herodes el Grande

En el año 43 AEC, los partos irrumpieron en la zona, conquistando Judea. Instauraron a Antígono II Matatías, segundo hijo de Aristóbulo II y el último asmoneo, como rey de Judea y sumo sacerdote, en calidad de marioneta de los partos, mientras que asesinaron al etnarca Fasael y al Sumo Sacerdote Hircano II le cortaron las orejas (para ser sumo sacerdote uno no podía tener imperfecciones físicas) y lo enviaron a Seleucia del Tigris (en Babilonia) cargado de cadenas. Así pues, los judíos volvían a caer bajo el dominio de un pueblo iranio. Pero la situación fue breve. Marco Antonio, cuyo ejército estaba apoyado por la reina de Egipto, Cleopatra (descendiente del macedonio Ptolomeo Sóter, general de Alejandro Magno), reconquistó Jerusalén en el 37 AEC.

El Senado romano nombró como rey de los judíos a Herodes I el Grande, hijo de Antipater. Antígono II fue hecho ejecutar (crucificado según Dión Casio, decapitado según Plutarco) por orden de Marco Antonio.

En 31 AEC, año de un fuerte terremoto en Israel que mata a 30.000 personas, Cleopatra y Marco Antonio se suicidan ante su caída en desgracia. Un año después, Herodes, quien ha jurado lealtad a Octavio Augusto, sucesor de Julio César, es reconocido por éste como rey de Israel (títere de Roma).

Herodes era un líder capaz, brutal, competente y sin escrúpulos, además de excelente guerrero, cazador y arquero. Expulsó a los partos de Judea, protegió Jerusalén del pillaje, persiguió a los bandidos y salteadores de caminos e hizo ejecutar también a los judíos que habían apoyado el régimen marioneta de los partos, consolidándose como rey de Judea en 37 AEC.

Aunque es retratado por la historia como un rey despiadado, cruel y egoísta, la realidad es que, por duro que pudiese ser, como soberano fue de los mejores que esa tierra jamás tuvo. Incluso en el año 25 AEC, sacrificó importantes riquezas personales para importar grandes cantidades de grano de Egipto, con el objetivo de luchar contra una hambruna que estaba extendiendo la miseria por su país. A pesar de ello y de todo lo que hizo por Israel, Herodes es contemplado con antipatía por los judíos, por haber sido un soberano pro-romano, pro-griego y, sobre todo, porque se cuestionaba su judeidad: Herodes descendía por parte paterna de Antipater (el que apoyó a Casio), quien a su vez descendía de idumeos (o edomitas) forzados a convertirse al judaísmo cuando Juan Hircano, un rey asmoneo, conquistó Idumea (o Edom) en torno al 135 AEC. Por parte materna descendía de árabes, cuando la transmisión de la condición de judío era matrilineal. Por ello, aunque Herodes se identificaba como un judío y era considerado judío por la mayoría de autoridades, las masas del pueblo judío, especialmente las más ortodoxas, desconfiaron sistemáticamente del rey, especialmente en vista del opulento y lujoso estilo de vida que impuso en su corte, y sintieron por él un gran desprecio. Por su educación y sus inclinaciones grecorromanas, lo más probable es que este rey se sintiese poco judío, aunque sin duda quería contentar a la judería y ser un soberano eficaz por la cuenta que le traía. Más racional que sus súbditos fundamentalistas, comprendió que enfurecer a Roma no era buen negocio.

Herodes le dio a Israel un esplendor que no había conocido jamás, ni siquiera bajo David o Salomón. Embelleció Jerusalén con arquitectura y escultura helenísticas, llevó a cabo un ambicioso programa de obras públicas y en 19 AEC demolió y reconstruyó el mismo Templo de Jerusalén, por considerarlo demasiado pequeño y mediocre. Esto enfureció a los judíos, que odiaban a Herodes por ser un protegido de los romanos, a los que odiaban con más cordialidad aun. Sin duda los sectores más ortodoxos de la judería estaban contentos con el templo tal y como estaba, y debieron ver mal su conversión en un edificio de aspecto más romano (especialmente cuando el rey ordenó decorar la entrada con un águila imperial dorada).

Herodes se veía continuamente envuelto en conspiraciones por parte de su familia, gran parte de la cual (incluyendo su propia mujer y dos de sus hijos) fue ejecutada a instancias suyas. Según fue madurando, la enfermedad se fue apoderando del soberano, que sufría de úlceras y convulsiones. Murió en 4 AEC, a la edad de 69 años. Con el tiempo se llegó a decir que había "ascendido al trono como un zorro, regido como un tigre y muerto como un perro".

El movimiento zelote

Artículo principal: Movimiento zelote

En ese mismo año, 4 AEC, dos judíos fariseos llamados Zadok (o Sadoq) y Judas el Galileo (llamado también Juan de Gamala) hicieron un llamamiento para no pagar tributo a Roma. Hubo un levantamiento fariseo, y los rabinos ordenaron destruir la imagen "idólatra" del águila imperial que Herodes había colocado a la entrada del templo de Jerusalén. Herodes Arquelao (el hijo de Herodes) y Varo (caudillo romano) sofocaron la revuelta duramente, e hicieron crucificar a casi 3.000 judíos. Esta primera revuelta es el origen del movimiento zelote. Arquelao, a pesar de haber sido proclamado rey por su ejército, no asume el título hasta que, en Roma, tras haberle presentado sus respetos a César Augusto, es hecho etnarca de Judea, Samaria e Idumea, a despecho de los judíos, que le temían por la crueldad con la que había reprimido el levantamiento fariseo.

En el año 6 EC, tras las quejas de los judíos, Augusto destituye a Arquelao, mandándolo a la Galia. Samaria, Judea e Idumea son anexionadas formalmente como provincia del Imperio Romano, con el nombre de Judea. Los judíos pasan a ser gobernados por "procuradores" romanos, una suerte de gobernadores que debían mantener la paz, romanizar la zona y ejercer la política fiscal de Roma cobrando impuestos. También se arrogaban el derecho de nombrar al sumo sacerdote de su elección.

Los judíos odiaban a los reyes títeres a pesar de que impusieron orden, desarrollaron la zona y, en suma civilizaron el país. Paradójicamente, desde el principio, la judería también se muestra altamente hostil a los romanos, cuya intervención había prácticamente suplicado. Ahora, además del tributo al templo, tenían que pagar también tributo al César —y, por tradición, el dinero no era algo que los judíos prodigasen alegremente. Ese mismo año 6, el cónsul Quirino llega a Siria para hacer un censo en el nombre de Roma, con el objetivo de establecer los impuestos. Puesto que Judea había sido anexionada a Siria, Quirino incluye a los judíos en el censo. A consecuencia de esto y de la nueva irrupción de cultura europea en la zona, floreció el movimiento terrorista fundamentalista de los zelotes. Flavio Josefo considera a los zelotes como la cuarta secta judía además de (de menor a mayor extremismo religioso) los esenios, los saduceos y los fariseos. Los zelotes eran los más integristas de todos, se negaban a pagar impuestos al Imperio Romano y, para ellos, todas las demás facciones judías eran heréticas; cualquier judío que colaborase mínimamente con las autoridades romanas era culpable de traición y debía ser ejecutado. La lucha armada, la militarización del pueblo judío y la expulsión de los romanos, eran el único camino para lograr la redención de Sión. El apóstol Simón el Cananeo o Simón el Zelote, uno de los discípulos de Jesucristo, pertenecía a esta facción según el Nuevo Testamento (Lucas, 6:15).

Dentro de los zelotes se distinguieron los sicarii o sicarios, una facción aun más fanatizada, sectaria y radicalizada, llamados así por la sica, un puñal que podía ocultarse fácilmente, y que utilizaban para asesinar a sus enemigos. Los zelotes y los sicarios conformarían el núcleo duro de la Gran Revuelta Judía. También fueron el elemento más activo del judaísmo de la época, ya que, por aquel entonces, es probable que la mayor parte de la judería, aunque detestaba cordialmente tanto a griegos como a romanos, quisiera simplemente vivir y enriquecerse en paz, pactando con quien hiciese falta para ello.

Como no podía ser de otra manera, los sicarios y los zelotes también se peleaban a menudo. Y es que había un total de 24 facciones judías que generalmente luchaban unas contra las otras, en un marco muy representativo de lo que los rabinos denominan sinat chinam (שנאת חינם), es decir, "odio sin sentido", de judío contra judío (quizás porque ya se sabe que odiar a los no-judíos sí que tiene sentido).

En el año 19, estando la judería en proceso de trepar para adquirir influencia en la misma Roma, Tiberio expulsa a los judíos de la ciudad, instigado por Senado. Preocupado por la popularidad del judaísmo entre los esclavos libertos, prohíbe los ritos judíos en la capital del Imperio, considerando a la judería como "un peligro para Roma" e "indigna de permanecer entre los muros de la Urbs" (según Suetonio). Ese año, con motivo de una hambruna en la provincia de Egipto, Tiberio les niega a los judíos alejandrinos reservas de grano, ya que no los considera ciudadanos suyos.

Sucesores de Herodes

Las relaciones entre judíos y romanos se deterioraron seriamente durante el reinado de Calígula (r. 37-41), que ordenó colocar una estatua suya en el Templo, aunque su muerte calmó la situación.

En el año 39, Claudio (r. 41-54) designó como rey de los judíos a Herodes Antipas (41-44), a Herodes de Calcis y posteriormente a Herodes Agripa II, (48-100), séptimo y último rey de la familia Herodes.

Guerras judeo-romanas

Primera guerra judeo-romana

El saqueo de Jerusalén, del muro interior del Arco de Tito, Roma.

En el año 66, durante el reinado de Nerón, estalló la primera guerra judeo-romana a causa de las crecientes tensiones entre la población judía y la ocupación romana en Judea. Según Flavio Josefo, las causas inmediatas de la revuelta fueron un sacrificio pagano ante la entrada de la sinagoga de Cesarea Marítima, seguido por el desvío de 17 talentos del tesoro del Templo de Jerusalén, por el procurador Gessius Florus. El acto decisivo que significó la ruptura con Roma fue la decisión de Eleazar ben Hanania, encargado del cuidado del Templo, de no aceptar más el sacrificio cotidiano para el emperador.

El asesinato del emperador Nerón en 68 llevó a Vespasiano a lanzarse a la lucha por la dignidad imperial. Vespasiano, quien más tarde se convertiría en emperador de Roma, lanzó una serie de ataques en Judea y Galilea para para sofocar la rebelión. Jericó fue una de las ciudades tomadas y destruida en esta ofensiva, sin embargo, interrumpió la guerra contra los judíos para ser coronado en Alejandría. Los combates tuvieron entonces un período de calma que los judíos no aprovecharon para organizarse.

Con el ascenso al Imperio asegurado, Vespasiano partió hacia Roma y dejó el comando de las legiones de Judea a su hijo Tito, quien abandonó Cesarea poco tiempo antes del Pésaj de 70, para asediar Jerusalén en busca de dar inicio, según Dion Casio, a las negociaciones.

Después de que varias incursiones judías mataran a algunos soldados romanos, Tito envió a Flavio Josefo, el historiador judío, a negociar con los defensores para evitar más derramamiento de sangre. Sin embargo, los líderes judíos rechazaron las ofertas y atacaron e hirieron al negociador con una flecha y otra incursión fue lanzada poco después.

Después de varios intentos fallidos de penetrar o escalar las murallas de la Fortaleza Antonia, los romanos lanzaron finalmente un ataque secreto, con el que sorprendieron a los guardias zelotes durmiendo y lograron conquistar la fortaleza. Este era el segundo mayor edificio del perímetro defensivo de la ciudad, después del Monte del Templo, y constituía un excelente punto de partida para asaltar el propio Templo. Los arietes no tuvieron gran éxito, pero en la lucha las paredes se incendiaron cuando un soldado romano lanzó un tizón a una de ellas.

Destruir el Templo no estaba entre los objetivos de Tito, posiblemente debido a las grandes ampliaciones llevadas a cabo por Herodes I el Grande unas pocas décadas antes. Lo más probable es que Tito hubiese querido apoderarse de él y transformarlo en un templo dedicado al culto imperial y al panteón romano. A pesar de que Tito no deseaba la quema del Templo, el incendio pronto estuvo fuera de control. El edificio quedó destruido en la fecha conocida como Tisha b'Av, a finales de agosto, y las llamas se propagaron a las zonas residenciales de la ciudad. Las legiones romanas aplastaron rápidamente a la resistencia judía restante.

Tras la conquista de Jerusalén, en la primavera del año 71 Tito partió hacia Roma, encargando la tarea de terminar las operaciones militares en Judea a la Legio X Fretensis bajo las órdenes del nuevo gobernador de Judea, Lucilio Baso. Debido a una enfermedad, Baso no pudo completar esta misión, por lo que fue sustituido por Lucio Flavio Silva, quien marchó hacia la última fortaleza judía que quedaba en pie, Masada, en el otoño del año 72. De acuerdo con Josefo, cuando los romanos finalmente lograron entrar en Masada en el año 73, descubrieron que novecientos cincuenta y tres defensores zelotes, bajo el liderazgo del sicario Eleazar ben Yair, habían preferido suicidarse en masa antes que rendirse.

Una vez completada esta campaña, Roma estableció definitivamente su control en Judea, nombrando un pretor y asignando a la X Legión para vigilar Jerusalén y reorganizando la administración en la región. La monarquía fue anulada, y el Sanedrín, encargado de los aspectos religioso, político y judicial de la vida judía, fue trasladado a la ciudad de Yavne, donde se enfocó en preservar la ley y la tradición judía, marcando el inicio de lo que se conoce como el judaísmo rabínico.

Diáspora del año 70 y período rabínico

Véase también: Talmud

Originalmente, la ley judía era oral y transmitida de una generación a la siguiente. Los rabinos debatían la Torá (la Torá escrita expresada en la Biblia hebrea) y discutieron el Tanaj sin el apoyo de obras escritas (aparte de los libros bíblicos mismos), aunque algunos pueden haber tomado notas privadas (megillot setarim), por ejemplo, de decisiones judiciales. Esta situación cambió drásticamente a partir de la destrucción de la mancomunidad judía y del Segundo Templo en el año 70, pues trajo consigo un trastorno de las normas sociales y legales judías. El judaísmo sin un templo como centro de enseñanza y estudio y Judea, la provincia romana, sin al menos una autonomía parcial, hubo una ráfaga de discurso legal y no se pudo mantener el sistema de tradición oral, por lo que el centro de culto se trasladó a las sinagogas y la autoridad religiosa de los sacerdotes del templo pasó a los rabinos. Es durante este período que el discurso teológico comenzó a ser registrado por escrito y que se conoce como Talmud, donde los rabinos recogieron sus propias interpretaciones sobre el Tanaj. Aquellos que permanecieron en Judea escribieron su exégesis en el Talmud de Jerusalén (Talmud Yerushalmi), mientras que los exiliados dejaron su impronta en el Talmud de Babilonia (Talmud Bavli), oportunamente redactado en la homónima ciudad. El Talmud fue editado en el siglo III y se completó hasta el siglo V.

Segunda guerra judeo-romana

La Segunda Guerra Judeo-Romana (115-117 d.C.), también conocida como la revuelta de Kitos, fue una serie de rebeliones en las provincias romanas de Judea, Chipre y la diáspora judía en el Imperio Romano, debido a las tensiones religiosas, sociales y económicas. La rebelión comenzó durante el reinado del emperador Trajano, quien, en su expansión hacia el este, intensificó las tensiones al intentar imponer el control romano sobre las comunidades judías. Las revueltas estallaron en varias regiones, especialmente en Judea, donde las fuerzas judías lucharon contra el ejército romano y Trajano ordenó la implementación de medidas severas para suprimirlas y evitar futuros levantamientos. La guerra resultó en una brutal represión romana, con la destrucción de ciudades, la muerte de miles de judíos y la dispersión de la población judía. La rebelión terminó con la victoria de Roma, pero dejó una marca significativa en la historia de los judíos, quienes fueron desplazados y dispersos aún más por el Imperio. Para reforzar la dominación romana, Trajano reorganizó las provincias y decretó leyes más estrictas contra los judíos.

Tercera guerra judeo-romana

Tras la muerte de Trajano en el año 117, Adriano se convirtió en emperador, y en un principio, parecía dispuesto a permitir la reconstrucción del Templo como parte de su política para pacificar a los judíos tras la Segunda Guerra Judeo-Romana. Sin embargo, más tarde, cambió de opinión y decidió construir una ciudad romana llamada Aelia Capitolina sobre las ruinas de Jerusalén, y dedicar una estatua de Júpiter en el solar del templo judío. También prohibió el Brit Milá, la celebración del Shabat y las leyes de pureza en la familia. Esto enfureció aún más a la población judía, ya que muchos interpretaron este acto como una profanación del lugar sagrado.

La furia contra las políticas de Adriano culminó en una tercera guerra judeo-romana iniciada por la rebelión de Bar Kojba (132-136 d.C.), un levantamiento que, en su apogeo, estuvo impulsado por el deseo de restaurar la independencia judía y reconstruir el Templo. Adriano respondió con una represión aún más brutal que en la guerra anterior, lo que resultó en la devastación de la población judía y la posterior dispersión en lo que se conocería como la diáspora.

La revuelta terminó en la derrota total de los judíos, grandes pérdidas por el ejército romano, una aniquilación a gran escala de la población de Judea por las tropas romanas y la supresión de la autonomía religiosa y política judía. Jerusalén pasó finalmente a llamarse Aelia Capitolina y la provincia fue nombrada Syria Palaestina (Siria Palestina) en lugar de Judea. Adriano dictó varias normas para evitar nuevas sublevaciones. Se prohibió a los judíos vivir en Aelia Capitolina y la religión judía quedó prohibida.​ Los judíos permanecieron en Galilea, en los Altos del Golán, en el sur del antiguo reino de Judá y en alguna otra zona. A partir de ese momento, los judíos se dispersaron por todo el Imperio romano y durante la decadencia de éste, los judíos llegaron a adquirir la posición de ciudadanos del Imperio.

La Tercera Guerra Judeo-Romana amplió y consolidó la diáspora, y a medida que los judíos se dispersaron por el Imperio romano y más allá, el término "judío" (yehudi) se consolidó como el principal identificador tanto étnico como religioso, especialmente porque la tribu de Judá era la más prominente y los otros linajes tribales habían perdido visibilidad desde la desaparición del reino del norte. Los judíos en tierras extranjeras utilizaron este término para mantener su identidad frente a la presión asimilacionista. Las leyes religiosas, como la circuncisión, las dietas kosher y el sabbath, sirvieron como barreras culturales contra la asimilación.

El historiador israelí Shlomo Sand, en su libro La invención del pueblo judío niega la veracidad de un exilio total forzado por los romanos tanto en el año 70 como en el año 136, afirmando que «los romanos no exiliaron a ningún pueblo en el Mediterráneo oriental. Con excepción de los judíos hechos esclavos, los residentes de Judea siguieron viviendo en sus tierras». El Imperio Romano no solía exiliar a naciones enteras pues tal cosa habría sido tremendamente costosa y difícil de realizar para los recursos de la época, y habría requerido una inversión de recursos imposible para los romanos. Es probable que los romanos hubieran exiliado a la aristocracia judía y a los líderes de las rebeliones y sus familias, se estima que el número de exiliados estaría a lo sumo en el rango de las decenas de miles, pero la mayoría de los judíos habrían permanecido en sus tierras. Una parte de estos judíos se convirtió al cristianismo en el siglo IV, y cuando los árabes conquistaron Palestina en el siglo VII, la gran mayoría de los judíos se habría convertido al islam y asimilado dentro del pueblo árabe, por lo que los modernos campesinos musulmanes de Palestina son los descendientes directos de los habitantes de la antigua Judea.[2][3]

Cristianismo

El sincretismo judeo-griego de la época helenística había incubado el germen de una nueva teología que terminó integrando y adoptando conceptos filosóficos paganos y desembocó en el desarrollo temprano del cristianismo.

La incorporación de motivos de deidades de vida, muerte y resurrección populares en los cultos mistéricos, así como del concepto del Logos (la palabra o verbo) de Heráclito, son ejemplos notables, pues este último término, adaptado posteriormente por el estoicismo y por Filón de Alejandría, fue reinterpretado en el prólogo del Evangelio de Juan como un atributo divino encarnado en Jesús.

El Nuevo Testamento fue escrito en idioma griego como subproducto de un grupo de comentarios interpretativos sobre las escrituras hebreas conocidos como pesharim (פשרים), un tipo de midrash (מדרש‎). En ellos se redactó una historia de dos niveles de interpretación, uno abierto para lectores con conocimiento limitado, y otro oculto, disponible solamente para los especialistas con un mayor conocimiento.

La práctica interpretativa de los pesharim entre las comunidades judías de aquel entonces también resalta un enfoque literario común en el judaísmo del Segundo Templo: la reelaboración de textos antiguos para adaptarlos a contextos contemporáneos. Los autores de los evangelios usaron una técnica literaria que consistía en tomar las escrituras más relevantes del Antiguo Testamento que resonaban profundamente con las expectativas judías del mesías venidero, entrelazándolas para construir una narrativa sobre la vida de una figura ficticia llamada "Jesús el Cristo".

Los autores de los evangelios se refieren repetidamente a ciertos eventos y dichos como "cumplimiento de tal o cual profecía" que se encuentra en uno u otro libro del Antiguo Testamento. En lugar de ver la verdad más obvia y racional, que los autores de los evangelios redactaron las profecías de manera que se ajustaran con las historias del Antiguo Testamento (Vaticinium ex eventu). Los eventos y discursos atribuidos a Jesús se estructuraron cuidadosamente para alinearse con las interpretaciones de textos proféticos como Isaías, los Salmos o Zacarías. Desde una perspectiva crítica, este proceso puede interpretarse como una construcción literaria intencional. Sin embargo, para los apologistas cristianos, el cumplimiento aparente de las profecías es visto como una confirmación divina.

El judaísmo conectó a los gentiles con su dios y con sus profecías, que a su vez predicaban su conquista y sometimiento usando a Jesús para hacerlo. El cristianismo funcionó convirtiéndose en una nueva religión adoptada por los paganos.

Según el Talmud babilonio (tratado Yoma), en el año 30 EC., cuarenta años antes de la destrucción del templo de Jerusalén (70 EC.), el ritual del Yom Kipur comenzó a fallar.[4] Ese mismo año se considera que Jesús de Nazaret comenzó su ministerio, el cual tuvo como finalidad convertirse en el reemplazo para el culto en el templo mediante un "Nuevo Pacto". Esta teología pretendía reemplazar los ritos más importantes del templo como el Pesaj o Pascua, y el ritual del Yom Kipur o día de la expiación, así como expandirse por todo el imperio por lo que sus textos fueron escritos en la lingua franca de la época: el griego.

Rostro de Afrodita desfigurado, copia del siglo I EC. de un original de Praxíteles. Encontrado en el Ágora de Atenas. Museo Arqueológico Nacional de Atenas. La cruz cristiana en el mentón o en la frente tenía la intención de "desacralizar" un artefacto sagrado pagano. El rabino Maimónides escribió en su obra Mishneh Torah: "¿Cómo se debe destruir una falsa deidad? Hay que molerlos y esparcir [el polvo] en el viento, o quemarlos y depositar las cenizas en el Mar Muerto."[5], y "¿Cómo se anula [un ídolo]? Cuando uno corta la punta de la nariz, la punta de la oreja o la punta del dedo, se alisa la cara..."[6]

Con la conversión del Imperio romano al cristianismo en el siglo IV, los judíos, gradualmente pasaron de ser una clase perseguida y marginada a convertirse en una clase protegida y privilegiada, y el judaísmo fue abiertamente proclamado como la única religión no-cristiana legal en Roma.[7] Mediante el Código Teodosiano, se ordenó la protección para las sinagogas y la prohibición de dañar a "venerables judíos, nuestros ilustres antepasados".[8]

La victoria del cristianismo a comienzos del siglo IV, no puso fin a la expansión del judaísmo, sino que, de hecho, la labor del fariseo Saulo de Tarso, al carecer de la fuerza necesaria para una conquista militar, devino al menos en una conquista teológica hebrea sobre el odiado Imperio romano pagano. La gradual colonización cultural judía sobre la Antigua Roma y posteriormente, sobre toda Europa, se vio expresada desde los valores y creencias hasta los numerosos nombres propios de origen hebreo que los europeos y otros países de la esfera occidental han adoptado.

Posteriormente, la expansión islámica en el siglo VII trajo nuevas condiciones, generalmente más tolerantes en los territorios musulmanes, donde los judíos prosperaron en lugares como Al-Ándalus (España islámica) y Bagdad.

Estados judíos conversos

Por otra parte, el cristianismo empujó el proselitismo judío a los márgenes del mundo cultural cristiano. En el siglo I, el reino de Adiabene (en el actual Kurdistán) se convirtió al judaísmo, y no fue el último reino en "judaizarse": otros lo hicieron más tarde. En el siglo V apareció así, en el actual territorio de Yemen, un reino judío vigoroso con el nombre de Himyar, cuyos descendientes conservaron su fe tras la victoria del islam y hasta los tiempos modernos. Del mismo modo, los cronistas árabes dan cuenta de la existencia, en el siglo VII, de tribus bereberes judaizadas: frente al avance árabe, que alcanza África del Norte a fines de ese mismo siglo, aparece la figura legendaria de la reina judía Dihya­el­Kahina, quien intentó frenarlo. Bereberes judaizados participaron de la conquista de la casi isla ibérica, y establecieron allí los fundamentos de la particular simbiosis entre judíos y musulmanes, característica de la cultura hispano­árabe.

La conversión masiva más significativa se produjo entre el mar Negro y el mar Caspio: y comprendió al inmenso reino jázaro en el siglo VIII. La expansión del judaísmo del Cáucaso a la Ucrania actual engendró múltiples comunidades, que las invasiones de los mongoles del siglo XIII rechazaron en gran medida hacia el este de Europa. Allí, con los judíos provenientes de las regiones eslavas del sur y de los actuales territorios alemanes, sentaron las bases de la cultura yidish. Según Shlomo Sand, estos judíos conversos son los antepasados de los judíos ashkenazim.

Edad Media

Durante la Edad Media y hasta las cruzadas en el siglo XI, la mayoría de la judeidad vivió en relativa prosperidad y buenos términos bajo el dominio musulmán, en tanto que la judeidad de occidente gozó de condiciones favorables para su desarrollo económico y cultural en los territorios cristianos latinos.

A pesar de los ocasionales ataques a las juderías en Europa y eventuales conversiones forzosas, lo cierto es que en términos demográficos el número de la judeidad europea no solo creció sino que incluso llegó en ciertos casos a superar el crecimiento demográfico de algunos grupos no judíos. Es más, pese a las limitaciones pecuniarias impuestas por la Iglesia a todas las actividades judías, los ingresos judíos solían ser más importantes que el ingreso promedio entre los cristianos. Hasta el mismísimo gueto, establecido en el Medioevo para forjar una clara diferenciación entre judíos y gentiles, garantizó la autonomía de las comunidades judías en sus asuntos internos, permitiendo su desarrollo material e identitario, para incluso llegar finalmente para proteger a los judíos y sus bienes en casos extremos.

En el año 1000, el número de judíos en Europa era minúsculo al ser comparado con las enormes poblaciones judías asentadas en Bizancio y en los dominios musulmanes. Cinco siglos después, la situación se revirtió y la gran mayoría de los judíos optó por establecerse en territorios católicos latinos, que es donde prosperó y se multiplicó.

Imperio carolingio

Aunque Carlomagno (742-814) promovió la expansión del cristianismo en Europa, también mantuvo políticas que favorecían a las comunidades judías dentro de su reino.

Carlomagno permitió que los judíos residieran en su imperio y les concedió privilegios para fomentar el comercio, especialmente con el mundo islámico, donde los judíos tenían conexiones comerciales significativas. Estos privilegios incluían el derecho a ser tratados únicamente de acuerdo con su propia ley, a tener empleados cristianos, y a practicar libremente su religión, incluso dentro del palacio imperial.[9]

Carlomagno, y su hijo Luis el Piadoso, se dejaron sobornar por los comerciantes judíos con artículos de lujo tales como vino, especias y productos textiles para conceder derechos y privilegios especiales que incluyeron una efectiva inmunidad legal que evitaba el procesamiento por la ley secular o eclesiástica, pues serían juzgados en base a la halajá, ley religiosa judía, poniendo así en peligro la fe de la grey cristiana, colocando judíos en posiciones de autoridad directa sobre ellos donde podían forzarles o persuadirles para judaizarles[10].

Carlomagno no sólo permitió que los judíos actuaran libremente sobre su reino y su gente, sino que trabajó activamente para aumentar la influencia judía y su riqueza. La protección de los sujetos que participan en el comercio internacional fue una de las funciones específicas de soberanía. En las negociaciones con el rey Offa de Mercia, Carlomagno solicitó condiciones favorables para "nuestros comerciantes" cuando operaban en Inglaterra. Más tarde, Luis el Piadoso concedió a los comerciantes que suministraban al palacio, la exención de todos los impuestos recogidos dentro del imperio, con la excepción de los derechos de aduana en Quentovic y otras partes de la frontera.[11]

Carlomagno promulgó leyes que protegían a los judíos de abusos por parte de funcionarios cristianos y del pueblo en general. Por ejemplo, los judíos podían apelar directamente al rey en caso de disputas legales. También les otorgó derechos comerciales, aunque limitados en comparación con los cristianos.

Carlomagno promovió la conversión de los judíos al cristianismo, aunque no recurrió a la fuerza para hacerlo. Algunos conversos recibieron privilegios adicionales como incentivo.

Carlomagno empleó a judíos en misiones diplomáticas importantes, aprovechando su capacidad para comunicarse y negociar con comunidades judías y musulmanas en el Mediterráneo. Los judíos participaron en el comercio de bienes de lujo, como especias y seda, que eran esenciales para la economía carolingia.

Bajo los sucesores de Carlomagno, la situación de los judíos en el Imperio Carolingio se deterioró. Luis el Piadoso, su hijo, mantuvo algunas de las políticas de tolerancia, pero con el tiempo, el antisemitismo medieval se intensificó, llevando a restricciones más severas y persecuciones.

Inglaterra

Los judíos llegaron a Inglaterra por primera vez en el año 1066, coincidiendo con la conquista normanda liderada por Guillermo el Conquistador. Este monarca cristiano católico invitó a un pequeño grupo de judíos procedentes de Normandía (Francia) a establecerse en su nuevo reino. Su principal propósito era aprovechar las habilidades financieras y comerciales de los judíos, especialmente en áreas como el préstamo de dinero y la administración económica, en una época en la que la Iglesia prohibía a los cristianos practicar la usura.

Los primeros judíos se establecieron en Londres y más tarde en otras ciudades como York, Lincoln, Norwich y Oxford. Formaron comunidades pequeñas pero significativas. Se destacaron como prestamistas, ya que podían cobrar intereses sin restricciones religiosas. Esto les permitió jugar un papel clave en el financiamiento de proyectos importantes, incluidos castillos y catedrales. Su sagacidad tomó por sorpresa a los habitantes de la isla, quienes fueron presa de las habilidosas transacciones de los mercantiles. En pocos años los recién llegados controlaban la cuarta parte de la riqueza nacional.

Después de algunos años comenzó a operarse una reacción contra esta tribu. A medida que crecían las deudas de la nobleza y los comerciantes hacia los judíos, surgieron resentimientos. Además, las tensiones religiosas fomentaron estereotipos negativos y persecuciones. El rey Ricardo Corazón de León logró calmar los ánimos, pero el malestar volvió a estallar, y tras un período de creciente antisemitismo, marcado por episodios de violencia como el Pogromo de York en 1190 y leyes restrictivas impuestas por Enrique III, el rey Eduardo I emitió el Edicto de Expulsión en 1290, ordenando que todos los judíos abandonaran Inglaterra. Este decreto permaneció en vigor hasta 1656, cuando Oliver Cromwell permitió su retorno.

Expulsiones

Artículo principal: Expulsiones de los judíos

Durante todo el resto de la Edad Media, varios grupos de estas sectas de judíos comerciantes serían echados de todas partes: En 1147 los Judíos son atacados en Francia y sur de Alemania por las poblaciones de Rouen, Treves, Ratisbona.

En 1198, el Papa Inocencio III asumió el papado. Este pontífice fue una figura clave en la configuración de las políticas de la Iglesia hacia los judíos y otras minorías religiosas. Su papado estuvo marcado por una postura ambivalente hacia las comunidades judías. Por un lado, proclamó la necesidad de proteger a los judíos frente a ataques físicos, pero, por otro, reforzó su posición como una minoría subordinada, limitando sus derechos y fomentando su aislamiento.

En España, crecieron las tensiones religiosas, especialmente en el siglo XIV, con pogromos y conversiones forzadas que dieron origen a los conversos o "marranos". Finalmente, los Reyes Católicos ordenaron la expulsión de los judíos en 1492.

Comentaristas

El Talmud se terminó de escribir hacia el año 500, pero en la Edad Media se siguió modificando. Los primeros comentarios fueron escritos por los Geonim, rabinos de los primeros siglos posteriores a la redacción del Talmud. En algunas ocasiones hicieron enmiendas al texto de la Gemará que se incluyen en las ediciones modernas. En la Edad Media aparecen los comentaristas denominados Rishonim (en hebreo, "los primeros") entre los cuales figuran rabinos de España, Francia, Italia y Alemania. Quizá el más conocido de ellos fue el rabino Shlomo Itzjaki (Rashi), originario de Troyes, Francia, cuyos comentarios cortos son casi indispensables para entender el texto talmúdico y que figuran en los márgenes de todas las ediciones del Talmud. También en los márgenes de todas las ediciones del talmud se encuentran los comentarios denominados Tosafot escritos por los alumnos de Rashi y que consisten frecuentemente de discusiones paralelas a las de la Guemará. Entre los más famosos talmuidistas medievales españoles figuran Abraham Ibn Daud, el rabino Moisés Maimónides originario de Córdoba (y considerado uno de los principales cimientos de la ley judía moderna y la autoridad más ampliamente aceptada en filosofía judía), el rabino Shelomó ben Alashvili también conocido como Rashbá, el rabino Moisés Najmánides de Gerona, y el rabino Yoná ben Abraham. Los talmudistas post-medievales se les denomina Ajaronim (en hebreo, "los últimos") y frecuentemente sus obras consisten de metacomentarios de obras medievales.

Maimónides interpretaba el "no robarás" o el "no matarás": sólo a judíos, no a los demás, porque, según el tradicional antigentilismo, los no judíos no son personas sino bestias. Maimónides veía a las dos religiones principales, el cristianismo y el islam, como preparativos necesarios para la venida del Mesías y la adoración universal del dios judío que "seguirá en el futuro". En su obra jurídica Mishné Torá, Maimónides afirma que:

Gracias a estas dos religiones el mundo se ha llenado de las ideas del Mesías, las ideas de la Torá y las ideas de los mandamientos, de modo que estas se han extendido a islas lejanas y a muchas naciones sin circuncisión, y ahora discuten estas ideas y los mandamientos de la Torá.[12][13]

Ilustración

Artículos principales: Haskalá y Emancipación de los judíos

Durante la Ilustración hubo cambios positivos para la comunidad judía. La Haskalá fue paralela a la Ilustración, pues los judíos comenzaron en el 1700 a hacer campaña para integrarse en la sociedad europea. La educación secular y científica se agregó a la instrucción religiosa tradicional, y comenzó el interés por una identidad judía nacional, así como por el estudio de la historia judía y del hebreo. La Haskalá dio a luz tanto a movimientos reformistas como conservadores, y plantó las semillas del sionismo al mismo tiempo que animaba a la asimilación cultural dentro de los países en los cuales residían los judíos.

Al mismo tiempo surgía el judaísmo jasídico, predicado por el rabino Israel ben Eliezer, que reclamaba el seguimiento estricto de los preceptos de la Toráh. Estos dos movimientos, haskalá y jasidismo, formaron la base de las divisiones modernas dentro de la sociedad judía.

Masonería y Revolución Francesa

Artículo principal: Masonería y Revolución Francesa

Marx y los banqueros judíos

Karl Marx, nacido con el nombre judío de Kissel Mordechai, descendía tanto de parte del padre como de la madre de viejas generaciones de rabinos. Nació en Tréverís (a orillas del Mosela) en el año 1818. Fue desterrado en 1845 y nuevamente en 1849, y desde entonces vivió en Londres.

Este hebreo creó la ideología y el movimiento marxista. Y desde que escribió los libros El Capital, Critica de la Economía Política y El Manifiesto Comunista, el mundo ha sido azotado y envenenado por las ideas del marxismo.

En el "Manifiesto Comunista", escribe al final:

Los comunistas desdeñan ocultar sus opiniones e intenciones. Ellos declaran abiertamente que sus finalidades sólo podrán ser alcanzadas por medio de una revolución forzosa de todas las clases sociales existentes. Las clases soberanas tendrán que temblar ante la revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder más que sus cadenas.

Los proletarios creyeron en ese "profeta judío". No se daban cuenta que estas doctrinas sólo servían al colectivo judío, y tampoco reconocieron que fueron tomadas del Talmud y que el fin que se persigue con la revolución forzosa de las clases sociales existentes", es el dominio por la fuerza del pueblo judío sobre todas las demás razas del mundo. Para aquél que conoce la "cuestión judía" es completamente inconfundible y clara la doctrina marxista y el fin que con ella se persigue.

Mikhail Bakunin era un socialista imbuido en el anarquismo teórico, se unió en 1842 en París al grupo de Karl Marx y Pierre-Joseph Proudhon, siendo cofundador de la Primera Internacional. El gran hecho es que rompe su relación con Marx al descubrir la trama oculta y la finalidad oscura y soterrada del socialismo marxista, abría así no solo una disputa política sino una enemistad manifiesta. Su revelación fue hecha pública en su "Carta a los internacionales de Bolonia" de diciembre de 1871 (Instituto Internacional de Historia Social de Ámsterdam) exponiendo a Marx como lo que realmente era, un representante oculto de los intereses judeo-mesiánico-racistas. Bakunin señala entre otras cosas la relación entre éste con los Rothschild y los judíos en general:

…Como son los judíos en todos los lugares, agentes de comercio, académicos, políticos, periodistas, en una palabra correctores de literatura, a la vez que intermediario de las finanzas, ellos se apoderan de toda la prensa de Alemania comenzando por los periódicos de los monárquicos mas absolutistas hasta de los periódicos absolutistas radicales y los socialistas, y desde hace mucho tiempo reinan en el mundo del dinero y de las grandes especulaciones financieras y comerciales: de esa forma, teniendo un pie en el banco, acaban de colocar en estos últimos años el otro pie en el socialismo, así apoyando su posterior en la literatura cotidiana de Alemania. Usted puede imaginarse que literatura nauseabunda debe salir de esto.

Bien, todo este mundo judío que forma una única secta explotadora, una especie de sanguijuela de la gente, un parásito colectivo devorador y organizado, no solo a través de las fronteras de los estados, sino a través mismo de todas las diferencias de opiniones políticas, este mundo esta actualmente, en gran parte por lo menos, a disposición de Marx por un lado y de los Rothschild por el otro. Yo sé que los Rothschild, como reaccionarios que son y que deben ser, aprecian mucho los méritos del comunista Marx y, a su vez, el comunista Marx se siente inevitablemente arrastrado, por una atracción instintiva y una admiración respetuosa, en la dirección del genio financiero de los Rothschild. La solidaridad judía, esta solidaridad tan fuerte que se mantuvo a lo largo de toda la historia, los une.</ref>

Esto debe parecerse extraño. ¿qué pueden tener en común el socialismo y el gran banco? Es que el socialismo autoritario o comunismo de Marx busca una fuerte centralización del Estado, y allí, donde exista la centralización del Estado, debe haber necesariamente un Banco Central del Estado, y allí, donde existe tal Banco, los judíos siempre estarán seguros de no morir de frío o de hambre". Esto no lo dice un nazi, ya que ni siquiera existía el nazismo, lo dice nada menos que un anarquista teórico afín a ideas del socialismo histórico.

Así Bakunin, que fue cofundador de la Primera Internacional, se manifestó y puso en relieve la actitud conspirativa, despótica, autoritaria y pro-judaica de Marx que en la Primera Internacional socialista (1864) se convertía en el encargado de exponer y redactar los estatutos y objetivos de la futura lucha comunista, los proletarios también significaban una fuerza de choque que demostró ser entre otras cosas fácilmente manipulable.

Sionismo

Artículo principal: Sionismo

En 1879 Theodor Herzl funda el sionismo como movimiento político nacionalista del judaismo. El objetivo del sionismo sería conseguir una patria al pueblo judío. La inmigración judía a Eretz Israel se inició en 1882. La denominada Primera Aliyá vio la llegada de alrededor de 35.000 judíos en el término de unos veinte años. La mayoría de los inmigrantes procedían de Rusia, donde el antisemitismo era rampante. Fundaron una serie de asentamientos agrícolas con el apoyo financiero de filántropos judíos de Europa occidental. La Segunda Aliyá comenzó en 1904.

Revolución comunista

León Trotsky según una acertada satira de la época

A principios de 1919, el servicio secreto de los EEUU entregó al alto delegado de la República Francesa en ese país un memorial en el que se señalaba la participación de los principales capitales banqueros en la preparación de la revolución comunista rusa:

"A principios de 1917 el poderoso banquero Jacobo Schiff comenzó a proteger a Trotsky, judío y francmasón, cuyo verdadero nombre es Bronstein; la misión que se le encomendaba era dirigir en Rusia la revolución social. El periódico de Nueva York "Forward", cotidiano judío y bolchevista, también le protegió con el mismo objeto. También le ayudaban financieramente los grandes bancos: Casa judía Max Warburg, de Estocolmo; el Sindicato "Westphalien-Rhenan", por el judío Olef Aschberg de la Nye-Banken de Estocolmo y por Jivotovsky, judío, cuya hija se casó con Trotsky y de este modo se establecieron las relaciones entre los multimillonarios judíos y los judíos proletarios…" "La firma judía Khun, Loeb and Co., está en relación con la Sindical "Westphalien-Rhenan", firma judía de Alemania; lo mismo los hermanos Lazare, casa judía de París, lo está con la Gunzbourg, casa judía de Petrogrado y Tokio y París; si observamos además que todos los precedentes negocios judíos mantienen estrechas relaciones con la casa judías Speyer and Co., de Londres, Nueva York y Francfort-sur-le-Mein, y lo mismo con las casas Nye Banken, que es la encargada de los negocios judíos-bolchevistas de Estocolmo, podremos deducir que la relación que tiene la Banca con todos los movimientos bolchevistas, debe pensarse que en la práctica representa la expresión verdadera de un movimiento general judío, y que ciertas Casas Bancarias judías están interesadas en la organización de esos movimientos"

Ya lo advirtió Henry Ford en su libro El judío internacional: "El Sóviet no es una institución rusa, sino judía... el 90 % de los comisarios eran judíos. Al triunfar la revolución bolchevique, el nuevo régimen fue integrado en su mayoría por judíos y en estos porcentajes:

  • Consejo de comisarios populares, 77% de judíos
  • Comisión de guerra, 77%
  • Comisariado de asuntos exteriores, 81%
  • Comisariado de hacienda, 80%
  • Comisariado de gracia y justicia, 80%
  • Comisariado de educación pública, 79%
  • Comisariado de socorro social, 100%
  • Comisariado de provincias, 91%
  • Periodistas (dirigentes) 100%

Bajo este régimen judío fueron masacrados y asesinados millones de seres humanos inocentes, saqueos, pillajes, incendios de iglesias, fusilamientos masivos, mientras que no tardarían en llegar los campos de exterminio judeocomunistas, los otrora famosos y hoy silenciados Gulag. Si bien se popularizaron con Stalin, su existencia se conoce desde la temprana subida al poder por parte de los judíos bolcheviques; fueron legalizados por decretos promulgados en septiembre de 1918 y en abril de 1919.

Mientras millones de alemanes morían en el frente de batalla en la Primera Guerra Mundial, una pandilla de judíos liderados por Kurt Eisner aprovechaba el desconcierto para sabotear mediante huelgas la moral de los soldados del frente y la nación alemana, esto fue coronado con la toma del poder el 7 de noviembre de 1918. Luego entre el 6 y el 15 de abril de 1919 otro grupo de inmigrantes judíos provenientes de Rusia liderados por Leviné-Nissen, Axelrod y Levien toma el poder en Alemania proclamando la República Soviética de Baviera, inspirada en el ejemplo de Béla Kun en Hungría (también de la misma tribu). Es decir los alemanes caían bajo el yugo de un gobierno tiránico de judíos formado por inmigrantes de origen ruso que habían participado también en actividades revolucionarias en Rusia (1905). Apenas establecido este nuevo gobierno judeo-tiránico en República de Weimar, comenzó un imperio de terror que se veía mitigado solamente por su ineficiencia. Se había nombrado gran cantidad de judíos en distintas áreas de gobierno, muchos de ellos fueron los soldados del "Ejército Rojo" que corrían borrachos por las calles, saqueando y pillando.

Resumiendo, vemos por un lado algunos de los más prominentes banqueros y financistas judíos: los Rothschild, los Warburg, Kuhn, Loeb, Olef Aschberg, Schiff, Lazare, Hirsch, Gunzbourg, Speyer, Wallenberg, Guggenheim, Breitung, etc., todos promoviendo revoluciones socialistas-marxistas y anarquistas lideradas por judíos como Trotsky (Bronstein), Kamenyev, Ederer, Rosenthal, Goldenrudin, Merzvin (Merzwinsky), Furstemberg (Ganetsky), etc. en Rusia; Béla Kun en Hungría; Karl Liebknecht y Eisner en Alemania, otros judíos fueron Ernst Toller, Erich Mühsam, Leviné, Levien, Axelrod, Rosa Luxemburg entre los más destacados.

Quienes liderarían las "revoluciones" sabían perfectamente que la doctrina marxista no era sino un "cheque en blanco" para que una raza -la judía- asaltara el poder por la fuerza bruta sin poner en riesgo los exorbitantes capitales de los grandes banqueros judíos, logrando una soberanía jamás imaginada en un contexto racista, no-revolucionario y no-igualitario.

Los reinados del terror judío, recubiertos de una apariencia y fundamentación clasista proletaria, eran en realidad golpes de Estado.

Holocausto

Artículo principal: Holocausto y Revisionismo del Holocausto

Conflicto árabe-israelí

Artículo principal: Conflicto árabe-israelí
Víctimas del Holocausto palestino.

El 29 de noviembre de 1947 las Naciones Unidas aprueban la creación de un estado judío y otro árabe en el Mandato Británico de Palestina, y el 14 de mayo de 1948 el estado de Israel se declara independiente, representando la primera nación judía desde la destrución de Jerusalén. Andréi Gromyko, embajador de la URSS en la ONU, propone que Israel sea aceptado como miembro de pleno derecho. El pleno de la ONU lo aprueba.

El día siguiente, 15 de mayo de 1948, comienza la guerra árabe-israelí, debido a que veían a los judíos como un cruel invasor . Fue la primera de las subsecuentes guerras entre Israel y sus vecinos árabes, que han traído el éxodo de los palestinos y la persecución de los casi 900.000 judíos que vivían en países árabes. Las guerras nunca acabaron, y el holocausto palestino no cesaría: en los últimos tiempos (principios de 2009) 1300 palestinos murieron en un bombardeo seguido por una incursión terrestre del ejército israelí contra la Franja de Gaza entre los meses de diciembre y enero.

Referencias

  1. ¿Estuvieron los judíos cautivos en Egipto? National Geographic
  2. An Invention Called "the Jewish People"
  3. Shlomo Sand, ¿Cómo se inventó el pueblo judío?
  4. Yoma 39b.5 Sefaria.org
  5. Mishneh Torah: Culto extranjero y costumbres de las naciones 8.6 Sefaria.org
  6. Mishneh Torah: Culto extranjero y costumbres de las naciones 8.10 Sefaria.org
  7. Helen Ellerbe, The Dark Side of Christian History
  8. Imperatoris Theodosii Codex, Liber XVI
  9. Alessandro Barbero, Allan Cameron (Trans.), 2004, Charlemagne: Father of a Continent, 1st Edition, University of California Press: Berkeley, p. 69.
  10. Cf. Anna Foa, Andrea Grover (Trans.), 2000, The Jews in Europe after the Black Death, 1st Edition, University of California Press: Berkeley
  11. Barbero, Op. Cit., p. 291
  12. Mishneh Torah, Reyes y Guerras. 11.7-8 Sefaria.org
  13. Maimonides: Islam Good, Christianity Bad, Muslims Bad, Christians Good

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